Alamiro Guzmán: las cartas del minero (I)

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Un sábado, en septiembre de 2006 conocí a Berta Manríquez en Valparaiso. Ese día había un asado en la calle y ella estaba sentada, vigilante, en el andén frente a la casa ladeada donde vivía Soledad. Se quedó mirándome cuando llegué y me preguntó si no iba a comer. Con algo de vergüenza tuve que admitir que ya había almorzado. La Berta tenía esa mirada recia que latigaba al desconocido, pero su tosquedad desaparecía cuando soltaba la risa y le contaba a uno cualquiera de las anécdotas de su vida o las historias de su familia. Al principio Berta me inspiraba un respeto tan grande que a veces lo sentía como miedo, pero eso no evitó que con el tiempo ella se convirtiera en una de mis mejores amigas.

Berta murió el año pasado, partió de la tierra chilena para reunirse con sus dos grandes amores: el Faruc y el Alamiro. Los dos fueron luchadores, lideres. El primero murió asesinado en Cabildo, el pueblo en el que vivía con Berta, dejando a su esposa adolescente viuda y a sus tres hijas huérfanas en 1976. El segundo murió de cáncer en 2003. Los dos hombres fueron los padres de las cinco hijas de Berta.

Al Alamiro nunca lo conocí, pero me contó con su puño y letra su romance con Berta, el amor que sentía por sus hijas, por su partido y por los trabajadores chilenos. La Berta y yo pasamos tardes enteras durante seis meses leyendo y releyendo las cartas que el Alamiro le envió durante el tiempo que estuvo encerrado en la cárcel en 1981. Fue gracias a esa lectura de historias y a esas conversaciones sobre Chile y sobre el pasado que Berta y yo nos hicimos amigos. Pasamos meses enteros hablando del Alamiro, de Chile y de nosotros.

En esta oportunidad me gustaría compartir varios apartes de las cartas del Alamiro. Estos apartes que aún conservo hablan sobre el comienzo de su historia en las tierras mineras de Chile, de sus primeros amores y de su familia. Las comparto con todo el amor y el respeto que les tengo a sus hijas, a su familia y a la Berta.

“Bertita:

La pampa salitrera desde Antofagasta y en toda la provincia de Tarapacá estaba en auge, con serias dificultades, la gente del sur, en particular la de Coquimbo y sus alrededores, llegaba al salitre enganchada por los sueños de las oficinas salitreras. A esta gente no le importaba saber cuanto seria su salario, el solo hecho de estar en la zona tan nombrada les satisfacía, por que en esos años el salitre era tan nombrado como la California de las Estados Unidos.

Los enganchos de gente llegaban en barco a Iquique o Pisagua , desde allí eran trasladados en tren a los campamentos , todo eso era una acontecimiento cuando llegaban, nosotros íbamos a esperar el tren para ver si llegaban niñas bonitas y lo que mas nos llamaba la atención era que todas tenían su cara colorada o rosada, por que nosotros y todos los que vivían en el norte éramos negros quemados con ese sol  de todos los días que a las 15 horas de la tarde estaba arriba de 35 grados. Yo en esos momentos debo haber tenido entre unos 10 y 12 años, por que fue a la edad que me contrataron con tarjeta para trabajar, en esos tiempos eso era lo máximo para un joven, tener una tarjeta de trabajo, se encontraba realizado.

Mi primer trabajo fue de mulero herramentero, mi papel era trasladar las brocas perforadoras al minero para su trabajo, recuerdo que era la primera vez que llegaban al norte las maquinas perforadoras a aire, eso era una novedad, tenia que levantarme todos los días a las 4 de la mañana. Mi vieja tenía la tarea de despertarme a esa hora, llegaba al corral junto con muchos chiquillos que trabajábamos en eso, a buscar nuestra mula , era tan difícil los primeros días por que estos animales eran tan mañosos que no se dejaban poner los atalages que eran nuestra montura por que después había que colocar treinta y cuarenta brocas atravesadas en la mula y después uno montaba.

Cuando todo estaba listo el animal se espantaba y empezaba corcovear y botaba todo, muchas veces lloraba porque el animal me pateaba lejos y tenía que empezar todo de nuevo. Muchos chiquillos fueron pateados a muerte y algunos para ganar doce pesos mensuales.

Tuve poco tiempo en ese trabajo por que era muy alto y siempre buscaban a los niños más bajos, para que cargaran con más herramientas, mi otro trabajo fue de oficial mecánico en la planta de las oficinas, ya era más liviano, no tenia que madrugar tan temprano. Recuerdo que varias veces me caí de la  mula donde me quedaba dormido, me sacaba la cresta y sufría tanto por ese trabajo porque siempre salíamos del corral que estaba al lado del campamento en la madrugada y teníamos que recorrer varios kilómetros hasta la mina y después recorrerla. Eran miles de kilómetros cruzando con cerros, quebradas y siempre pasando junto a las mulas que habían muerto con los niños o los hombres que eran carreteros. Todas esas pasadas tenían el nombre del fallecido.

Era tanto el miedo que entre todos los cabros salíamos juntos, pero llegaba el momento en que había que separarse. Yo para no pasar por ese lugar donde había muerto un compañero de trabajo prefería darme una vuelta mas larga por otro camino. Eso significaba que salía mas tarde de lo normal, eran las 16 horas y no tenía tiempo para jugar a la pelota. Por lo tanto a veces pasaba con susto por ese lugar. Además los viejos huevones hacían comentarios que por ese lugar salía el descabezado o que el compañero muerto salía y llamaba. Huevadas, pero en ese tiempo, la credibilidad era cosa viva, por eso después me gustó la teoría del partido que me sacó de esas cosas abstractas. Mi trabajo como oficial duró poco por que tentado como siempre a ganar un poco mas me fui buscando los trabajos más pesados y difíciles. Desde allí deambulé hacia la mina, ya me encontré con el hombre maduro, con el obrero minero, con su experiencia, que recuerdo me decía el cabro de Guzmán, o sea  mi padre.

El trabajo duro y pesado me fue formando,  el trabajo era peligroso, los accidentes eran pan caliente del día, no había ambulancias, los accidentados eran trasladados en carreta y eran acontecimientos diarios, tuve suerte, mucha suerte y muchas veces estuve en peligro de morir aplastado. Seguí formándome en esa vida, que para mí sin entender el valor que tiene  era una aventura”.

 

 

@loloelrolo

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0 Responses to “Alamiro Guzmán: las cartas del minero (I)”

  1. danitza GUZMAN says :

    NUESTRA HISTORIA NUESTRO PASADO, SIGUES PRESENTE TIO ALAMIRO,
    AHORA Y SIEMPRE.

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