Hijos de Maro (decimoquinta entrega)

Por Enrique Pagella

Pese a que «Maravilla» Martínez lo  ha noqueado, ocasionándole un derrame ocular, el autor de «Hijos de Maro» nos ha hecho llegar la entrega quince. Si pinchas en el número correspondiente, encontrarás la entrega que aún no has leído de esta novela cuya escritura está tan en suspenso como la historia que relata: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14.

1

Disfrutaba del crudo invierno de Valizas escribiendo poemas – a la vejez poesía: patético -, encerrado en mi rancho cuando me llegaron las noticias de EP. Escribía poemas de este tipo – me permito la libertad de darlo a conocer porque a la luz de lo que he vivido desde que cuido de EP, en este cautiverio, me tiene sin cuidado cualquier coherencia y el ridículo:

Me encantan los animales/

me hechiza su rol en la cultura/

porque cagan en el living/

y al vuelo se cagan/

porque cagan sobre el cadáver/

o en el refinado jardín/

y es que cagan sin lenguaje/

cagan sin sentido/

como las temibles bestias/

que indóciles significantes suelen cagar/

– creo comprender a los psicóticos:/

temen al bestiario del amor.

(De mi futuro primer libro de poesía, «Poemario inoportuno para gente que padece jaqueca»- Unos chicos de la banda de punk-rock EPA (El pene apenado), hicieron una canción con el poema y la tocaron durante el verano en la costa uruguaya – debo confesar que me arrepiento de haberles dado permiso; en fin, transcribo el poema porque sé que alejará a cierto tipo de lectores que detesto)

Pido disculpas a mis amigos poetas – sólo a los buenos, que son los menos – y prosigo, no sin antes subrayar la relación entre el tema de mi poema y la posible explicación de lo que le sucedía a EP.

Porque lo que pensé cuando Ruppi me convocó en el mes de Agosto, fue que finalmente EP había sucumbido a la psicosis. Supuse que su viejo delirio del padre extraterrestre no era más que el retorno a lo real del significante fundamental – el Nombre del Padre – forcluido, no inscripto en lo simbólico, aunque pronto recordé que esa sofistificada maquinaria conceptual jamás me había servido para nada – pido perdón, también, a mis amigos lacanianos; he sido mejor neurólogo que psicoanalista y como mi buen amigo Ruppi – quien llama a Lacan «escribano de lo simbólico» – he vuelto a la lectura de Wittgenstein.

Así y todo, dentro o fuera del psicoanálisis o la neurología, aún no podía explicarme la capacidad psicoquinética que había observado en EP, dieciséis años atrás, y de la cual Ruppi manifestó un absoluto desconocimiento, habida cuenta de que él recuperó el contacto en el 2010, mediante Facebook, pudiendo reencontrarlo físicamente recién en Enero del 2011.

A su vez, la descripción de los síntomas con los que me interesó RR, llevaban el cuadro clínico a un extremo tal que cualquier conjetura resultaba no más que la representación de mi perplejidad. EP dormía veinte horas por día. Las cuatro restantes parecía sobrellevarlas en un estado de sonambulismo. Así comía y satisfacía sus necesidades fisiológicas y preguntaba por su mujer para perder el tono muscular y derrumbarse, por decirlo de alguna manera, en el sueño. Estas cuatro horas no conformaban un lapso continuo, por lo general se dividían en dos tramos de tiempo más o menos iguales. De las veinte horas de sueño, unas cinco o seis correspondían a su somniloquía (Hablar dormido), presentandolos componentes tónicos que persisten durante el sueño REM, y que están dados por una atonía muscular extendida que excluye puntualmente a la musculatura de los movimientos oculares y del diafragma.

