Hijos de Maro (Entrega 24)

Por Enrique Pagella

Hijos de Maro Continúa, una gran novela por entregas. Si quieres leer algún episodio anterior, haz click en el número corrsepondiente: 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

PeronLopezRega

 

Oliverio, al escuchar la amenaza de Ibañez, se secó las lágrimas que le caían por las mejillas y les pidió a Oliverito y a su novia que vigilaran la ruta desde el motorhome y que estuvieran atentos a cualquier vehículo que la transitara. Atónitos y pálidos los jóvenes salieron de «El acabose» a la profunda noche de la pampa. Luego Oliverio me miró como si mirara a un extraño y haciéndose de un silla se dejó caer sobre ella, a menos de un metro de Ibañez que silbaba, en ese momento, la marcha peronista. DS, husmeando detrás del mostrador, halló, desbordado de alegría, una botella de whisky y una cajita.

-¡Ambrosía y maná! – exclamó mientras depositaba sus hallazgos sobre una de las mesitas del local y la interponía entre Ibañez y yo.

Oliverio arrimó su silla a la mesa y después de exigirle silencio con la mirada a Ibañez destapó el whisky y le dio un buen trago.

– Y ahora vamos por el maná – dijo entonces DS y abrió la cajita, que estaba llena de cocaína – ¡Por las barbas de Moisés! ¡Aquí hay, mínimo, cincuenta gramos de maná! ¡Con ésto podemos no sólo cruzar la pampa, también podemos emprender una nueva excursión a los indios ranqueles! – y mirando de repente a Ibañez agregó – ¿Puedo compañero?

Ibañez le guiñó un ojo sin dejar de silbar.

– No creo que sea el momento adecuado para ese consumo – dije arrimando una silla a la mesa.

– Perdóneme amigo doble erre – dijo DS enrollando un billete de cien pesos, un billete de los nuevos con el perfil de Evita -, pero me parece que no está en condiciones de proponer nada hasta tanto nos cuente un buen cuento.

– Todos ustedes van a terminar en un zanjón – murmuró Ibañez y retomó el silbido de la marcha peronista.

– ¿Puedes hacer algo para acallar a esta lacra? – me preguntó Oliverio.

– ¡Claro que puede el maldito timo izquierdista! – gritó Ibañez y luego se dirigió a Oliverio- Está medio gagá el viejo timo, recién quiso trasmitirle un mensaje personal y sonó en todas las cabezas presentes; pero si se esfuerza un poco es capaz de cualquier cosa.

– Es verdad doble erre, yo también lo escuché y quiero saber cómo sigue esta telenovela – dijo DS y acto seguido aspiró un buena cantidad de cocaína.

