Godard vs Coelho
Por Enrique Pagella
Yo no entiendo
Si hay un cine que se resiste al fanatismo y a la vez crea fanáticos, ese cine es él de un hijo de una familia rica: Jean Luc Godard, un artista que siempre – más allá de los resultados y de los gustos o las modas – se ha caracterizado por una compulsiva predisposición a asumir riesgos y por la integridad ética y estética que ha desplegado, e intensificado con el paso del tiempo, para dominar un arte absolutamente industrializado y estandarizado como el cine. Esto no sólo se lo reconocen sus incondicionales sino también sus detractores, que son legión, y cuya postura, transpolación mediante, podría estar representada por la reciente e inesperada crítica del multimillonario Paulo Coelho al pobretón de James Joyce.“Uno de los libros que más daño le ha hecho a la humanidad es Ulises, de James Joyce”, afirmó el astro brasileño en el diario Folha de Sao Paulo. “Es puro estilo. No hay nada ahí. Si disecas Ulises, verás que es sólo un tweet”.
Sospecho que detrás de estas declaraciones hay una astuta movida marketinera que le ha dado sus réditos al escritor de ficciones new age – sus palabras se leyeron en todo el mundo -, pero a la vez desnudan, por un lado, la ignorancia del «alquimista», y por el otro, la postura del capitalismo ante el arte.
«Lo que quiero sobre todo es destruir la idea de la cultura. La cultura es una coartada del imperialismo. Hay un Ministerio de Guerra. Hay un Ministerio de Cultura. Por lo tanto, la cultura es la guerra», ha dicho alguna vez Godard y viene al caso porque, evidentemente, Coelho es parte del estado mayor conjunto del ejército enemigo, el ejército del arte como entretenimiento de la globalización. Suena extremo, claro, pero ¿No es extremo decir que el Ulyses de Joyce le ha hecho mal a la humanidad?
Coelho: héroe de la alquimia emocional y editorial
Abandonemos, por el momento, la trinchera y sentémonos a la mesa del café – que es donde hacemos la guerra los argentinos -, y preparemos otros proyectiles. Coelho dice que el libro de Joyce es puro estilo y que se puede reducir a un tweet. Bien, todos los que hacemos literatura, dramaturgia o guiones para audiovisuales sabemos que cualquier obra puede y/o debe sintetizarse en un pequeño argumento del que se desprenda la historia y sus texturas. Ejemplo ilustre: La Odisea de Homero: El mañoso Ulises, después de Troya, tarda muchos años en regresar a Itaca porque es desviado por un Dios vengativo. Pero finalmente vence los fantásticos obstáculos y a su regreso liquida, junto a su hijo Telémaco, a todos los pretendientes de su hacienda personal y de su mujer, Penélope – sí, sé que superé los ciento cuarenta caracteres pero qué importa.
Y podríamos esparcir cientos de ejemplos pero no vale la pena porque lo que realmente importa no es la ignorancia de Coelho sino la idea del arte que connotan sus palabras. El arte como entretenimiento y su variante bondadosa, el entretenimiento saludable y/o edificante, que es una de las ideas que vienen imponiendo los medios masivos de comunicación desde los años noventa a esta parte, en contra de un arte concebido como revulsivo sociocultural, como una herramienta poderosísima para trascender el principal problema de nuestras sociedades, que es la idiotez.
Yo me aburro
Pero hay más, y también guarda relación con el berreo del «amigo» de la ex-miss mundo y ex-esposa por contrato del más corrupto presidente de la historia Argentina, Carlos Menem, me refiero a la madre del bebé de Rosemary, Cecilia Bolocco. Porque este señor – no Menem sino Coelho – ha señalado que el libro de Joyce es puro estilo y hete aquí que nos introduce en una discusión estética que nos obliga a repasar la vieja oposición entre forma y contenido. Pues bien, la historia del arte demuestra con creces que la evolución se da por la revolución de las formas más que por la incorporación de nuevos contenidos. Y si bien podría reafirmarse la tan mentada retroalimentación entre forma y contenido, son muchos artistas e investigadores los que sostienen que la forma hace al contenido y que el estilo es la forma y aquí me remito a uno de los grandes escritores del siglo XX, un ilustre desconocido, el polaco, fatalmente argentino, Witold Grombowicz, autor de una novela que trata, entre otras cosas, de las formas y los contenidos, y que también se puede reducir a un tweet: «Ferdydurke: Obra que Coelho seguramente no leyó porque de lo contrario ya hubiese encendido una hoguera.»
