Hijos de Maro (Entrega 26)

Por Enrique Pagella

Hijos de Maro ha regresado con más furia, como el envión de los ciclistas que luchan por ganar una etapa en el embalaje. Estas son las entregas anteriores: 25, 24, 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.

hijos de maro 26

 

Oliverio bufó y se reacomodó con su corpachón en la silla de plástico y pareció dormitar un poco. Yo, mientras contemplaba la oscura pampa seca, seguía monitoreando, en un segundo plano, a Ibáñez. Escuché entonces a DS desperezarse y dejar el grabador digital funcionando sobre una mesa para salir del local. No tardó mucho en aparecer a nuestro lado, acuclillarse y encender un cigarrillo, al tiempo que posaba su mirada cansada en la árida llanura bañada por la luz de la luna y de la «acaecidas» estrellas.

– Don Roberto – dijo entonces, sin quitar la mirada del horizonte – ¿Por qué estamos tan tranquilos?

– Si me respondes una pregunta primero, yo te contesto gustoso – le repliqué.

– Pregunte.

– ¿Quién crees que soy?

DS meditó unos segundos, dio un par de pitadas al cigarrillo y luego meneó la cabeza.

– Un viejo loco con poderes mentales, que me ha arrastrado al culo del mundo y con él cual, sin embargo, no estoy enojado porque me fascina; y conste que no agrego a la cuenta que por seguirlo a usted y al otro, he perdido mi trabajo y mi mujer me ha abandonado.

– Querido DS ¿Crees en verdad que perdiste tu trabajo y tu mujer por nosotros?

– No, pero me parece una excusa maravillosa – dijo de DS y luego me miró -, mire amigo Oliverio, yo sé que me podría haber bajado del motorhome por mis propios medios, y que usted no me lo habría impedido, pero… Pero no me lo habría impedido ni me lo impedirá porque está seguro de que no abandonaré a su hijo…

– Ustedes los condenados argentinos me conmueven verdaderamente – intercalé con sinceridad.

– No me va a negar, pedazo de viejo choto – elevó la voz DS, liberando su furia -, que también me manipuló como está manipulando ahora a ese inimputable que está contando ahí adentro la historia secreta del peronismo.

– No lo he hecho en ningún momento, recién hoy, 21 de diciembre del 2012, después de dos décadas, activé mi fenotipo timo para defenderme de este guardián de la doctrina anti-imperialista. Te lo puedo jurar por mi madre que me concibió virgen y que nunca conoció hombre en este plano de la vida.

DS se deshizo de la risa y cayó sentado al piso. Oliverio también desplegó una guirnalda de carcajadas que retumbó contra el techo chapado de la estación de servicio.

– Deduzco – dije entonces – que no me creen cuando afirmo ser un extraterrestre.

– Ya te dije que he suspendido el juicio – acotó Oliverio y bostezó para replegarse en un silencio opaco como el polvo que todo lo cubre.

– Ya cumplí mi parte – dijo David -, ahora es su turno…

– No me has contestado todavía…

– Sí, dije un viejo loco con poderes mentales que me cae bien aunque sea un tanto mañoso.

– ¿Qué más debo hacer para que me crean?

– Contésteme y por ahí me convence – dijo DS.

– Está bien. En cuestión de horas, allí enfrente – señalé la pampa plateada por la luna -, combatirán las Iotas y los Hijos de Maro. Luego volverá EP, el filósofo guerrero que gobernará Argentina y desde la Argentina encabezará un movimiento revolucionario mundial que destruirá al capitalismo y con él los esquemas de percepción, interpretación y representación de la realidad.

DS y Oliverio volvieron reír como hienas borrachas.

– Usted es el farsante más convincente que he conocido – opinó DS -, pero le creo más al trastornado que está en el local, dígame una cosita: ¿Hay alguna manera de escuchar su relato desde aquí? Allí dentro hace calor y el tipo es muy desagradable…

– Dame la mano – le dije extendiendo la mía.

DS me miró con extrañeza.