Me senté entonces a la mesa y abandonándome al devenir de los sucesos que se me escapaba de las manos como una serpiente desesperada, creí conveniente satisfacer el pedido de Oliverio. Para ello debía reactivar el fenotipo del timo que alguna vez fui en este planeta. Digo «alguna vez» porque abjuré de mi condición natural en la década del sesenta cuando conocí a la madre humana de EP y, al mismo tiempo, advertí que lo que en un principio se nos presentó a los enviados como un plan para salvar a los humanos de la destrucción del planeta durante la segunda guerra mundial, se tornó, apenas ésta concluyó, en un protocolo de dominación que se ha venido ejecutando con éxito hasta el día de hoy. Los timos activados en este plano de la realidad, el mundo, teníamos dos prohibiciones taxativas. No debíamos mantener relaciones sexuales con los humanos. Prohibición de la que se desprendía como consecuencia lógica la segunda, por medio de la cual se nos impedía, terminantemente, tener descendencia híbrida. Yo transgredí las dos, amé a una humana y tuve un hijo con ella, debido a lo cual se me persiguió con el objeto de desactivarme para siempre, algo parecido a matarme. Pero como ya se ha dejado entrever en esta novela, los extraterrestres no somos todopoderosos, no venimos de otros planetas, no conducimos platillos voladores y no hemos alcanzado un grado de evolución mayor que él de la razas humanas. Y si bien tenemos poder telepático y una oratoria sumamente persuasiva y podemos transponer los umbrales espacio temporales, no contamos con una tecnología como la humana, que es harto superior, en muchos aspectos. Tampoco poseemos ciertas capacidades que distinguen a los habitantes de este lado de la realidad. Los timos, por ejemplo, no tenemos una predisposición innata para la creación artística o filosófica; capacidades que los hombres, al resultarles tan naturales, no valoran en su exacta magnitud, pues si existe alguna razón por la cual los timos hemos logrado hacer pie en esta dimensión, es gracias a los artistas y filósofos que sin querer, en la mayoría de los casos, nos han materializado con sus creaciones. Pero no los abrumaré, por el momento, con este rollo. Sólo agregaré que los timos somos tan imperfectos como cualquier humano y que a mí me bastó con desactivar mi fenotipo para tornarme imperceptible a mis congéneres y a otros extraterrestres que me buscaban y aún buscan para cortarme la lengua y luego matarme. Para desactivar un fenotipo, a un timo le basta con abocarse a un arte humano, pero decir que «le basta» puede favorecer al engaño, pues insisto en que nada nos resulta tan difícil como el ejercicio de las maravillosas artes humanas. Yo elegí el teatro a pesar de que apenas puse un pie en la tierra me sentí irrefrenablemente atraído por la literatura. Es que los timos no somos ajenos al azar ni lo tenemos tan en descrédito como los humanos, ya que el azar, para nosotros, es la causalidad divina. Y el bendito azar quiso que las artes teatrales se cruzaran en mi camino y, costosamente, me enseñaran cómo dejar de ser un timo. Un dato más: un humano puede volverse timo; doy un caso: Carlos Castaneda, y propongo la lectura de su libro más disparatado a la luz del sentido común humano, El arte de ensoñar, allí están las claves, para quien sepa leerlas, de cómo volverse un timo. Que se entienda, no hago un encomio de Castaneda, pues más que antropólogo o aprendiz de brujo, es un gran escritor de ficciones, y es en ese plano, en él de la ficción, que ha creado singularidades que le han permitido transformarse en timo y ser recibido en nuestro mundo, donde ahora vive en paz y sin la necesidad de todo el dinero que junto entre los hombres.

Pero volvamos a «El acabose», a la mesa que interpuso DS entre Ibañez, Oliverio y yo. Debía reactivar mi fenotipo; ya había intentado la telepatía sin hacerlo y el asunto no había funcionado bien. Mi confesión telepática con Oliverio se había propagado sin control a las mentes de todos los presentes, incluido Ibañez, la última persona de cualquiera de los mundos a la que yo le hubiese confiado mi verdad. Me acuciaban entonces varias acciones: En primer lugar, tenía que desenmascarar a Ibañez pues se me hacía que no era lo que parecía; en segundo, me urgía borrarle la memoria o, en su defecto, alterársela; y en tercero, adeudaba a mi gran amigo Oliverio toda la verdad, claro que también se la debía a DS dado todo lo que había hecho por mi hijo, pero con Oliverio la deuda tenía otra textura, una textura trabajada por el tiempo y por la afinidad.

DS iba ya por el segundo saque cuando me sentí en condiciones de hablar.

– Ahora amigos haré algo que tal vez los incomode – dije mirando primero a Oliverio y luego a DS.

– Se va a tirar un pedo, cuidado – acotó Ibañez y soltó una risita que DS acompañó sin inhibiciones.

Oliverio, sin dejar de mirarme como a un aparecido, le dio otro gran trago a la botella de whisky. Luego lanzó una inopinada bofetada con el envés de su manota a Ibañez, partiéndole los labios.

