La ficción inmobiliaria de Italo Calvino

Italo-Calvino-en-Nueva-York

Calvino en Nueva York viendo cómo sus pesadillas inmobiliarias tomaban forma. 

«La especulación inmobiliaria» de Italo Calvino data de una fecha específica desde su inicio hasta su conclusión,  que se manifiesta de forma clara al final:  5 de abril de 1956 – 12 de julio de 1957. Por lo tanto, se sitúa en un tiempo específico de la historia — la Italia que se reconstruía de la Post-Guerra—  y un espacio exacto aunque nunca mencionado: La Riviera al norte de Italia, en el pueblo ***. ¿Y por qué nunca se menciona el pueblo? Por dos razones, no simples, pero comprensibles: Uno nunca menciona a quien ama, y tampoco nunca menciona a quien odia, pero tampoco menciona a quien teme. Por esta misma razón, fracasan los que gritan y grafitean: ¡Yo amo a Fulana!; pero por esta misma razón, a algunos políticos detestables se les refiere como los innombrables  y ya, sin necesidad de mención alguna, todos saben  de qué innombrable se trata y por qué no se le nombra. Pero como amor y odio suelen ir juntos, suponemos que el narrador, en este caso, prefirió dejar el nombre en blanco, como quien firma un cheque en blanco, y dejarlo a la imaginación, o falta de imaginación, del lector, y en su caso más próximo, los lectores de Italia, en concreto, los de la Riviera de Italia, y su mala consciencia.

Ya hablamos de tiempo y espacio, como si eso importara, porque el comentario de muchos lectores, haciendo un barrido rápido por Internet, es que a pesar de que la obra se empezara en 1956 y terminara en 1957, sigue siendo vigente y es universal; es decir, que la temática que aborda es la misma ahora como en ese entonces, aquí como allá; y la temática no va más lejos que la del título que precisa en ponernos de una vez en el meollo del asunto: la especulación inmobiliaria. ¿Ha cambiado mucho esta actividad desde ese entonces?  En seguida,  hablaremos del tipo de personajes que aparecen en la obra.

Supongamos que existen dos grandes rasgos de personalidades, entre toda esa gran amalgama de personalidades que existen en la sociedad: unos contemplativos y otros prácticos. El rasgo contemplativo, como nos lo enseñaron en las escuelas de Filosofía, es aquel que se aparta de la sociedad para desde la distancia poder analizarla mejor y tener una visión de conjunto que le permita comprender todas las dinámicas que suceden  en su interior; en cambio, el práctico, es aquel que está inmerso en el juego, y cuyo objeto es el de concentrarse para sacar la mejor ganancia. Uno creería que el contemplativo, al haber analizado detenidamente, desde la distancia, todas las estrategias, es quien tiene ventaja a la hora de integrarse en esta sociedad; pero sucede, que precisamente, al alejarse, el contemplativo, ya ha perdido muchas de las habilidades que están en juego para competir. Esto es como si a uno de esos narradores barrigones de partidos de fútbol, que  despotrican contra los muchachos que están en la cancha, los pusieran a jugar. Aunque tenga idea de táctica y juego, al momento de juzgar sus habilidades son una escoria física. Asimismo sucede con el contemplativo cuando lo ponen en el terreno de juego de los prácticos. O, para ser justos, también de los prácticos, cuando se alejan y van al terreno de los contemplativos. Por esta razón se considera pseudofilosofía, o «superación personal», todas las reflexiones que los prácticos intentan reproducir en sus libros, como resultado de sus conclusiones a la hora de estar en la cancha.  Esto no es tan fatal, porque lo que ha entendido el mercado es que a los contemplativos, por lo general, solo los leen los contemplativos, y a los prácticos, los leen los prácticos; y como los prácticos, por lo general, son mayoría, esto les reporta unos grandes índices de ganancia a las editoriales que los contemplativos desearían para poder ser más publicados.

Quinto Anfossi, el protagonista de la obra, es un hombre contemplativo, al que el espíritu de su tiempo,  lo demanda a que tome acción y se apropie de su lugar en el mundo; es decir, a las tierras que por derecho le pertenecen; y las venda. Agobiados por las deudas y los impuestos, la familia Anfossi, que pertenece a los primeros pobladores del pueblo (se habla de «indígenas» en un momento: revelando que el sentido exacto de esa palabra se refiere a los locales y no, como quieren hacerlo ver ciertos sectores políticos, una etnia), deciden ceder parte de sus territorios y vender para proyectos de construcción, y de ese modo, incorporarse al creciente furor inmobiliario, actividad económica considerable,  del pueblo.

Cuando Quinto por fin se decide a entrar en juego, se encuentra una cantidad de figuras que, hasta el día de hoy, seguirán prevaleciendo en el mundo de la especulación inmobiliaria: agentes inmobiliarios, abogados, notarios, arquitectos, constructores, secretarias y obreros. Pero para entrar de lleno a ese mundo, primero debe desestimar  a su propio mundo; razón por la cual, empieza a apartarse de sus antiguas amistades, más interesadas en fundar una nueva revista que dicte las directrices del pensamiento revolucionario (desde la poesía o la filosofía) que de rendir ganancias en el mundo real; por esto, Quinto empieza a sentir más atracción al diálogo práctico y concreto de los vecinos de mesa, que conjetura son agentes de bolsa, que a los sueños poéticos de sus amigos intelectuales.

Ahora podemos ir a la trama: Cuando Quinto no solo decide vender parte de  su terreno a Caissoti, de quien había tenido muy malas referencias, sino que además decide involucrarse en un proyecto inmobiliario, para sacar mayor utilidad a la renta de su casa.  Y esta especulación será aquella que no solo ocupará todo su interés, hasta insertarse en sus sueños, sino que será la que terminará por desentrañar toda una red de corrupción e intereses creados.

Desde el momento en que la visión contemplativa, de la ficción especulativa, decide dar terreno a lo concreto, de la especulación inmobiliaria, podemos hablar de una negociación, de dos mundos: El mundo antiguo y el mundo moderno. Una negociación que, desde las primeras páginas, cuando el protagonista observa desde el tren la transformación urbanística de ***, implica una pérdida irremediable, una pérdida que aunque los más jóvenes celebren como progreso, implica una fealdad y anormalidad siempre latente, en ese tránsito de la postguerra hasta la muerte de De Gasperi, el fundador de la democracia cristiana en Italia; que el protagonista debe confesar, como interpreta también él, la reacción de los demás ante la noticia, nunca fue de su agrado.

La especulación inmobiliaria es una novela urbana, que semejante a Los parientes de Esther de Luis Fayad, nos deja la sensación de que la vida en el llamado mundo moderno no es más que una estafa para las personas de capital modesto y que todo emprendimiento para tratar de sacar provecho es una aventura quijotesca.

¿Qué otra cosa es, pues, una actividad inmobiliaria que un juego estrictamente regulado en el que unos tratan de aventajarse sobre otros?  Hasta simpatía llegamos a sentir por quienes se nos revelan abiertamente avaros y maliciosos, porque así creemos se juega con las cartas descubiertas.

Italo Calvino no solo escribió narraciones elevadamente poéticas, como Palomar; o Metaliteratura, como Si una noche de invierno un pasajero…  también escribió ciencia ficción en sus libros: las Cosmicómicas y Tiempo cero, con un personaje entrañable como Qfwfq.  Y además fue pionero en el género de  ficción inmobiliaria, como La Especulación inmobiliaria o Las ciudades invisibles.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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