Hasta aquí esta sintomatología, si bien presentaba serias dificultades para un diagnóstico certero, no escapaba a parámetros encuadrables dentro de ciertas enfermedades psíquicas que más adelante citaré. Pero en EP – y más que nada mientras escribió sus pies de página – se manifestaron otros síntomas, tales como el desorden temporal y la clarividencia, puesto que no escapa a nadie de los que protegemos su novela y su persona, que a pesar de haber trastocado la cronología de los sucesos, ha sido capaz de conocerlos y narrarlos sin atestiguarlos, llegando al asombroso extremo de adelantar palabra por palabra lo que diría Ruppi cuando AFE le solicitó permiso para mencionarlo en una crónica del caso que deseaba publicar en este blog, y de la cual, con buen tino, finalmente desistió.

2

Estoy completamente persuadido de que resulta imposible comprender el caso de EP a la luz de los conceptos elaborados por Jacques Lacan. La forclusión si bien ayudaría a entender al padre extraterreste como irrupción en lo real del significante fundamental, expulsado del universo simbólico del sujeto, no aporta un marco teórico que permita contextualizar acabadamente el caso. Creo, aunque resulte tajante, que en general todo el andamiaje conceptual del psicoanálisis – esa práctica de la palabra – se torna una herramienta impotente ante semejante cuadro clínico.

En la entrega anterior, realicé una descripción de la peculiar arquitectura del sueño que arrojó la Polisomnografía, cuyos resultados me presentó EP en 1996, y que aún conservo y he podido comparar con Polisomnografía Nocturna que le hemos realizado semanas atrás. Los resultados evidencian que EP inicia su sueño por fase REM y que persiste en dicha fase incluso durante las pocas horas que permanece despierto. Es decir, que dichos resultados son absolutamente contrarios a los del primer examen. Desde este punto de vista, cualquier profesional se vería tentado a diagnosticar Narcolepsia, pero la sintomatología de EP se diferencia palmariamente. En primer lugar porque el trastorno del sueño que padece ya lleva seis meses de duración; y en segundo lugar porque EP, más allá de la cataplejía, ha mantenido, mientras pudo, el control de lo que le sucedía, grabándose al dormir y preparando un detallado plan de acción para sus amigos, al intuir que su estado iría agravándose con el correr del tiempo, previsión que raramente premedite un narcoléptico.

En el HLA que le hicieron en Gualeguaychú no se encuentra en la cromosoma 6 el gen de clase II llamado HLA-DR2. La Narcolepsia, muchas veces, aunque no siempre, está relacionada con la presencia de ese gen.

Existen muchas situaciones que producen hipersomnia o excesiva somnolencia, ya sean procesos infecciosos como la Enfermedad del Sueño producida por un protozoo llamado tripanosoma brucei que transmite la picadura de la mosca Tse-Tse; o la encefalitis epidémica de Von Economo, originada por el virus de la gripe; o enfermedades metabólicas como el hipotiroidismo o la insuficiencia hepática; o por la toma de diversos fármacos: ya sea por exceso de dosis, por habituación o porque sencillamente la hipersomnia es uno de los efectos adversos del medicamento, como es el caso de determinados antialérgicos. Todas estas posibilidades han sido descartadas por los médicos de la clínica de Gualeguaychú, a quienes es justo reconocerles la profesionalidad con la que han abordado el caso de EP.

Otra hipótesis que barajé, apuntaba al síndrome de Klein-Levin, un trastorno poco frecuente que afecta varones adolescente en la mayoría, no en la totalidad, de los casos. Esta enfermedad presenta toda la sintomatología del estado de EP: episodios extensos y/o recurrentes de hipersomnia, acompañados de hiperfagia, desorden cognitivo, conductas anormales como hipersexualidad y signos de disautonomía.

Todavía no se conoce la etiología del síndrome de Kleine-Levin. Pero se han formulado hipótesis de numerosas causas atípicas. La disfunción diencefálico-hipotalámica, que se informa con tumores hipotalámicos y en el tercer ventrículo, presentando síntomas similares a los de Kleine-Levin, lo que indica una disfunción hipotalámica o circadiana como causa. También se han informado anomalías en el metabolismo de la serotonina y de la dopamina, lo que evidencia un desequilibrio de un neurotransmisor en la vía serotoninérgica o dopaminérgica. Algunos informes post mortem de casos neuropatológicos han descrito lesiones inflamatorias en el tálamo, el diencéfalo y el cerebro medio, lo que señala una infección viral. Además se ha indicado que un estado de estrés, o la privación del reposo y el abuso del alcohol son factores desencadenantes del síndrome de Kleine-Levin.

