Hijos de Maro (Entrega 23)

Una entrega más de la novela «Hinos de MAro», a continuación, sólo con pulsar  en el número correspondiente podrán leer algún episodio anterior: 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

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Son muchas las cosas que debo corregir, como el señor Parpajo en el relato de EP Puntos del otro – que pueden leer en su blog (http://enriquepagella.blogspot.com.ar/2012/11/puntos-del-otro.html); lo ha subido Juan Carlos «Soplete» Molinari hace unos días con el final que no tenía; en su face hallarán el link: http://www.facebook.com/soplete.parajuancarlos.

Son muchas también las cosas que han sucedido mientras surcamos la pampa argentina en el motorhome de Oliverito.

Debo confiarles, amables lectores, que he demorado la aparición de esta entrega porque me siento profundamente confundido y cansado. Y no sólo porque todo se ha complicado sino porque el rumbo de los acontecimientos me impone un único recurso: decir la verdad, pero no la verdad general, la verdad grande y esclarecedora que intenté en alguna entrega sino la personal, la que sólo puede adquirir forma a través de lo que ciertas religiones y la maquinaria jurídico policial denominan «confesión».

Empezaré por las correcciones, se necesita menos valor. En mi última intervención – capítulo 19 – aseveré lo siguiente:

Para finalizar esta entrega, informaré que EP ha culminado la traducción del texto que le dicta Snuflk Karlto o lo que quizá sea lo mismo, Snuflk Karlto ha dejado de dictar. En suma, esa parte de la novela ya tiene un fin; y mi querido EP pronto volverá a su vida. En este mismo instante, duerme en compañía de DS, quien ya me ha manifestado su decisión de abandonarnos en el primer pueblo más o menos decente que encontremos.

En la próxima entrega, estimados lectores, publicaremos el primero de los últimos tres capítulos de Hijos de Maro. Claro que si no nos atrapa la policía.

Si bien es verdad que Snuflk Karlto dejó de dictar, la novela no concluyó – pensé que el siguiente párrafo era el final de Hijos de Maro, lo transcribo, pertenece a la entrega 19:

Yo era Enrique Pagella, aquel que podía escuchar a los fantasmas.

Advertía entonces que aún tenía los ojos cerrados y comprobaba que no los podía abrir; el guerrero había desaparecido tras los párpados. Las formas que distingue la piel regresaban tras las que perciben los oídos, para discernir nuevamente el sonido que propalaba la pantalla y la inestabilidad de la luz que emitía. Pero por más que intentara abrirlos, mis párpados se empecinaban en su voluntad y cada vez se me adelantaban los labios y la lengua, desuniéndose y moviéndose.

– Vuelvo a la vida – me escucho decir circunspecto, anhelando oír nuevamente las queridas voces de Roberto Ruppi, Oliverio Zacarías y David Solana.

Aquí se detuvo el monólogo onírico de EP y supuse que Hijos de Maro también; planifiqué, en consecuencia, tres pequeñas entregas comentadas. Pero no fue así. EP permaneció dormido y en silencio durante dos días para luego y de pronto seguir monologando, pero ya no el relato que le dictaba el niño de los cabellos dorados sino lo que él mismo estaba viviendo en «sueños».

Durante esos dos días Oliverio Zacarías le realizó los análisis médicos pertinentes, análisis que detectaron una ausencia total de actividad onírica y un regreso de los índices vitales del organismo de EP a la normalidad, excepto en un aspecto: su masa muscular. En efecto, ya que durante esas dos jornadas, su musculatura se desarrolló como si en los meses que permaneció «dormido» se hubiese ejercitado en un gimnasio; fenómeno al que no le hayamos explicación científica aunque sí literaria, por decirlo de alguna manera, explicación cuya sustancia podrá deducir el lector atento al decurso de la novela, explicación que, como se verá más adelante en esta entrega, me incluye como protagonista y que cuando abra el capítulo «confesión personal» adquirirá dimensiones extraficcionales que echarán, paradojalmente, luz sobre la ficción.

