Adiós a Chile: Las cartas del minero (IV)

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Ya muy cerca de mi partida de Chile, Soledad Torres, una de las hijas de Berta, presentó una de las obras del repertorio de su compañía teatral Urgente Delirio[1] en un festival en el parque Yungay en Santiago. La obra, una creación colectiva llamada Cabildo es la historia de amor entre Faruk, un joven de familia palestina de 21 años, comerciante, que se enamora de una chiquilla recién llegada al pueblo, Berta Manríquez. La niña, llega a Cabildo cargada de sueños y de ilusiones desde Brasil con su familia, un grupo de artistas y viajeros. El romance entre los dos personajes crece, con Cabildo como un personaje de fondo, hasta que en septiembre de 1973 la historia de amor es interrumpida por la muerte. Los soldados de la dictadura asesinan a Faruk con otros cinco hombres más del pueblo, dejando viuda a Berta y a otras mujeres más.

Soledad y Gonzalo eran los protagonistas de la obra que contaba la historia más temprana de Berta. Yo había visto ya algunas obras del colectivo, pero era la primera vez que veía la obra sobre Berta, Faruk y Cabildo. La obra me sirvió para acercarme un poco más al dolor que deben haber sentido aquellos que perdieron a sus familiares y la tristeza eterna de quienes los vieron partir, desaparecer y nunca regresar. La obra también me permitió ver en carne y hueso –a través del rostro de su protagonista, una mujer tan parecida a la Berta, con una fuerza de carácter similar– la historia de amor que definió varias generaciones de una familia. Sin embargo, incluso después de haber visto la obra y de haber hablado mil veces con Berta, me quedó un interrogante que no pude resolver: ¿Qué fue lo que pasó después de la muerte de Faruk?

Nunca se lo pregunté a Berta, pero noté en muchas ocasiones que ese momento de su vida era un silencio que se repetía. Berta le podía a uno contar cualquier historia, le podía a uno hablar de cualquier persona, de la historia de Chile, de la historia de Santiago, de Valparaíso, del partido comunista, de Cabildo, pero cuando las historias la llevaban a ese lugar se detenía, dejaba de hablar, cambiaba de tema. Después de la muerte de su marido había un vacío. No sé si era un vacío conmigo solamente o si era con toda la gente, pero nunca supe que fue lo que pasó después de que él murió. Ella nunca me lo contó y no recuerdo si la obra de Soledad me lo aclaró. El tiempo siguió pasando, la vida continuó y así la lucha de Berta, llegó Soledad, el Alamiro, llegaron más derrotas, llegó Victoria y luego la Victoria. Y luego la muerte. Luego conocí el amor y llegué a Chile, y un sábado después de conocer La Sebastiana, me senté en un andén, cerca de un asado en un cerro de Valparaíso y allí conocí a Berta, y ella me mostró sus cartas y me contó su historia.

Después de ver la obra de Soledad y de bordear las últimas esquinas de la historia de mi gran amiga me fui de Chile el 18 de diciembre del 2007. Me fui con el corazón roto, dejando mi hogar, mis amigos y la familia que me acogió como a un propio. Me fui con la esperanza de seguir siendo feliz de nuevo en Bogotá. Me fui en el amanecer final de una noche de cerveza y de cartas del tarot, de una noche de juegos y charla. Yo me fui en una van a las cinco y media de la mañana hacia el aeropuerto con las maletas llenas de recuerdos y de cartas. Al fondo, mientras me alejaba se quedaba Javier mirándome desde el andén apoyado sobre la reja del edificio donde vivía Paula.

“Berta:

Pisagua pasa a la historia no solo como puerto embarcador del salitre ni como ciudad que era de los peruanos sino que fue un puerto donde el traidor de Gabriel Gonzáles Videla lo usó como un campo de concentración. Ahí llegaron relegados hombres del partido desde el sur y del norte, en particular llegó gente de la zona del carbón y de Santiago. El partido una vez mas pasó a la clandestinidad, el oro blanco del salitre ya tenía un competidor que era el cobre, los yacimientos de cobre que comenzaban y los mineros se trasladaban a ver y a buscar para conocer ese mineral.

El teniente de Rancagua Potrerillo de Pueblo Hundido (hoy, Diego de Almagro) y Chiquicamata. Había muchos comentarios sobre estos minerales y yo seguía en el servicio militar. Cuando ingresé al ejercito con mis 18 ó 19 años había tenido mi experiencia de pololeo. Yo había conocido a una niña, pero después conocí a otra niña, que se llamaba Emma Soto. Pololeamos como 4 años. Nos queríamos mucho parece, pero yo también pololeaba con otras chiquillas, ella sabía pero me aguantaba mis diabluras, con una de Iquique que me tenia bien trastornado, quise irme con ella en el circo, era gitana.

