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Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 17

 

Alguien que se ve muerto  aún no lo está. Al menos, no es un cadáver. Saberse difunto es difuminar la frontera entre lo vivo y lo que no está; es hacerse fantasma. Un fantasma ha rondado por el pelotón del tour de Francia, se llama Tadej y hay quienes dicen que ni siquiera quedará su espectro en los próximos días. Quizá abdique, quizá esté enfermo, pero no padece una enfermedad mortal, aunque los cultores del entretenimiento siempre quieran colocar un show como algo que define la vida de alguien -esto ha sido lo que más ha servido para la consecución del éxito de los realities-.

Pogacar dice que está muerto. Él aún está, como los fantasmas, como Morkov, que mantiene el último lugar de la clasificación general y ha ampliado diez segundos más su brecha con respecto al penúltimo, Cees Bol y es de un poco más de nueve minutos -no muy lejana a la diferencia que hay entre el primero y el segundo del tour-.

Hoy, el ambiente lúgubre del pelotón no sólo fue por el desfallecimiento del ciclista favorito de los espectadores; el francés Alexis Renard, bien ponderado por haber embestido los genitales a un espectador que, con otros muchachos, usaba un traje que apenas les tapaba los deyectores, escritos, penes y tetillas para así apoyar a los deportistas, debió retirarse por la caída que sufrió ayer. Su lugar es más notable incluso que el del último y será parte de los próximos calambures ciclísticos.

Fedorov ha cumplido con las expectativas; ya ni siquiera es el penúltimo, reflota, siempre un poco antes de la llegada del carro escoba. Su participación será olvidable, salvo por quienes se detengan en la medianía.

El último en llegar hoy fue Simon Geschke, a casi cuarenta y cinco minutos del ganador, Felix Gall. No queda mucha montaña, ni refriegas de entidad, aunque no todo se ha acabado y falta la mano del azar para que dicte quién ocupará en París el primer lugar y el último.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 10

Hoy un amigo me ha compartido el audio de un lector de su último libro. El lector resalta que las historias quedan truncas y que, desde la presentación, le hacen un flaco favor pues el lector abandonará el libro en el segundo párrafo de la misma. ¿Desde cuándo ese lector se abroga el lugar de «lector universal» o de «el lector»? Atrás de ese audio, lleno de zalamería y corrección agresiva, estaba la suposición de que ese lector tenía claridad de cómo debe ser un libro que lee. Por eso, después de que pasa por su filtro de calidad un volumen, vierte una opinión preñada de adjetivos que funcionan como una máquina para refinar dicterios que se pretenden herederos de los dichos por don Qujiote -aunque, con el libro de Cervantes, perdonen que la trama «decaiga» al punto que se deba incurrir por el fácil camino de matar al «protagonista»-, Esas personas también ven ciclismo y organizan polémicas en torno a si una etapa fue entretenida o no (¡Siempre el ansiado entretenimiento y el negocio de la industria del distraimiento!): la mayoría manifiesta la decepción porque en la carretera no ocurrió lo planteado en la previa.

Con ese tono, que pasa de lo zalamero a un pretendido canto de cisne del show ciclístico, pasan las tres semanas de una vuelta, o algunos días de ella. Sin embargo, la perspectiva, como la de aquél lector que busca tramas llenas de suspenso, se detiene en el aspecto de los ganadores. Atrás, quienes pierden tiempo y se enferman o se mantienen en su empeño, ni siquiera pasan por el sometimiento al binomio aburrido/entretenido. La derrota, el último lugar y el olvido son materias mucho más elusivas que las categorías y los apelativos dirigidos a los triunfadores y sus trayectos. Lo mismo ocurre con los libros: hay un formato que deben cumplir para estar en los que se consideran «bien hechos», en cambio,  el camino es infinito para una «mala» ejecución. Y el infinito es mucho más difícil de trasegar que seguir unas instrucciones finitas.

