Hijos de Maro (Entrega 21)

Por Enrique Pagella

«Hijos de Maro» continúa, su autor aún no desfallece. Les presentamos la nueva entrada de la novela. Si desean leer algún episodio anterior, opriman en el número correspondiente: 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

 

Es seguro que estoy en la fortificación. Este es el mundo que me dictaba Snulfk Karlto, el niño de los cabellos dorados, al que ya he dejado de escuchar. También el dios que sonaba en mi mente me ha abandonado. Estoy solo en este mundo que traduzco noche a noche en pos de una novela, propósito que ahora, mientras soy llevado en andas por dos guerreros, se torna estúpido y macabro, ya que este mundo es tan real como el mundo real, pues aquí también puedo preguntarme si no me habré vuelto loco o si lo que me sucede es apenas un extraño coma vegetativo que me permite hablar, o si tan sólo estoy irrumpiendo en algo ya creado, preexistente; o si simplemente soy víctima de mi propia creación, o si estoy soñando.

Entramos a un gran hangar rodeado de entrepisos desde los cuales soy insultado y abucheado por los Hijos de Maro. Los guerreros que me acarrean advierten a los gritos que no soy un dios sino un timo. No sé qué es ser un timo pero apenas me vocean como tal, se acallan los improperios bajo un silencio apenas rasgado por los roces que provocan cientos de hombres tapándose los oídos.

Poco a poco me viene a la mente lo dictado por Snulfk Karlto. Esta fortificación es la mesnada, donde me he, por decirlo de algún modo, materializado. ¿Materializado?

¿Qué será de mi mientras narro? ¿Qué pensarás Roberto, viejo amigo, de lo que dice mi voz? ¿Mi cuerpo todavía está allí? ¿A qué explicación científica acudirás Oliverio para explicar este mundo en el que soy llevado en andas por dos tipos de dos metros de altura? ¿Y vos, David? ¿Pensarás que fabulo y confabulo al punto de diluir cualquier noción de subjetividad, incluso la del lector?

Estoy atravesando un portón monumental y de pronto veo un cielo y constato que hace tiempo no veía uno. Pero este cielo no se parece en nada a cielo alguno que yo haya contemplado antes. Pues me llevan en andas bajo un cielo color lila. Grupos de guerreros al trote se nos adelantan por los costados, al tiempo que los gritos se multiplican y unas aves de tamaño amenazador abandonan las copas amarillas de los enormes árboles de hojas redondas que hienden el cielo. Pronto abandonamos el camino y cruzamos un pastizal índigo, al cabo del cual se elevan las dunas de oro en polvo. Estamos entrando al territorio del Necesario. El brillo dorado del metal enrarece el aire de este desierto deliberado y la luz de un sol que de pronto se me presenta cobrizo, me imponen la esperanza de que todo, en verdad, sea una ficción o, al menos, una enfermedad en las que morir no supere las calidades de un desenlace o del fin de un dolor. Repentinamente y entonando una canción cuya música me resulta conocida, acuciantemente familiar, irrumpe la corte de jóvenes desnudos del Necesario. No logro verlos pero puedo escuchar el estribillo de lo que cantan, en inglés. En inglés. Dice: My hands want to cut your tongue/my hands want to open your belly/my heart wants to eat your flesh/bones just leave you alone.

