El meteorito según Juan, Cioran y Sánchez Merlano
Suena una música extraña: De la abdicación del Papa al incendio de un pedazo de cielo ruso por la caída de un meteorito. ¿Ha comenzado a cumplirse la promesa hecha desde antes de que existiera el tiempo? Juan dijo durante su destierro en Patmos:
«El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas.
Y el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas» (Apocalipsis 8,10-11)
El mismo Juan, en otro de sus versos avisoró:
«Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande» (Apocalipsis 16, 21)
Por su parte Emil Cioran, en su aislamiento asordinado en Francia, escribió en francés aunque llorara en rumano:
Quousque eadem?
¡Que sea maldita para siempre la estrella bajo la que nací, que ningún cielo quiera protegerla, que se disperse por el espacio como un polvo sin honra! Y el instante traidor que me precipitó entre las criaturas, ¡sea por siempre tachado de las listas del Tiempo! Mis deseos no pueden ya compadecerse con esta mezcla de vida y de muerte en que se envilece cotidianamente la eternidad. Cansado del futuro, he atravesado los días, y, sin embargo, estoy atormentado por la intemperancia de no sé qué sed. Como un sabio rabioso, muerto para el mundo y desencadenado contra él, sólo invalido mis ilusiones para excitarlas mejor. Esta exasperación, en un universo imprevisible -donde empero todo se repite-, ¿no tendrá fin jamás? ¿Hasta cuando repetirse a uno mismo: «Execro esta vida que idolatro»? La nulidad de nuestros delirios hace de nosotros otros tantos dioses sometidos a una insípida fatalidad. ¿Por qué insurgirnos aún contra la simetría de este mundo cuando el mismo Caos no podría ser más que un sistema de desórdenes? Pues nuestro destino es pudrirnos con los continentes y las estrellas, pasearemos, como enfermos resignados, y hasta el final de las edades, la curiosidad por un desenlace previsto, espantoso y vano. (Traducido por Fernando Savater en «Adiós a la Filosofía». Ed Altaya, p. 174-175)
La estrella en la que vinimos es Ajenjo, somos una plaga «Sobremanera grande» que, a medida que más nos bebemos, más blasfemamos.
Esta mañana, al consultarle por lo ocurrido en Rusia, el maestro Pedro Sánchez Merlano contestó sin alarmas, con melancolía y sed de bazuco:
«Los meteoritos vinieron por nosotros y se irán sin nosotros».