– No te haré nada, sólo te transmitiré sus palabras…

DS me dio su mano entonces.

– Escucha…

Pronto, mi situación personal mejoró. Si bien me daba asco el negocio de las muñecas, mi capacidad para grabar a fuego recuerdos de pureza extrema, me había brindado la posibilidad de vender más y mejor que mi madre. Conocía cada una de las muñecas y muñecos que había en la tienda, sabía todas las características de cada producto, sus accesorios y el material del que estaban hechos. Mi madre, a la que no le había caído bien el clima de Madrid, se la pasaba aquejada por un catarro crónico, cosa que dos veces por semana, martes y jueves a partir de las quince horas, le impedía atender la tienda y se iba al médico. Dicho médico era un peluquero que tenía su comercio a dos calles de distancia. La seguí un par de veces viendo la misma escena: Ella entraba a la peluquería y saludaba distante al peluquero, que estaba afeitando a un gordo dormido, y luego se perdía por el fondo del local, después de transponer una puerta. Una vez afeitado, el cliente despertaba, pagaba y se retiraba. El peluquero entonces cerraba con llave, colgaba un cartelito en la vidriera y se perdía por la misma puerta.

Más allá de molestarme, la conducta de mi madre me alegraba pues me permitía atender el local con un ojo gris y el otro marrón. Dos y hasta tres horas cada vez. No olvidaré jamás la satisfacción que me provocaba la expresión que componían los clientes al percibirme. Yo, con mis casi doce años, los esperaba detrás del mostrador, inmóvil como un muñeco más. Al advertirme las mujeres, por lo general, se quedaban sin respiración. Los hombres, que en menor medida visitaban el negocio, solían tartamudear. Todos ellos, como mis compañeros del colegio, también me tenían miedo.

Pero un día entró un hombre de unos cincuenta años que llevaba gafas oscuras y que no demostró temor. Después de curiosear entre las muñecas fingió advertirme de pronto.

– Buenos días, pero qué guapo que eres tío, con esa mirada bicolor y ese aire misterioso que cultivas. Dime una cosa ¿Tú estás a cargo de la tienda?

Como supuse que se trataba de un vivillo o un pervertido insistí en permanecer callado con la mirada fija en sus gafas.

– Parece que te hubieran extirpado la lengua y las emociones, pero no es bueno que un Guardián llame así la atención, más si debe proteger al General.

Dichas estas palabras el extraño se quitó las gafas y me enseñó sus ojos. Uno era color miel y el otro verde. Un escalofrío me recorrió la espalda. Ahora él que temía era yo.

– No está bien que llames así – me señaló los ojos – la atención aquí y en el colegio; tu tarea es demasiado importante como para que te hagas el inolvidable. Yo no uso lentes de contacto, soy así de verdad y también soy un Guardián, me llamo Gabriel y tengo un mensaje de tu padre para ti. Déjame tocar tu frente.

Di unos pasos e incliné sumiso la cabeza. Gabriel posó el dedo corazón en mi frente y comenzó a transmitirme las palabras de Urien. Era una carta para el General.

DS me hizo una seña de parar con la mano libre.

– ¿Hay forma de ponerlo en stop?

Había. Solté entonces las mano de DS y Oliverio y congelé a Ibáñez con un silbido.

– Ahí está estopeado – le indiqué.

– Lo maneja como a un perrito, por favor, es maravilloso – opinó DS.

– El otro – intervino Oliverio -, cuando fue paciente mío, precisamente en la última sesión, hizo levitar El chiste y su relación con el inconsciente de Freud.

– Amigo Roberto – volvió a la carga DS – usted tendría que tener un ciclo en History Channel.

– Conozco a la responsable máxima de ese canal, la señora Abbe Raven, presidente y consejero delegado de A + E Networks, y no creo que le interese la verdad. Hemos sido amantes.