Para aplacar el dedo acusador de este Coelho, le pediría que tenga piedad con algunos pintores a los que se les fue la mano con eso del estilo, como Picasso, Van Gogh o Francis Bacon; que perdone a Borges por haber exagerado con el gran ejercicio de lectura que derrama en sus escritos; que no le preste atención a creadores teatrales como Eugenio Barba o Tadeusz Kantor, ya que si bien son crípticos no tienen muchos fans; y que no le caiga encima a los músicos como John «Azaroso» Cage, que se cagaban un poco en los contenidos. También le voy a recomendar, ya que le gustan los relatos «entendibles» y con «mensaje», que lea Dublineses del mismo Joyce, allí tal vez aprenda a narrar sin vender humo de incienso.
Cuando me pongo rojo seguro me enojo
En fin, viene a cuento lo de Coelho porque lo mismo, y más, se le critica a Godard y porque toda su obra puede ser abordada como un refinado intento de destrucción cultural, donde el estilo es el arma y la víctima el contenido. La hermosa e hiperlúcida Susan Sontag dedicaun capítulo de su Estilos radicales (1969) a Godard, y, entre otras cosas, afirma: «Los grandes héroes culturales de nuestra época han compartido dos cualidades: todos han sido ascéticos en algún sentido ejemplar, y también han sido grandes destructores. Este perfil común ha permitido que se materializaran dos actitudes distintas, pero igualmente acuciantes, frente a la «cultura» misma. Algunos como Duchamp, Wittgenstein y Cage, identifican su arte y pensamiento con una actitud desdeñosa respecto de la cultura oficial y el pasado, o por lo menos sustentan una posición irónica de ignorancia o incomprensión. Otros—como Joyce, Picasso y Godard—exhiben una hipertrofia del apetito por la cultura (aunque a menudo su avidez es mayor por los detritos culturales que por los logros consagrados en los museos); y para progresar hurgan en los basureros de la cultura, al mismo tiempo que proclaman que nada es ajeno a su arte»
Godard: héroe, destructor y fago-citador cultural
– Sí, muy fino y edificante, pero yo veo una de Godard y me aburro mortalmente, no sé de qué va, encima se la pasa citando a un montón de intelectuales para tapar sus historias que son medio estúpidas y no se entienden.
Cita casi textual de lo que me dijo una compañera mexicana en un curso de edición cuando le hablé de Godard. Luego, tratando de cambiar de tema, no tuve mejor idea que hablarle de Cinco obstrucciones de Lars von Triers.
– Una paja intelectual – sentenció tajante y ya no tuve valor para preguntarle qué tipo de cine le gustaba.
Entonces me vengaré y diré que la señorita queda del lado de Coelho. Porque de seguro estaba por un cine, al menos, de contenidos, con mensaje. Un cine que dé testimonio de la realidad; o quizá no, tal vez la sobre o subestimo y sólo buscaba divertirse y era fanática de los musicales o de las películas de zombies. O pornos. Vaya a saberse.
Lo cierto es que quienes odian a Godard piensan más o menos lo mismo, a lo que habría que agregarle aquello que arriman sus críticos más serios, como que el cine de Godard mata la emoción y que en lugar de decir, en cine hay que contar. Que no es poca cosa. Pero a Godard le interesa otra cosa, mostrar lo que piensa.
La fórmula de Week-end: No es sangre, es rojo
«Del apetito cultural en esta escala nace la creación de obras que pertenecen a la categoría de los epítomes subjetivos: despreocupadamente enciclopédicas, antológicas, formal y temáticamente eclécticas, y marcadas por la impronta de una rápida rotación de estilos y formas. Así, una de las características más notables de la obra de Godard consiste en sus audaces esfuerzos de hibridación.», escribe su fan Susan Sontag y especifica: «En su obra se acoplan libremente técnicas tomadas de la literatura, el teatro, la pintura y la televisión, junto con alusiones ingeniosas e impertinentes a la historia del mismísimo cine.»