Todo esto sucedió antes de hacer mi servicio militar, pero siempre llegaba donde la Emma Soto, eran dos hermanas. El padre trabajaba de sereno (como conserje cuidador) y la gente les tenia mala a los que trabajaban en esa pega, por que eran soplones de la empresa.  Mi madre siempre se metía y me hacia pasar una vergüenza muy grande en la calle. Las chiquillas le tenían un solo miedo. La vieja siempre me decía, prefiero verte muerto a casado con esa mierda, hija de soplón, los comunistas les tenían un solo odio a los soplones, pero yo seguía escondido con mi pololeo. Después tuve un romance con una niña que era bonita pero le faltaba un ojo. Me agarré firme ahí, por que fui abusivo y ella me aceptó que yo le hiciera cualquier cosita. Recuerdo que nos íbamos para la pampa en la noche y en el suelo por entre medio de la pierna y de su cuadro lo hacíamos, y acabábamos los dos, yo quedaba feliz.

Pero todo se hacia fuera, la Emma estuvo harto tiempo enojada, hasta que una vez para un baile volví con ella y de alegría esa noche fui con otros chiquillos de mi edad a darle una serenata. En esos tiempos en la pampa se usaba mucho las serenatas. Eran como a las cuatro de la madrugada. Pero no fue así, en vez de levantarse la Emma se levantó el papá y nos ha tirado un balde de agua sucia y quedamos todos mojados.

Estando en el servicio militar ella fue a verme, la llevé esa noche a la playa  y quise hacer lo mismo que hacía con la otra niña, ella se puso a llorar y me dijo que en otra ocasión. Yo quedé muy picado, nos escribimos pero como yo llegué dentro de mis estudios solo a tercer año primario era para mi un problema escribir. Ella no tenía una educación mas desarrollada y dejé de escribir. Pero un día llegó nuevamente a Iquique y yo tenía mi recuerdo maligno de que algo había quedado pendiente. Y esa noche en Iquique ella me llevó al teatro pagando ella las entradas y cuando terminó la función inmediatamente la empecé a sacar hacia la playa, eran las 12 de la noche, yo notaba que ella no quería tomar esa decisión pero yo seguía caminando hacia ese lugar, nos tendimos en la arena y yo comencé con mi mano a hacerle cariñito, y cuando quise sacarme eso me paró. Yo le pregunté si acaso no me quería, si cuando yo salga del servicio nos casamos y ella contestó, cuando nos casemos haremos lo que tu quieras. Yo le pegué una cachetada fuerte y me enojé. Ella se fue y yo la seguí, ella lloraba y lloraba, la dejé botada y como estaba cerca de mi regimiento me fui también.

Como la quería mucho al otro día estuve esperando que viniera a verme. Yo a las 18 horas  de pena salí con permiso. Fui a buscarla a su casa, se había regresado a la pampa. No supe más de ella hasta que salí y regresé de mi servicio militar, la encontré pololeando con otro joven. La molesté, pero tenía un compromiso serio con otro cabro. Yo tenia mucha pena, recuerdo que una noche me emborraché y fui a buscar al pololo de ella y le pegué. El cabro vino y se fue a otra parte, muy lejos y la dejó. Yo me creí dueño de la situación pero no fue así, la Emma estaba muy enojada y nunca mas me habló, hasta que yo me casé con la Elva, después te lo contaré.

Pisagua. Aquí yo estaba bien, tenia ese tío y tía pescadores, el hombre del partido estaba en el puerto, me entregó los nombres de los compañeros que había que prepararles la fuga, eso era extremadamente peligroso. Ser sorprendido sería mi muerte. Era la tarea del partido, de ese partido que yo ya quería pero que no comprendía mucho y que deseaba dejarlo por el peligro que involucraba estar en él.

Pero había una fuerza interna que tiraba por dentro y cumplí sacando los compañeros por tren. Busqué la forma con un miedo terrible, busqué dentro de los pelados los mas amigos y realizamos un simulacro de fuga por otro lado, así los viejos salieron muy tranquilos, después vino otra y otra, hasta que cumplí mi periodo de seis meses en Pisagua, regresando a Iquique.

Ya el tiempo fue pasando, tenía más de un año y medio, mis padres estaban siempre mal, no quise saber nada del partido. En pisagua tuve la oportunidad de conocer a Don Lucho (Lucho Corvalan). Cuando estuve en el campo de concentración de presos políticos el año 74 en Ritoque, estuve con don Lucho. Le pregunté si se acordaba de Pisagua. Conocí también a Carlos Pozo y otros tantos. Creo que eso fue peor, decía que en esos tiempos conocerlos por que quedó grabado en mi mente cada uno de ellos. Pero ni así quise saber más del partido. No sabía decirles que no, por un tiempo no había más viejos que me comprometieran. A fines del 49 conseguí la baja en el ejército por intermedio de una tía que encontramos en Iquique, donde mi papá arrendaba dos piezas. Mi viejo seguía con su carreta con burro. Mi madre lo había dejado y se había ido a trabajar a la oficina de Humberstone, en el Hotel  de ayudante de cocinera y se llevó a mis hermanos. Yo me quedé con mi viejo en Iquique por un tiempo. Pero la pampa me tiraba y una noche le dije que quería regresar a mi trabajo.  Todos los cabros que conocía que habían estado en el ejército estaban trabajando.  Recuerdo que mi viejo esa noche estaba curadito, lloró por que lo dejaba, pero se dio cuenta que yo ya era un hombre y fue la primera vez que quedé solo sin la presencia de los viejos, más o menos entre los 20 y 21 años.

