Hijos de Maro (Séptima entrega)

Por Enrique Pagella*

Esta es la séptima entrega de la novela «Hijos de Maro».

Las entregas anteriores las podrás leer oprimiendo en los títulos:

Sexta entrega

Quinta entrega

Cuarta entrega

Tercera entrega

Segunda entrega

Primera entrega

 

– Yo te absuelvo de Ira en mi pecho – hablaba sobrellevando el dolor cada vez.

– Me entusiasmas – musitaba al quitar su uña de mi carne.

– Siento ardor – me escuchaba decir acuciado por una pertinaz hoguera en los genitales, encendida por la visión de la sangre que fluía en mi brazo. Y manifestábaseme Maro tal cual se había presentado en la gruta, casi desnuda, los cárdenos grumos de los senos enhiestos, escapando al velo de los verdes cabellos, los labios sápidos, los muslos apretados y suaves como los periplos de las dunas de oro.

– Corres el mismo peligro que los Iotas porque te gustan en demasía las mujeres – me decía con desdén repentino – A mí también me gustaban sobremanera cuando tenía tu edad y era un guerrero que aún no había usado su espada. Traga ese bocado y has una pausa para escuchar con atención lo que te contaré.

– Mi primer combate – me decía al tiempo que el asador aparecía con algunos cacharros que depositaba en la mesa -, fue con el ejército de mujeres Iota, en el soto de los cactus hieráticos. Cuando tuvimos noticias de que diez mil mujeres iotas armadas habían ingresado a nuestro territorio, predispuestas a hacernos sus prisioneros sementales, fuimos estorbados por emociones contrapuestas, y la lascivia y el temor no deben habitar a granel el cuerpo de un guerrero. Nuestros echadizos alertaron a la hueste acerca de la ferocidad de las Iotas, que acababan de ultimar a un tropel de cinco mil apáticos, dado que no querían tener descendencia de estos hombres espantosos, grandes guerreros, ya los padecerás, cuyos miembros sexuales no adelantan el tamaño de un helminto de seda. Pero como era proverbial el aura de los cuerpos y de las artes amorosas de las Iotas, muchos, y entre ellos yo, cobijábamos el anhelo de sojuzgarlas a ellas, traicionando en propensión la fidelidad inconmovible que se debe a Maro, y preparando así, en nuestros corazones, la derrota. En esos tiempos los Hijos de Maro no nos acompañábamos con bestias, sólo los mil nos atrevíamos al combate, confiados en el temor que infundían nuestra talla y nuestra bravura.

Maro dio la orden de exterminar a las Iotas. Al recibirme para conmover las palabras que me atañía memorar durante la contienda, díjome: “Ten cuidado de ti, ellas no te matarán”. Este vaticinio púsome algo confuso pero la cercanía de mi contienda original disipaba esa lobreguez. Ya verás que los augurios son luz y no sombra, pero la pubescencia suele transpolar esas voces ¿Quieres más vino? Sírvetelo, es placentero ver cómo cae en el tazón.

El Necesario hacía una pausa entonces para manipular los cacharros que el asador había dejado sobre la mesa. Pero como el vino ya poseía el dominio de mis actos, cautivaba mi mano rumbo a la cazuela y yo le dejaba hacer de mi mano el instrumento que asía el recipiente y lo inclinaba sobre la boca del tazón. El palpitante redondel de vino en el cuenco mantenía cada vez la faceta semejante al trazado del piso y luego, conforme mi mano aumentaba la inclinación, desbordaba en un chorro que se retorcía varias veces sobre sí mismo. Una flor de bermellones espumosos se abría en el fondo del tazón y efímera se ahogaba en su misma sustancia, a medida que subía el círculo borravino. Cuando llegaba al filo de la boca, mi mano desbarataba el sesgo del cuenco de modo que cesara el chorro. Todo hacíalo manadamente y de modo apropiado, como si se tratara de una asiduidad. Empuñar el tazón con el íntimo de la mano y elevarlo hasta posar el orillo de su boca en mis labios, resultáronme prestezas eficaces y bellas de consumar. Luego la tibieza y la esplendidez líquidas del vino entrando a mi boca y la visión del Necesario lanzando humo por la nariz, volviéronme al entorno.

– No he comido un ascua al vivo, no me quemo – decía cada vez el Necesario y alcanzábame, por sobre la mesa con el brazo extendido, una pipa humeante – se llama pipa, no te contaré su historia en este presente, sólo te diré cómo se la usa, toma la cazuela con la palma de la mano y pon los labios en el extremo del palillo que sale de ella – yo hacía sin titubear cada vez -, bien, ahora aspira, chupa suavemente, lo que entra a tu boca es humo azulado, picará, tendrás ganas de toser pero no lo hagas, sopórtalo y luego trágalo. Es el espíritu de la tímida flor.

Acre y prieto se cobijaba ese hálito en mi boca, después de absorberlo. Caliente llegaba a mi pecho, después de tragarlo. Mis ojos eran entonces alcanzados por lenguas de humo que yo sentía escapar de mi nariz.

