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Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola

Hablemos de desarraigo 

05/03/2023

En mi casa soy la oveja negra, el rojo radicalizado que desea una Colombia en paz y con justicia social. En Barranquilla soy un inadaptado, un tipo demasiado callado para el gusto popular, un caso atípico que se desmarcó de la chabacanería imperante. En Colombia soy un costeño, la ralea dentro de las castas del regionalismo de aquel país clasista, racista y obcecadamente violento.

En algunos sitios de mi país, aunque aquí en Barcelona también me ha pasado, me confunden con un venezolano, y es entendible la confusión, porque hablo rápido y con acento caribeño.

En Italia es un poco distinto, allá soy un americano, porque en el mapa aquella masa continental viene siendo una misma cosa. La denominación también les sirve para diferenciar a los nativos —que viven, piensan, aman, discuten y sueñan en italiano— de tipos como yo, que aprendimos en casa los rudimentos de la lengua. Entonces, en la tierra de mi padre soy un italiano rebajado con agua, y en  mi país, un colombiano desarraigado, más latinoamericano que otra cosa, porque aunque en Europa circule como Pedro por su casa, lo cierto es que pienso y siento como un latinoamericano hijo de las migraciones,  un «hijo de los barcos», como dicen en el Cono Sur.

Emigrar te hace extrañar las comodidades de tu casa, pero volver a Colombia no termina de parecer buena idea, la violencia política, la intolerancia mezquina, el terror psicológico generado por las armas de comunicación masiva de los grupos económicos —y las mafias regionales— hacen imposible la convivencia. Si pudiera, trasladaría la vida cultural de esta ciudad a mi rincón del Caribe, pero lamentablemente, por condiciones sociopolíticas y socioculturales, sería más fácil reproducir acá el bienestar que encontraba en allá en mis cuatro paredes. Lo cual es fácil de decir pero difícil de materializar, comenzando porque en Latinoamérica hay muchos problemas, pero no atraviesan por la crisis alimentaria de la sobrepoblada Europa, donde la carne solo se la pueden permitir los políticos, y el resto de la población sobrevive con una dieta cada vez más costosa consistente en carbohidratos, lácteos, productor de mar, huevo, legumbres, pollo, azúcar, cafeína, y mucho alcohol y tabaco. Lo que me ha hecho pensar en que quizás el veganismo —y ni hablemos de la Entomofagia que ya hace parte de la agenda mediática— este siendo usado para disimular la crisis. Mientras tanto, en la periferia de las ciudades, los jabalíes se reproducen como conejos y atacan a los humanos, con la falta que hace la proteína, pienso cuando veo esas noticias.

Agua y caramelos por África

Por Fernando Suárez-Obando

Fernando Suárez

I

Confundía ensoñación con pesadillas, parecía estar en un estado febril. Apenas podía abrir los ojos para ver la extensa planicie herida por el hilo gris de la carretera; cerraba los parpados y veía a lado y lado de la vía, bailarines Yao y hombres-león; figuras que fijaban su mirada sobre mis ojos cegados por el sueño; su escrutadora mirada, viva, fija sobre mi ser a medida que avanzábamos por la llanura.

Máscaras inexpresivas, presencias aterradoras, unos tras otros; los hombres-León, ocasionalmente emprendían su danza convulsa, solo para detenerse cuando yo quería fijarme en sus movimientos; bailaban a lo lejos, se detenía ante mi cercanía. Uno tras otro. Bailarín, hombre-León y máscaras. Una hilera interminable de seres brotados de la planicie. Sus espíritus enmarcaban la carretera y el resplandor de sus atuendos matizaba el sol abrazador. El rojo de las melenas inducía el temor de una presa que corre sin esperanza, la presencia de un predador implacable que se repite en hileras infinitas, cercando el camino, esperando pacientemente el momento de dar el zarpazo y detener la huida. La misma carretera al abrir los ojos, la misma carretera al cerrarlos; llanura sin cazadores, llanura con leones humanos.

Finalmente me despertó el grito del conductor: -Vieron a los Yao? – gritó sin quitar la mirada de la carretera. – Vi a varios, eran muchos – respondí sacudiéndome la modorra. – ¡Vamos, solo había dos! –. Dijo el conductor soltando una mirada de sorpresa por el espejo retrovisor. – Uno detrás del otro, permanecían inmóviles al lado de la carretera –. Sonrió y se mantuvo fijo en el camino. – ¡Pero solo eran dos! -. Sentencio -. Pensé que eran más, tal vez miles, o al menos cientos –. Dije mientras sacudía la cabeza, intentando volver a esta realidad. – Has dormido por treinta minutos –. Intervino Antonio, que estaba a mí lado en el asiento trasero. – ¡Aja! ¡Treinta minutos! ¿No fueron veintiocho o treinta y dos? ¡Que preciso! Que importa, vi a miles de Yao y leones y máscaras -. Replique en voz baja, volviendo la cara hacia la ventana.