Oliverio lanzó una carcajada que creció como una ola para estrellarse en la silenciosa playa de la asfixia. Con la boca abierta y los ojos salidos de las órbitas, comenzó a darse puñetazos en el pecho. Cuando estuve seguro de que no se había infartado, me volví hacia DS y lo hallé tendido sobre el asfalto. Se revolcaba víctima de la culebra una risita muda.

– Esta es… – me dijo dificultosamente -, su arma secreta… No me lo niegue… Puede matar de risa a los seres humanos… Hágame un favor, póngame de nuevo a Ibáñez… Que es más trágico…

DS se sentó con el cuerpo vacilante sobre el asfalto y me ofreció la mano mientras entrecerraba, gustoso, los párpados.

– Yo también quiero escuchar a ese hijo de puta- dijo Oliverio.

Al volverme vi su manota desplegada. Extendí entonces mis manos en sentidos opuestos y aferré las suyas.

Antes de marcharse, Gabriel, el extraño de las gafas oscuras, me preguntó por Daniel, Lopecito. Me preguntó si estaba atento a sus actividades. Le dije la verdad, le dije que entre la tienda y el colegio no me quedaba tiempo para espiar a ese esperpento.

– Pues entonces chaval tendrás que hacerte echar del colegio, no es para ti. Ya la convenceremos a tu madre. Pronto conocerás a tu verdadero maestro. Él te visitará y de Él aprenderás todo lo que necesitas aprender. Pero tienes que hacerte echar ¿Has comprendido?

– ¿Qué debo hacer? – pregunté algo aturdido.

– ¿Eres el tío que ha puesto hojitas de afeitar en el tobogán de la escuela?

Afirmé con la cabeza, tímidamente. Gabriel me tomó el mentón y me levantó la mirada mientras volvía a quitarse las gafas.

– Mírame, maldito culo sucio, mírame y graba a fuego lo que te diré: No has venido aquí para llamar la atención de nadie ni para poner en peligro la confidencialidad de las actividades de Anael porque te place asustar a la gente, así que te pondrás el cojonudo lente y te haces botar del cole y vigilas a Daniel, porque de lo contrario yo mismo me ocuparé de que te quede un solo ojo y se termine el juego…

Permanecimos en silencio largos segundos. Ya comenzaba a molestarme sobremanera ese presumido defectuoso.

– Y ahora que te miro bien… – dijo ladeando la cabeza -, dile a tu madre que debe teñirte nuevamente el cabello pues está algo decolorado.

Otra vez nos observamos en silencio durante largos segundos hasta que me señaló con el dedo índice, me guiñó el ojo color miel, se dio media vuelta y rumbeó hacia afuera, topándose en la puerta con mi madre.

– Una belleza de persona el niño – le dijo Gabriel a mi madre -, hasta luego.

Mi madre, al verme sin el lente, se me vino encima.

– Te he dicho una y mil veces que no lo hagas más. Vete adentro. Estás castigado.

– ¿Cómo te ha ido en lo del médico? – le pregunté impasible.

– Bien, pero ¿Qué tiene que ver? Vete adentro.

– Lo digo porque se te ve mejor mami, se te ve como si regresaras de la peluquería.

Mi madre se puso colorada y parpadeó como en cortocircuito. No sabía si mi frase obedecía al conocimiento, a la intuición o a la casualidad. Decidí ayudarla.

– Si sigues molestándome, le contaré todo a papá Urien.

Noté cómo de inmediato se le amontonaron las lágrimas en los ojos pero sin caer por sus arreboladas mejillas, al tiempo que sus labios se apretaban para contener una muchedumbre de palabras exasperadas. No necesité mucho más, entonces, para estar seguro de que mi madre me odiaba.

– A la noche te teñiré el cabello – atinó ella a decir sobre el silencio vibrante, y luego de rodear el mostrador, agregó -, esa tintura ya está vieja.

Harto del relato de Ibáñez, le di stop y solté las manos de DS y Oliverio.

– ¡¿Qué hace desalmado?! ¡Quiero saber cómo sigue! – se exaltó DS.

– Yo quiero saber quién será su maestro – acotó Oliverio.

