De María a Aura, buscando pistas sobre el pasado de mi abuela en Venezuela (pequeña crónica)
El lunes 20 de enero llegué después de la una de la tarde a la casa de la prima Alida. Ella tiene 88 años y es prima hermana de mi Abuela Aura Alicia. Aura Alicia no se llamaba Aura, se llamaba María, pero cuando llegó a Colombia se cambió el nombre. Aura Alicia murió en 2005. Y desde ese momento su imagen me ha perseguido para que le haga preguntas. Ella fue una de las razones por las que hice este viaje corto y por la que me quedé cuatro días en San Cristóbal. Vine para ver que encontraba aquí y que podía escribir sobre ella. También lo hice para hablar con mi papá quien ahora pasa gran parte de su tiempo en San Cristóbal y para ver lo que hoy es Venezuela.
Tenía 11 años cuando vine por última vez a la casa de la prima Alida. Era la fiesta de quince años de una de sus hijas y viajamos desde Cúcuta con mi papá –donde él trabajaba– hasta San Cristóbal. La fiesta no fue menos que un agasajo magistral, lleno de algarabía y música al mejor estilo de Venezuela. Recuerdo los peinados de las mujeres típicos de los noventa y la música de Barranco que no dejó de sonar hasta el final de la década. Volví a Venezuela, a San Cristóbal, tan sólo hasta este año.
Entre 1993 y 1994 mi papá vivió en Cúcuta trabajando para las empresas municipales y fue para esa época que volvió a conectarse con los familiares de mi abuela que vivían al otro lado de la frontera. Veinte años antes de eso, antes de casarse mi papá estuvo viviendo en Valencia y en Caracas. Durante esta primera etapa de su estadía en Venezuela mi papá vivió la riqueza del país petrolero. Durante su segunda estadía vivió en el Hotel Bolívar de Cúcuta y vio como la caída de la moneda del país fronterizo había cambiado a Cúcuta y a las poblaciones de la frontera. Durante los dos últimos dos años que ha estado viajando entre San Cristóbal y Bogotá ha atestiguado un cambio radical que se ha dado durante los últimos catorce años.
Este año volví para recorrer de paso San Cristóbal. Caminar por el centro de la ciudad es andar entre esquinas llenas de basura en un ambiente que parece sacado de una postal. La arquitectura de la ciudad se quedó detenida en edificios modernos que se han quedado estancados en el tiempo y que crecieron hacia los vórtices convirtiéndose en monstruos adefesiosos a los que les han quitado y añadido paredes y pedazos. En San Cristóbal no existe el alumbrado público, lo que le hace que la ciudad de noche tome un aspecto sepulcral. Cuando uno charla con los habitantes de la ciudad escucha incesantes quejas sobre el desabastecimiento, sobre la corrupción y sobre el detenimiento del desarrollo del país. Todo esto contrasta con la escena vibrante de zonas como Barrio Obrero donde pululan los bares y el comercio al mejor estilo del siglo XXI. En las calles de San Cristóbal, como en el resto de Venezuela uno puede ver el contraste entre la arquitectura y los carros viejos con un parque automotor poblado de camionetas gigantes y caras. Por un lado una población que le gusta vivir al mejor estilo gringo y un mundo lleno de elementos anacrónicos que lo hacen sentir a uno en Cuba.
Mi abuela nació en Zorca, una ciudad pequeña, o mejor un barrio que rodea una carretera al que uno llega después de hacer un viaje corto de 45 minutos en bus desde San Cristóbal. Mi papá logró recuperar la casa donde ella nació de las personas que habían vivido allí durante casi una década. La gente que habitaba la casa la convirtió en una hoya. En esa casa vivían tres mujeres, madre, hija y abuela quienes eran conocidas en todo el pueblo por el negocio que administraban. Al irse las tres mujeres dejaron la casa en un estado deplorable. Tanto en el caso de la casa de la esquina –la casa verde de Zorca con cerca blanca de dos ambientes y piso de baldosas de barro– como en el caso del otro lote de mi abuela –ahora un sembradío—sus habitantes se han negado a devolverlos alegando que el socialismo y la política del presidente Chávez les han dado propiedad de las tierras.
Bastante parecen haber cambiado las cosas para llegar hasta lo que son ahora desde la época en que mi abuela recibió sus herencias y Venezuela nadaba en prosperidad. Mi abuela nació en 1923 en la casa de Zorca. Su papá, se casó con Julia y tuvieron dos hijos: mi abuela María Alicia y Cesar. Julia murió dejando huérfanos a sus dos hijos casi adolescentes y con un padre estricto y poco cariñoso. Sus hijos se casaron al poco tiempo, Maria Alicia se casó con el viejo Marco Tulio con quien tuvo a mi tía Trina. Ahí empieza la parte dramático-misteriosa del asunto porque mi abuela llegó a Bogotá y se casó con mi abuelo pero en ese momento ya no era María Alicia sino Aura Alicia. Mi papá se enteró de esto después de que ella murió y cuando encontró en San Cristóbal los documentos del divorcio de mi abuela con el viejo Marco Tulio. En la década de los cuarenta mi abuela llegó a Bogotá con su primera hija y durante una temporada sobrevivió leyendo el tarot y distribuyendo mercancías en Bogotá, hasta que se casó con mi abuelo y tuvo sus otros cinco hijos, o sea mi papá y sus hermanas.
Cuando el abuelo de mi papá murió les heredó a sus dos hijos mayores las propiedades que tenía. Aura Alicia regresó a Venezuela en varias oportunidades a administrar las tierras que le correspondían hasta que murió en 2005. Lo del cambio de nombre nunca me quedó claro y no hay respuesta para solucionar el interrogante porque mi abuela se llevó consigo el secreto. Sin embargo mi papá maneja la teoría de que tal vez el viejo Marco Tulio fue tan mal marido que ella tuvo que huir a Colombia, donde no tenía familia y divorciarse en algún momento. Luego llegó a Bogotá convertida en una mujer nueva con un registro de nacimiento nuevo y un nombre nuevo (o algo así).
Me fui de San Cristóbal para Valencia en un autobús lujoso con aire acondicionado de dos pisos –porque eso si abundan en las carreteras de Venezuela– dejando atrás un már de preguntas sobre el pasado de la familia. Sin embargo logré responder algunas inquietudes y observar otros elementos que no esperaba. En primer lugar pude ver que mi papá trata a la prima Alida como si fuera su propia mamá, tal vez porque le recuerda a ella o porque se siente también en casa cuando está con ese lado de la familia y se siente cerca de las cosas que aún le pertenecen a su mamá. También pude observar que a mi papá le sucede algo similar al resto de los venezolanos: a pesar de la escasez, de la amenaza constante de la inseguridad, del atraso, de la lentitud del Internet, de la polaridad política y de los carros destartalados sacados de la década de los ochenta los venezolanos siguen enamorados de una tierra amable llena de bondad y belleza. Yo sigo pensando que para mí sería imposible estar deprimido en una ciudad con un clima como el de Caracas o viviendo en Valencia rodeado de playas y de gente bonita.
(Probablemente continuará)
@loloelrolo
Interesante descripción de la saga familiar del columnista, amenos e intrigantes sus arcanos, tristes los momentos políticos y económicos de este pueblo otrora próspero, ahora decadente por impregnado de anacrónicos comunismos…