Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola

Episodios cotidianos es un conjunto de crónicas breves escritas por Francesco Vitola. Cada semana se presentará un nuevo episodio.

Mis pacientes

26/10/ 2021. Barranquilla, Colombia. Nunca contradigas a un loco; ayer domingo, mientras entraba a una sala de emergencias de Colsánitas, se me acercó un paciente psiquiátrico que me confundió con su terapeuta. Se dirigió a mí como «Dr. Andrés» y procedió a hablar en «hebreo». Otro lo habría tomado por un desquiciado imitando a un terrorista árabe, pero a mí me pareció interesante esa manifestación de espontaneidad. La situación me resultó clara desde que me rogó que lo escuchara, no es la primera, ni será la última vez que atraigo a un desequilibrado, a quienes mi presencia les calma en principio, pero que luego les altera o sobreestimula. ¿Qué otra cosa podía hacer?, me gana la curiosidad por escuchar lo que tienen para decir esas mentes anómalas creadoras de historias impredecibles.
Le pedí que se colocara la mascarilla, pero se negó porque «impedía que le llegara oxígeno al cerebro». Entonces le sugerí que tomara distancia para poderlo escucharlo sin riesgo de contagio; retrocedió dos pasos y comenzó a explicar, en castellano, que él era cristiano (algo que repitió una docena de veces en su monólogo). Le pregunté si lo habían diagnosticado, me dijo que desde los 16 años tomaba litio y que era bipolar. Hasta ahí todo dentro de lo normal. Pero en cuanto le pregunté las razones de su ataque de ansiedad comenzó a temblar y palideció: «me acaban de informar que soy judío, pero yo soy cristiano».
En sus ojos era evidente una crisis, ¿era pérdida de fe? Quise saber. Negó moviendo la cabeza y retomó el «hebreo» como lenguaje, que según luego explicó, se le manifestó de manera espontánea cuando le informaron de su origen judío. Miré a su padre; con el dedo índice se hizo un círculo en la sien. El señor de cabello blanco no se le había despegado en ningún momento, supongo que por antecedentes violentos (el paciente rondaba el metro ochenta, y aunque no era atlético, gozaba de cierta corpulencia amenazadora). Le solicité que volviera al castellano, «porque no tengo la fortuna de entender el hebreo», y fue entonces que me reveló que él sabía que yo también era judío, con ancestros polacos, y que por ende tenía que saber su idioma, sugiriendo que por genética estamos habilitados para hablar a voluntad, y de manera espontánea, la lengua de nuestros ancestros. Aquello me hizo gracia, porque a mi padre también lo habían creído polaco, así que con mucha simpatía le volví a pedir que regresara a nuestra lengua franca.
«Yo tengo el poder de ver los talentos de la gente, por eso yo sé que usted es un psiquiatra brillante, un hombre con vocación de servicio, y que además es usted políglota, como yo», dijo con una seriedad convincente. Preguntó si prefería que siguiéramos hablando en inglés, para demostrarlo. Le dije que no hacía falta, que prefería usar el español. Extendió su mano para estrechar la mía, extendí el puño y él lo chocó con su codo, pero su cara y cuerpo parecían querer el contacto, así que yo extendí mi mano y estreché la suya. Eso le hizo sentir bien y me dio un largo y cálido abrazo, cargado de afecto. En una situación violenta estaría perdido frente a un tipo de estas proporciones.
Ya más tranquilo me dio las gracias, yo sólo sonreí, y dirigiéndome al padre le pedí que lo escuchara, que eso lo calmaba. Se despidieron con gentileza, como debe sentirse un hasta pronto entre un paciente agradecido y su terapeuta.

Esperando nuestro turno (junto a mi hijo, al que el paciente había bautizado como Moisés) no pude evitar preguntarme si fue un error no seguir el impulso de estudiar psicología, ¿era esa mi vocación real? Desde el 2002 me lo pregunto.

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