De un taxi salgo, hacia un taxi voy (Crónicas sobre los taxis y los taxistas de Bogotá – Primera entrega)
Esta crónica fue escrita en el año 2002. Debido a su extensión hemos decidido dividirla en tres partes para su difusión. Esta es la primera parte:
De un taxi salgo, hacia un taxi voy (Crónicas sobre los taxis y los taxistas de Bogotá, Colombia)
I
Por: José Enrique Plata Manja @owai
De una ciudad se puede saber cómo es y cómo vive si se mira un poco cómo muere la gente y si se habla con los taxistas. La forma de morir puede indicar el estado de salud en la ciudad. Si se habla con los taxistas, se tiene la posibilidad de saber en qué anda la ciudad, qué piensa el ciudadano común, qué está pasando y que acontece día a día.
Las ciudades son al fin y al cabo los últimos reductos de eso que se llama civilización. En ella vive la gente, trabaja, se reproduce y necesita desplazarse a varios lugares. A Bogotá precisamente le tocó ser la ciudad capital de este país llamado Colombia. Ciudad de muchos, de pocos o de nadie, donde viven más de siete millones de personas y contando…donde hay más de dos millones de vehículos y contando….gente que nace todos los días y contando…gente que muere todos los días y contando…
Dentro de ese punto espacial llamado Bogotá hay más de cinco mil kilómetros de vías para recorrerla. Calles, avenidas, diagonales, transversales, y un par de denominaciones más hacen que la gente se ubique en la ciudad. El sistema de ubicación es relativamente fácil y no es como en otras ciudades donde la gente tiene que moverse con mapas todo el día para poder encontrar las calles. No hay denominaciones tipo: Dios es Amor, como hay en Lima, Perú, o General Holley de Buenos Aires ni mucho menos Bombero Nuñez de Santiago de Chile. Bogotá tiene la división de sus calles en carreras y calles, y son ampliamente conocidas por sus habitantes.
Bogotá cuenta además con más de dos mil barrios dentro de su extensión territorial con nombres como: Bosa, Galerías, Chicó, Palermo, Niza, Suba, Venecia, Tibabuyes, Bolivia, La Española, Santa Ana, Santa Bárbara, Bosque Izquierdo, Francia, Marruecos, Berlín, Teusaquillo, La Soledad, México, Los Mártires, Barrio Inglés, Palestina, Diana Turbay, Country Club, Unicentro, Cedritos, Canadá y otros más, donde a diario hay vehículos que la recorren de punta a punta, en diferentes horas del día.
Por azares de la vida y la historia, no todos los habitantes tienen un automóvil propio y entonces hay que pagar por el servicio de transporte. Entonces ahí es como nacen los servicios de taxis en la ciudad. La gente los tiene que tomar para sus desplazamientos. Se toma un taxi en la calle o éste acude a un llamado hasta el lugar donde el pasajero se encuentra para luego transportarlo. Este cumple su labor y el pasajero paga por el servicio. Hasta ahí no habría nada más que hiciera la diferencia.
Por la música hay transporte
Es un sábado en la noche en la ciudad. Si la gente se fija bien, podrá ver las calles de diferentes puntos de la ciudad llenos de personas. Es una fecha agradable para la mayoría de ellas. Viene siendo mitad de mes, la gente tiene dinero para salir porque han pagado en las empresas. Aquellos y aquellas que son pareja celebran el día del amor y la amistad. Los restaurantes, bares, tabernas y discotecas tienen ya su mejor tiempo de venta.
Mientras se puede gozar, se goza, al fin y al cabo mañana quién sabe si el recuerdo se encuentre entre las neuronas que sobrevivieron.
Yo he estado reunido con algunos amigos y amigas y creo que ya es hora de regresar a mi casa. Hay que descansar y retomar energías para el comienzo de la semana.
Como vi las calles llenas de personas, decidí que no habría problema alguno en tomar el taxi en la calle directamente sin evaluar el riesgo que eso puede generar. Puede ser que al tomar ese vehículo en la calle me puedan asaltar, herir o después no pueda vivir ni siquiera para contarlo. Si hay que sentir vivo el peligro, se puede sentir en cualquier momento y a cualquier hora. No voy a un destino muy apartado desde donde me encuentro. Esto me permitiría reaccionar rápidamente en mejor medida si se presentara algo sospechoso. No he tomado demasiado para poder decir que mis sentidos están “trastocados”.
