Tweet, por Oyl Miller

Este remake del famoso poema Howl de Allen Ginsberg, es en realidad un tour-de-force sobre la vertiginosa red social Twitter y el desbocado modo de vida al que se obligan sus usuarios para alimentar sus tweets.

TWEET

Por: OYL MILLER

He visto las mejores mentes de mi generación destrozadas por la brevedad, la hiperconectividad, emocionalmente hambrientas de atención, arrastrándose a sí mismas a través de comunidades virtuales a las 3 a.m., rodeadas de pizza rancia y abandonados sueños, buscando rabiosos significados, cualquier significado, los mismos hipsters encapotados muriendo por la aceptación compartida y escéptica del dínamo proyectado holográficamente en la tecnología de la era, quienes se desvelan por la débil conexión y la recesión herida y sin dirección, micro-conversando en la oscuridad sobrenatural de cafés con Wi-fi, flotando a través de las cimas de las ciudades, contemplando la tecnología, que desnudan sus cerebros al vacío negro de la nueva publicidad y los líderes de opinión y los llamados expertos que pasaron a través de comunidades universitarias con radiantes y juguetones ojos bromistas, alucinando a Seattle – y a Tarantino- como instalados entre eruditos pop de la guerra y el cambio, que se abandonaron a favor de una musa creativa, publicando fanzines y piezas de arte obsceno en las ventanas de Internet, que se acobardaron en salas sin afeitar, en ropa interior irónica de Superman quemaron su dinero en cestas de basura desde 1980 y escucharon Nirvana a través de delgados muros de papel, que fueron arrestados con sus barbas grunge montando el metro para la estación Shinjuku, que digitalmente comieron en hoteles pintados o tomaron pegamento Elmer en senderos secretos del valle, muertos o purgados sus torsos con tatuajes tomando el lugar de los sueños, que devinieron en pesadillas, porque no hay sueños en la Nueva Inmediatez, incomparablemente ciegos a la realidad, inventando la nueva realidad a través de vacuas creaciones alimentadas de pantallas iluminadas. Pantallas apostigadas de nubes etiquetadas y de iluminadas imágenes en miniatura surfeando con Boards of Canada y Guevara, iluminando todas las matrices congeladas de tiempo en medio, solideces megabitadas de tablas y amaneceres de béisbol en el patio del ayer, borracheras descargadas sobre las terrazas, mostradores digitales de flashes parpadeantes, un sol y luna programando paseos enviando vibraciones por dispositivos móviles configurados de cierta forma mientras tweeteaban ocasos invernales de Peduca, ceniceros desvariando y manchas de café que esconden la mente, que se limitan a sí mismos a aparatos wireless para un viaje interminable de información opiácea desde CNN.com y Google en embaladas de azúcar hasta el ruido de los módems y máquinas de fax derrumbando el estremecimiento, con limitada y vulgar verborragia a las respuestas de los comentarios, lúgubres maltratos del cerebro compartido carente de brillantez en la opaca luz de un monitor, que se sumerge toda la noche en luz de una interfase de Pabst flotando e instalándose en la vespertina gracia viciada en salones de pizza desolados, escuchando la grieta de la perdición sobre separados Ipods nucleares, que textean continuamente 140 caracteres al tiempo desde el parque al estanque al bar al MOMA al puente de Brooklyn batalla perdida de lacónicos platónicos auto proclamados periodistas comprometidos a la revolución de la información, tirándose a la inclinación del álbum de covers de R&B salido en los tardíos 80s, tweeteando sus gritones vomitivos susurrantes hechos y consejos y anécdotas y sándwiches del almuerzo y payasadas de gato sobre los sofás con globos oculares dando follow e impactos de estadísticas y de autoridad y encontrando tu pasión y jerga, todos los intelectuales descalificados y barridos en limpio en el recuerdo 24/7 365 asaltos todos bajo la mirada de los, alguna vez, brillantes ojos.

El poema en el idioma original se encuentra en:
McSweeney’s

Trad. Mil Inviernos

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