Hijos de Maro (Entrega 17)
Por Enrique Pagella
«Hijos de Maro» continúa pese a que el peligro de una boca oscura que conduce a la nada, se cierna sobre su autor. Oprime sobre el número correspondiente si quieres leer una entrega anterior: 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1
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Dos acontecimientos han desmontado la calma que regía aquí. En primer lugar, porque el martes pasado, veinte mujeres permanecieron durante dos horas frente a nuestro domicilio, al son de canciones de Sergio Denis y Alejandro Lerner, que emitían a todo volumen con unos enormes parlantes que montaron en una camioneta 4×4. Una de ellas, de vez en cuando, recitaba a los gritos y con un megáfono, poemas de Alejandra Pizarnik, y lo hacía desgarradoramente. Todas llevaban remeras blancas con la siguiente inscripción: «Yo también soy la Maga».
El asunto no me gustó nada. OZ y DS opinaron de igual manera. Nuestro paradero no lo conocía nadie más que Andrés Felipe Escovar, Luis Cermeño y nosotros, claro. Ocurre entonces que como confiamos plenamente en los editores de Mil Inviernos, se nos vuelve misterioso comprender cómo hicieron esas mujeres para encontrarnos; secundariamente nos resulta también enigmático que hayan usado ese mix, que va de Pizarnik y Cortázar a Denis y Lerner, para acompañar sus reclamos – que quede claro: no tengo nada contra los que gustan de la música de Denis y Lerner; a mí, por ejemplo, me gusta un tema de Lerner; pero no puedo imaginarme a Cortázar escuchando con placer alguna canción de esos artistas; y tampoco puedo figurarme a Denis interpretando un poema de Pizarnik, aunque pagaría por escucharlo.
En fin, mucho más extraño resulta el reclamo que me presentaron apenas estuve frente a ellas. Les juro que por un momento me sentí como los guerreros de Hijos de Maro frente a las iotas, porque como ellos, no comprendía. El panfleto me lo entregó la que recitaba con el megáfono, que se presentó como abogada y poetisa – ; estaba escrito en una hoja artesanal y rezaba así:
1 – Exigimos que EP deje de consumir drogas para escribir ya que:
a) Usa, en consecuencia, un lenguaje rebuscado para dar la impresión de una textura intelectual de la cual sus textos carecen por completo.
b) Recurre a transfiguraciones y auras, deplorables recursos new age que nos recuerdan todo el mal que esos sincretismos religiosos le han hecho a nuestra cultura.
2 – Asimismo demandamos que deje de usufructuar al espíritu maltrecho del pobre Snuflk Karlto, a quien parasita con el solo propósito de escribir una novela.
3 – Requerimos, también, que repare las injurias vertidas hacia la obra de Julio Cortázar en las redes sociales.
De no cumplimentarse a la brevedad lo que solicitamos, pasaremos a la acción directa:
1) Subiremos a Facebook y a Twitter una foto de EP, que ya tenemos en nuestro poder, donde se puede apreciar con claridad extrema la cara de pelotudo que posee; 2) Realizaremos una campaña en internet para que su imagen pública quede dañada de tal manera que jamás pueda quitarse de encima los siguientes motes: inmaduro, ególatra, estúpido y mediocre; 3) Efectuaremos una manifestación multitudinaria y mucho más ruidosa que la actual con el propósito de despertar de su falso sueño al falso autor de Hijos de Maro.
Después de examinar el petitorio tuve plena seguridad de quien estaba detrás de semejante despropósito. Por eso me permití seguir con el juego, preguntándole a la recitadora si había leído la novela. Ella reconoció que sólo había leído las últimas tres entregas. Traté de hacerle ver entonces que su opinión era parcial, que no podía comprender qué eran esos fenómenos a los que llamaban «transfiguraciones» y «auras» porque, en primer lugar, no lo eran y, en segundo lugar, porque ni siquiera nosotros, que venimos degrabando, editando y analizando la novela, sabríamos cómo definirlos – claro que tengo una teoría pero no consideré oportuno exponérsela. Ella precisó, a cambio, que hacía especial referencia a los dos yanquis o mormones que brotaban como dioses en el texto, cosa que consideraba un burdo ardid desde el punto de vista literario, fruto, claro estaba, del abuso de la marihuana.
Advertí entonces que la muchacha era una cortazariana reaccionaria. Se entendía, en consecuencia, su posición ante la droga – el mismo Cortázar ha confesado que no sabía cuáles eran los efectos de la marihuana cuando hizo morir de una sobredosis de la hierba al protagonista de su famoso cuento El Perseguidor.
