Algunas metamorfosis de Superman
De Superman jamás se ha creído que es una marica. Las especulaciones siempre han aputando a Batman y Robin; en las postrimerías de «Para el hombre que lo tiene todo» (1986), escrita por Alan Moore y dibujada por David Gibbons, hay una imagen en la que Batman y Robin ven cómo Superman y Wonderwoman se besan. Más adelante, Superman abraza, de un lado a Batman, del otro a Wonderwoman y ella, a su vez, pasa su brazo por sobre los hombros del pequeño Robin. Salen como cuatro amiguitos. Como un gran macho, una mujer y dos tipos que, cuando se vuelven superhéres, son tímidos y no tienen el atractivo del que gozan cuando son hombres comunes: Se vuelven sospechosamente maricas porque nadie entiende cómo dos hombres pueden ser tan cercanos, tiernos e incondicionales. A Superman le ocurre lo contrario; cuando no es superhéroe, muchos pueden sospechar que o es marica o un onanista compulsivo.
En «Mundos diferentes», el flirteo de Superman y Wonderwoman continúa pero reconocen que son muy distintos; lo único que los une es la fatalidad de ser superhéroes. Superman, cuando deja de serlo, se convierte en Clark Kent, un hombre tímido, que, incluso, deja que otros manoseen al eterno objeto de sus deseos, Luisa Lane. En el episodio inaugrual de Superman, escrito por Jerry Siegel, dibujado por Joe Shuster y publicado en el libro «Action Comics» (1938), hay un momento en el que el periodista Kent invita a Luisa a un baile, en la velada unos tipos malos quieren llevarse a la chica, Kent no hace nada y ella le dice: «Antes me has preguntado por qué te evitaba, y ahora te diré por qué: ¡Porque eres un insoportable cobarde sin agallas!» . Luisa es raptada por los malos y Clark Kent desaparece; se convierte en un alienígena en calzones y capa rojos y libera a Lane que queda enamorada del tipo con la «S» estampada en su pecho.
El nombre de Clark Kent es una ironía: Se llama Clark por Clark Gable y Kent por Kent Taylor, dos de los galanes del cine estadounidense de aquél entonces. Ese hombre tímido fue la torción que generó el primer Superman, aparecido en la revista Science Fiction en 1933 con el título «The ring of Superman», ya que era la historia de un sujeto maligno, creado por las maquinaciones de un científico loco.
Superman pasó de ser un desvarío megalómano de la ciencia a un extraterrestre que se ocultaba en alguien que se ubicaba en las antípodas del campeón con las mujeres y la vida social; no es una simple coincidencia que más de cincuenta años después, Kurt Cobain dijese que algunas personas que veía en la calle eran extraterrestres como él. Los extraterrestres pueden tener las cabezas sin pelo, las bocas sin dientes, vender billetes de lotería y provocar indiferencia. Pero con calzones y una capa rojos o una guitarra y un escenario, las cosas cambian.
Como en casi todas las historias de superhéroes, hay una comprensión teleológica de la evolución en donde persiste la idea de que se avanza hacia un punto Omega que se constituye en la razón de ser de ese «avance»; en la historieta, Kripton, el planeta de origen del Superman, muere de vejez. Sin embargo, este final cambia en 1941, cuando aparece el primer trabajo de dibujos animados en donde Kriptón desaparece de una manera más violenta:
Superman viene de un mundo «más evolucionado», lo que harán los terrícolas es repetir ese trayecto y la Tierra habrá de desaparecer porque está vieja, entonces un Superman terrestre será lanzado al espacio exterior e irá a otro lugar donde se encuentren en un estado de evolución similar al que hubo por los años treinta del siglo XX. La noción de que el universo es una suerte de museo donde hay un sólo mundo replicado en distintos momentos de su evolución ha persistido en las historietas; lo que ha cambiado es el final del mundo «más evolucionado» y ese cambio obedece a las distintas construcciones apocalípticas que se fueron diseminando a medida que se terminaba el anterior milenio.
Clark Kent, por su parte, no sólo es cobarde con respecto a su incapacidad de proteger a Lane o de, siquiera, confesarle su enamoramiento. En el primer número en historieta de 1938, el jefe del diario le dice al hombre de anteojos: «la primera página se está poniendo tan aburrida que no sé ni qué poner. Pero ha estallado la guerra en una pequeña república sudamericana, San Monte, y voy a animar un poco esto enviándote allí como corresponsal.». El periodista hace caso omiso a lo que le ordenan y decide marcharse a Washington. Superman, como una deidad, sólo se encarga de su nación que, en este caso, es putativa como lo fue para tanto inmigrante que llegó a Estados Unidos. Superman es un inmigrante más que engrandeció a Estados Unidos. San Monte siguió en guerra y no tuvo fotógrafos ni cronistas que narraran lo ocurrido. El planeta Tierra que defiende Superman es el que le incumbe a Estados Unidos y a Clark Kent le da miedo ir a tierras donde pueden salir tiburones de las profundidades del río Amazonas.
Uno de los rasgos que caracterizaron a Superman en su carrera en el cine fue que Christopher Reeve jamás pudo ser desligado de la imagen del superhéroe. Desde la primera película de esa tetralogía surgió un rostro de Superman que aún hoy no se ha podido borrar pese a algunos intentos con no muy buenos resultados. El final del actor, que quedó cuadrapléjico luego de un accidente, hizo recordar que Superman también era Clark Kent, que ese hombre con anteojos y una profunda timidez era el alienígena que pudo haber estado durante toda su vida trasegando las calles de una ciudad de otro planeta sin saber que en otro lugar del cosmos hubiera sido el sujeto más fuerte. En el universo entendido como una colección de distintos instantes esparcidos por el infinito con forma de diferentes planetas, el más mínimo atisbo de invasión de un un habitante extraplanetario puede alterar el orden de las cosas. Al intentar ocultar su carácter extraordinario, el superhéroe se convierte en alguien inocente, en un prisionero de la constante resaca, como la que le da al tímido después de una borrachera en la que bailó sobre las mesas y toqueteó a más de un muchacho o muchacha. Reeve también tuvo esa resaca, aunque sonriera y tratara de no estar preocupado sino feliz. Y usara un sobrero de copa en lugar de un calzón y capa rojos:
Rumi, el místico afgano, afirmaba que bebía vino para sentir la resaca pues ella era el rastro del paso de Dios. Clark Kent despierta con esa sensación y el vago recuerdo de que hay un otro en su interior que no puede emerger porque alteraría el orden universal.