Puedo además fijarme si alguien me sigue o si también las calles están vacías, pero no lo veo así. (No sé si esto es un reflejo natural o la condición local de la ciudad la cual me impulsa a hacer esto)
Los taxis recorren la carrera once con calle 85 y las calles aledañas. Algunos tienen el tiempo suficiente para tratar de detenerse a mi lado y esperar a que yo los tome. No me produce confianza alguna alguno de esos. Mejor espero a que se vayan y mejor tomo al azar uno de los que pasa por mi lado sin detenerse. Así, aunque sea de manera no-real, puedo tener algo de “seguridad”.
En esta ocasión mi taxista es un señor fornido, y no entiendo cómo a esas horas de la noche lleva una cachucha y una camiseta blanca sin mangas, parece ser que quiere lucir sus tatuajes tribales, esos que andan de moda por estos días. Parece además que es calvo, pues no veo que por los lados de la gorra azul que lleva puesta haya muestras de su pelo. El taxi que conduce es uno de los modelos más recientes y puede verse además que está muy limpio y bien cuidado, a lo sumo tiene poco tiempo de haber salido a rodar las calles de Bogotá. Entro en él y se presenta la siguiente conversación:
– Buenas noches voy para la carrera treinta con calle cincuenta y cuatro.
– Sí, claro, con todo gusto
– Por favor encienda el taxímetro.
– Bueno, si, es que éste es uno más moderno. Fíjese que tiene por dentro un convertidor de unidades, así que cuando usted me diga que llegamos, yo espicho este botón y automáticamente sale el valor a pagar. Es lo último que se puede conseguir, y usted sabe no hay que dejarse ganar de la competencia.
En la radio del taxi suena algo de eso que llaman música trance (algunos le dicen el chispún). El conductor mientras estira su brazo derecho, toca el timón con los dedos llevando el ritmo y en algunas ocasiones mueve el cuello.
– ¿Señor, perdón, le pasa algo en el cuello?
– No, nada más me muevo al ritmo, no ve que la música está super. Están haciendo mezclas en vivo.
– ¿Y qué d.j, es?
– No eso no importa, pero si ve que hay buen housesito (sic) ahí. ¿Se imagina ir a un after ahora y estar ahí viendo a las niñas con las ombligueras y luego ver el amanecer mientras hacen mezclas?
– Bueno, me lo imagino un poco, he estado en algunas de esas fiestas…
– ¿Uy si, en cuáles estuvo?
– Bueno, algunas aquí en Bogotá y otras cuando he viajado…
– ¿En serio? ¿Y usted le gusta este cuento?
– Me gusta algo la música. Para serle sincero no me he metido en ese cuento de las pepas o de las fiestas tan largas. Eso es cosa para otras personas. ¿Y usted qué con eso?
– Yo sí me he metido algunas de esas en algunas fiestas y discotecas, pero no he ido a esas fiestas grandes. Yo tengo este taxi para darme mi gusto. Como vivo sólo y no tengo ninguna mujer que me joda, la plata me queda para mí. Si ganara más me metía a una escuela dj y haría mezclas en fiestas. Eso es lo que hace ahora todo el mundo.
– Ojalá eso lo pueda hacer, y si puede salir y trabajar con eso, le deseo lo mejor.
– Gracias, pero dígame usted a dónde ha ido a esas fiestas?
– Aquí en algunas de La Calera, otras por Chía, el castillo Marroquín y algunas de las discotecas de la 82. Pero no me la paso en esas.
– ¿Uy y qué tal eso?
– Bueno, he estado en algunas buenas y en otras que prefiero no recordar. Recuerdo oportunidades en las cuales no eran más de 80 personas las que íbamos a esas fiestas. Ahora en algunas van más de dos mil. Creo que se pierde hasta cierto punto la esencia. También he estado en otras en Santiago de Chile y en Buenos Aires, allá hay un poco más de cosas consolidadas que acá, pero por igual persisten algunos baches. Hay quienes hacen las cosas de manera honesta y pueden lucrarse honradamente de eso. Así mismo hay otros quienes francamente sólo tienen el signo pesos en la frente. Así son las cosas.
– ¿Le puedo pedir un favor?
– Sí, dígame..