Esta muchachita de aspecto agradable y prolijo, emparentaba sin matices el estilo de la novela con el consumo y se resistió obcecadamente a creer que EP, en verdad, no fuma marihuana. Insistió con que había visto en Facebook una foto del autor con un gato en el hombro sobre un fondo de enormes cannabis, y no quiso creer que esa página es falsa, que él que aparece en las fotos no es EP sino Juan Carlos «Soplete» Molinari – clown, polemista, escapista y gran cultivador y consumidor de la planta -, persona encargada de difundir en la red social Hijos de Maro y el blog que abrimos con antiguos e inconclusos textos de EP, a los cuales le hemos escrito los finales – esperamos haber hecho un buen trabajo.
Dicho Facebook lo llevamos adelante entre JCM, OZ y yo. Nos divierte sobremanera que nos crean una sola persona, es decir EP, y como hemos detectado que los adeptos a Cortázar son mucho más susceptibles a la crítica que, por ejemplo, los de Borges, solemos espolearlos indiscriminadamente – a mí, por ejemplo, me gusta sobremanera Macedonio Fernández y cuando lo critican no se me mueve un pelo; pero basta con que uno esboce un análisis contrario al autor de Rayuela, para recibir a cambio, y como mínimo, una descalificación.
Este juego es uno de los pocos esparcimientos que podemos permitirnos mientras dure la novela y, gracias a los efectos que produce en sus «víctimas», hemos llegado a la conclusión de que la literatura está en franco proceso de disolución o, al menos, de transformación en un arte menor, donde el escritor se conformará con cumplir el mero rol de animador y los lectores se limitarán a comportarse como elementales fans.
Notando que por este camino no llegaría a nada, probé con hacerle entender que no era EP quien se había adueñado de la voz de Snuflk Karlto sino que esta voz se estaba sirviendo de EP para propagar un texto cuya finalidad todavía me resultaba ajena, y que de no ser así, estaríamos ante alguna patología de las señaladas por OZ en la entrega quince. A su vez traté de hacerle ver con eufemismos y rodeos que si creían en el espíritu de Snuflk Karlto y deploraban el uso de transfiguraciones y auras, el razonamiento que seguían se hallaba viciado de arbitrariedad.
Ella replicó que no se dejaría embaucar por mis artilugios dialécticos, que EP era, indudablemente, un gran desalmado, y que estábamos ante uno de los primeros, sino el primer caso de la historia de la humanidad en que un hombre lograba poseer a un espíritu perdido, atrapándolo en su sueño. Gritando concitó la atención de sus compañeras y de DS, al que de pronto descubrí a mi lado. Y a los gritos también declaró que desde el 11-S el mundo libre no sufría una calamidad tan decisiva. Era, y que a nadie le cupiera la menor duda, el primer paso que el hombre daba para conquistar y explotar el mundo de los espíritus que penan. Sus compañeras festejaron la idea coreando su nombre: «Teti, Teti, Teti…».
Tratando de contener el ardor de las manifestantes, supuse que ofrecerles el cumplimiento de la tercera exigencia del petitorio me permitiría iniciar una negociación que nos diese tiempo para huir. Entonces les informé que ese punto lo podíamos cumplir a la brevedad. Teti quiso saber qué diríamos acerca de Don Julio en Mil Inviernos, en el blog de EP y en el facebook Soplete para Juan Carlos. Le dije que diríamos que Cortázar había escrito uno de los diez mejores cuentos de la literatura argentina, Casa tomada; y una de las diez mejores novelas, Rayuela. Pero a Teti no le pareció suficiente. Me conminó a que le hiciese lugar en novela a Libro de Manuel y en cuento a La continuidad de los parques. Fingiendo sopesar la propuesta miré a DS y le guiñé un ojo para luego preguntarle qué pensaba. DS opinó que debíamos decir que las obras completas de Cortázar eran las mejores obras completas de la historia de la literatura hispanoamericana. Esto desató la euforia de Las Magas, incluida Teti, que se descontroló absolutamente, transfigurándose aún más apenas empezó a sonar a todo volumen desde la 4×4, un tema de Alejandro Lerner, cuya letra pude retener y decía más o menos así:
«…yo quiero ser moderno Moderno quiero 1234 abcd Quiero manejar vocabulario tan moderno que la ciencia no pudiera manejarlo ni con todo ni con nada yo quisiera descifrarlo Vocabularios tan modernos, una forma de expresión una cápsula con ruido una cámara analógica yo quiero ser moderno para poder tener novia una novia más moderna más acrílica y metálica yo quiero ser moderno, quiero estar en la vanguardia…» (En este link pueden escuchar el tema completo – deben esperar a que el muchacho ponga el disco; empieza en el segundo 50: http://www.youtube.com/watch?v=Nq5TAyBGLBA)
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Cuando culminó la espantosa canción, le propuse a Teti una tregua que nos permitiese cumplir con lo solicitado, aseverándole que necesitábamos un tiempo prudencial sin ruidos para despertar a EP sin poner en riesgo su vida; que este peligro existía verdaderamente y que podía dar fe de ello OZ, el neuropsicólogo que nos acompañaba.