Pero volvamos a los sucesos. Apenas creí concluida la novela me comuniqué con LK, la mujer de EP, para darle la buena nueva y combinar con ella el reencuentro con su marido y una anulación de la denuncia debido a la cual la policía nos estaba buscando. LK, no muy convencida, aceptó estas condiciones y quedamos en encontrarnos tres días más tarde en un lugar cercano al límite tripartito entre las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Córdoba. Juan Carlos «Soplete» Molinari sería el encargado de llevarla desde Banfield a este sitio.

Todo marchaba estupendamente. Al final del segundo día de silencio, decidimos hacer un alto en el camino. No sabría informarles exactamente dónde estábamos pero para que se den una idea, transitábamos una ruta que hendía la pampa; de seguro nos hallábamos en una región cercana al límite entre las provincias de La Pampa y Córdoba.

La pampa argentina es un territorio inmenso cuya superficie excede sobradamente a la de la provincia del mismo nombre. En idioma quechua pampa significa «campo raso», nombre que hace justicia al terreno, que es absolutamente plano e incluye zonas secas y áridas en sus contornos y descomunales llanuras con pastizales en su interior. La extensión de dicha región es tan grande que casi duplica a la del Paraguay, mi país natal. Uno puede andar días y días viendo el mismo paisaje, llanuras verdes que se dilatan a ambos lados de la ruta hasta cortarse en el lejano horizonte; sabanas apenas moteadas por pequeñas islas de árboles o rebaños de vacas que pacen filosóficamente diría yo, o por los tradicionales e imponentes sembradíos de trigo o maíz, cuando no de soja, cultivo nocivo para la tierra, que se le está imponiendo a los otros dos debido a la facilidad con que crece dicha plantita, y a su alta rentabilidad.

Otro aspecto maravilloso son los cielos diurno y el nocturno. Escribo cielo y no cielos pues no está fragmentado por nada. Uno puede dar un giro completo sin dejar de contemplar su magnitud. De día luce celeste, brillante, límpido, muchas veces surcado por majestuosos tropeles de poderosas nubes blancas que adquieren todas las tonalidades del gris cuando traen bramantes tormentas eléctricas. De noche el espectáculo es mágico ya que todas las estrellas del universo brillan al amparo de una luna argéntea, que esplende mucho más que en cualquier otro sitio del mundo.

Así era el cielo de esa noche cuando nos detuvimos en un lúgubre parador cuyo cartel apenas titilaba defectuosamente a un costado del camino. Ya nos habíamos quedado sin provisiones y necesitábamos comer, estirar las piernas y respirar un poco de aire pampeano. A todos nos pareció sumamente simpático el nombre del parador: «El Acabose».

DS decidió quedarse en el motorhome, cuidando de EP. Planeamos relevarlo media hora después y nos introdujimos en el local que estaba absolutamente vacío. Era un pequeño bar con cinco mesas y un ventanal sucio que enmarcaba a los dos surtidores de nafta sobre la ruta. El mostrador era de formica agrietada e inflada en los bordes. Bajo el mostrador se desplegaba la heladera en cuyo interior iluminado se veía a un pálido cerdito sobre una bandeja metálica. Nos llamó poderosamente la atención que dicho cadáver fuese el único alimento visible. No se exhibían comestibles ni bebidas sobre el mostrador, tampoco se las divisaba en las repisas dispuestas en la pared. Para colmo la iluminación mortecina provocaba la ilusión de que todo allí dentro estaba cubierto por una delicada ceniza. Oliverio descubrió en una pared lateral una pequeña nota periodística enmarcada que nos maravilló. Era de un diario de la zona llamado «El revisor». El titular rezaba «Dueño del parador «El Acabose» caza extraterrestre». El reportaje estaba fechado el 22/12/1999 y lo ilustraba una foto donde se veía a un hombre de unos treinta años, calvo y algo jorobado que apuntaba con una escopeta a otro hombre que tenía los ojos vendados y que vestía pantaloncitos Adidas y musculosa Nike. Era un hombre de dos metros de estatura, flaco, de aspecto sajón, al que el dueño del parador ceñía por el cuello como a un perro, con una cadena. El epígrafe de la foto nos informaba que había sido sacada por Ibañez con el celular antes de ingresar a la comisaría.