Mientras que la mirada sobre el liderato del pelotón  acrecienta la expectativa de que ocurre el mejor tour de este siglo -¿según quién y según qué criterios? Uno puede pensar en el arrojo abisal de aquél tour en medio de la peste o el de los que corrían como cobayas de laboratorio y eran apoyados por médicos, químicos y multinacionales que querían darle una «esperanza» a los enfermos de cáncer-; en la parte última de la clasificación las cosas obedecen a hundimientos más que a cataclismos y, por eso, no hay margen para gritos, «ataques furiosos», o demarrajes.

Yevgeniy Fedorov hoy ha ganado la pérdida del último lugar. Ni siquiera es el penúltimo.

Tiene una ventaja de dos minutos y cincuenta y nueve segundos con Michael Mørkøv quien, a su vez, pierde dos horas y cuarenta y ocho minutos con respecto al líder Vingegaard. El tour no se corre en representación de nacionalidades -algo que resulta difícil de entender para algunos fanáticos- pero es momento de exaltar una curiosidad que servirá para que alguien se distraiga y sienta que, en ese último puesto, también hay suspenso, trama y una historia que no «decae»: el primero y el último del tour son de Dinamarca.

El último de la etapa fue Devenyns y es del mismo equipo del último de la clasificación general: Soudal-Quick step.

El otro Luka. Por Leandro Alva

“see, beautiful losers 
lovely, lovely losers…” 

(Perdedores hermosos, Luca Prodan) 

 

 

No pudo ganar la copa. Lo eligieron el mejor jugador del torneo. Pero no creo que eso le importe ahora.
Él quería la copa, claro.
No pasará mucho tiempo para que le den el balón de oro. Y será justicia… ¿qué duda cabe?

Seguramente ya soñaba con todo esto en su pueblo natal, en Croacia, cuando pateaba una pelota incesante contra la pared y tenía que esconderse ante cada bombardeo enemigo. Parte de su familia no pudo sobrevivir a la guerra. Él mismo fue refugiado durante el conflicto, pero siguió jugando, jugándosela. Varios equipos lo rechazaron por su escasa corpulencia. Eso no lo amedrentó ni mucho menos. Un día se dio vuelta la tortilla y pudo alcanzar a ese fantasma escurridizo que habita los potreros de cualquier punto del globo. Hace algunas horas disputó la final más trascendente de su vida. Y perdió. Sin embargo, no deja de patear y patear contra la vieja pared de su aldea en ruinas, mientras los cazas escupen su carga de muerte y puntinazos a la marchanta. Él seguirá pateando contra esa misma pared hasta que se venga abajo como un vetusto zaguero alemán. Porque el tipo es un crack. Porque el fútbol no es una guerra santa. Es algo bastante más lindo. Y la escandalosa inocencia de aquel pibe sabe que en la final más importante triunfará la belleza o, al menos, arañará un empate agónico sobre la hora.
Se llama Luka. Usa la 10. El fútbol es muy poca cosa, dicen algunos. Pan y circo, responden otros, y miran de costado con desprecio. Luka no entiende. No hay nada que entender.

 

 

 

 

Lendro Alva

16 de julio de 2018, a propósito de la final del mundial de Rusia.

Vinagres, desdichas y rock and roll

 

 

 

Por Diosinteo Weimar Morales

Jesus gordo

No llores esta noche, nena

los travestis huyen hacia Maracaná:

van a jugar al fútbol

con tu alma desconsolada.

Yo quiero rock and roll

y matarme como las mariposas

 

Tengo historias para contarte

pero el vino escanciado en mi espíritu

es el vinagre que pusieron

en la frente de Jesús crucificado

 

La caída en USA ´94. Crónica futbolera

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En  Colombia existió un noticiero con visos de un futuro en mundos lejanos. Se llamaba Criptón, como el planeta del que salió Clark Kent cuando aún no se llamaba así y no se lo consideraba un superhombre. El logo del telediario correspondía al modelo atómico de Rutherford  y era una promesa de un futuro que obviaba la mecánica cuántica y los destellos de los saltos sin trayectoria de los electrones.  Un día ese futuro se acabó  y todo volvió a ser presente.