– Me pasa una tarjeta suya o anota mis datos y cuando sepa de alguna buena actividad, me llama, es que todo esto lo tengo aquí para irme ambientando.
– Con todo gusto.
Es así como el dinero (no) lo es todo porque mañana hay que trabajar.
Una jornada de trabajo ha culminado y quiero estar cuanto antes en mi casa. El dinero se me está agotando y sacar alguna suma de mi cuenta es algo similar a exprimir a un gotero en las últimas. Se quiere sacar la última gota, pero ella está pegada en las paredes de vidrio y es un esfuerzo gigante el que salga. Hay que hacer una presión muy fuerte para ver una mínima muestra del líquido.
El dinero está entonces en las últimas. No se puede pensar en un gasto extra, todo está en la justa medida.
Es de noche ya. Aguardar la espera de un taxi que me lleve pronto a mi casa es tal vez la actividad de cierre del día. Agotamiento máximo en la mente y en el cuerpo me llama a estar en mi cama. Casi sin fijarme en mi alrededor, tomo el primer taxi que aparece allí. Ya estaba tan agotado que ni siquiera como persona precavida memoricé el número de la placa de identificación. De esta manera si algo me pasaba entonces podría decir el número y abrigar la esperanza de que las autoridades competentes salieran en su búsqueda y posterior captura. Eso es algo que hago casi siempre, sea donde sea donde tome el taxi. Sea en la calle o solicitando el servicio por teléfono.
– ¿ Me lleva a la carrera treinta con calle 54 por favor? Vaya por toda la séptima baje por la 45 y salga a la 30. Luego le da la vuelta al puente de la 53 y salimos a la parte de abajo.
– Con gusto señor, súbase que le cobro lo que marque el taxímetro y le hago el recargo nocturno no más.
(Me cobraron dos mil pesos de más, me dieron un billete falso y una moneda de mil pesos falsa. Me dijeron que cuando quisiera, volviera a hacer el viaje)
Recuerdo además que no hubo recuerdo en la memoria acerca de la placa del vehículo
Actividades de los taxistas en Bogotá: Recorren la ciudad día a día, saben en qué estado se encuentran las vías y cómo se puede uno movilizar mejor en ella cuando hay horas de alto flujo de vehículos. Están pendientes de la vida diaria.
Posibles temas de charla en un taxi bogotano: Temas de diversa índole como lo pueden ser: políticos, noticiosos, religiosos, laborales, vida diaria, económicos, etcétera.
Si se quiere quejar, no responda.
Las jornadas de vida y trabajo en la ciudad a veces permiten conocer también las vidas de personas cuya actividad diaria se debate entre lo que se tuvo en el pasado y lo que se espera sea un mejor futuro. A veces no puede dejarse de pensar en la situación del país, la misma que se viene viviendo desde hace varios años. La misma en la cual varias generaciones han tenido que vivir y enfrentarse. Promesas políticas incumplidas, amenazas de la guerrilla, malos resultados sociales y económicos, malos resultados de las empresas, pesimismo generalizado son algunas de las situaciones que generan desconcierto y angustias. De este modo, varias veces al año la mente local está impregnada de un pesimismo, de un amplio sentimiento de desgano colectivo y tratar de salir de él, es algo difícil.
Sucedió que una vez estaba en la casa de un amigo y tenía que regresar a mi casa para recibir una llamada importante. El tiempo fue transcurriendo rápidamente y cuando quise devolverme a mi casa en un transporte masivo como un bus o una buseta, caí en cuenta que llegaría tiempo después de la hora en la cual recibiría la llamada. Y mucho menos pensé en regresar a mi casa caminando, de modo tal que tuve que recurrir a un taxi.
Salí a la carrera séptima con calle 32 y eran alrededor de las siete y media de la noche. Una hora dentro de la ciudad que puede ser el borde la eternidad, porque las vías están congestionadas. Con tan sólo mirar a mi alrededor puedo ver toda la gente que sale de sus jornadas de estudio o de trabajo y en cuyos rostros se refleja precisamente el irremediable deseo de llegar a eso que se puede llamar casa u hogar. Si se le compara con el mundo animal, el hogar es la madriguera. Así entonces cada cual puede tener su propio espacio de vida y descanso.