El reportaje era extenso, ocupaba dos páginas. Narraba los sucesos acaecidosdos semanas antes, la noche del 6/12/1999 en las inmediaciones del predio del parador. A las 22 hs. Maximiliano Adalberto Ibañez, el propietario, escuchó «un ruido parecido al de un ventilador viejo pero gigante» proveniente de la lomada que se despliega detrás de «El acabose». Alertado buscó su escopeta y salió por la puerta trasera, viendo una moto detenida en el aire, a cinco metros del piso – anoté en mi libreta las palabras de Ibañez tal cual las citaba el entrevistador: «La moto flotaba como una nube y en la moto estaba este tipo que me hablaba sin mover los labios, su voz sonaba dentro de mi cabeza, y me decía que se le había averiado la nave y necesitaba ayuda, y que por éso me pedía por favor que le vendiese veinte pilas medianas y dos atados de Marlboro.»

Ibañez no se detuvo a pensarlo mucho: «Ese tipo era extraño, además de flotar en una moto tenía un acento medio yanqui y le brillaban los ojos; me pareció raro y le dije que yo atendía por adelante, que bajara y entrara al negocio, que ahí le iba a vender todo lo que él quería. Pero como se empecinó en que lo atendiera por atrás, le apunté con la escopeta y le dije que me parecía que no estaba en condiciones de exigir nada. Entonces me dijo que era ya no sé de qué planeta y que no me hiciese el valiente porque me podía hacer estallar la cabeza con la mente. Ahí nomás le pegué un tiro que esquivó agachando el cuerpo, cosa que le hizo perder el equilibrio y caer como una bolsa de papas frente a mí».

Ibañez se le acercó apuntándole con la escopeta y notó que el extraterrestre no manifestaba dolor y que tampoco presentaba heridas, pudiendo ponerse de pie inmediatamente. «Fue ahí que me empezó a mirar con sus ojos dorados y a provocarme un dolor de cabeza insoportable. Este no me va a hacer estallar la cabeza un pito, pensé y acto seguido le di un culatazo en la cara y lo desmayé. Luego le vendé los ojos para que no me mirase más, le até las manos a la espalda y le puse una cadena al cuello para llevarlo a la comisaría del pueblo en la camioneta. Antes de irnos me acordé que la moto seguía flotando en la parte trasera del negocio; fui y le di un escopetazo en el tanque de nafta pero apenas se abolló; acto seguido le dirigí otro disparo al mismo sitio con él que sólo logré sacarle pintura y chispas; como tenía pocas balas, observé detenidamente la moto y advertí que era un poco diferente a las motos usuales. Las ruedas, por ejemplo, no eran ruedas sino una prolongación del chasis del tanque de nafta; el manubrio también presentaba diferencias, tenía un montón de lucecitas que titilaban como las de un arbolito de navidad y era más corto y recto; supuse que allí estaba el punto débil y disparé pero sin puntería; entonces me calenté y apunté con furia; hija de mil putas, te voy a hacer cagar nave del espacio sideral, te voy a hacer cagar y solo por invadir el espacio aéreo argentino, yegua puta, pensé antes de disparar y dar en el blanco, en el centro del manubrio, provocando una explosión silenciosa, sólo de luz, de una luz blanca tipo tubo fluorescente que duró dos segundos o algo más, incluida la súbita implosión que se tragó a la moto».