– No lo soporto más – y tomándolo del cuello con una fuerza impensada para un viejo, lo atrajo hacia sí por encima de la mesa -, si no te callas te romperé la cara a golpes…

– Cálmate amigo, déjamelo a mí…

– ¡¿Amigo?! – exclamó soltándolo como a un muñeco sobre la silla – ¿Me dices «amigo»?¿Me arrastras a una aventura insensata que no dudo en financiar en honor a la amistad y de pronto me encuentro con que no eres quien me has hecho creer que eres durante décadas, y aún tienes el tupé de llamarme «amigo»?

– ¡Qué timo ladrón, encima le sacó guita! – comentó Ibañez sin tiempo para reír pues esta vez Oliverio lo noqueó con un directo al mentón.

Ibañez y la silla dieron con el piso.

– Bien, ahora es tu momento – dijo Oliverio con fuego en los ojos.

– Yo no lo contradeciría, el anciano tiene la pegada de Tyson – dijo DS y se dio el tercer nariguetazo.

Sin pensarlo más me puse de pie y empecé a realizar las ocho palmas madre del bagua Zhang de estilo cheng. Fui entonces el fiero tigre bajando de la montaña; y el silente mono blanco que ofrece su melocotón; fui el enorme Roc que interpone sus alas entre el cielo y la tierra; y el león que abre sus fauces y no ruge; y el oso negro que muestra sus garras; y también abrí la ventana para mirar la luna y atraparla con las manos y fundirla como a una niña dormida contra el pecho; luego señalé el cielo y perforé la tierra con mi ser.

Fui todo eso ante la atónita mirada de Oliverio y DS, ya que la recuperación del fenotipo timo por medio de las ocho palmas suele resultar un espectáculo impactante. En efecto, DS y Oliverio atestiguaron como me transformé en otro tipo sin que cambiase ni un ápice mi constitución antropomórfica. Para darle una idea al lector debo remitirlo a su experiencia personal pues la impresión provocada es similar a la que los humanos sienten ante un psicótico poseído por otra personalidad o ante un actor eximio encarnando un personaje. Yo he experimentado los dos casos y siempre me ha dejado absorto el contraste entre la fisonomía y la expresión que la pone al servicio de un otro. Ese rostro familiar, conocido, de pronto expresa un mundo inesperado y en consecuencia lo familiar se torna extraño. Así se constituye para el timo Freud lo siniestro, cuando lo conocido deja de ser igual a sí mismo.

No me sorprendió entonces advertir, apenas concluí las palmas, el espanto que empalidecía los semblantes de DS y de Oliverio. Los dos permanecían absortos, las bocas entreabiertas, las manos crispadas sobre el respaldo de la silla o sobre la mesa.

– No se asusten, sigo siendo yo pero sin….cómo explicarlo… sin contenido humano; éso: ahora soy un timo puro – les dije y me senté.

DS soltó el canuto con el que tomaba cocaína sobre la mesa. La esfinge de Evita se desplegó como un súbito enigma.

– Me parece que esta merca está cortada con LSD…paso… – dijo y de un manotazo se hizo de la botella de whisky.

Oliverio me miraba con los ojos entrecerrados. No me hacía falta conocer sus palabras para saber que le sucedía algo que un timo jamás podría experimentar, ya que el engaño es un componente fundamental de nuestra esencia. El arte de la palabra que nos distingue, la retórica, consiste en saber engañar, claro que si por engaño se entiende persuasión en tanto recurso que nos permite persistir en el ser.

– ¿Qué eres? – me preguntó Oliverio con la voz debilitada.

– Sí, conteste esa pregunta porque estoy un poco desorientado – intervino DS -, yo ya no sé si usted es paraguayo o extraterrestre.

–  Antes necesito que levanten a Ibañez del piso, debo desactivarlo.

DS lo reacomodó en la mesa. Los golpes de Oliverio habían dejado rastros indelebles en la cara del cazador de extraterrestres. Tenía un corte que le cruzaba los labios y la mandíbula desencajada.

– ¿Me escucha Ibañez? – le pregunté acercándome por encima de la mesa – ¿Me escucha?

Ibañez permaneció en silencio pero sin convencerme. El movimiento de sus globos oculares bajo los párpados y su ritmo respiratorio no se condecían con el estado de conciencia que quería figurar. El cazador me escuchaba.