Gilles Deleuze, otro de sus fans más perspicaces, en el tomo 2 de su increíble La imagen-tiempo – desmenuzó unas trescientas películas para escribir el ensayo – sostiene que una de las innovaciones de la nouvelle vague fue la ruptura de la unidad del discurso de las películas. Esta unidad incluía lo que decían y hacían los actores, el pensamiento del director, el criterio del editor, la información que aportaban el vestuario, los decorados y la escenografía, y todos aquellos recursos y elementos que participaran de la obra. Pier Paolo Pasolini supo destacar en el cine moderno una tendencia que va más allá que Joyce en lo que se refiere al monólogo interior, específicamente en lo que se refiere a su unidad, porque en Joyce aún se la puede rastrear, cosa que en un cine como el de la nouvelle vague, y en especial él de Godard, no. Pasolini llamó a esta innovación narrativa «subjetiva indirecta libre». Deleuze ahonda: «Godard utilizó todos los métodos de visión indirecta libre. Pero no se limitó a tomarlos de otra parte y a renovarlos; por el contrario, él creó el método original que le permitía realizar una nueva síntesis e identificarse así con el cine moderno. Si buscamos la fórmula más general de la serie en el cine de Godard, llamaremos serie a toda secuencia de imágenes «en tanto que reflejada en un género». Un film entero puede corresponder a un género predominante, como Une femme est une femme corresponde al género musical, o Made in Usa al cómic. Pero incluso este filme pasa por subgéneros, y la regla general es que haya varios géneros y por tanto varias series. »
La alegría no produce buenas historias (Godard). Es brasilera. (Yo)
Tanto Sontag como Deleuze destacan el coral de estilos y géneros que despliegan las películas de Godard y es en esta apuesta, tan joyceana, donde radica su genialidad y también su talón de Aquiles – sus apuestas son tan radicales que a veces la verdadera película es la que no se ve y yo: He tratado de ver casi todos sus filmes y hay algunos que no los vi, como Aphaville, que me aburrió sobremanera, y otros tantos que considero prodigiosos, como Pierrot le feu, Made in Usa y Week-end, a mi modo de ver, la mejor película de Godard.
«En Week-end, Godard contrasta la barbarie mezquina de la burguesía urbana propietaria de automóviles con la violencia posiblemente catártica de una juventud reencontrada con la barbarie, a la que imagina como un ejército de liberación de estilo hippy que merodea por la campiña y cuyos mayores deleites parecen ser la contemplación, el pillaje, el jazz y el canibalismo.«, tweetea Sontag desde la eternidad y sólo señala los extremos que como paréntesis encierran a una delirante road-movie cuyas tonalidades, texturas, puntos de vista y estilos pasean por muchos géneros, echando mano, como siempre, a la literatura (Tal vez el Cortázar de Autopista del Sur en el divertidísimo plano secuencia del embotellamiento; quizá el George Bataille de Historia del Ojo en la memorable escena que destaco; la borrascosa Emily Bronte como súbito personaje del bosque, a la que prende fuego el protagonista de la película); O abrevando en la historia (Después de chocar su elegante convertible, la antológica y burguesa pareja protagonista del filme, deben seguir a pie y cuando se internan en la campiña francesa se interpone entre la cámara y ellos un actor vestido como un revolucionario de la época de Robespierre con un libro en la mano, del cual lee a los gritos un discurso del radicalizado Saint Just, terror de la monarquía, la nobleza y la burgesía).
Hay mucho más para destacar de esta película que manipula muchos géneros y no se queda en ninguno (suspense, absurdo, comedia musical, etc), o el uso de los colores, en especial el rojo con la experimental intención de trascender la mera representación y la metáfora, o el uso de la cámara o la edición o el uso del sonido pero no. Porque el tema de este post, que en un principio, como en todas estas entregas, radicaba en rastrear y analizar el uso del material literario que hace Godard se ha diluído, y todo por culpa de Paulo Coelho.
Paulo Coelho ha vendido ciento cincuenta millones de libros
Alguna vez le regalaron a mi mujer un libro de Paulo Coelho. En varias oportunidades lo tuve entre mis manos con intención de leerlo pero la foto de la contratapa siempre terminó por espantarme. En ella se ve un plano medio de Coelho luciendo una camisa de jean. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y nos mira con la cabeza levemente ladeada hacia su izquierda. Ahora mismo la tengo al lado del teclado y la contemplo sin poder discernir qué es lo que me disgusta. Quizá sea su mirada. O sus mejillas de doble pliegue entrando en la cenicienta barbita candado. No estoy seguro. Me inclino por su mirada, por sus ojos sesgados hacia la derecha, apenas ocultos por los párpados que sin estar entrecerrados dan esa impresión. Son rollizos pero de aspecto turgente. Sospecho entonces que hay un contraste un tanto sutil de expresiones. Sí, es eso. Las mejillas plegadas intentan componer una sonrisa de labios cerrados que no trasciende la gestualidad de quien está tragando saliva. Y los ojos oblicuos en dirección contraria a la inclinación de la cabeza, me generan desconfianza. Lo tengo: La falsa sonrisa y la mirada ladina de un jugador de póker.