Ahora subimos un médano, la luz del sol cobrizo me da de lleno en todo el cuerpo. El resplandor dorado de la arenilla que sube como un incienso, me envuelve, me seca el sudor y me provoca risa. Una risa que no guarda relación con nada. Debo estar por enloquecer porque me vienen recuerdos. Ahora, en este momento en el que poco a poco los dos guerreros me devuelven a la posición vertical, recuerdo que soy hijo de un extraterrestre y una humana; y me río. Recuerdo y me río. Mi padre jamás pudo acostumbrarse plenamente a la vida en la tierra. Ahora advierto que lo de la cruz era literal. La cruz, que es una equis, está dispuesta sobre una pirámide de unos veinte metros de altura. Una pirámide de plástico y cristal. Excepto por sus dimensiones en nada se diferencia de esas pirámides estúpidas que se usan para meditar. Mi padre jamás me confesó que era extraterrestre ni yo le dije que lo sabía. Los guerreros me empujan. Comenzamos a subir la escalinata que llega a la equis de mi crucifixión. Al mirar de reojo noto que el guerrero que me escolta por derecha habla por teléfono celular. Un gigante que viste como un hoplita ateniense, lleva pegado a la oreja un móvil que apenas despega con su manota de su terrible cabeza se transforma en un pájaro metálico que se aleja volando. La imagen me reaviva la risa. El gigante me mira con temor. Lleva puesto los tapones en las orejas. Aquella noche no podía dormir. Me refiero a la noche en que descubrí que mi padre no era humano. Al diluírseme la risa descubro que estoy diciendo lo que digo, es decir, que estas mismas palabras son las que le digo al gigante que no puede escucharme. Falta poco para llegar a mi equis. Allí contaré la historia. Debo encontrar el modo de ser escuchado. No digo leído. Escuchado. Llegamos a la explanada de la equis. Al mismo tiempo convergen el Necesario, Maro y el Primero. Concluyo que un timo debe ser mucho más peligroso que un dios. Todos llevan tapones en los oídos. Maldita sea. No pueden ser tan eficientes esos tapones. Si grito quizá escuchen mis palabras. ¡¡¡ Hijos de Maro!!!, grito. El Primero y el Necesario se llevan las palmas de las manos a las orejas; Maro, que es bellísima, me contempla, según creo detectar, con deseo. Esos tapones no son tan buenos. Debo hablarle a ella. No sé qué es un timo, le grito, creo que estoy más cerca de la idea de dios que ustedes manejan, pero en tal caso debo de ser un dios menor, nada del otro mundo o si, me corrijo, bien de otro mundo. Maro me sonríe y con un gesto concita la atención del Necesario y del Primero que aún se tapan los oídos con las manos, y les dice: No es un timo, es un dios. El Necesario la mira en silencio y luego desvía la mirada hacia mí. No usa el atavío pertinente ni su cuerpo luce esmirriado, dice sin dejar de observarme, pero su sangre es roja, concluye volviendo la cabeza hacia Maro. No sólo los timos tienen sangre roja, las iotas también, acota Maro. Suena entonces una pequeña alarma. Es un pájaro metálico que se posa en la mano del Necesario y se transforma en teléfono móvil. Si lo crucificamos, dice el Primero, y es un dios, no podemos presagiar los corolarios, es la primera vez que un dios se hace carne. Ha desaparecido el guerrero recién alumbrado, él que se le parece, dice el Necesario apenas el teléfono se despega de su cabeza hecho pájaro. Se esfumó, se eclipsó dentro de la mazmorra sin violentar la trampa ni ser percibido por nadie. No puede ser, debe de haber sido ayudado, interviene el Primero. Maro se me acerca, me guiña un ojo y volviéndose hacia ellos agrega: O se ha vuelto invisible, estimados patronos. Luego se quita los tapones de los oídos y se vuelve hacia mí. Dinos quién eres, si no me convences te haré clavar por el abdomen en la cruz y me comeré tu lengua mientras te desangras, dice con infinita dulzura; quedo como hechizado por su exótica belleza – si mal no recuerdo ya ha sido descrita cuando el narrador era el guerrero desaparecido; ahora bien podría describirla yo: su cabello es naturalmente verde, verde oliva, o si está teñido no se nota, y cae en rastras sobre sus hombros; el color de su piel es rojizo, es una piel roja digamos; y sus ojos son marrones con destellos anaranjados; la piel de sus labios carnosos exhiben el mismo color rosa del pétalo de una rosa, y no está pintada; Maro debe medir un metro noventa al menos y su cuerpo es perfecto; sus senos, sus brazos, sus nalgas y sus piernas hacen alusión a los ideales. Conforme se acerca sufro una increíble erección que no puedo disimular porque para colmo sigo diciendo lo que digo y ella lo escucha, según creo, con beneplácito. Así es, porque si eres un dios quiero tener un guerrero contigo, dice mirándome a los ojos. Mi padre, le digo, no era humano. Qué es ser humano, me pregunta y volviéndose al Necesario y al Primero les pide que destapen sus oídos y que toda la tropa me escuche. Luego hace señas para que me vuelva. Al volverme descubro a toda la tropa formada al pie de la pirámide. Un millar de guerreros en formación de combate, con sus espadas y sus lanzas, con sus escudos y sus yelmos. Dinos qué es ser humano, dice Maro ahora a mi lado. Ser humano es haber nacido en el planeta tierra bajo la denominación científica de Homo sapiens (del latín Homo: hombre, sapiens: sabio) ; al ser humano también se lo llama genéricamente el hombre o los hombres, aunque ese término es ambiguo pues se usa también para referirse a los individuos de sexo masculino y las mujeres en mi planeta ahora tienen mucho poder y están reformulando el lenguaje. 

