La editorial Odeón publica 30 cuentos y medio

Por:  Manuel García Pérez

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  Llegan a mis manos los últimos cuentos escritos por «Miliki» y siento la impaciencia de quien ahora recuerda aquellas tardes televisivas de la España del bocadillo de sobrasada y la televisión en blanco y negro con la que me crié en los ochenta. Lo emotivo reside no en el alcance de la obra en sí misma, sino en lo que significa su aparición en estos tiempos de descalabro político y apatía generalizada. Nadie puede negar que el trabajo de cómico que ejerció «Miliki» fue voluntarioso e innovador, pues fue capaz de distraer con humor blanco y pericias propias de La Comedia del arte a varias generaciones de espectadores.

La Editorial Odeón publica ahora los cuentos póstumos del gran «Miliki» en un excelente trabajo de edición donde, además de los textos, podemos encontrar un audiolibro con las voces de Rita Irasema, Manuel Feijó y Virginia Rodríguez, interpretando cada uno de estos breves textos. 30 cuentos y medio no es una obra de estilo, no es un trabajo de altura literaria, sino una experiencia de vida, un intento por reconciliar el mundo de los sueños incumplidos con una realidad severa, cruel en demasiadas ocasiones.

Los personajes de «Miliki» no son grandes héroes épicos, sino héroes de lo cotidiano que aspiran a que sus ilusiones se cumplan en algún momento de su vida. El alcance literario de estos cuentos reside en la sencillez del argumento, en su espontánea estructura que nos conduce a un chistoso y anecdótico desenlace. Porque Emilio Aragón «Miliki» es un contador de cuentos y ese carácter oral se refleja en su escritura, azarosa, pero previsible, con mucho ritmo en algunos pasajes. Lo cómico se convierte en una pequeña tragedia para esos personajes que él construye con intensidad y lo trágico termina por parecerse a lo cómico cuando el desenlace de los cuentos abre un horizonte de verdadera esperanza a los protagonistas: «Un buen día, Jorge hizo una anotación en la palma de la mano derecha de Julia. Ella, acostumbrada a dejarle hacer anotaciones en cualquier espacio que encontrase a mano, ni miró lo escrito por él. Sólo cuando iba a poner la mano debajo del grifo del agua, su corazón dio un vuelco. Acababa de leer lo escrito por Jorge en la palma de su mano. Sólo había anotado: «¡Te amo!» (pág. 85).

  La suegra y el violín, Entre nardos y tulipanes o En el limbo son claros ejemplos de ese desafío entre sueño y realidad al que los personajes se entregan inconscientemente. Lo interesante de estos cuentos es que «Miliki» tiene un plan narrativo, pues hay una anécdota con la que se inicia la trama, una intención moral que no puede evitar por su conciencia creativa de clown y una reflexión acerca de los problemas éticos con la que cierra siempre la coda de cada cuento: «La mentira es el mayor defecto de la humanidad. Y si a la mentira le sumamos la vanidad, estaremos creando la bomba más explosiva que crearse pueda» (pág. 54).

Su frase sencilla y el colorismo de algunas escenas producen un efecto poético que recuerda a los breves cuentos de Monterroso o de Piñeira. Quizá una de las obsesiones a las que el autor se entrega sea al tema del sueño por el carácter fecundo y ambiguo que tiene nuestra capacidad de imaginar mientras dormimos. En la mayoría de esos relatos, se produce ese encuentro casual o intencionado donde los personajes confunden su mundo cotidiano con lo onírico. Por esa razón, la literatura de «Miliki» se convierte en una parábola de la necesidad de crear y de leer; un motivo sintomático de que solamente el arte, el arte del ensueño y de la fábula, puede reconciliarnos con nosotros mismos: «Cuando sacaron a Patacruel del hospital, desde la camilla que lo trasladaba a la ambulancia que lo llevaría a su hogar, pudo ver a tres gatos negros, situados en la acera frente al edificio, sacando pecho un orgullo gatuno digno de la raza y una profunda mirada de justicia y sabiduría felina» (pág. 35).

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