El Apocalipsis según Cioran

En las cimas

En las cimas

 

Este texto lo escribió un tierno Emil Cioran a los 22 años, y lo publicó junto a otra colección de escritos en un libro que tituló: «En las cimas de la desesperación». Comentaba que este libro fue una suerte de liberación, tanto de la filosofía como de la idea de suicidio, pues empezaba a percibir cabalmente la absoluta inanidad de todo.

APOCALIPSIS

¡Cuánto me gustaría que todas las personas ocupadas o investidas de  una misión, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, seres superficiales o serios, alegres o tristes, abandonasen un buen día sus tareas, renunciando a  todo deber u obligación y saliesen a pasear a la calle cesando toda actividad!  Todos esos imbéciles que trabajan sin motivo o se complacen en su  contribución al bien de la humanidad, ajetreándose —víctimas de la ilusión  más funesta— para las generaciones futuras, se vengarían entonces de la mediocridad de una vida nula y estéril, de ese absurdo derroche de energía  tan ajeno al progreso espiritual. ¡Cómo saborearía yo esos instantes en los  que ya nadie se dejaría embaucar por un ideal ni seducir por ninguna de las  satisfacciones que ofrece la vida, esos momentos en los que toda resignación sería ilusoria, en los que los límites de una vida normal estallarían definitivamente! Todos aquellos que sufren en silencio, sin  atreverse a expresar su amargura mediante el mínimo suspiro, gritarían entonces formando un coro siniestro cuyos clamores horrendos harían  temblar la Tierra entera. ¡Ojalá las aguas se desencadenasen y las montañas  se pusieran a moverse, los árboles a exhibir sus raíces como un odioso y  eterno reproche, los pájaros a graznar como los cuervos, los animales  espantados a deambular hasta el agotamiento…! Que todos los ideales sean declarados nulos; las creencias, bagatelas; el arte, una mentira, y la filosofía,
pura chirigota. Que todo sea erupción y desmoronamiento. Que vastos trozos de suelo vuelen y, cayendo, sean destrozados; que las plantas compongan en el firmamento arabescos insólitos, hagan contorsiones grotescas, figuras mutiladas y aterradoras. Ojalá torbellinos de llamas se eleven con un ímpetu salvaje e invadan el mundo entero para que el menor ser vivo sepa que el fina está cerca. Ojalá toda forma se vuelva informe y el caos devore en un vértigo universal todo lo que en este mundo posee estructura y consistencia. Que todo sea estrépito demente, estertor colosal, terror y explosión, seguidos de un silencio eterno y de un olvido definitivo. Ojalá en esos momentos últimos los hombres vivan a tal temperatura que toda la nostalgia, las aspiraciones, el amor, el odio y la desesperación que la humanidad ha sentido desde siempre estalle en ellos gracias a una explosión devastadora. En semejante conmoción, en la que ya nadie  encontraría un sentido a la mediocridad del deber, en la que la existencia se  desintegraría bajo la presión de sus contradicciones internas, ¿qué quedaría,  salvo el triunfo de la Nada y la apoteosis del no-ser?

En En las cimas de la desesperación
Traducción de Rafael Panizo

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