– Me cansé, ahora escucharán el relato de mi historia de amor con una de las mujeres más poderosas de EEUU. Para ello vale la pena recordar Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, ese gran cuento de Jorge Luis Borges, pues gracias a la acción de Abbe Raven, entre otros personajes, este planeta se ha convertido en Tlön.

– Yo quiero un control remoto ya – dijo de DS.

– ¿Dijiste que yo merecía un lugar en History? Pues el siguiente contenido sería él de mi primer y último programa en ese canal. Escucha: En la mitología escandinava los Cuervos estaban consagrados al dios Odín, personificación de la exaltación psíquica en combate. Odín tenía dos cuervos, uno que simbolizaba el Pensamiento (Hugin) y otro que simbolizaba la Memoria (Munin). Se atribuye a Odín la frase: “Temo porque no vuelva Hugin, pero temo aún más por Munin”. Bien, esta chica que conocí en Nueva York a principios de 1967, no temía a nada, en ella Hugin y Munin eran siameses los tenía atados. Estudiaba teatro en la Universidad de Búfalo pero no le gustaba actuar, a ella le gustaba dirigir y producir, más que nada producir. Desde el principio supe que ella se estaba preparando para transformar el pasado. En el cuento de Borges una sociedad de intelectuales se propone inventar un país imaginario y para ello recurren a la enciclopedia. A lo largo de los siglos, dicha sociedad compone cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. Hacia 1944, se descubren en Memphis, los cuarenta ejemplares, ergo Tlön ya existe. La noticia da vueltas por el mundo, se globaliza. Borges cierra el cuento con una clarividente conjetura. En un futuro, el planeta Tierra se convertiría en Tlön. A fines de 1966 había nacido EP, fruto de mi romance con la argentina María Angélica Galván, la mujer más bella que ha existido en este mundo – dije de un tirón y me detuve para tomar aire.

– ¡Ah no! ¡Esto ya es demasiado! ¡La mujer más poderosa y la mujer más hermosa! ¡Ni que fueras dueño de la facha de un Bioy Casares! ¡Si apenas adelantas un poco a Klaus Kinski! – explotó Oliverio.

– Yo lo veo más parecido a Chilavert, el ex-arquero paraguayo, pero rubio, más bien colorado; es decir, más feo que coreano con flequillo. – opinó DS.

– Me importa una carajo lo que crean. Estoy diciendo la verdad. Les estoy contando mi vida, les estoy abriendo mi corazón – dije bastante molesto con ambos.

– El caballero nos ha metido en un quilombo sin precedentes, y además carísimo, ya me gasté trescientos mil verdes, y ahora nos abre el corazón – dijo Oliverio en complicidad con DS y luego se dirigió a mí -; te juro que si salgo con fuerzas de este lío, escribiré un novela sobre tu corazón extraterrestre, estoy seguro de que será un éxito y que hasta quizá el mismísimo Spielberg quiera llevarla al cine como remake esotérico-existencial de ET. A ver si adivino como termina esta historia, dime: Este Ibáñez se soltará e intentará ultimarte, alguno de nosotros o tú mismo le dará el pase del final, que bastante merecido se lo tiene, y esperaremos temiendo a la policía, que nunca ha aparecido, o a las huestes femeninas y cortazarianas de Tara, a que EP, esa especie de ET literario mejorado por los genes humanos, se materializa en medio de una batalla que ocurrirá frente a nuestros ojos…

– ¡Hazme el favor de callarte! ¡No adviertes la diferencia entre un relato y lo que has vivido en realidad! – exclamé harto de la parodia.

– ¡¡Paul!! – gritó DS dándose una palmada en la frente -, de ahí sacaste la idea viejo vendedor de humo ¿La viste Oliverio?

– No.