– Ibañez, cuénteme su historia.

Ibañez entonces abrió los ojos y me miró inexpresivamente. Luego dijo con un tono de voz mucho más solemne que él que había usado hasta ahora:

«Soy argentino y peronista, hijo natural del juez de paz Julio César Urien, creador de la Logia Anael, a partir de un acuerdo entre Perón y el presidente brasilero Getulio Vargas a mediados de la década del cincuenta, casi al mismo tiempo que yo nacía. Mi madre, Eva Isabel Ibañez – a la historia le gusta jugar con los nombres – fue ama de llaves en la casa de mi padre, que si bien la amaba no tuvo el coraje de blanquear la situación. Su militancia peronista, su profesión y la moral imperante en aquella época, fueron los atendibles obstáculos que opuso y por los cuales jamás me reconoció «oficialmente». En su descargo debo decir que jamás dejó de preocuparse por mi crianza y mi educación, y si bien no fue un padre amoroso y presente, siempre estuvo al tanto de mis necesidades y las de mi madre.

Para comprender la razón del nombre de la logia hay que retrotraerse a los finales del siglo diecisiete y posar la mirada en Giuseppe Balsamo, el Conde de Cagliostro, fundador de la masonería egipcia, que a lo largo de los siglos siguientes se instala en los medios masónicos y ocultistas, influyendo en personajes tan variopintos como Madame Blavatsky o Licio Gelli, el venerable de la logia Propaganda 2. Mi padre extrajo el nombre de la logia del catecismo de la masonería egipcia, redactado por el propio Cagliostro y cuya primera página dice…»

A Ibañez se le pusieron los ojos en blanco y la frente se le llenó de sudor. Mientras hablaba, se le formaban burbujas de sangre y saliva entre los labios.

«¿Cuáles son sus trabajos?

Conocí el fondo de mi orgullo, asesiné el vicio, pude obtener el conocimiento de la primera materia…

¿De cuáles autores sacó estos conocimientos?

En ninguno; los más estimados, los más ordenados son falsos y apócrifos; todos los libros que hablan de éso contienen sólo mentiras, sin exceptuar a los filósofos verdaderos, como Moisés y Juan. Estos escritos no les pertenecen, los alteraron, los malinterpretaron.

¿A quién debe dirigirse uno para ser iluminado?

Salomón se enteró por nosotros que hay que recurrir a los elegidos superiores que rodean al trono de Sublime Arquitecto del universo. Estos seres son los siete Ángeles que dirigen los planetas.

He aquí sus nombres:

1. Anael, al Sol.

2. Miguel, a la Luna.

3. Rafael, a Marte.

4. Gabriel, a Mercurio.

5. Uriel, a Júpiter.

6. Zobiachel, en Vénus.

7. Anachiel, en Saturno.

Mi padre le propuso el nombre Anael a Perón y el viejo no dudo en aceptarlo porque confiaba plenamente él, pues a ningún ser sensible y patriota se le ocultaba que mi padre era un ser iluminado. Con sólo posar sus dedos sobre una persona podía percibir su carga magnética. No perdía tiempo en leer los expedientes para expedir sus fallos, pues le bastaba con colocarlos bajo su axila para asimilar todo el texto en cuestión de segundos. Yo heredé esa capacidad y otras, y habría podido llegar muy lejos, pero siempre me ajusté a la misión que mi padre me encomendó siendo un niño.

Corría el año 1965, yo tenía diez años y vivía en una casa que mi padre le había comprado en secreto a mi madre, mientras ella seguía trabajando como su ama de llaves. No me visitaba muy seguido ya que su trabajo como juez, su militancia y su práctica ocultista lo absorbían por completo. Pero cada visita suya lograba marcarme duraderamente. Para el día del Niño de ese año, se acercó a la casa con regalos y mantuvo la primera charla de «hombre a hombre» conmigo. Después de posar sus dedos sobre mi frente, con los párpados entornados y temblorosos, me dijo que no todos los seres estaban destinados a ocupar los primeros planos de los grandes sucesos o a servir de portavoces de las grandes revelaciones, y que ése era mi caso.

– Tu luz sólo la percibirán ciertos seres de los que tendrás que ocultarte, pues no es bueno, mi hijito – así me decía, mi hijito, con las dos «i» – que te descubran. No es bueno porque tú eres un guardián, un guardián secreto de la doctrina antiimperialista – también lo decía con las dos «i» -, mágica y justicialista. Escúchame con atención, el universo se nos aparece como un enigma físico porque sólo nos es dado percibirlo así. Pero hay infinitas realidades yuxtapuestas e infinidad de seres que pueden viajar entre ellas. Será tu misión en esta vida combatir a los timos, una raza de otra dimensión que ya tiene su primer enviado entre nosotros y al cual estoy tratando de combatir pese a sus grandes poderes. Su nombre verdadero es Daniel y creo que ha sido cooptado por la CIA.

Dichas esta palabras tomaba mi mano, la ponía en su axila y me hacía repetir todo lo que acababa de decir, palabra por palabra, y cuando estaba satisfecho con el resultado, ponía sus dedos en mi frente y musitaba «Ahora no entiendes pero queda grabado con fuego».

Semanas después volvía del colegio cuando me encontré a mi padre charlando en la sala con un hombre sumamente estrafalario que me miró con sus filosos ojitos celestes y luego me hizo una serie de preguntas extrañas que no recuerdo haber contestado. Era Daniel.

– Es un ser de luz – le dijo a mi padre que de inmediato me pidió que los dejara solos porque tenían que hablar cosas de hombres.

Yo me fui a mi habitación que era contigua a la sala y pegando la oreja a la pared escuché la conversación que mantuvieron. Mi padre había dejado de llamarlo Daniel, ahora lo llamaba Lopecito que se mostraba empecinado en acompañar a la señora a España como representante de la Logia con el propósito de limpiar el entorno del General, plagado como estaba de arribistas y zurdos sionistas. Recuerdo la disputa palabra por palabra puesto que poniendo una mano en la pared y la otra en la axila podía grabarla «a fuego», tal cual me había enseñado mi padre.

Cuando Lopecito se retiró, mi padre me llevó aparte.

– Escúchame con atención – me dijo con los ojos desorbitados -, muy pronto se te encomendará la primera misión, viajarás a España con tu madre y con otros señores para guiar y proteger a nuestro líder, al general Perón. No pierdas de vista a Daniel.

A partir de ese momento, mi padre, me visitó cada quince días para iniciarme en los ritos esotéricos aggiornados a partir de la lectura del Picatrix y de los demás textos que componen el Corpus Hermeticum, textos que asimilé con las axilas tal cual lo hacía mi padre. Las enseñanzas también incluían el desarrollo de la capacidad para detectar timos y la habilidad para matarlos.

En 1966 tuvimos el último encuentro antes de que me mudara a España con mi madre. Posando los dedos de sus manos en mis sienes, me dijo lo siguiente: » Llegado el momento deberás protegerte, tal vez hasta tengas que esconderte pero llegado el momento harás toda la justicia que se deba hacer. Estos son los números, memorízalos: 34.5564537, 58.485174, 96.1989, 35.0167, 64.0500, 21.122012. «

Esa fue la última vez que vi con vida a mi padre…»

Dijo Ibañez y se puso a llorar como un niño.

Oliverio me miró con cierto fastidio.

– ¿Qué estamos escuchando? – me preguntó dando un golpe en la mesa.

– Historia argentina contemporánea – le contesté.

DS tomó el billete de la mesa y lo desenrolló. Miró la esfinge de Evita y sonrió.

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3 Responses to “Hijos de Maro (Entrega 24)”

  1. Innombrable says :

    un buen capitulo, en el que sacas a la luz la historia…
    bien guiado, bien estructurado.
    como siempre, un placer leerlo amigo.
    un gran abrazo y a esperar el proximo.

    carlos

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