La descripción de la foto viene a cuento de que hace días me propuse leer el libro de Coelho sin detenerme en la foto. Pensé que hay grandes escritores cuyas fotos asustan. A mí siempre me impresionaron las fotos de Samuel Beckett – a quien, escrito sea de paso, Coelho seguro pondría del lado del mal.
Me obligué entonces a leer «El demonio y la señorita Prym». Debo confesar que no pude pasar de la página ochenta y cinco, y que recurrí a Google para conocer la historia completa. La novela es una especie de alegoría moral al desnudo. El bien y el mal se pasean casi sin disfraz por sus páginas y tropiezan con todos los estereotipos que se le cruzan por el camino. Los demonios y los ángeles se posan sobre el hombro de cualquier personaje. Pero lo peor de esta historia, escrita antes del 2000, estriba en la justificación que tiene el tal Carlos, el malo, para planificar el mal. Unos terroristas secuestraron a su familia y la mataron con las armas que él mismo fabricaba y vendía. En efecto, era un empresario que se había enriquecido en la industria armamentista. Acabado por semejante pérdida decide elegir un pueblo al azar, un pueblo chico de gente trabajadora y honesta, y allí va con once lingotes de oro. Su plan consiste en demostrar que el hombre es malo por naturaleza. Para ello ofrece los lingotes al pueblo a cambio de que maten a alguien. La oferta se la hace a la atractiva señorita Prym, a la que pone en un brete ético pidiéndole que disemine la buena nueva. Hay una vieja medio bruja que habla con su marido muerto y que puede ver a los demonios y ángeles que acompañan a las personas y pufff. Me cansé. Es un bodrio insufrible con aires a tardía edad media. Creo que finalmente, el pueblo tentado se dispone a cometer el crimen, van a matar a la señorita Prym y no sé cómo finalmente ella se va con el tal Carlos, el empresario redimido, no sin antes cambiar los lingotes por papel moneda. También hay un lobo maldito en el medio y no sé cuántas simplezas de baja elaboración más para sostener que el bien y el mal son relativos – ya te va a agarrar Sócrates. Lo cierto es que esta novela francamente mala me hizo recordar un texto excepcionalmente bueno de Mark Twain, El hombre que corrompió Hadleyburg, donde Twain, con los mismos elementos, hace todo lo contrario y bien, sin sensiblería barata e inocentes golpes bajos.
Una historia debe tener un comienzo, un medio y un fin, pero no necesariamente en ese orden.
Vuelo a citar a la Sontag que a su vez cita a Godard: «No me gusta realmente contar una historia», ha escrito Godard, simplificando un poco la cuestión. «Prefiero utilizar una suerte de tapiz, un fondo sobre el que pueda bordar mis propias ideas. Pero generalmente necesito una historia. Si es convencional sirve tanto como cualquier otra, o quizás aún más.» Así, Godard ha descrito despiadadamente Il disprezzo, de Alberto Moravia, la novela en que se inspira su brillante Le mépris, como «una buena novela para un viaje en tren, llena de sentimientos anticuados. Pero éste es el tipo de novela con el que se pueden hacer las mejores películas».
Supongo entonces que el Godard glorioso de la década del 60, que llegó a filmar tres películas en un año, habría hecho una obra magnífica con «El demonio y la señorita Prym»
Para despedirme les dejaré una escena admirable de Week-end . La protagonista narra un relato porno – en él que se detecta el uso de Historia del ojo de George Bataille – a un personaje misterioso que bien podría ser su amante, su analista o un detective, jamás lo sabremos; hasta podrían ser el misterioso forastero y la señorita Prym de Coelho. La banda musical tapa el diálogo por momentos. La cámara se acerca y se aleja suavemente. Adviértase el gran clima que crea Godard con tan poco.
Bonus track: Cierro con Godard mostrándole el guión de una de sus películas a un entrevistador televisivo. Y algo más: vean Week-end (1967), es apenas un magistral ejercicio de estilo que influyó, por ejemplo, en los activistas del ya legendario Mayo francés (1968).