En la última parte del reportaje, Ibañez cuenta lo que aconteció en la comisaria: «El comisario Papalardo es un auténtico idiota, un inútil, que está al servicio del gobierno secreto de los extraterrestres cuyo nombre no me puedo acordar porque este tal James Balfour, el nombre que le dio al comisario, me lo dijo una sola vez y luego lo negó sistemáticamente, alegando y probando ser ciudadano norteamericano de vacaciones en la Argentina, pues exhibió su pasaporte y presentó los recibos del hotel en donde se hospedaba en Ranqueles, provincia de Córdoba, a unos cien km de aquí. Este extraterrestre que ahora se hacía el humano alegaba haber sido secuestrado por tres piratas del asfalto en Ranqueles y solo por diversión. James aseguró que no le querían robar nada, ni siquiera la moto que se había comprado para recorrer «el bello país» que tenemos, sino que lo obligaron a salir de juerga con ellos en el camión que usaban para consumar sus tropelías. Subieron la moto a la caja y a James se lo llevaron adelante, donde no llegaron a violarlo porque se los impidió la falta de espacio, logrando, eso sí, emborracharlo con ginebra que le hacían beber a punta de pistola. Luego salieron del pueblo y tomaron una ruta solitaria y en el primer parador que encontraron se detuvieron para destruirlo sin herir a nadie ni robar nada. Entraban armados con ametralladoras y revólveres y hacían salir a todos menos al dueño al que ataban en una silla para que observara cómo le hacían pedazos todo el local al grito de «¡La propiedad privada es un robo!». Al extraterrestre le dieron un hacha y lo obligaron a destruir una heladera de Coca Cola.

Después de arrasar este parador montaron el camión y bebiendo y gritando se internaron en la ruta y anduvieron horas enteras sin hallar algo para diezmar. El extraterrestre afirmó con dotes de actor consumado ante el inservible del comisario que poco a poco los piratas pasaron de la euforia a una disputa, al parecer por viejas diferencias no resueltas. En consecuencia detuvieron el camión en medio de la ruta y bajaron a zanjar las cuestiones a las trompadas pero los tres al mismo tiempo, todos contra todos. Fue este momento que usó el extraterrestre para bajar el sólo la moto y huir, cosa que el forro del comisario prefirió creerle, desechando de plano mi verdad. Cuando le dije que la moto no era una moto sino un OVNI y que volaba, se rió y me recomendó dejar la bebida; cuando insistí y le conté cómo había atrapado al extraterrestre y cómo había desaparecido la moto, volvió a reírse y me dijo que si además de beber también me estaba drogando, tenía que hacer un tratamiento de rehabilitación urgente porque por lo que acababa de escuchar la droga no me volvía loco sino boludo y eso, la boludez extrema, era mucho más peligrosa que la locura. La sangre ya me velaba la mirada y se me había recalentado la escopeta en la mano pero aún pude contenerme y escuchar al extraterrestre que adujo haber andando sin rumbo con la moto hasta dar con el parador de Ibañez justo al mismo tiempo que divisaba a lo lejos unas luces de un camión que se acercaba, debido a lo cual se escondió en la parte trasera de «El acabose» donde yo lo recibí a los tiros y lo desmayé a los golpes y lo maniaté y le robé la moto».

En este exacto punto del relato Ibañez perdió el control de sí mismo y empezó a disparar al comisario y al extraterrestre, que se parapetaron tras un escritorio. La balacera despertó a la dotación de la policía, tres agentes que en ese momento dormían en el único calabozo, aprovechando que no estaba ocupado por ningún reo. Media hora después, Ibañez ya sin municiones fue atrapado por los policías que después de propinarle una feroz golpiza, lo encerraron inconsciente.

El reportaje culmina informando que «el extraterrestre James» fue dejado en libertad, que la moto no apareció en ningún lado y que James, por acción del dirigente político y abogado, Luis Zamora, abandonó la comisaría diez días después con una causa por secuestro, robo, desacato, intento de homicidio, toma de una comisaría y cuantiosos daños materiales.

2

Tanto Oliverio como Oliverito, su novia y yo leímos en silencio todo el reportaje enmarcado en la pared. Deben de haber transcurrido unos veinte minutos, o algo menos quizá, hasta que nos miramos sorprendidos y sonrientes – debo realizar mi primera confesión: A mí el reportaje no me había causado ninguna gracia. Cuando nos volvimos no sólo el cerdito de la heladera bajo el mostrador nos miraba con los ojos helados, porque también estaba Ibañez contemplándonos.

– Buenas noches, ¿qué quieren?- dijo con expresión adusta y sus increíbles ojos grises.

– Estamos buscando algo para cenar – contestó Oliverio acercándosele.

– ¿Qué hacen por aquí? – preguntó Ibañez al tiempo que nos transitaba con la mirada.

– Pues estamos recorriendo la Argentina en el motorhome que me ha regalado mi padre – dijo Oliverito señalando a su padre.

– Y nos hemos quedado sin alimentos – agregó Oliverio a un paso de acodarse en el mostrador.

– Deténgase y dé un paso atrás – dijo Ibañez al tiempo que de abajo del mostrador sacaba una escopeta con la que le apuntó a la cabeza -, atrás dije, atrás, y se me juntan todos en el centro del local.

Con el precedente que nos había dado la lectura de la nota, obedecimos de inmediato. Ese tipo era capaz de fusilarnos. Advertí que si bien no estaba en sus cabales, Ibañez sabía más de lo que que sucedía en el mundo que la inmensa mayoría de las personas, por eso la lectura del reportaje no me había causado ninguna gracia.

Es aquí donde debo elegir el relato o mi vida. La veracidad del relato en honor a su personaje principal, EP, o la intimidad de mi vida, escamoteando al lector los datos que me comprometen y que, a la vez, iluminarían el relato.

Mucha gente que sigue Hijos de Maro me ha escrito para criticar la ficción, a la que tildan de caótica por injustificada; y para amonestar también la decisión de llevar la crónica paralela de los avatares de la vida del autor y de quienes lo asistimos. Por lo general he contestado, lo sé, liviandades evasivas, amparándome en autores que han transitado este camino con excelentes resultados. O simplemente he opuesto la sencilla razón de que los hechos nos han obligado a protegernos con la publicidad de esos mismo hechos. Pero como cualquiera de las dos razones no obedecen a la estricta verdad, carecen de sustento y hasta deben haber sonado como un disimulado reconocimiento de que la novela está atravesada por un sinfín de incoherencias y contradicciones que no hemos sido capaces de neutralizar.

Muchos también son de la idea que esta crónica de los hechos en torno a la escritura de «Hijos de Maro» no es más que una ficción que se le ocurrió al autor a partir de la quinta entrega para contrastar el texto acaracolado e irresoluto de la ficción principal. Esta hipótesis sienta sus bases en la sólida evidencia científica en contra del inverosímil estado que le atribuimos a EP. Nadie, aducen, ha presentado, en la historia de la medicina y de la psicología, un cuadro clínico similar ni ninguna de las posibles explicaciones pergeñadas por Oliverio Zacarías en su momento, explican satisfactoriamente los sucesos; menos aún, agregan, las referencias a los brotes esquizofrénicos de EP, por los cuales se cree un híbrido de extraterrestre y humano.

Algunos, con mayor agudeza, han puesto en duda la autoría de la novela. Me han escrito, por ejemplo, para decirme que yo no soy yo sino EP o Juan Carlos «Soplete» Molinari; otros se han comunicado para señalarme como el verdadero autor del texto, atribuyéndole a EP una mera existencia ficcional, al igual que a los personajes secundarios como DS y OZ.

A estos señalamientos he respondido también con argumentos sesgados. En cuanto a la autoría me he limitado a afirmar una y otra vez a EP y su trance como autores pues no doy por ficción nuestra crónica, en la que hemos escrito todos los que participamos de esta aventura. Pero en relación a la calidad ficcional o real de los hechos que narra nuestra crónica, no he podido oponer nada sustentable porque para darle verosimilitud debía desnudarme absolutamente, cosa que de seguro conspiraría contra la verosimilitud buscada y contra mi libertad.

Pero los acontecimientos se han sucedido de tal forma que ya no puedo aferrarme a ningún reparo. Debo realizar mi primera confesión: Soy el autor de la novela si por ello se entiende que me valgo de hechos reales para construir una ficción-singularidad. Si así se lo entiende, entonces sí, soy el autor, yo, Roberto Ruppi soy el autor de esta novela realista. Ya he expuesto mi teoría de las singularidades pero no he sido claro. Ahora lo soy: la ficción literaria es el portal individual; me refiero a la ficción en palabras, no a la que se despliega en imágenes – el cine ha sido desarrollado por los yanquis para que la tiranía de las imágenes clausurara el acceso a los portales ya que elaborar una ficción escrita u oral, a modo de obsesión espiritual, abre las puertas de un mundo que no se inventa sino que se devela; quien crea ficción duplica las dimensiones en las que vive pues contribuye poderosamente a la alteración del espacio tiempo individual, plegando su manto.

Lo que sucedió en «El acabose» ilustra con plenitud mis aseveraciones. Ibañez nos había juntado a todos en el centro del local a punta de escopeta y ya daba una vuelta a nuestro alrededor. Nos husmeaba como un sabueso pero con sus filosos ojos grises. Primero se detuvo en Oliverio.

– Usted es humano – sentenció y dio un paso hacia la novia de Oliverito.

– Vos también – dijo apenas la miró.

– Y vos – dijo al detenerse frente a Oliverito – sos un bello ejemplar humano pero dudo que seas hijo de él – afirmo señalando a Oliverio.

– Soy su padre adoptivo – señaló entonces Oliverio.

– Muy bien – evaluó Ibañez y se acercó a mí -, muy bien – reiteró y me clavó su mirada – ¿Cómo te llamas viejo?

– Roberto Ruppi – contesté seguro de que ya no tenía escapatoria alguna.

Ibañez dio entonces dos pasos hacia atrás y me apuntó con mayor dedicación.

– Señores, no creo que lo sepan, pero este personaje no es humano, es un extraterrestre y de los peores, es un Timo.

Oliverio, Oliverito y su novia, los tres me miraron cómplices y sonrieron.

– Mire Ibañez, yo lo conozco hace décadas y si bien es un tipo bastante raro le aseguro que es humano – dijo Oliverio sin disimular en su rostro el pavor que sentía.

– Se equivoca, yo los siento, son iguales a nosotros, son idénticos y pasan por seres respetables pero están aquí por una sola razón, quieren quedarse con Argentina porque saben que de aquí saldrán las fuerzas que se le opondrán en su afán de dominar el mundo – dijo Ibañez y continuó ya sin freno -; el primero que vino al mundo lo hizo un 17 de octubre de 1916, fue el brujo López Rega, el Timo que envenenó para siempre al peronismo, dominando a Perón y a la segunda yegua Iota, otra de las razas extraterrestres que se disputan el mundo. La primera yegua Iota fue Evita, a la que no le cayó muy bien el ecosistema planetario y se consumió, gracias a Dios, porque si hubiese vivido los ciento veinte años que suelen vivir, este país ya sería una trinchera feminista marxista, como quiere la yegua actual, que es humana pero que se ha vendido a las Iotas que comanda Tara.

Dichas estas palabras el silencio se posó denso sobre nosotros. Oliverio me buscó la mirada como implorándome que la verdad fuese otra.

– ¿Qué está pasando amigo? – atinó a preguntarme sin que yo pudiese articular frase alguna.

– Está pasando que este señor es un Timo y los ha convencido de alguna locura – dijo Ibañez y agregó ya con el gatillo presto -, esta bala que te voy a meter es argentina, Timo hijo de mil putas…

Ibañez me apuntó a la cabeza y cuando estaba por disparar cayó como un pelele al suelo. Detrás estaba DS con el bate de beisbol de Oliverito.

– Yo le creí todo – dijo DS – pero no puedo permitir que se mate a un ser vivo a sangre fría.

Oliverio de inmediato se me vino encima.

– Este hombre parecía saber de qué hablaba, ha mencionado a los Timos y a las Iotas y no creo que haya estado leyendo «Hijos de Maro» – me dijo.

– Es algo que debemos hablar en privado – le contesté.

– Y después – agregó DS -, EP está narrando otra vez pero a una velocidad impresionante, no se entiende nada de lo que dice.

– ¿Encendiste el grabador? – le pregunté.

– Sí.

– Quédate aquí, vigila a este hombre, ven Oliverio .

Cuando salimos del local advertimos que un resplandor apenas perceptible envolvía al motorhome antes de diluirse por completo. Advertidos nos detuvimos en la puerta y afinamos los oídos tratando de escuchar el relato de EP, pero nada se escuchaba.

– Roberto – me dijo entonces Oliverio -, hasta ahora te he seguido sin preguntas pero creo que es hora de que me digas toda la verdad.

– Espérame un poco, veamos cómo está EP y luego hablamos – le dije y me adentré en el motorhome.

EP no estaba en la cucheta. Allí sólo hallamos el grabador digital. Luego buscamos en el baño y en cada resquicio sin hallarlo, debido a lo cual regresamos al local y dimos la buena nueva a DS que pasándome la escopeta se fue con Oliverito y su novia a rastrear a EP en los alrededores de «El acabose».

DS había atado a Ibañez a una silla con una soga que había encontrado por allí. Oliverio encontró un botiquín de primeros auxilios y se disponía a limpiarle la herida que le provocó DS, cuando nuestro prisionero recobró el conocimiento.

– Es ahora cuando me matás ¿No? – me dijo con odio.

– No te mataré, nunca he matado a nadie – le contesté.

– Olvidaba que no hace falta que te ensucies las manos…

– ¿De qué hablan? – preguntó Oliverio, visiblemente molesto.

– El señor es un Timo, con sus palabras puede lograr lo que quiera, puede hacer que te suicides, por ejemplo. Para combatirlo hay dos caminos, no escucharlos o cortarles la lengua y luego matarlos – aleccionó Ibañez a Oliverio sin dejar de mirarme -; eres de los peores – me dijo entonces -, peor que el primero que cacé.

Oliverio entonces se me acercó y poniéndome una mano en el hombro, me susurró al oído: «Si eres un maldito extraterrestre como dice este tipo, no tengo problema porque sé que eres un buen hombre o alienígena o lo que seas, pero quiero saber ya mismo en lo que me has metido». Para contestarle usé mis poderes telepáticos pero sin dejar de mirar a Ibañez pues no quería que lo advirtiese. Mientras tanto le dije a Oliverio que en efecto era extraterrestre pero no en el sentido convencional; le dije que los extraterrestres no proveníamos de otros planetas sino de otras dimensiones cuyo acceso sólo la ficción literaria facilita; y para finalizar le realicé la última de las confesiones, la que devela una verdad vital para mí y para esta historia, en fin, le confesé telepáticamente a Oliverio, como lo hago por escrito ahora con ustedes, los lectores, que soy el padre de EP.

Oliverio se puso pálido y los ojos se le llenaron los ojos de lágrimas.

En ese instante entraron a «El acabose» Oliverito, su novia y DS.

– No está en ningún lado, se esfumó – informó DS -, y un dato más por si les interesa, en la parte de atrás hay una moto levitando a cinco metros de altura.

Ibañez lanzó una carcajada y me miró.

– Esto se ha puesto lindo, eres el padre del que será llamado «Nuevo Mesías»; no creí jamás que se me depararía semejante honor – me dijo irónico -; pero deberás tener en cuenta algo si decides mantenerme vivo, que en cuanto te descuides te mataré.

 

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