Teti frunció el ceño, buscó con la mirada a sus compañeras y se acercó a ellas para deliberar. No me preocupaba la fama que pudieran crearle en internet; lo que sí me atemorizaba en exceso, era la posibilidad de que esas chicas lograsen armar una manifestación que sacara del sueño a EP. (Según mis cálculos el dictado de la novela culminaría próximamente, puesto que ya tenemos material para quince entregas más, advirtiéndose la inminencia del desenlace – en cuanto a este tema, al desenlace que se avecina en los textos que el lector aún no ha leído y nosotros sí, espero no sea una clarividencia más.)
Le dije entonces a DS que debíamos cambiar el escondite porque por más que lográramos una tregua, esas mujeres intentarían detener la novela, ya que detrás de ellas indudablemente estaba Madame Tara, la mujer que había irrumpido en la clínica de Gualeguaychú, exigiendo lo mismo que ahora exigían Las Magas. DS me preguntó entonces cómo podía estar tan seguro de ese liderazgo. A lo que le respondí con una confesión.
– Conozco muy bien a esa mujer, fuimos amantes.
DS me miró con cierta sorna que debió deshacer rápidamente, puesto que Las Magas, formadas en círculo, comenzaron a recitar como eróticas suplicantes.
«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja…»
Teti llevaba la voz cantante, repitiendo el texto que alguien le dictaba por medio de un celular que sostenía con una mano contra su oreja izquierda. Yo estaba completamente seguro de quien se encontraba del otro lado de la comunicación. El capítulo siete de Rayuela era el preferido de Madame Tara, solía recitármelo después de hacer el amor, cosa que me provocaba el más profundo desagrado; no soporto – y me doy el lujo de decirlo con todas las letras porque ya nos hemos sacado de encima a estas chicas y, por el momento, a Tara -, no soporto ese romanticismo bobalicón que quizá esté bien para ablandar las defensas de una mujer pero que en literatura me sabe a texto de telenovela escrito por un argentino canchero y existencialista por las calles de París; un texto muy bien escrito, a no dudarlo: Cortázar tenía una encantadora redacción y un amplio capital cultural aunque para mi gusto le ponía demasiada azúcar al mate.
Cuando me volví hacia DS para pergeñar alguna maldita y súbita estrategia que nos permitiese alejar a esas niñas, advertí que su mirada estaba absolutamente detenida en las primorosas y turgentes nalgas de una de Las Magas, que aún recitaban ese maldito capítulo siete.
– David, me parece que tendríamos que deshacernos de estas mujeres.
– Discúlpeme maestro, el texto de Cortázar y ese culito me transfiguraron, para usar el lenguaje de estas inimputables – me dijo con el petitorio en las manos, cosa que me sorprendió, dado que no había advertido el momento en que me lo había quitado; y agregó: – Desde mediados de abril no tengo sexo ni conmigo.
– ¿Quiere ir a ver a su mujer? Podríamos arreglarlo una vez que traslademos a EP a un nuevo lugar.
DS me miró y meneó la cabeza como si por cuello tuviese un resorte.
– No se preocupe, no tengo a donde ir, mi mujer quiere el divorcio y la casa.
– Sé un poco de eso, créame, lo que sucede ahora sucede porque me sucede a mí.
– Es decir, a mí no me está sucediendo nada – retrucó con cierto fastidio.
– Me refiero que lo que sucede está armado por Madame Tara como venganza hacia mí.
– Se la veía bien a Madame Tara…
– ¿De verdad? Si yo tengo ochenta y cuatro, ella debe andar por los sesenta y cinco….
En ese momento reapareció Teti que pasó a informarnos, con la expresión virulenta, la decisión que habían adoptado. Las Magas nos concedían veinticuatro horas de plazo para que consumemos el petitorio. Mientras tanto dejarían una guardia a la que podríamos comunicarle la cumplimentación de los requerimiento, momento a partir del cual dejarían de vigilarnos y EP podría seguir publicando Hijos de Maro en Mil Inviernos, a condición, claro, de que escriba despierto, es decir, sin usufructuar a espíritu penante alguno.
– Las vamos a denunciar a la policía, me cansé – dijo de DS y extrajo su celular, cosa que me provocó pavor.
– No lo haga David – le pedí encarecidamente.
DS me preguntó sin palabras porqué. La que respondió fue Teti.
– La mujer de EP ayer los ha denunciado por secuestro.
– Se los acaba de informar Tara – aseveré.
Teti no acusó recibo de mi frase y DS sólo se limitó a guardar el celular. Estábamos acorralados.