Algunos seres humanos poseen capacidades mentales a través de las cuales pueden inventar, aprender y utilizar estructuras lingüísticas complejas que les permiten expresar estructuras conceptuales complejas como las matemáticas, la ciencia y traducirlas en tecnología, capacidad que es usadas de forma paradójica, pues ponen en peligro la existencia misma del planeta. Filosóficamente, el ser humano se ha definido y redefinido a sí mismo de numerosas maneras a través de la historia, otorgándose de esta manera un propósito positivo o negativo respecto de su propia existencia. Existen diversos sistemas religiosos e ideales filosóficos que, de acuerdo a una diversa gama de culturas e ideales individuales, tienen como propósito y función responder algunas de esas interrogantes existenciales. Los seres humanos tienen la capacidad de ser conscientes de sí mismos, así como de su pasado; saben que tienen el poder de planear, transformar y realizar proyectos de diversos tipos. En función a esta capacidad, han creado diversos códigos morales y dogmas orientados directamente al manejo de estas capacidades. Además, pueden ser conscientes de responsabilidades y peligros provenientes de la naturaleza, así como de otros seres humanos. Psicológicamente los humanos son entes y/o sujetos sociales, capaces de concebir, transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos pero dicha condición social del ser humano combina factores cuya conjunción la enrarece. Pues por una lado Hijos de Maro, son gregarios. Un animal o persona gregaria es la que practica el gregarismo. El término viene del del idioma latín gregarĭus. Esto significa que sigue una tendencia a agruparse en manadas o colonias en el caso de los animales, o en grupos sociales, en el caso de las personas – mote que nos damos para enfatizar al individuo como ser irrepetible, único – la última utopía que nos queda. Yo pienso que el ser humano no es ni completamente gregario, como las hormigas o las abejas, ni totalmente solitario, como los tigres o los leopardos, sino que es más complejo y tiende a ser semigregario, es decir, algunos de sus impulsos y necesidades son sociales y otras son solitarias, contradicción en la que entreveo la única esperanza de la especie. A modo personal, debo decirles que sólo alcanzamos el rango de dios aquellos que detestamos el gregarismo, o que, como en mi caso, tenemos un padre que proviene de otro mundo, cosa que nos permite no ser atravesados por el sistema de significaciones que imponen los medios de comunicación social. Mi padre escapó de un planeta cuyo nombre desconozco. Para decirlo de algún modo, ese planeta era el futuro del planeta donde nací. Yo no sé si pueden comprender lo que les digo, pero en mi planeta los seres humanos creen que los seres de otro planeta son seres muy evolucionados espiritual, cultural y tecnológicamente, cuando sólo es verdad lo último porque aquella noche en que descubrí que mi padre no era humano, él de decía a una imagen que de pronto se había corporizado en el jardín de la casa de mi infancia, que la vida en la tierra aún era soportable, que aún faltaba un siglo al menos para que los humanos reprodujeran el apocalipsis que los había arrojado de su planeta. La imagen era la de un hombre con heridas en todo el cuerpo que jadeaba y sonreía y lloraba mientras mi padre le informaba que en la tierra aún el aire era respirable, que las personas todavía gustaban de relacionarse y que se había enamorado de una humana y que había tenido un hijo, yo, cosa que sobresaltaba a la imagen que le recriminaba semejante traición a la especie y en tono admonitorio hacía referencia a las temibles consecuencias que podía acarrear semejante idiotez.

Dichas estas palabras Maro me tapa la boca con los dedos de su mano y levanta el otro brazo hacia la multitud que en un solo movimiento se arrodilla sobre la arena de oro. Hijos de Maro, amantes e hijos míos, dice. Las acaecidas estrellas nos depararon un futuro que ha abierto la imagen del presente y ya está aquí. La vieja profecía del hijo que vuelve convertido en dios se ha cumplido. Primero vendrán en pareja los falsos dioses, reza el adagio, dice Maro. Primero vendrán en pareja los falsos dioses, repiten los guerreros. El Necesario, el Primero y los guerreros que me ladean también están de rodillas sobre el plástico y el cristal. Luego advendrá el efímero guerrero que será sombra precedente del que nos librará sin saberlo, gritan todos al unísono y siento que este es el momento que justifica mi vida.

Vengo a terminar con el eterno presente, digo sin premeditarlo. Vengo a darles la buena nueva, digo ya con los brazos en alto. Habrá un nacimiento y habrá una muerte. Yo soy el guerrero que al filosofar se vuelve dios y les dice que todo es una ficción, aquí en este mundo y en el mundo de los humanos, aquí en la palabra que digo y allí en las armas que usan para destrozar los cuerpos enemigos. Ahora todos deben elevar sus armas hacia el cielo que vio nacer a mi padre y reverenciar con el silencio del pecho a las invisibles estrellas.

Toda la tropa luce las armas en alto. El Necesario y el Primero, ambos ofrecen su armas al cielo también.

Ahora entiendo por fin quién soy y qué hago aquí, empiezo a decir desde las entrañas. Por alguna maravillosa razón que se me escapa estoy en la tierra paterna y tengo una misión que se me hace consciente a medida que la cumplo. No soy el creador de este mundo cuyo médium es el niño de los cabellos dorados, Snuflk Karlto.

Dicho el nombre del niño todos caen de rodillas al piso entre sollozos y un furor repentino ensombrece el cielo. Cuando levanto la vista veo un platillo volador que está sobre mí y que comienza a abducirme. La sensación es sumamente agradable. Me elevo con suavidad por sobre la pirámide y pronto estoy dentro de la máquina, frente a una mujer que viste una túnica y se me presenta como Tara, reina de las iotas. Detrás de ella, al comando de la nave, están los falsos dioses, los mormones, que me sonríen y me muestran sus dedos pulgares. También diviso a un costado al guerrero que se me parece. Está inconsciente sobre una mesa metálica muy similar a las que se usan en las intervenciones quirúrgicas.

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2 Responses to “Hijos de Maro (Entrega 21)”

  1. Carlos Alberto says :

    ufale!!!!!!!!… que buen cierre. me pasa algo asi y creeme que salgo corriendo a toda velocidad.
    saludos amigo. como siempre y que no suene reiterativo, pero me encanta entrar a leer tus hijos de Maro

    saludos

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