– Hazlo otra vez y devuélveme la pipa, no es conveniente abusar – decía el Necesario y yo daba otra chupada y le extendía la pipa – Bien, antes que saliera el sol de ese amanecer ya estábamos formados en el soto de los cactus hieráticos. El Primero nos veló tras la banda oeste, la que eleva grandes piedras y peñones. Allí debíamos esperar, pues se creía, al decir de los echadizos, que las Iotas, cansadas por el combate con los apáticos y en busca de alimento por carecer de una línea de abastos, cruzarían el soto apenas el sol escapase a las montañas del horizonte, rumbo al bosque y al río, donde la caza y la pesca aún abundan. El Primero sabía que los apáticos, entrenados en el arte del ayuno, no redundarían en provisiones para las Iotas cuyos planes no contemplaban esa contienda. Su objetivo, éramos nosotros, los mejores hombres de la tierra. Pero ellas no aparecieron cuando el sol dejó verse por entero. Tampoco aparecieron en su cenit. El Primero, con visibles muestras de desconcierto, zamarreó a los echadizos y les pidió precisiones, enviándolos a ubicar el áscar enemigo. En la hueste, mientras tanto, lo que en un principio fueron bravatas y sarcasmos acerca de lo que merecían esas mujeres, se volvió silencio y el silencio nos acompañó durante un tardo lapso. El sol perseguía su curso en el cielo y los echadizos no retornaban. El Primero, a la sazón, decidió expedir un tropel en averiguación de esos semejantes, a los que sospechaba víctimas de la Iotas. Estos cincuenta infantes debían tornarse invisibles para el enemigo mientras no tuviesen indagación precisa y debían volverse visibles, apenas enterados, para despistarlo huyendo en dirección contraria a nuestra posición, destacando un solo guerrero con rumbo adecuado. Pero como el Primero no confiaba en las señas del soto, anticipando el fracaso de la primera, remitió una caterva de arqueros, con instrucciones de andar sin forma y observar al enemigo en acecho de sus generalas, a quienes debían ultimar en el momento oportuno. Acto seguido congregó a la hueste y nos trasladamos al sur de la maraña de espinas, plaza que nos permitiría huir por la retaguardia en caso de ser sorprendidos, y allí permanecimos largo tiempo sin novedades de nada ni de nadie, salvo de los pájaros y las alimañas que no develaron nuestro movimiento, inmóviles entre las rocas y la arena, atentos entre las tunas.

 

*Enrique Pagella. No hemos ahondado aún lo suficiente en la descripción del estado en que se encuentra el autor de Hijos de Maro. Creemos necesario, dado el curso que han tomado los acontecimientos, realizar una descripción más detallada de su estado, al que hemos denominado «onírico parlante» debido a la carencia de información científica que nos permita referenciarlo, ya que ni los profesionales que lo atendieron en la clínica de Gualeguaychú ni su psicólogo personal han generado un diagnóstico puntual.

La voz de Snuflk Karlto surgió en la mente de EP hace cuatro meses, una semana después de que la Fundación Guggenheim le otorgara por error su prestigiosa beca. Ya hemos consignado que la Fundación, pasmada por semejante dislate, decidió «premiar» la honestidad de EP, y su recato, con mil dólares. Cautivado por la aparición de la voz del niño vikingo-guaraní del 900 de nuestra era, que había comenzado a dictarle Hijos de Maro tal cual estamos publicando, EP decidió trasladarse a Gualeguaychú. Suponía que, y así se lo hizo saber a sus allegados, por fin podría darle forma a una novela después de veinte años de intentos fallidos. Su anhelo se fundaba en que era la primera voz, de las tantas que sonaron en su mente, que se le presentaba con una identidad definida, ya que las anteriores, también de niños, jamás se habían identificado y hablaban en español o francés

Una de las particularidades de esta nueva voz, además de tener nombre y una ubicación precisa en el tiempo y en el espacio, radica en que habla en una extraña mezcla de danés insular, escandinavo antiguo y guaraníque EP desconoce y, sin embargo, traduce mientras duerme. Ya hemos dejado constancia también de que fue la mujer de EP quien le informó de este comportamiento, él de hablar dormido, debido a lo cual se hizo de dos grabadores digitales de voz con los que puede registrar cientos de horas. Pero lo que avivó violentamente la idea de grabar lo que decía mientras soñaba la voz de Snuflk Karlto, fue la promesa de que le narraría una historia » extensa como la pértiga cuando rasga el aire». La sombra que proyectaba esta frase tenía indudable forma de novela, la novela que nunca pudo lograr EP.

EP confió estos sueños a David SolanaAndrés Felipe Escovar, antes de trasladarse a Gualeguaychú, paralelamente alcomienzo de la publicación de Hijos de Maro en Mil Inviernos. Para ese entonces soñaba la voz de Karlto una vez por noche, con una duración de no más de veinte minutos como acontece cuando tenemos un sueño «normal», pero desde la primera noche que pasó en Gualeguaychú, la voz del niño vikingo-guaraní se extendió más allá de la hora, llegando a emplear tres.