– Es una película en la que un par de amigos ingleses ayudan a un extraterrestre muy amable e informal, que hasta fuma marihuana, a huir del gobierno de EEUU y a encontrar a una tal Tara, subrayo: Tara, a la que el extraterrestre le mató sin querer un perrito con el OVNI en 1947…Una comedia desopilante, no te la pierdas, una alocada parodia del Spielberg de ET y Encuentros cercanos del tercer tipo

– ¡Pero cómo puede ser que no adviertan que ese cine, como todo el cine y la TV yanquis, está al servicio de lo que con el nombre de globalización impusieron desde la década del ochenta!¡Un lavado de cerebro mundial! ¡Malditos seres humanos ineptos! ¡Les introdujeron un Tlön de cuarta categoría, pobre, chabacano y estúpido, no sólo en las mentes sino también en el culo y no pueden pensar si no es a través de esos valores artificiales, de esos conceptos hijos del capitalismo comunicacional! – grité desaforadamente.

– ¡Y ahora nos trata de ineptos! – exclamó Oliverio -; bien, a ver, maravíllanos con tu historia, muéstranos al galán extraterrestre que hay en ti.

– No se olvide Oliverio que el señor es paraguayo-extraterrestre y que no solo explota la veta ET sino también la veta Arnaldo André, es decir, la ciencia ficción melodramática – comentó DS.

– Vamos, somos todo oídos, mejor dicho: manos – me estimuló Oliverio.

– Hubo un cambio en la programación – retruqué y les aferré las manos.

Como mi madre no consiguió la tintura habitual compró otra que me dejó el cabello de un color rubio un tanto anaranjado. Este cambio de tono y mi persistencia en usar un solo lente de contacto aumentaron el temor que empecé a inspirar desde que Hilario me quitó el otro lente de un bofetón. Hortensio ya no me asaeteaba con sus ocurrentes cantitos a cada rato, pero no dejaba de tenerme en la mira. Sólo se limitaba a crearme, silenciosamente, la fama que merecía mi imagen entre los demás niños, mientras que la maestra María Crucifija, curada ya de sus nalgas y piernas, no guardaba reparos en ridiculizarme ante todo el curso.

– Alumno Ibáñez, póngase de pie – me ordenó apenas advirtió el color de mi cabello – ¿Qué le ha sucedido a su cabello?

– No lo sé señora…

– Señorita, soy entera…

– Señorita.

– Primero le cambia el color de un ojo, luego el color del cabello, si sigue así no sería extraño que la piel se le ponga amarilla como a los chinos…

Risas generales de todos mis compañeros. Hortensio, que ocupaba el pupitre posterior al mío, no pudo contenerse más y le dijo a Hilario: «Mariquita, Mariquita, tiene la polla amarillita».

– Puede ser Señorita – asentí.

– Puede ser, puede ser señorita, siéntate y ponte a pensar si el Señor no te estará preparando para trabajar en un circo.

Las risas esta vez fueron estruendosas y yo me juré que no descansaría hasta vengarme de la maestra y del gordo adiposo. Comencé entonces a observarlos.

Durante semanas enteras inventarié sus movimientos, sus conductas, en fin, sus rutinas, y lo hice con tal minuciosidad que pude predecir con exactitud lo que harían en cada instante. Cuando tuve plena seguridad de que conocía al dedillo sus peripecias cotidianas, tracé un plan y pronto fijé la fecha de su ejecución para el lunes 16 de octubre de 1967. Para ello, el domingo 15 me introduje en el colegio, bien entrada la noche, y me allegué al aula. Llevaba tizas de colores en los bolsillos con las que dibujé una mano en la silla de la señorita María Crucifija. Luego abrí con un clip el candado de su roperito y arranqué el cuerpo del cuaderno de clase e introduje, en su lugar, una revista The Initiation. Con macilla, por último, le hice una pijita al Cristo del crucifijo que presidía el aula sobre el pizarrón. Después salí del aula, no sin antes, dejar la bolsa con las tizas debajo de la tabla del pupitre de Hortensio.

Al aula se accedía por una escalera de grandes peldaños marmolados y por otra, que estaba en el otro extremo del piso, se bajaba a los baños y al patio de los recreos. En la primera baldosa de la quinta hilera desde la balaustrada, la baldosa que precedía al primer peldaño de esta escalera, deposité grasa de cerdo que unté con la mano.