De los primeros que supieron de la extinción del porvenir, mucho antes de la desaparición de Criptón, fue Alberto. Él no me lo dijo pero así lo asumo. Siempre preciso hallar algún mojón que me indique el comienzo de las catástrofes, sobretodo, esas tan mediocres que nos desgastan,  les adjudicamos un así es la vida y nos oxidan hasta que, mucho tiempo después, ya ni siquiera recordemos cuándo cruzamos la invisible línea que nos convirtió en pobres diablos.

 Alberto, por la época del informativo Criptón, aún gustaba de sentarse frente a la pantalla del televisor y ver fútbol. También veía los noticieros en donde empezaba a ganar terreno la sección de farándula y, en ella, emergían tetas operadas y traseros levantados a punta de máquinas de gimnasio. Ese era  el material alimenticio de sus primeros escarceos con la masturbación: aún no tenía el valor suficiente de acercarse a una droguería y comprar una revista sueca ni sabía con exactitud el mecanismo apropiado para culminar con el calor inyectado en su bajo vientre.

Era 1994 y aún existían las revistas pornográficas con mujeres que conservaban el pelo ensortijado de sus genitales, el país se figuraba la entrada triunfal al mundial de fútbol de la selección Colombia y en Alberto surgió la contemplación de la mujer como algo más que una potencial madre o un organismo similar a los extraterrestre que solía aguardar en las noches de su casa de campo, cuando salía al jardín y hacía hogueras esperando a que alguna nave espacial lo divisara y lo abdujera.

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Un documental sobre Baruch Spinoza

spinoza

Spinoza ha sido uno de los filósofos más visitados en los últimos años gracias a la influencia que ejerció sobre Deleuze. Muchos de sus planteamientos se han retomado y leído a partir de la perspectiva de una lectura que dista 381 años de su nacimiento. Sus planteamientos sobre el encuentro, los cuerpos, lo bueno y lo malo y Dios  y la empresa de haber construido una ética inspirándose en la estructura de la geometría euclidiana inspiraron un poema de Borges:

Baruch Spinoza

Bruma de oro, el Occidente alumbra

la ventana. El asiduo manuscrito

aguarda, ya cargado de infinito.

Alguien construye a Dios en la penumbra.

Un hombre engendra a Dios. Es un judío

de tristes ojos y de piel cetrina;

lo lleva el tiempo como lleva el río

una hoja en el agua que declina.

No importa. El hechicero insiste y labra

a Dios con geometría delicada;

desde su enfermedad, desde su nada,

sigue erigiendo a Dios con la palabra.

El más pródigo amor le fue otorgado,

el amor que no espera ser amado.

Les presentamos un pequeño documental que ilustra el pensamiento y la vida de este filósofo excomulgado por el judaísmo y rechazado por el padre de la única mujer con la que se quiso casar porque no aceptó una conversión al cristianismo:

Mindwalk: La derrota y la ciencia se encuentran frente al mar

Mindwalk

Fritjof Capra no sólo ha escrito libros donde plantea una nueva perspectiva de la vida a través de la ciencia, a comienzos de la década de los noventa se unió con su hermano Bernt Amadeus y escribieron la película «Mindwalk», basándose en el libro de Fritjof conocido en nuestro idioma como «El punto crucial», en donde no sólo surge toda un relato de la historia de la ciencia, sus emergencias y cambios, sino que narra la desazón de un poeta, su hermano, un político que ha perdido las elecciones primarias en Estados unidos y una física que sabe mucho sobre la teoría sistémica pero que ve cómo su hija se va alejando de ella. Esperamos que disfruten de esta bella película que rompe con los canones de lo que es contar «una buena historia», haciéndola tan reveladora como los planteamientos que en ella van surgiendo, generando un «extrañamiento» en el contexto del género,  ya instalado, de la divulgación de la ciencia: