Ronald McDonald: la conciencia de los geek

 

En 2006 apareció «jPod» de Douglas Coupland, el autor de «Generación x» (1991),  libro que sirvió para bautizar a toda una generación y que convirtió a Coupland en el pintor de una  época donde los jóvenes se aglutinaban en torno a MTV; tan grande fue el impacto que el canal llamó a Coupland para que leyera fragmentos de su primera novela:

Después vinieron más libros, entre ellos, una ficción que sirvió para trazar nuevos perfiles generacionales: «Microsiervos» (1995). En ese volumen Coupland  presentó  la estética «geek».  «jPod» es una suerte de prolongación de lo trazado en «Microsiervos» en donde los personajes están sumergidos en internet y hay una industria de los videojuegos que ya cuenta con enciclopedistas y no sólo algunos solitarios que se sientan frente a una pantalla  mientras sus compañeros de escuela se dedican a trasegar los primeros parajes de una vida sexual que a los treinta ya será aburrida.

«jPod» cruza trabajos de índole tipográfica con una trama  desdoblada en  episodios que, a primera vista, son absurdos. Sin embargo,  al interior de la narración hecha por Ethan en primera persona, no sorprende que su madre haya asesinado a un joven con el que tuvo relaciones y que le pida al propio Ethan que le ayude a enterrarlo. Tampoco que esa misma madre resulte yéndose a vivir con otra mujer que es feminista radical o que al apartamento del narrador lleguen varios chinos ilegales que trafica su hermano.

En 2008, la cadena CBS lanzó una serie de televisión que fue presentada como una comedia. La novela es descrita como  humorística e irónica, es la estrategia más sencilla para tomar distancia de un libro que nos interpela a los que vivimos en esta segunda década del siglo veintiuno:

El día de los cómics llegó y se fue tal y como había venido. Lo mismo ocurrió con el día de las zapatillas. Y a la semana siguiente hubo otro día de los cómics: los típicos ciclos de producción y consumo que nos ayudan a sobrevivir a nuestras vidas insignificantes, deprimentes y sin sentido.

Los cómics pueden cambiarse por partidos de fútbol, golpes de estado televisados o cualquier espectáculo que sugiera que estamos frente a sucesos irrepetibles, a cambios radicales. Esa fue una de las grandes ilusiones hechas desde el 11 de Septiembre de 2001. El mundo cambió pero el aburrimiento ha sobrevivido. Y es eso lo que acaece en cada uno de las partes de «JPod». Todo ocurre pero el aburrimiento no se extingue en los personajes.
La mamá de Ethan sigue siendo la misma mujer que solo siente entusiasmo con su huerto de marihuana y con el frío desprecio que le profesa a su esposo. Ethan se enamora de una de sus compañeras de la empresa (Jpod) donde trabaja como programador de videojuegos pero si ella le corresponde o no pasa a un segundo grado. Es más, el aburrimiento comienza a tocar espacios que se creían divertidos como el sexo: ya es normal que cualquiera se monte en cualquiera; eyacular es tan natural como hacer caca.
Las exageraciones de ciertos rasgos tranquilizan a los lectores de Jpod pues eso les da la sensación de que están frente a un número humorístico. Fue esta exageración  la que tomó la serie de CBS, aunándola a personajes con cuerpos atléticos que domesticaron  el relato:

Con esta puesta en escena llega la tranquilidad. «jPod» corresponde a personas de otro mundo, a otros aburrimientos y espantos, y, si en algo nos podemos parecer, queda el consuelo de que todo allí es «lindo» y, por transitividad, nos habremos de sentir «lindos.»

El aburrimiento al que se hace mención jamás aparece descrito como tan a lo largo de las más de cuatrocientas páginas. La autoconciencia de los personajes es mínima y sólo se remite a la del narrador. Sin embargo, desde el comienzo hay un sujeto inquietante que opera como una conciencia universal, un gran juez que los observa a todos con desdén: Ronald McDonald quien el final del libro emite un discurso que será incorporado a un videojuego:

Soy Ronald,
de Mordor,
el Mago,
el
Destructor

Prueba la fruta quemada
que hay en mis pasteles.
Mastica la amarga toallita de la verdad
Morid, elfos repugnantes,
ya que os negáis a aceptar
cualquier novedad en el menú
añadida después de 1975.

Voy a quemarte las entrañas
con un café abrasador como
una plancha de acero fundido
para hacer hamburguesas.
Voy a aplastarte los sos en
escollos de hielo bañados por
chorreones de cola.
Voy a cultivar tu tierra, robarte
las patatas, circuncidarles
la piel, cocerlas en sebo y
decirte que son veganas.

Castraré a tus
toros, de modo que sean más
jugosos y dóciles, y los salaré
con hormonas para que sean
como vaquitas.
Tendrás que vagar por las
tierras baldías en busca de
sándwuiches de pescado caídos
del cielo, congelados y rellenos
de gordojos y salsa tártara
súper fuerte.

Me he quitado el maquillaje
grotesco, estoy mirando al sol,
ardiendo, esperando globos y
un bidón de helio que nunca
llegarán.
Tus oídos no oirán otra cosa
que el sonido de una máquina
que prepara patatas fritas y pita
sin cesar.

Permanecerás sediento para
siempre con un vaso sin fondo
de espuma de poliestireno.
A vosotros, mis duendes
sirvientes y prisioneros,
os privaré tanto del sueldo
como de los nutrientes
mínimos. En mi cocina
chisporrotean frituras amarillas
que vuestros labios nunca
probarán.

Te haré tragar batidos hechos
de huesos molidos, mejor aún,
tiza.
Me suplicarás morir, pero sólo
recibirás risas
y cosas con las
que puedes atragantarte
camufladas en juguetes de
plástico.

Disfrazado con el peto
amarillo y los zapatones de
color rojo, te golpearé con
hamburguesas recubiertas de
espinas.
Dentro de los nuggets de ave
encontrarás cuchillas, ratas y
tumores.

El
único
payaso
auténtico
es
un
payaso
muerto.
{…}

SÓLO TE
ENGORDARÉ
PARA QUE
CHISPORROTEES
CUANDO
ARDAS

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