La óptica de la ciencia ficción. Reseña a Punto Ciego, de J. A. Conde
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
– Jorge Luis Borges
LA ÓPTICA DE LA CIENCIA FICCIÓN.
RESEÑA A PUNTO CIEGO, DE JUAN ALBERTO CONDE A.
«Del ojo al pene el camino es breve». Una frase lapidaria, pero tal vez una que el autor preferiría no fuera la más célebre, que aparece en boca de uno de los personajes del libro, que no tiene nombre, sino al que se le llama sencillamente como El Acuario; con esta frase, no exenta de gracia pero poco elegante, inicio mi reflexión sobre la novela de Conde, que incita a cuestionarse sobre esa cercanía casi dependiente entre la filosofía y la óptica, con la que podríamos reformular un nuevo aforismo que rezara: «De la filosofía a la óptica el camino es breve».
De manera semejante a la del desafortunado Baruch Spinoza, que tras ser excolmulgado de la religión judía en Amsterdam debió entonces dedicarse a la labor de pulir lentes, labor que le otorgó cierta celebridad en su época y cuya inventiva magistral incluso lo impulsó a desarrollar unos excelentes lentes para telescopios; así como George Berkeley, el obispo irlandés que demostró que toda existencia se fundaba en el acto de percepción, llevando el idealismo a su extremo más delirante, y de este modo, terminó también desarrollando una teoría de la óptica; y lo mismo que siglos después, un lascivo bibliotecario francés llamado Georges Bataille llevara sus investigaciones sobre el erotismo al plano escatológico del glóbulo ocular en La Historia Del Ojo; tenemos claro que, desde luego, no resulta nada increíble que del sendero de la reflexión filosófica se extravíe el pensamiento hacia el bosque maravilloso del oculismo.
Esta fue la historia arquetípica que vivió Henry, el joven protagonista de la novela, cuyas meditaciones filosóficas urgieron un siguiente paso hacia la experimentación práctica de la percepción óptica, por lo cual su paso por la facultad de Filosofía le dio un bagaje teórico que solo encontró una posibilidad de desarrollo práctico en la labor prosaica de una óptica bogotana. Pero no fue sino hasta que el hado le posibilitó conocer al ejemplar más imperfecto visualmente (a quien ya nos referimos en primera instancia como «El Acuario») que este joven Víctor Frankenstein optometrista pudo darle rienda suelta a sus más extrañas especulaciones, confrontado a un nuevo universo que su Golem gafufo prometía brindarle.
La novela de Juan Alberto Conde es de estructura clásica, de un lenguaje culto pero impregnado de escenas cotidianas que parecen darle un aire realista urbano, con lugares fácilmente reconocibles para los bogotanos, con diálogos excelentemente recreados que nos permiten conocer las características socioculturales de cada uno de los personajes e incluso nos llevan a comparar uno que otro sujeto que en la vida real podemos identificar con estos patrones. El estudiante obsesivo e introvertido, cuyo conocimiento lo hace un rebelde de la academia y el saber formal; el médico oftalmólogo yuppie, con un complejo juvenil ridículo; el personaje grotesco y desfachatado cuyo cuadro mental y físico lo vuelve interesante por sí solo; la tonta bonita, que no se termina por definir si es arribista o de «buen corazón»; la envidiosa, medio celestina; el metiche: todos ellos forman parte de un entrañable cuadro folclórico bogotano por excelencia.
No obstante, no por poseer estos rasgos (como decíamos) realistas y casi folclóricos esta novela pertenece a ese género que se hace llamar «urbano», ni «juvenil», ni menos realista. Porque el núcleo de la historia gira alrededor de una gran fuerza, una singularidad gravitacional (si se me permite el abuso del término científico), que es del todo maravillosa sin por ello caer en el terreno de lo puramente fantasioso o de superstición. Es por ello, que Punto Ciego es una de las novelas más representativas del género de Ciencia Ficción en Colombia. ¿Y por qué? Bueno, sin ir más lejos, a explicaciones externas, el mismo autor lo explica al interior de las páginas de su novela en un ejercicio de reflexión metaliteraria:
Quiero que se entienda: los sucesos que relataré de aquí en adelante no son producto del capricho o la locura —al menos no de una locura indiferenciada o común—, sino fruto de la conjunción de una actitud frente al mundo; esto es, una postura activa y buscadora de mi parte, y la orquestación de sucesos y devenires que escapan a esa búsqueda y esa actitud. Quiero dejar en claro que por irracionales que parezcan tales hechos, no son de ninguna forma sucesos sobrenaturales ajenos a la lógica, al menos no la totalidad de ellos. Yo los compararía más bien con una explosión de laboratorio causada por un error humano, que con una catástrofe natural o un castigo divino.
¡Conque «una explosión de laboratorio causada por un error humano»!, esto nos da una idea inicial de que nos encontramos frente una narrativa más similar al relato fantástico de Dr. Jekyll and Mr Hyde, ambientado en la Bogotá de fines de los noventa, que de una burda crónica contando las rumbitas juveniles que tanto hicieron mella durante esa época y que hoy ni vale la pena mencionar.
Y, así pues, resulta que tenemos con nosotros el acontecimiento de la fabricación de un gran mutante en la literatura colombiana, con todo el rigor teórico y científico que lo aparta necesariamente de las creaciones banales y risibles de los superhéroes de un Stan Lee que los engendra por las vías más mediocres. Un mutante, así, más cercano a los superhumanos de Borges o Sturgeon, cuya naturaleza desbordada se debe al mismo sino trágico y singular de la existencia más que a cavilaciones desaforadas sin fundamento lógico.
Punto Ciego de Juan Alberto Conde es una novela, por su misma rareza, mutante y poderosa dentro de la literatura colombiana de fines de siglo. Una obra que debe ser leída, en especial, por todos los fanáticos de la ciencia ficción, pues es una muestra lograda de lo que el género tiene para ofrecer a sus lectores y creadores.
El traspaso del tono erudito del narrador con las escenas más constumbristas es un poco brusco, pero el Universo de la historia es absorbente y uno termina sintiendo que conoce a los personajes; es más, la próxima vez que uno vuelva a una óptica extrañará no encontrarse a Henry, y seguro que buscará inconscientemente, entre los compradores a El Acuario, merodeando a través de los espejos.
Entonces se verá la cara uno, y temerá encontrar el Punto Ciego, en donde las formas desaparecen y puede surgir desde allí todo el poder macabro del ojo negro.
Postdata.
Entre todas las cosas buenas que tiene para ofrecer la novela, además hay un regalo escondido que es un jueguito óptico para encontrar el punto ciego.
Acá se los regalo: