Poulidor, a las puertas del Olimpo. Por Francisco “Ausias” Martínez

El Tour de Francia, despierta a veces en mí una evocación algo curiosa, y no es otra que la de considerarlo una suerte de gran dios de la antigua mitología griega. De manera caprichosa reparte misericordioso o arrebata sin compasión, desde lo alto de un Olimpo imaginario, trazando las líneas de un destino que parece que solo él rige, y en el que poco podemos influir.

El Tour, engrandece o repudia a su antojo a los mortales que se lo disputan sobre sus bicicletas para alcanzar la gloria. Los ciclistas, se baten en noble lid para lograr con su victoria el honor de poder ser considerados héroes.

Algunos elegidos gozan del favor del dios Tour, y parece que la estrella del éxito y la fortuna, les acompaña durante su disputa a lo largo de toda su vida deportiva, para ascenderlos finalmente, ya como leyendas, a ese Olimpo soñado.
A otros les concede una pequeña gracia, dejándoles saborear las dulces mieles de su triunfo de una manera puntual, pero sin ascenderlos al Olimpo de las leyendas. Simplemente les deja entrar para que vean las maravillas que en él moran. Otros mortales (los más), son tan indignos que no merecen ni la posibilidad de soñar con acariciar los eternos placeres que hay dentro. Y en cambio con otros que por sus cualidades podrían llegar a ser legendarios héroes; ciclistas dignos de figurar con letras de oro en la epopeya, el dios Tour descarga sobre ellos con inusitada virulencia su ira, traducida en estrepitoso fracaso. Les permite acercarse a las puertas de ese Olimpo, pero quedándose ante ellas, les relega de esta manera a un purgatorio, cuando no infierno, que los condena al destierro eterno. Nadie se acordará de ellos, pues sus odiseas no pasarán jamás a la historia.

Muchos de estos “héroes” capaces por aptitud de ganar guerras, pero no escogidos por el gran dios Tour yerran por esos páramos de Hades, aunque sin sollozos ni lamentos, solo resignados. Aceptan su olvido y el castigo impuesto por el dios sin preguntarle tan siquiera el por qué de su desdicha.

Pero hubo un héroe, que aunque condenado al Hades por el Tour, logró forjarse una leyenda. Ante la inexistencia del triunfo en esta carrera, consiguió conquistar los corazones de todos los aficionados.

De cara simpática, tal vez reflejo de su alma, que también lo era, Raymond Poulidor (Pou Pou para sus incondicionales), pasará a la historia del Tour como el sempiterno segundo. Nada más y nada menos que ocho veces accedió al podio del Tour. Una edición segundo, alguna otra tercero, pero nunca subió al primer peldaño. Siete son las batallas que venció en forma de etapas, pero ninguna guerra, privándosele además, casi como una mofa a su talento, el poder portar el maillot amarillo ni una sola vez… a todas luces cruel, muy cruel.

Poulidor se encontró con muchos escollos en su periplo por el Tour. Pero uno, sobretodo uno, es el que le marcó: Jacques Anquetil: “Monsieur Tour”. No se puede decir que el gran campeón “robase” el Tour a Poulidor, puesto que no tenía su nombre escrito, pero si le robó algo, y fue el don de la lucha por la victoria. El conformismo hizo estragos en el palmarés de Poulidor, aun después de la retirada de Anquetil. Tanto le influyó, que llegó a reconocer su excesivo relajamiento cuando portaba las prendas de líder en las carreras que disputaba, y el gusto y aprecio que sentía alcanzando puestos de honor en las carreras, aunque no fuese la victoria. Conformismo: la enfermedad más maligna en el ciclismo.

¿Qué pudo producir semejante actitud en un ciclista tan bien dotado como Poulidor?. Sin duda creo que la respuesta está en el último Tour que venció Anquetil. Con media Francia dividida entre el campeón y el aspirante por méritos propios, se inicia el Tour del 64. Un Jacques Anquetil serio, seguro de sí mismo, chauvinista, que representa a la Francia urbana y clásica, e ídolo patrio de los pudientes; pugna con un Poulidor que representa lo contrario. Nacido en el medio rural, representa a las gentes mediterráneas de Francia que trabajan la tierra con gran esfuerzo. Heredero de una estirpe luchadora, afanosa y con mucho nervio, así promete actuar en el Tour para alzarse con su primera victoria y derrotar a Anquetil.

El Tour transcurre con un Poulidor activo y atacante que no logra abrir hueco en la clasificación general merced a la calidad de Monsieur Jacques, sobretodo contra el crono. Aunque es cierto que muestra síntomas de debilidad, dado que está en los últimos compases de su carrera. Ha perdido chispa y viveza en sus piernas pero con tanta clase en ellas, aguanta bien los envites.

La penúltima y dura etapa de montaña supone la rendición de Pou Pou. No por no intentarlo, sino por el modo de hacerlo. Se sube Puy de Dome con un Anquetil muy justito, pero Poulidor no le ataca. ¿Por qué?. Nadie lo sabe, simplemente basa su estrategia en subir a tren y fustigar a un Anquetil del que supone no podrá resistir. Craso error; lo hace a pesar de un sufrimiento descomunal. Como imagen para el recuerdo queda la de los dos corredores subiendo mano a mano, uno al lado del otro el coloso alpino francés.

Aquel día Anquetil le robó a Poulidor no el Tour, sino la energía. El aspirante, mucho más fuerte que el defensor no escogió bien la estrategia, y perdonó la vida a un supercampeón que sufrió como nunca para aguantar a Poulidor. ¿Se equivocó Poulidor con un desarrollo demasiado duro que no le permitía viveza de pedaleo, o lanzar ataques?. Muchos lo creen. Lo cierto es que al final de la etapa, un Anquetil acabado físicamente solo perdía unos pocos segundos con Poulidor, pero entraba en la leyenda del Tour siendo el primer pentacampeón. En cambio Pou Pou, entraba en una espiral de odio declarado a Anquetil, que poco a poco fue disipándose hasta tornarse sincera amistad.

Cabe resaltar un hecho reseñable y que sorprende por lo insólito. Nadie que no hubiese vencido el Tour, conseguía granjearse tantas simpatías entre los aficionados. Tanta es, que su condena de por vida, fue su ensalzamiento. Su castigo fue su bendición. Su cruz quizá su salvación. A día de hoy pocos recuerdan a algunos de los ganadores ocasionales del Tour, sin embargo todos recuerdan al eterno segundón. El castigo que le tocó sufrir, ha traspasado las fronteras del ciclismo y el deporte en general. En todos lo ámbitos de la vida cotidiana, el ser repetidamente segundo, conlleva inexorablemente el recuerdo a la desdicha sufrida por este ciclista. Quizá un estigma, si, pero un estigma que lo encumbró.

Aunque el Tour fue cruel con él, afortunadamente pudo saborear el dulce placer de la victoria en pruebas de calidad. Destacan una descafeinada Vuelta a España que venció sin apuros, múltiples clásicas como Milán San Remo, Flecha Valona, así como pequeñas pruebas por etapas al estilo de París-Niza y Dauphine Liberé. Victorias a todas luces que atestiguan la calidad que tenía Pou Pou.

Aunque desgraciadamente el Tour todopoderoso, la carrera más grande, no lo escogió como uno de los elegidos, nunca un ciclista que no lo venciese llegó tanto a los aficionados.

EPÍLOGO DE UNA VIDA:

“A las puertas del Olimpo, cerradas eternamente para él; Pou Pou se aproxima con paso lento. Luego, se detiene en esa línea imaginaria trazada por el dios Tour, y que es el símbolo del destino que le escribió de manera cruel. Sabe que no se le permitirá cruzarla. Luego, alza su vista, y contempla las puertas con su sonrisa afable. Las mira sin añoranza en su rostro, sin la nostalgia del pudo ser y nunca fue. Después, gira su cabeza lentamente. Casi tanto como aquel día con su pausada subida al Puy de Dome; y mirando a sus espaldas, contempla complacido como millones de aficionados le aplauden. Entonces, henchido de orgullo, se da cuenta de que aun no pudiendo traspasar esas puertas, esas gentes lo veneran e idolatran. ¿Quizá por pena, quizá por compasión?… ¡que más da!… se siente orgulloso, porque se da cuenta de una cosa, y es que aun cuando no llegó primero al podio del Tour, si que lo hizo al corazón de todos los aficionados.”

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One response to “Poulidor, a las puertas del Olimpo. Por Francisco “Ausias” Martínez”

  1. Lucas Jairo says :

    Está súper!. Engancha desde el primer párrafo, a ese epílogo maravilloso guinda de pastel, aunque no me agrade el ciclismo.

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