Pues bien, ninguna de estas cuestiones han podido ser comprabadas. En Gualeguaychú los médicos realizaron TAC y RMN craneales que no presentaron alteraciones. En el EEG se objetivó una actividad de base irregular y desestructurada con actividad lenta posterior bilateral. Se efectuó, también, un HLA con el siguiente resultado: DR7/13 (6), DQW1/2, DRW52/53. El cariotipo fue normal. 

La estructura del sueño varía, en un 70% de los casos, de hipersomnia armoniosa a hipoarousal con una baja eficiencia de sueño, que no es el caso de EP, que si bien permanece en fase REM puede narrar con una voz pausada, grave y clara.

Y es este importantísimo detalle es él que me lleva a descartar de plano la posibilidad de un Síndrome de Klein-Levin, puesto que no se ha dado, en ningún caso reportado, que el enfermo padezcaal mismo tiempo de tan desproporcionada y sistemáticasomniloquía combinada con lo que sin temor a equivocarme es el más asombroso caso de alucinación del lenguaje del que tenga conocimiento.

El lector atento pensará: Pero si EP está soñando no se puede hablar de una alucinación. A lo que yo le replico que los habitantes de la Grecia Clásica no decían que habían tenido un sueño sino que lo habían visto. Imagínese el lector si yo le digo que «vi» un sueño, de seguro me corregirá planteándome que, en realidad, tuve una alucinación. Señalo esta particularidad porque si analizamos nuestros sueños advertiremos que no son muy distintos a los fenómenos alucinatorios. Similitud extrema en el caso de EP, ya que no existen las imágenes sensitivas en su sueño sino las palabras que le dicta un niño vikingo-guaraní del siglo IX antes de Cristo, en un dialecto que es un improbable mix de islandés antiguo y guaraní que es traducido en el acto por EP al particularísimo español que los lectores vienen apreciando en Hijos de Maro. La alucinación psíquica es aquella que no tiene ni exterioridad espacial ni sensorialidad, es decir, estesia.

Estas son las razones por las que creo, claro que sin gran convicción, que este gran sueño lúcido o elaborado es una alucinación del lenguaje, y es que cuanto más reflexiono, más obvio me resulta que para alucinar lenguaje no hace falta estar despierto, o que estar despierto es un estorbo para alucinar lenguaje del modo en que lo hace EP. Es como si su «estrategia» consistiera en separar lo que ocurre en el lenguaje exterior de lo que ocurre en el interior como fenómeno intrapsíquico o de objetivación psíquica, estableciendo una polarización binodal. Pero lo interesante es que si el texto en español es la alucinación proyectada por el lenguaje interior, el verdadero, nos asalta una pregunta de difícil respuesta: ¿Qué tiene de percepción y cómo desligarlo de su componente motor, graficado y medido por los estudios realizados in situ que efectivamente demuestran que EP escucha?

La dificultad que entonces se presenta, radica en determinar qué es lo que escucha, si verdaderamente escucha a Snuflk Karlto o si lo verdadero, el lenguaje interior verdadero, es el relato que dice y escucha mientras duerme, siendo éste quien genera la alucinación interior, a la que jamás tendremos acceso.

Por otra parte cabe recordar que en un cerebro bien constituido, ninguna lesión puede ser origen de una alucinación. Y si se tiene en cuenta que la audición y el lenguaje son los constituyentes de este tipo de alucinación, debe advertirse la implicancia social que trasciende cualquier factor orgánico y pone de manifiesto una actividad espiritual altamente organizada, mucho más profunda y rica que la que se da en las alucinaciones visuales.