Esta inusual actividad onírica, insistimos, se da en el plano auditivo y EP, según su propio testimonio, no hace más que repetir lo que escucha – por decirlo de algún modo – en el interior de su mente. Resulta singular, para quienes hemos escuchado las grabaciones o la voz de EP dormido, que no sólo traduce lo que le dicta el niño sino que lo dice, o recita, mejor escrito: recita, en un tono extraño que combina gravedad y delicadeza por igual, aspirando el inicio de las palabras o de las frases, y exhalando, al parecer con gozo, sus clausuras. Según EP, la voz del niño suena del mismo modo y en la abigarrada mixtura de los tres idiomas que hemos señalado. En su momento, tanto AFE como DS, pusieron en duda dicha miscelánea lingüística, aduciendo que de seguro se trataba de una estrategia del inconsciente de EP pero éste opuso una prueba incuestionable. El parecer de Roberto Ruppi, quien coordina la grabación y degrabación de los textos que produce EP desde que pasó a la clandestinidad, dados los extraños sucesos que hemos detallado en el pie de página de la entrega anterior.

RR, amigo íntimo de EP, mítico erudito paraguayo, es físico y, entre otras cosas, profesor de guaraní, arpista, especialista en mitología nórdica, eximio jugador de ping pong, actor ocasional y políglota (conoce con pareja minuciosidad los siguientes idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, latín, griego, nórdico antiguo, escandinavo occidental, nórdico groenlandés, islandés, feroés, norn , noruego, escandinavo oriental, danés insular, danés oriental, sueco y gútnico).

Este singular anciano, pues cuenta con ochenta y cuatro años – aunque aparenta algo más de cincuenta -, es un verdadero eremita moderno. Nadie sabe dónde vive y sólo se hace «visible» a ciertas personas, o grupo de personas, cuando lo considera conveniente y en cualquier parte del mundo; un día se le aparece en Gualeguaychú a EP y dos días después interviene inesperadamente en una conferencia en la Universidad de Oxford, protegido por una máscara de Fernando de la Rúa, ex-presidente argentino, ya que odia fervientemente a los medios de comunicación, a los que considera hipnotizadores socioculturales.

» Pues denle publicidad a mi nombre, malditos mamones – le dijo a AFE cuando le pidió permiso para mencionarlo en esta crónica – pero yo te he escuchado decir pestes del periodismo y ahora te comportas como un parásito de lo real productor de relatos, que es lo que es un puñetero periodista; te diré una cosa, si quieres que algo prospere, no lo difundas, las palabras son semillas insignificantes que germinan en nuestros cerebros significantes – quítale a esta palabra cualquier relación con la semiología – y ten en cuenta que siempre se significa atravesado por los grandes relatos; en fin: cita mi nombre y verás como el periodismo muestra los colmillos; si a ti te parece que es un escudo protector y propagador, hazlo, pero ten presente que para mí y para él – por EP – es un ancla al cuello. »  

Fue entonces RR quien le ratificara, cuando lo visitó por primera vez en Gualeguaychú, que la voz que escuchaba era una armoniosa mezcla de danés insular, escandinavo antiguo y guaraní. El procedimiento empleado para la identificación fue idea de RR y consistió en poner en práctica algunas técnicas de desdoblamiento de la conciencia onírica que narra Carlos Castaneda en El arte de ensoñar, con el propósito de memorizar la fonética de la voz del niño. EP, asistido vía Skype por RR desde Las Vegas, EEUU, se entrenó durante cinco días para ampliar su conciencia, al sexto ya estuvo preparado para desdoblarse en el sueño y al séptimo logró memorizar la fonética de quince palabras de Snuflk Karkto, que se apresuró a escribir apenas abrió los ojos. Al los dos días apareció RR en el depto. que EP había alquilado en Gualeguaychú y en cuestión de un par de horas ya no tuvo dudas; era la voz de un vikingo afincado en Paraguay o la de un guaraní exiliado en las gélidos fiordos de Odín, hacia los finales del primer milenio de nuestra era.

Luego sucedieron los hechos según venimos relatando hasta que EP sintió que cada vez le costaba más despertarse, puesto que si al comienzo de los sucesos dormía ocho horas y soñaba como mucho veinte minutos, ahora dormía doce horas y soñaba tres, y cada día dormía y soñaba un poco más, saliendo del sueño como si saliera de una ciénaga. Supuso entonces que pronto dormiría todo el día y se preparó para dicha contingencia. Convocó a DS para que lo asistiera a sabiendas de que su amigo jamás se negaría a ayudarlo; para ello puso su disposición los mil dólares de la Fundación Guggenheim y los veinticinco mil que había logrado ahorrar a lo largo de su vida y le proveyó un detallado plan de acción que consensuó con RR, quien se reservaba el derecho de ponerse al frente del experimento si los acontecimientos así lo exigieren – tal cual ha sucedido.

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