2
Conocí a Madame Tara en el año 1973. Andaba por Buenos Aires porque me habían ofrecido un puesto de profesor de Fundamentos físicos de la ingeniería para la carrera de Ingeniería rural en la inminente Universidad de Lomas de Zamora.
Tenía cuarenta y cinco años y una vida sumamente andariega. Venía de Sarajevo, del Campeonato Mundial de Tenis de Mesa, donde los chinos se habían llevado el primer puesto en hombres, con una actuación memorable del velocísimo Xi Enting, y la misma posición en mujeres con la graciosa y agresiva Hu Yulan. Había ido con la intención de vender las crónicas del torneo perocomo ningún diario de Paraguay y Argentina se interesaron por el evento, terminé gastándome todo el dinero que tenía en las noches de esa extraña ciudad. Por suerte me encontré con Isidoro Olivera – juro que es una coincidencia real -, un amigo argentino, ingeniero agrónomo, que estaba en Sarajevo asesorando a no sé qué productores agropecuarios bosnios, acerca del cultivo del trigo, según creo recordar. Fue Isidoro quien me anotició de esa oportunidad y como me resultó agradable imaginarme profesor en el conurbano bonaerense, apenas culminó el Campeonato Mundial, viajé a Buenos Aires y me instalé en una casa que me cedió el mismo Isidoro en Banfield, cerca – y siguen las coincidencias – del hogar de la infancia de Julio Cortázar, precisamente al lado, en la calle Rodriguez Peña 587.
Estaba sin dinero y como a la deriva puesto que recién para el próximo año se me aseguraba la cátedra. Así fue que pronto encontré trabajo como traductor al español de novelitas románticas de cowboys que, por alguna inextricable razón, se vendían sumamente bien en la Argentina. Pasaba largas horas traduciendo esa basura y luego huía hacia Capital Federal para ver alguna obra de teatro o alguna buena película que me exorcizara.
No recuerdo bien la fecha, creo que corría el mes de noviembre, y me enteré que se estrenaba El discreto encanto de la burguesía de Luis Buñuel, uno de mis directores preferidos, en el cine Cosmos. Cuando terminó la película me quedé inmóvil en la butaca, rumiando todos los enrarecimientos que me había dejado el fantástico cineasta aragonés, cuando vi que una hermosísima joven de unos veinte años de edad, se fijaba en mí. Como estaba sola me dio menos pudor abordarla. Era la primera vez que me permitía seducir a una jovencita que bien podría ser mi hija. Pronto estábamos en un bar tomando café y contándonos mentiras y algunas verdades sobre nuestras vidas. Ella era española de Madrid y había venido a vivir a Argentina a la casa de sus tíos abuelos en el coqueto barrio de Belgrano, para estudiar en el Instituto de Parapsicología que el profesor Naum Kreiman había fundado el año anterior. Si bien soy escéptico en lo que se refiere a esta disciplina que, por más que intente, no logra convertirse en ciencia, María de los Ángeles – el verdadero nombre de Madame Tara -, adivinó que mi signo zodiacal es capricornio, y que en el horóscopo chino soy dragón de fuego.
– Se nota en tus manos, en tu melena roja y en el color de tus labios – me contestó cuando le pregunté cómo se había dado cuenta.
Creo que esa estúpida demostración de agudeza bastó para que yo me enamorara de ella – así somos los hombres, y más aún si al principio de nuestro declive vital, nos da cabida una bella mujer en la plenitud de su juventud.
Pero aún más me impactó la libertad con la que se movía en la vida, ya que esa misma noche durmió conmigo en Banfield, fascinada por el hecho de hacer el amor al lado de la casa de la infancia de su adorado Cortázar. Al parecer, sus tíos abuelos eran unos ricachones, unos bon vivant, que se la pasaban de coctel en coctel haciendo negocios e intercambios sexuales de todo tipo con lo más selecto de la high Society de aquella época; de ello me enteré cuando, meses después, un primo de Tara apareció en todas las tapas de los diarios, ahorcado y violado, después de una fiesta negra que un embajador de un país nórdico – no recuerdo cuál – dio en su residencia de San Isidro.
Esa noche fue la primera vez que me recitó el mentado capítulo siete de Rayuela. Esa fue la primera noche que puso en su boca las palabras con las que Cortázar delineaba esa boca platónica que luego se transformó en una repetitiva e irreprimible tortura de palabras que me acompañó hasta que seis meses después pude echarla de la casa de mi amigo Isidoro.
En la próxima entrega referiré a los lectores el decurso de esa insoportable etapa de mi vida; el modo en que escapamos de Las Magas en un motorhome que consiguió OZ; y las consecuencias que nos ha deparado la denuncia por secuestro que nos ha hecho la mujer de EP.
Roberto Ruppi