Reseña“Lucía sin luz”, de Gustavo Caso Rosendi (ediciones El Mono Armado, 2016). Por Leandro Alva
Sería muy sencillo afirmar que este libro se adentra con singular eficacia en los recovecos de la relación que urdieron el autor y su madre a lo largo de sus años de coincidencia sobre esta tierra.
Sería muy sencillo hacer un rejunte de fundamentos psicológicos y convocar a Edipo para esclarecer cuestiones íntimas de la problemática familiar y su reflejo en el ámbito poético.
Sería muy sencillo caer en el elogio fácil porque, de hecho, nos encontramos ante uno de esos libros que, desgraciadamente, no aparecen con la frecuencia esperable; un trabajo tiernamente filoso, por momentos cruel hasta el desgarro que permite abordar el vínculo madre-hijo sin tapujos ni condescendencias.
Por todo eso, el asunto no es tan sencillo.
Desde la cita que abre el poemario, Gustavo nos desconcierta con algunos versos de “La sonrisa de mamá”, clásico indiscutido de Palito Ortega. Y uno no sabe a qué atenerse porque ese toquecito kitsch nos deja más indefensos frente a las páginas que se nos vienen encima, nos ablanda un poco para luego darnos una caricia rugosa y persistente que nos transporta desde la calidez y la comodidad intrauterina hasta el destierro en la intemperie posterior, definitiva. “Mi territorio ha ido a parar a la basura”, exclama el poeta cuando atraviesa la línea que divide ambos mundos. A partir de ese momento, los tiempos se invierten y se superponen, en un juego de espejos donde el autor, finalmente, pasa a ser la madre de su madre.
De movida queda claro que la cosa no va a ser fácil; un “pecho agrio” será el alimento que más a menudo le va a ofrecer su progenitora, cuyo nombre-título se escabulle hasta el sexto poema, no así su presencia, que se respira desde la primera frase. Porque se habla tanto de la madre como de la ausencia de la madre, de su amor y su cuidado como de su falta de amor y su falta de cuidado. Lucía parece no haber sido una mamá perfecta (ninguna lo es, a fin de cuentas) pero el autor no tiene ningún reparo en confesarlo desde la honestidad más despojada. Y eso es un logro, un gran logro. “Sería muy fácil odiarla, –escribe Caso Rosendi- pero tomo el camino más difícil.”
Los textos fluyen sin ataduras ni cronología. Se mezclan los recuerdos de la niñez del poeta con sus visitas al geriátrico en el que Lucía pasó los años últimos. Aquí se invierten los roles; aquí es Gustavo quien debe cuidarla, darle de comer y hasta cambiarle los pañales. En un momento, la compara con un auto y dice que es un “modelo ´39” con detalles de chapa, el parabrisas sucio de mariposas reventadas y “algunos escapes sólidos y líquidos.” De esta manera se nos impone una verdad sin maquillajes y nos metemos de lleno en una tristeza dura, exenta de desbordes y melodramatismo.
Personalmente, estoy convencido de que esa lágrima escamoteada hasta el último poema constituye su principal acierto: la evasión de una melancolía blandengue y ampulosa en la que suelen caer otros autores cuando abordan temas tan íntimos y personales.
Dije con anterioridad que la ternura bien administrada también asoma con frecuencia, matizada por un lirismo áspero que gotea pero jamás rebalsa. Esto se manifiesta a lo largo de toda la travesía. Por citar un par de ejemplos, cabe destacar los poemas “¿Te acordás…” y “El jacarandá…”
En suma, Gustavo remonta vuelo a golpes de cincel y canto de jilgueros, con una profundidad y un talento que ya habían sido demostrados en su trabajo anterior: “Soldados”.
Para terminar, confieso que desde la primera lectura, no me canso de recomendar “Lucía sin luz”, y quiero darle fin a esta reseña con algunos de sus versos:
Hoy tu voz está oscura
como el goteo de una caverna.
Te paso la mano como si limpiara
un mueble viejo. Pongo una carpeta
al crochet y ahí encima, un adorno.
Para que vuelvas a estar,
a ser hermosa.