PERROS EN EL BRONX

Heidegger, el pastor del mundo

Heidegger, el pastor del mundo

PERROS EN EL BRONX

Por Pedro Sánchez Merlano

 Como dijo el coquero, te pensaré entre líneas.

 

A los perros les encantaba inhalar cocaína, su olfato exacerbado potenciaba los efectos del estimulante. Era la fórmula de amor perfecta para no ver soluciones a algo tan terrible como es vivir. Los pescados patrullaban la zona. Como todo policía, los pescados eran cadáveres de sueños que nunca pudieron verbalizarse. Los cantos de los gallos en el fondo de la gallera exclamaban cómo la soledad se acostaba en la mesa de cada uno de los habitantes del Bronx.

Picaflores Fernández se aprestaba a vender la última bicha de bazuco en la taquilla de Homero, su alegría consistía en que a punta de barbitúricos había logrado olvidar su amor. Y ahora en su cabeza solo reposaba los cálculos del bazuco que debía trocar por monedas.

Era el Bronx, el lugar en el que Alfred Hitchcock Rincón decidió iniciar sus experimentos de alta genética. Pronto logró convertir un perrito llamado Sirio en un bípedo con forma de can pero con pensamientos de drogadicto. Una niña con cara de plancha exhalaba las últimas bocanadas de su crack mientras repartía la sopa al lado del Gallino, el cual le temía a ella porque sabía sus alcances satánicos. Lo que no sabía el Gallino es que Satán era él mismo, su sonrisa de sapo empapado en mermelada delataba la lujuria del diablo a pesar de que su dulce voz solo se preguntara si las mujeres solo lo querían porque tenía la verga muy bonita.

Los perros evolucionaron a tal punto que pasado 14 años se adueñaron de la calle y se dedicaron a vender las drogas. Asimismo un pastor alemán empezó a realizar experimentos en lo que creó perros que producían en sus intestinos alcaloides, opiáceos., barbitúricos, estimulantes, anabolizantes, depresores, somníferos y demás variedades que servían para el consumo recreativo de los habitantes del sector.

Los perritos que más producían estas sustancias en sus excreciones digestivas y urinarias eran los chihuahueños. Entre ellos, la chihuahuita Lola, familiar de la gran cantante de regatón Lola la vergona.

La preparación de las drogas consistía en tirar los excrementos para que se secasen al sol. La pureza de la sustancia era tal que las moscas que se atrevían a comer los desechos terminaban tiradas patas arriba pataleando hasta morir de causas cardíacas, como el propio pastor alemán Heidegger lo corroboró en sus experimentos. Hitchcock Rincón recordó las palabras de aquel filósofo Nelson Ned: Uno solo se muere por el perico por dos razones: o porque está muy bueno o porque está muy malo.

Las moscas también sirvieron para hacer inmensos cigarrillos que fumaban los flaneurs y dandies que ocasionalmente visitaban la calle en expediciones de turismo antropológico.

La paciencia de Heidegger se vio sobrepasada cuando a Lola la chihuahua la decapitaron una noche de frenesí drogaico. Picaflores Fernández estaba desnudo y agarraba el hocico muerto del animal para pasárselo por la panza para emitir sonidos que nunca antes profirió espíritu alguno sobre la faz de la tierra.

El Pescado que patrullaba se percató del desorden, abrió la jeta de bagre y succionó sin más ni más a los drogadictos que vivieron en su estómago como Jonás lo hizo dentro de la ballena y escribieron una nueva biblia que se convirtió en el viejo testamento del Bronx.

El Pastor Alemán se vistió de oveja para calmar los nervios, y dijo:

“Las peores cosas que tuve en mi vida son las únicas que me han quedado. Ya ni la droga me surte efecto. Y lo mejor será aparearme con una perra de verdad bien perra”

Picaflor, como ciclista jubilado que era, estaba extremadamente aficionado a los estimulantes y empezó a ladrar para llamar la atención de Heidegger. Heidegger, a su vez, pidió unos cristales. Como un niño triste en un concierto de Juan Gabriel, hizo su confesión:

“Mis ayunos de droga solo han acrecentado la desdicha. Bienvenida pues sea la angurria de este cansancio que me está haciendo pedazos y me gusta que así sea.”

Picaflor espetó:

“Quiero hacer deporte hasta el amanecer, inhalar cocaína y correr y correr, para así morir. ¿Acaso es muicho pedir para un picaflor?

Dios es malo, el bueno es satanás. Todo ha sido una farsa de los malditos reptiles. El pescado que pasaba miró a Hitchcok Rincón con desafío. Algo estaban tramando aquellos truhanes. Vivir no tiene sentido. El efebo emergió de las fogatas envuelto en una cobija llena de pulgas que saltaban sobre su mullida melena tan drogada como él. Efebo gustaba de tocarse el prepucio con su mano y después olerla para a continuación encender cigarrillos de bazuco.

Mejor dime la verdad, dijo el Efebo. Yo ya sé que tú me vas a olvidar.

¿A quien le hablas? dijo picaflor.

A dios.

Si Dios no nos ha abandonado, está pendiente con nosotros en su odio. ¿O te parece poco toda esta vida sana en medio de las drogas?

A este ritmo para luego es tarde.

Te gusta la cocaína, ¿eh?

Sí, estoy muy apurado. Tanto como el conejo del país de las maravillas.

Soy adicto al cansancio, ¿sabes?

Jesús dijo que tenía sueño.

Yo también tengo sueño y sed.

Un perro orinó en ese momento la pierna del efebo y este la arrojó en un balde de plástico para luego echársela en la cabeza como las celebridades de aquel viejo siglo XXI. La droga estaba a pedir de boca y la jornada en el Bronx continuaría.

Stalin Mogollón estaba borracho y decía yo soy la estrella más fuerte de las estepas del Bronx.- El amor a la coca ya lo eché al olvido. Desde que me di cuenta que solo a mí me has querido. Ya no más polvitos, ni para la nariz ni para lo que a ti te falta y yo tengo de sobra. Sin embargo yo te quería y tú me causaste tres infartos de corazón de noche. La fiesta estuvo buena, sobre todo para los cardiólogos. Recuerdo que entre un infarto y otro les pedía cocaína de Bayer. Me drogabas para que te comprendiera pero hablaste mal de mí. Ya uno no se puede echar un pase sin que las coronarias cobren factura. Se me pudrió el corazón y nada que me muero. Mándale saludos a Piura y a Lady Castañeda. La otra vez te vi saliendo de un antro de Salsa. ¿Por qué no me saludaste? Te dan vergüenza mis dolores. Pues yo hoy soy el que no te quiero más. Ya te eché al olvido, no sé si por la cocaína los infartos o la isquemia cerebral que me tiene jodido… pero te juro, te eché al olvido. Como te quiero, Dubier, lástima que te hiciste guerrillero y ahora solo fumas marihuana como todos los comunistas.

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