 Me recuerdan muchas cosas, al otro día con su carreta me llevó mi cama, mi catre, y una caja a la micro que iba a la pampa salitrera. Salí a las 14 horas de Iquique para llegar a la oficina que yo iba que se llamaba San José. A las 8 de la noche llegué. En esa oficina había tenido gran parte de mi niñez, la llegada de la micro era un acontecimiento, mas por que llegaba yo que era muy popular. Los chiquillos me recibieron, fue una noche de borrachera, yo con la experiencia que había adquirido en el ejército y como ya no tenía mis viejos a mi lado me creía un hombre hecho y derecho, y eso no era así. Entré a trabajar. Eso era lo que mas quería.

Y tenía que ser un trabajo fuerte y duro, me lo dieron, mi trabajo después de regresar del ejército fue de cargador de carros. Desde niño me fascinó esa pega, por que los hombres eran grandes, peleadores y respetados, famosos en el norte. La historia los cita en algunos párrafos, pero a mi me faltaba mucho para ser como ellos. Recuerdo que había que levantarse a las dos de la madrugada, un sereno nos despertaba todos los días. Había que caminar mas de cuarenta minutos para llegar al centro del trabajo, los hombres que pasaban por ese trabajo la mayoría tenia mas de treinta y cinco años, mi vecino de pega era un boliviano, que medía como un metro noventa , había un peruano que si era un elefante. Ellos me decían – búscate otro trabajo cabro- . En realidad fracasé, era demasiado duro, era para un hombre sufrido y experimentado. Duré un año trabajando, deambulé a otro trabajo siempre dentro de la misma mina.

Quedé un poco traumatizado con Pisagua, no podía borrar de mi ojo al hombre del partido, que era un prototipo del partido. Viejón, serio, frió y flaco. Siempre en el puerto lo veía, me guiñaba el ojo y se reía. Me parecía que en cualquier momento lo vería. Siempre yo lo andaba aguaitando. En el campamento, en los trenes, en la muralla veía la mano de la juventud comunista, en los rayados, los volantes, yo ya no quería saber nada, nunca participaba en las reuniones, algunos viejos que me conocían me decían, -¿Qué te pasa a ti, que no saliste como tu papá y mamá?, ellos si que luchaban por nosotros.- Solamente me reía, pero por dentro me dolía mucho. Me aguantaba. Mi entrega era en el deporte, fui bueno para varias disciplinas deportivas y encabezaba esos deportes. Pero como yo tenía algunas experiencias en el partido, notaba que en todo el salitre había convulsionado a los trabajadores, se entraban a discutir…”

Esta es la última entrada de la serie sobre las cartas de Alamiro Guzmán. Les agradezco muy profundamente a todos los que comentaron y enviaron su cariño después de leer sus cartas. Aún quedan muchas de sus cartas, aún tengo que organizarlas y seguir contando así contar una historia másgrande. Seguramente más adelante.

Las tres entradas anteriores a esta pueden leerse aquí, en Milinviernos en los siguientes links:

http://milinviernos.com/2014/05/14/alamiro-guzman-las-cartas-del-minero-i/

http://milinviernos.com/2014/05/16/alamiro-guzman-las-cartas-del-minero-ii/

http://milinviernos.com/2014/05/21/las-cartas-del-minero-iii/

[1] Desde el año 2001, Soledad Torres, su esposo Gonzalo Díaz y los demás miembros de la compañía Urgente Delirio se han dedicado a investigar sobre las pequeñas y las grandes historias de chilenos que sufrieron el embate de la dictadura, así como las historias de otros chilenos que murieron en la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique.  En 1907 fueron asesinados entre 2200 y 3600 personas en un acto con tintes bastante similares a la matanza de las bananeras en Colombia.

 

@loloelrolo

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0 Responses to “Adiós a Chile: Las cartas del minero (IV)”

  1. mauricio says :

    interesante, pero la historia debe tener realismo y no endiosar a las personas por mas que estén muertos, me refiero a estos no a los que les truncaron la vida, ello porque hay historia de mujeres que fueron maltratadas y engañadas por la relación de los nombrados, ojo la historia se escribe con verdad, muchas veces las heroínas han cometido canalladas. Tras lo que se cuenta hay una historia de sacrificios, entrega y amor de dos mujeres que fueron vilmente maltratadas por el engaño y el apoderarse de un hombre que «la rescate» la culpa de ambos, no obstante alamiro fue verdaderamente feliz con esta señora tan idealizada

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