La psicología anomalística explora los desperfectos del sistema cognitivo que podrían ser considerados, erróneamente, como experiencias de lo paranormal. Los desperfectos cognitivos estudiados por esta psicología, incluyen no sólo los que afectan a la percepción y la memoria, sino también los relacionados con el razonamiento y el juicio. Esta disciplina aborda los estados de conciencia que tradicionalmente han sido considerados sobrenaturales o paranormales y que por inusuales no necesariamente constituyen estados patológicos del cerebro, pudiendo ser provocados por varias causas y circunstancias como: accidentes, desastres naturales, guerras, penas profundas o respuestas condicionadas a ciertos estímulos como – y esta es otra opinión mía -. el profundo anhelo postergado de transformarse en un escritor que ha acompañado a EP desde adolescente.

No quisiera terminar este vagabundeo en pos de un diagnóstico sin mencionar las interpretaciones patogéncias que plantean las psicosis alucinatorias crónicas, en especial en su forma ideo-verbal o en la forma «motriz verbal» (Seglas) de las alucinaciones motrices quinestésicas o de «autismo psicomotor». Trátese de teorías de excitación de centros psico-sensoriales, mecanicistas, para los que la alucinación seria el basamento sobre el que se erige el delirio, perspectiva que se ajustaría perfectamente la estructura alucinatoria de EP, donde lo alucinado es el relato del niño vikingo-guaraní y el delirio la traducción. También podríamos profundizar el abordaje con una mirada psicongenética, a partir de la cual, la alucinación verbal sería una «ilusión» en la que se proyecta más o menos simbólicamente la dinámica afectiva del enfermo; o la manifestación del choque entre la pulsión del inconsciente y el control del yo, que lo proyecta como un sueño en una ficción simbólica.

Desde este punto de vista la interpretación del caso se toparía con una inextricable urdimbre en la que las áreas corticales son apenas puertas de referencia aisladas, ya que en la elaboración de semejante fantasía interviene todo el encéfalo, teniendo en cuenta, claro, que la patología alucinatoria verbal de EP debe hacer referencia a una complejísima malla neuropsicobiológicosocial.

Por último, debo hacer mención al psicólogo estadounidense Julian Jaynes, al que conocí en 1975, en la Universidad de Princeton, y con quien discutí acalorada y amigablemente su teoría del cerebro bicameral, que dio a conocer al año siguiente en su libro«El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral».  

Julian planteaba la hipótesis de que los humanos, antes de alcanzar la conciencia tal como la entendemos hoy, pasamos por una etapa “bicameral” en la que una parte del cerebro “hablaba” con la otra que interpretaba esas voces internas como externas, procedentes de los dioses o de las musas o los daimon, como él que aconsejaba al maravilloso Sócrates de Platón. Para sustentar su teoría Julian empezaba por cuestionar a la teoría evolucionista de Darwin haciéndole la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que la conciencia haya surgido de la materia por selección natural?

¿Qué respondía Darwin? Que la conciencia fue infundida como atributo por Dios; el lector podrá encontrar esta respuesta en el último párrafo de «El origen de las especies».

Así mismo Julian critica otras propuestas de solución, como la improbable marca de proto-conductismo adversarial de Huxley, o el misticismo y la imprecisión de la evolución emergente, y luego, en filosofía, el neorrealismo de Whitehead, Alexander Perry y otras teorías que surgieron como resultado de las paradojas de “observación participante” en física cuántica.

Otra de sus preocupaciones radicaba en delimitar y diferenciar con claridad meridiana la sensopercepción de la conciencia puesto que muchos las consideran una misma cosa. Recuerdo que le gustaba demostrar su razonamiento por el absurdo, aduciendo que si como podemos comprobar sencillamente, los animales tienen sensopercepción, deberíamos atribuirle una conciencia y seguir así a lo largo de la escala evolutiva hasta llegar a los glóbulos blanco, ya que perciben a las bacterias y las fagocitan, y decir entonces que tenemos diez mil seres conscientes por milímetro cúbico de sangre.

Así como la sensopercepción no se debe a la conciencia, tampoco la variedad de constancias perceptuales como el tamaño, el brillo, el color, la forma. Nuestros sistema nervioso procesa todo eso sin ayuda alguna de la conciencia.

Lo mismo sucede con otra vasta clase de actividades que llamamos preópticastales como sentarse, caminar, moverse. Todas se realizan sin conciencia –a menos que decidamos tomar conciencia de ellas: la naturaleza preóptica de la conciencia.

Incluso cuando hablamos o escribimos, el papel de la conciencia es flotante. Según Julian no entramos al depósito léxico para seleccionar una palabra en las estructuras sintácticas. Poseemos una intención de ciertos significados –lo que él llamaba estrucciones; luego, mis patrones lingüísticos se hacen cargo de lo demás, sin ninguna otra participación de mi conciencia. Análogamente, cuando alguien habla ¿de qué están conscientes los que lo escuchan? Si lo estuvieran al flujo de fonemas, o de los morfemas, o incluso de las palabras, no entenderían lo que quiero decir.

Esta parte de la teoría explicaría cómo es posible que EP, estando dormido, pueda escribir bajo la forma de sueño o alucinación. Nuestro héroe se ha entrenado de tal forma que ha logrado un dispositivo estructivo que le permite escribir, como quien dice, en piloto automático. En palabras de Jaynes:» Las estrucciones son estructuras en forma de instrucciones mandadas al sistema nervioso. Cuando éstas se presentan con los materiales sobre los cuales trabajar, redundan en una respuesta automática sin ninguna forma de pensamiento consciente. Este fenómeno se aplica a la mayor parte de nuestra actividad y abarca desde simplezas tales como estimar pesos hasta resolver problemas, y toda nuestra actividad filosófica y científica».

Pero lo más importante de la teoría de Jaynes radica en el camino que recorre para describir el surgimiento de la conciencia en nuestra raza, surgimiento que ubica históricamente, tres mil años antes de Cristo.

Permítaseme hacer una síntesis de su pensamiento. La conciencia subjetiva es análoga a lo que llamamos mundo real. Está construida con un vocabulario o campo léxico cuyos términos son metáforas o analogías de la conducta en el mundo físico. Su realidad es del

mismo orden que el de las matemáticas. Nos permite crear un atajo en el proceso de la conducta y tomar decisiones más adecuadas. Como las matemáticas, es un operador, más que una cosa o un depósito.

Considerando el lenguaje que usamos para describir nuestros procesos conscientes, advertiremos que usamos palabrasque son metáforas del espacio real. En ese espacio podemos “abordar” un problema, tal vez desde cierto “punto de vista” y “luchar” con sus

dificultades. Todas las palabras que usamos para referirnos a los fenómenos mentales son metáforas de algo que sucede en el mundo de la conducta física. Y los adjetivos que utilizamos para describir el comportamiento físico en el espacio real son tomados en sentido analógico para describir el comportamiento mental en el espacio-mente. Decimos que la mente es “rápida” o “lenta” o que alguien es de “mente ágil” o “fuerte”, o de “pensamiento amplio” o “profundo” o “estrecho de miras”. Y, como en el espacio real, algo puede estar “dándote vueltas en la cabeza” o “en lo más recóndito de la mente” o “más allá” de nuestra comprensión.

Jaynes señala entonces dos componentes de la metáfora, lo que queremos expresar, el metaforando, y la construcción verbal producida por la estrucción, el metaforador.Jaynes da el siguiente ejemplo: » Si digo que el barco surca el mar, el metaforando será la manera en que el barco corta el agua, y el metaforador será el arado».

Doy la palabra a Jaynes para que nos guíe en su razonamiento: «Para dar un ejemplo más relevante, supongan que somos una persona de los tiempos en que se formó nuestro vocabulario mental, y que hemos estado tratando de resolver algún problema o de aprender a realizar una nueva tarea. Decir “veo” es el metaforador, tomado de nuestra conducta física en el mundo físico, que aplicamos a la ocurrencia mental que tuvimos y que de otro modo sería inexpresable: el metaforando. Pero los metaforadores generalmente tienen asociaciones a las que he llamado paraforadores, que después se proyectan sobre el metaforando como lo que he llamado paraforandos, y crean, de hecho, entidades nuevas. La palabra “ver” está asociada a la visión en el mundo físico y por lo tanto al espacio; este espacio entonces, se convierte en el paraforando en la medida en que está asociado con ese evento mental inferido que se llama metaforando.

De esta manera, la cualidad espacial del mundo que nos reodea se ve trasladada hacia el hecho psicológico de resolver un problema (que, como recordaremos, no requiere de la conciencia). Y, como resultado del lenguaje que empleamos para describir tales eventos psicológicos, esta cualidad espacial asociada se convierte, gracias a constantes repeticiones,en el espacio funcional de nuestra conciencia o espacio-mente. Considero que este espacio-mente constituye el raso primordial de la conciencia. Es el espacio sobre el que estamos realizando preópticamnte nuestra “introspección” o “viendo” en este momento mismo.

¿Pero quién está viendo? ¿Quién realiza la introspección? Aquí introducimos la analogía, que se distingue de la metáfora en que la semejanza se produce entre relaciones más que entre cosas o acciones. Como el cuerpo con sus órganos de los sentidos (al que llamamos “yo”) construye una visión física, así se desarrolla automáticamente un “yo” análogo relativo a esta especia de “visión” mental en el espacio-mente. Este “yo” análogo es

el segundo rasgo en importancia de la conciencia. No debe ser confundido con el ser, que en el desarrollo posterior se convierte en objeto de la conciencia. El “yo” análogo está vacío, y se relaciona, creo, con el yo trascendental de Kant. Y así como el yo corpóreo se mueve en su entorno mirando esto o aquello, el “yo” análogo aprende a “moverse” en el espacio-mente concentrándose en una cosa o en otra».

Jaynes señala un tercer rasgo de la conciencia al que llama «narratización», por el cual la conciencia siempre trata de acomodar los sucesos en una historia, de establecer un antes y un después, siendo dicha característica una analogía de nuestra persona física en la sucesión espacial y que se convierte consecuentemente en la sucesión temporal del espacio-mente. Para Jaynes es imposible que tengamos conciencia del tiempo su no lo concebimos como espacio y la conciencia se basa en el lenguaje.

Cito nuevamente a Julian:»En otros escritos he esbozado ciertas ideas acerca de cómo pudo evolucionar el lenguaje a partir de una modificación del grito de llamado; estas ideas se conocen como modelo “Wahee, Wahoo”, y la teoría se encuentra actualmente en competencia con algunas otras. Pero dicha teoría apunta hacia el Pleistoceno tardío por varias razones:

1. Este periodo coincide con una presión evolucionista hacia la comunicación verbal para la caza de grandes animales.

2. Coincide con el sorprendente desarrollo de ciertas áreas del cerebro vinculadas con el lenguaje.

3. Lo que es exclusivo de esta teoría: que en el registro arqueológico este periodo corresponde a un auge en la fabricación de herramientas, ya que sabemos que el lenguaje no es meramente comunicación, sino también un órgano de la percepción que dirige y mantiene la atención en una tarea determinada.

Esta estimación significa que el lenguaje no tiene más de 50 mil años, lo que significa que la conciencia se desarrolló en algún momento entre esa fecha y, digamos, el presente.

Resulta afortunado para este problema que, para el año 3000 a.C., los seres humanos ya hubieran adquirido la extraordinaria capacidad de escribir. Es obvio, por tanto, que nuestro primer paso debía ser el de revisar los primeros escritos del hombre para ver si había algún indicio de un “yo” análogo que narrara en un espacio-mente.

Breve y sumariamente, no existe prueba de tal cosa en ningún escrito hasta el año 1000 a.C., aproximadamente, y eso incluye los fragmentos más antiguos de textos tan conocidos como La Ilíada.»

Jaynes señala luego los testimonios de muchas culturas en las que, entre el 9000 antes de Cristo y la Ilíada, los seres humanos escuchaban voces, cosa que para nosotros, como en el caso de EP constituyen alucinaciones auditivas o del lenguaje, y que para esos hombres eran las voces de los dioses, que surgían del cerebro que estaba dividido en dos partes: una que tomaba desiciones y otra que obedecía, una que dictaba – Snuflk Karlto – y otra que traducía – EP.