– Dele stop Roberto – me pidió DS.

– ¡Me cago en dios! – maldijo Oliverio.

– ¿No se puede adelantar? – me preguntó DS mientras le hacía señas a Oliverio para que se calmase.

– No, no puedo. No conozco el relato entero.

– Entonces cuéntenos el suyo porque está claro que Ibánez se cargó a Hortensio e hizo echar a María Crucifija.

– Pero no seas idiota – dije sin poder contenerme -, no es un relato de ficción, es la pura y aberrante verdad, este tipo que tenemos allí es un asesino serial, es el espécimen más peligroso que ha dado el peronismo esotérico, es peor que López Rega.

– Pues entonces sigue con tu puto relato, no quiero escuchar nada de ese hijo de puta – aventuró Oliverio que de pronto miró hacia el motorhome – ¿Qué estarán haciendo Oliverito y su novia?

– Deben estar garchando, no se preocupe – dijo DS.

– ¿Quieren escuchar mi historia entonces?

– Has lo que quieras – dijo Oliverio.

– A fines de 1966 había nacido EP, fruto de mi romance con la argentina María Angélica Galván, la mujer más bella que ha existido en este mundo. Como no quería comprometerla aún más a ella y a mi hijo decidí desparecer de la argentina. De ahora en más, todos los timos que descubrieran mi transgresión, debían aplicarme el castigo correspondiente, desactivarme y luego confinarme del otro lado. Yo debía entonces alejarme y cultivar algún arte humano para poder crear la singularidad que me permitiese desactivar mi fenotipo, de modo que nadie pudiese descubrirme. Supuse que el mejor lugar era el ombligo del mundo, New York. Entonces me soñé allí, en un grupo de teatro ligado a la Universidad de Búfalo, el grupo se llamaba Proyecto Fausto y una de sus más conspicuas integrantes era Abbe Raven. Como ya les dije, me costaba, como a cualquier timo, una enormidad cultivar cualquier arte humano y esta dificultad pronto llamó la atención de mis compañeros, en especial de Abby, que como líder no ocultaba su intención de volarme del grupo. Yo, por una especie de ética humana que deseaba asumir, me había prohibido el uso de mi capacidad persuasiva, pero cuando la tensión llegó al extremo, no tuve más remedio que enamorar a Abbe que, a decir verdad, no me gustaba en absoluto, pues era muy fría y absolutamente dominante. Pero dicho sacrificio valió la pena. De su mano crecí como actor y meses después interpretaba al menos con soltura el papel de Hamlet en una versión un tanto hippie y bastante mala que dirigió y produjo Abby. Así logré desactivar mi fenotipo y tornarme casi humano, con lo cual ya estaba listo para abandonar ese grupo de teatro mediocre y volver a la argentina. Pero para esa época, los EEUU, de la mano de Hitler…

– ¿De la mano de Hitler? – me interrumpió Oliverio.

– Sí, de la mano de Hitler, si me dejas avanzar te enterarás porqué digo de la mano de Hitler.

– Continúa, continúa…

– De la mano de Hitler, EEUU había comenzado a cooptar artistas, intelectuales y científicos para cambiar el pasado del mundo. Para ello ya estaban en desarrollo todas las herramientas que revolucionarían la comunicación décadas después, internet, telefonía, informática, el video digital, los medios de reproducción de audio, la TV color, la TV por cable, es decir, toda la tecnología de la que hoy disfrutamos estúpidamente. Pues Abby fue una de las primeras que reclutaron y el entrenamiento a que fue sometida le permitió descubrirme más allá de mi fenotipo desactivado. Una tarde de fines de 1967, mientras hacíamos el amor, me tomó la mano y comenzó a manipular mi dedo meñique. Cuando advirtió que no podía contraerlo… ¿No han advertido que no puedo contraerlo?

Les enseñé mis manos a Oliverio y a DS y contraje los dedos, dejando enhiestos los meñiques. Oliverio y DS me observaron boquiabiertos.