Sabiendo que mi motivo para regresar a mi casa es grande, decido entonces parar a un taxi, que en esta ocasión está conducido por un señor de aproximadamente 50 años, quien parece estar cansado de recorrer la ciudad y quien además tiene que estar limpiando los lentes de sus gafas a cada rato.
– ¿Y usted para dónde va?
– Para Nicolás de Federmán
– Ah allá estamos en 10 minutos y de una me paso para el Quirinal a recoger otra gente en un servicio que me acaban de solicitar.
– ¿Cómo sabe que vamos a estar allá en ese tiempo si hay tanto tráfico?
Por donde se mire, la calle está llena de vehículos y de gente que quiere llegar cuanto antes a su destino. Las vías están congestionadas y los vehículos se represan en cada esquina. No hay manera de salir bien librado en poco tiempo.
– Pues señor cómo llevo varios meses en esto, ya le he cogido el tiro a las distancias.
– ¿Y cuanto se recorre en kilómetros en su jornada?
– Bueno, malo malo unos 300 kilómetros, pero hay veces, eso depende de cómo trabaje uno.
– ¿Cómo así?
– Pues si, hay veces que uno puede hacerse toda esa cantidad de kilómetros en una jornada de ocho horas. Uno recorre la ciudad de punta a punta, desde Rosales, que es en la cumbrera de la montaña hasta Suba que lejos y le pueden salir carreras hasta Soacha o por la autopista del sur. Eso sí que puede ser bueno, porque entre más lejos vaya uno de un punto a otro le puede salir más caro al cliente. Imagínese usted, una vez recogí a un tipo en un casino en el centro. Se había ganado un billetal y me dijo que lo llevara hasta otra ciudad como a doce horas de acá. Con esa carrera pude comprar mercado para mi familia para dos meses. Con decirle que al haber llegado a ese pueblo el tipo me dijo que no me fuera todavía después de dejarlo, que descansara y me dio comida y plata para la gasolina y los peajes.
– ¿Y de cuanto tiempo es su jornada?
– Bueno, yo saco el carro a eso de las cinco de la tarde y ahí empiezo a rodar y dependiendo de cómo vaya saliendo todo pues entonces miro a ver si trabajo hasta las tres de la madrugada o puedo durar hasta las cinco. Luego llevo el carro a la central, entrego el producido y allá lo lavan, lo limpian y hasta un par de horas después vuelvo. Justo después de cuando entregue el turno el conductor que me recibe.
– ¿Y es muy duro eso?
– Pues si, obvio, así como usted puede tener miedo de tomar un taxi en la calle yo debo tener miedo de que mi pasajero me quiera robar o peor áun, matarme para robarme. Así son las cosas. Yo soy ingeniero profesional con posgrado y otros cursos, pero en mi empresa se quebraron y entonces me tocó ser chofer. Ya me cansé de mandar hojas de vida a todos lados, ya no creo en eso. Basta con ver que otros se están robando el trabajo de los demás y cada vez más son las personas que tienen que acudir a esta labor para poder mantenerse en pie.
Mientras transcurre el tiempo, precisamente veo cómo mi conductor parece clasificar para un rallye. Se mueve con gran rapidez pasando entre los demás vehículos y además vigila que no haya alrededor algún agente de tránsito que le pueda reprochar su conducta.
– Para todos la situación es difícil…
– Bueno, yo no sé si pueda decir que está difícil para todos. A veces miro la televisión y veo esos actorcitos de pacotilla en sus vacaciones y fiestas, y me da envidia no porque sean bonitos, si no porque tienen lujos que no se merecen. Pero me consuelo con saber que de todos modos ellos también se pueden venir a menos…
– Ah, si usted lo dice,..pero yo ni le presto atención a eso. No veo qué es lo que ellos me pueden aportar a mí.
– Lo entiendo señor, pero vea usted, ya estoy molido con esto, pero qué se le va a hacer. Al mal que no tiene cura, mejor no hacerle la cara dura…
– Bien lo dice usted y bueno así como conversamos y lo traje en menos del tiempo que usted pensaba, si usted se anima, le agradecería si me da una pequeña compensación por el tiempo que le ahorré al hacerle esta rápida carrera.
La charla ya me parecía una especie de confusión y una muestra precisa de las quejas de todos. Entonces menos mal pude llegar a mi casa a tiempo para recibir la llamada que esperaba y por igual le di un poco más de dinero al conductor.
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