Afuera, la Sabana Africana atravesada por la cinta asfáltica. Viajábamos desde el noroeste hacia Lilongwe, habíamos partido desde el lago Malawi hacia poco menos de una hora; continuábamos hacia el este, en dirección a la capital. El sol rojizo de atardecer nos rasguñaba la espalda.

Sentía el sopor y el cansancio; ojos edematosos enmarcados por mi cara brillante; que letargo atroz; debía despabilarme para disfrutar las últimas horas de luz y recrearme con la Sabana. A pesar de las pesadillas con los Yao, un viaje sin contratiempos; me concentraba fijando mi mente en la infinita llanura, contemplando el paisaje, viendo pasar retazos de África, por la ventana del Rover.

Avanzamos hasta Salima, paso obligado partiendo de la Bahía Senga en dirección a Lilongwe. -Salima, Salima- lo repetía en voz baja para no olvidar. Salima, una pequeña ciudad, más que ciudad un pueblo grande con Mezquita, algunas calles pavimentadas; Coffin shops alternando con tiendas de muebles y carpinterías, talleres de mecánica a lado y lado de cafeterías paupérrimas que se promocionaban con letras pintadas sobre sucias paredes blancas: “tea room and soft drinks”; tráfico, cabras, gente y un ejército de camionetas de las ONGs instaladas en Malawi. Decenas de mini-buses agolpados recogiendo o dejando vecinos; volquetas colmadas de personas en el cruce de caminos, gente lanzando arengas desde las volquetas, gente saludando desde los platones, gente en domingo de traje y camino al rito, al templo o al partido de futbol; a donde fuera que se dirigieran, se notaba en ellos la agitación del día, gente, algarabía y sopor de un domingo cualquiera; el sol nos castigaba de frente, a todos por igual. Serian alrededor de las cuatro de la tarde cuando nos detuvimos.

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El día que en el cielo de Nueva York se escribió a Dios

Vida Nueva

El dos de Junio de 1982, en el cielo de Nueva York brotaron unos versos brotados del poeta chileno Raúl Zurita. Todos ellos se referían a Dios, buscaban aludir algunas de sus formas, a sabiendas que la inmensidad del firmamento se lo tragaría todo. Para esta acción (apoyada por el CADA-Colectivo de Acciones de Arte-), se precisaron de cinco aviones y Zurita cuenta que quiso haberse enceguecido sin haber podido ver lo que ocurría arriba, así todo habría coqueteado con alguna cumbre de la poesía. Hoy día Raúl puede ver aunque, a cambio, tiene un Parkinson que lo llevó a autodenominarse en muchos versos como «Parkinson Zurita». Este es el vídeo de aquél día luminoso de Nueva York en que Dios fue escrito en el cielo:

 

 

Una comida hecha por Clarice Lispector

Clarice Lispector

Barbara Lopes es una traductora que ya ha colaborado en milinviernos con el cuento «Una gallina» de Clarice Lispector y unos capítulos de «Los siete locos» de Roberto Arlt que tradujo al portugués. A continuación les presentamos el relato «Come, m´hijo»(1971) escrito por Clarice Gurcel Valiente:

 

Come, m´hijo

El mundo parece chato pero sé que no lo es. ¿Sabes por qué parece chato? Porque siempre que miramos el cielo está encima, nunca abajo, nunca está al lado. Yo sé que el mundo es redondo porque me lo dijeron, pero solo iba parecer redondo si miráramos y a veces el cielo estuviera allá, abajo. Yo sé que es redondo, pero para mí es chato, pero Ronaldo solo sabe que el mundo es redondo, para él parece chato.

– …

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María Teresa Andruetto, una argentina que debe seguir siendo premiada

Por Kira Villamizar Da Silva

La escritora cordobesa, galardonada con el Hans Christian Andersen 2012 y primera argentina en ganar este premio, sigue haciendo grandes aportes a la literatura infantil y juvenil (LIJ). Apenas después de tres meses de haber recibido tan importante distinción dentro del campo de la LIJ, Andruetto presenta una carta reclamo por los niños de Sudán del Sur refugiados en Israel. Cabe plantearse: ¿cuántos otros ganadores del Andersen están hasta tal punto comprometidos con otras áreas que no sea únicamente la literaria? María Teresa Andruetto, se dirige al presidente, diputados y ministros de Israel y expresa su preocupación por los más jóvenes, que terminan siempre siendo los más perjudicados en cualquier adversidad sociopolítica.

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