– Igual que en la serie «Los Invasores» ¿Recuerdan?

Oliverio y DS volvieron a asentir boquiabiertos.

– Dicha serie se estrenó en 1967 ¿Creen que fue una casualidad? Les recordaré el argumento. El arquitecto David Vincent tiene un encuentros cercanos de todos los tipos y advierte que los extraterrestres son semejantes en apariencia a la especie humana salvo por una frecuente rigidez característica del dedo meñique que les impide doblarlo, la ausencia de latidos cardíacos (no poseen corazón o cualquier otro tipo de órgano humano) y por su forma de morir, vaporizándose en medio de una luz rojiza que deja cenizas de celulosa a menos que padezcan cierta enfermedad transmisible por el tacto, en cuyo caso se produce su congelación. Éstos seres deben regenerarse cada cierto tiempo en unas cápsulas especiales para no ser incinerados por el oxígeno en la atmósfera. Todo eso me podría pasar a mí si no tuviese el fenotipo desactivado la mayor cantidad de tiempo posible. Los extraterrestres además son malos, quieren quedarse con la tierra. Daviddecide iniciar una persecución de los invasores como un héroe solitario, pues ningún humano lo toma en serio. Al mismo tiempo, los invasores, que son medio pelotudos, tanto como los Alemanes de la serie Combate, tratan de eliminar, desde ese momento, a David.

En fin, esta serie, no obstante decir muchas verdades, fue la punta de lanza del proyecto Tlön, nombre secreto de la tan mentada globalización – pobre Borges, juro que él no sabía nada; y Abby fue uno de los primeros soldados de la causa, y esa tarde, cuando descubrió mi meñique, si no reacciono a tiempo, me convierte en cenizas de celulosa. Pude darle un puñetazo demoledor y huir de su departamento y de los EEUU; tuve el buen tino de soñarme en Asunción, en mi amado Paraguay. Luego la historia de Abby es más o menos conocida, creo que en 1994 recala en History Channel y descubre la fórmula mediática para adulterar el pasado con eficiencia. Este éxito la catapulta a la cima de A + E Networks y tanto esta compañía como History Channel Latinoamérica pertenecen a Hearst Corporation Inc., fundada por el fascista confeso, antisemita y anticomunista William Randolph Hearst, empresario dueño de periódicos y revistas en todo EEUU durante la década del 30, que jamás ocultó demasiado su admiración por régimen Nazi, y que sirvió de modelo involuntario a Orson Wells para El Ciudadano, aquel que había espantado a los yanquis con La Guerra de los mundos de, oh vaya casualidad, de H. G. Welles, otro Welles.

– ¿Es por ello que dices EEUU de la mano de Hitler? – preguntó Oliverio.

– No – me limité a contestar y me llamé a silencio y así permanecimos un buen rato pues ni él ni DS me pidieron que continuara.

De pronto se escucharon voces provenientes del motorhome. Eran Oliverito y su novia, que venían con tres botellas de champagne. Sobre ellos vi cruzar en vuelo entonces, dos pequeñas sombras negras que se perdieron en las sombras nocturnas, en dirección al local, donde Ibáñez permanecía en latencia.

– Me parece que hay murciélagos – escuché decir a DS.

– 21 de diciembre del 2012 ¿Qué les parece si brindamos por el fin del mundo? – propuso Oliverito mientras su novia nos repartía unas copas.

– Yo no brindaré por esa pendejada – opinó Oliverio al tiempo que las dos sombras negras volvieron a cruzar, pero ahora por sobre nuestras cabezas.

– Son murciélagos – insistió DS.

Las sombras entonces giraron alrededor del grupo que formábamos, todos con las copas detenidas en las manos, pues de pronto las sombras, se posaron sobre uno de los surtidores de nafta. Eran dos cuervos.

 

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0 Responses to “Hijos de Maro (Entrega 26)”

  1. dasolana@gmail.com says :

    TREMENDAMENTE ESTIMULANTE…!!!

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