A este fenómeno Jaynes lo llama «mente bicameral». «En su vida cotidiana era una criatura de hábitos, pero cuando aparecía algún tipo de problema que requería una decisión nueva o una solución más compleja de la que le proporcionaba la costumbre, la tensión en la que entraba era suficiente para provocar una alucinación auditiva. Como tales individuos no contaban con un espacio-mente en el que pudieran cuestionar o rebelarse, tenían que obedecer».

Jaynes llega al extremo de afirmar que todas las culturas que existieron en ese período de tiempo, eran civilizaciones organizadas en base a voces alucinatorias. Yo me pregunto: ¿La nuestra no?

La tercera hipótesis de la teoría de Jaynes consiste en que en algún momento histórico la mente bicameral dio paso al surgimiento de la consciencia y señala dos posibilidades. Que la conciencia haya surgido junto con el lenguaje (12.000 antes de Cristo), al mismo tiempo que se desarrollaba la mente bicameral y por lo tanto la capacidad de escuchar voces. Los dos sistemas mentales pudieron haberse desarrollado paralelamente hasta que la mente bicameral se volvió inmanejable y fue desechada, dejando a la conciencia

como único medio para el ejercicio de las decisiones humanas.

La otra posibilidad señala una fecha asombrosamente reciente para la aparición de la conciencia.La fecha varía un poco en diferentes partes del mundo, pero en el Medio Oriente, donde comienza la cultura bicameral, la fecha aproximada es 1000 antes de Cristo. Dice Jaynes: «Parece que esa ruptura se debió a un estado de caos y desorganización social, a la sobrepoblación, y también, probablemente, al éxito que obtuvo la escritura en reemplazar el mandato de tipo auditivo. Por otra parte, la ruptura condujo a muchas prácticas religiosas y que intentaban recuperar las voces perdidas de los dioses: las oraciones, el culto religioso y, en particular, muchos tipos de adivinación que constituyeron nuevas maneras de tomar decisiones, supuestamente por medio de un retorno a las directrices de los dioses. En la literatura griega –empezando por las tabletas lineal B, pasando por La Ilíada y La Odisea, y por los poetas líricos y elegiacos de los dos siglos siguientes hasta Solón– contamos con muchos escritos que nos proporcionan una descripción clarísima de la ruptura de la mente bicameral y del desarrollo del vocabulario de la conciencia sobre la base de la metáfora.

Palabras como thymus, phrenes, kardia, psyche [JLCF2]pasan de referentes objetivos externos a funciones mentales internas».

La cuarta hipótesis de Julian Jaynes consiste en un modelo neurológico para la mente bicameral, que establece el aérea de Wernicke en el hemisferio derecho del cerebro como el sustrato neural de la voz de los dioses, área que procesaba toda la información admonitoria de la vida de la persona y la organizaba en torno a una alucinación del lenguaje. De este modo las órdenes eran enviadas al hemisferio izquierdo (el dominante) que paradojalmente obedecía.

Desde esta perspectiva, el cuadro clínico de EP podría describirse como una recaída en la mente bicameral de Jaynes y más aún si se lee con atención el texto «Hijos de Maro», donde la temática de la conciencia del narrador parece ser el tópico que organiza el relato.

3

Pero permítaseme ahora regresar a Uruguay, al momento en que inicio mi viaje hacia EP.

Amo cruzar el Río de la Plata de noche, con el cielo nublado y sin viento. El río parece un gran desierto negro que se disuelve en el horizonte, mientras la embarcación, en su nimbo radiante, rola pesada. Pues así era la noche del 22 de agosto en Colonia, cuando tomé el Buquebus rumbo a Buenos Aires.

Como siempre, viajé en la cubierta, bien abrigado, apoyado en la barandilla, sintiendo lo que siempre siento, que conforme el barco se adentra en la negrura me transformo en una abstracción de mí mismo. Alcanzo con gran facilidad aquello que sólo alcancé practicando ba-gua o tai-chi. Una mente vacía de pensamientos.

Y así me encontraba, vacío. Vacío y solo: puesto que no son muchos los pasajeros que gustan de la suave brisa y de la oscuridad del anchuroso río en la cubierta – prefieren el free shop y los plasmas para ocluir el no lugar -; cuando escuché voces cercanas. Al principio creí que se trataba de una transmisión radioeléctrica, pero pronto advertí que provenían de dos hombres que, a unos metros de distancia, conversaban acodados en la barandilla. Por la manera de vestir y por sus fisonomías parecían mormones y rápidamente noté que algo en ellos no era normal. Algo así como un lábil resplandor que emitían. Pensé que mis ojos me estaban jugando una mala pasada y me los refregué con los puños. Cuando recuperé la visión, los dos personajes estaban a mi lado, alegres, relucientes, un tanto irreales, como si fuesen seres del pasado o del futuro. Uno de ellos, él más robusto, tenía mi misma altura, un metro noventa más o menos, y el otro, apenas un poco más bajo, me dio la impresión de ser más delgado y estar algo enfermo. Ambos eran rubios, de ojos claros, muy parecidos, por lo que conjeturé que deberían ser hermanos. No divisé en los bolsillos de sus camisas blancas de mangas cortas, el distintivo negro con el nombre encabezado por «Elder…», ni llevaban literatura alguna en sus manos. Sólo se limitaban a sonreír y a mirarme, debido a lo cual me vi forzado a saludarlos.

– La teoría de su Ruppi amigo es de mucha rudimentaria pero no mala, no mala, problema que Ruppi no mucho entienda que suyo mismo dice – dijo el más alto y codeó al otro.

– Hacer mix de la teoría de campo unificada con filosofía german y austrian men, loco, sí, mucho loco señor pero no mal – dijo el más bajo y el suave e impreciso resplandor que lo envolvía titiló.

– Querer mi señor excusas dar al señor de la nariz grande, él que estar con escritor dormido ahora ya no saber lugar donde – agregó el alto.

– Decir mentira al grande nariz peor, grande peor la verdad, leer diario y mentir but no verdad mucho increíble señor – dijo el otro que ahora fosforecía con una luz apenas enverdecida.

Imaginará el lector que no supe qué hacer ni qué decir. Era la experiencia más extraña que me había deparado la vida. Cuanto más observaba a esos personajes, más me convencía de que no eran reales y de que tampoco constituían una alucinación. Miré el cielo pero como estaba nublado me resultó imposible comprobar si se veían dos lunas. Me bastó entonces el hecho de que los dos personajes intentaran comunicarse conmigo, para descartar de inmediato los artificios de «La invención de Morel» de Bioy Casares como explicación de lo que sucedía.

– We have little tiempo, decir ya necesitar nosotros dos help, socorra please, detener stop – dijo él que titilaba, visiblemente desmejorado.

– Detener novela mi señor, are abducted by the novel, o matar, kill the writer…

No sé qué pasó después porque desperté sentado en uno de los bancos de la cubierta del Buquebus, cuando atracaba en el puerto de Dársena Norte en la ciudad de Buenos Aires. Algo atontado, me puse de pie y oteé a mi alrededor. No se veía por ningún lado a los «mormones». Con la máxima presteza que me impone la edad desembarqué tratando de encontrar entre los pasajeros a los dos personajes pero en vano.

No interpretaré la anécdota; dejaré ese trabajo a Roberto Ruppi. Sólo diré que resulta más que evidente que esta «aparición» es bajo todo punto de vista similar a la que vivió David Solana en la clínica de Gualeguaychú y que cuando los «mormones» se refirieron al señor de la nariz grande al que le mintieron, se referían a él. He comparado mis impresiones con las de DS en cuanto a sus descripciones físicas y al particular resplandor que de ellos se desprendía, encontrando importantes similitudes. Pero disentimos en tanto que para DS el fenómeno se reduce a un sueño o a una alucinación producidos por el cansancio y las drogas, mientras que para mí se trató de un fenómeno real pero de características absolutamente anormales al que no le encuentro explicación, y que RR, por supuesto, sí.

Oliverio Zacarías

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