Desde el futuro se escribe
Por Fernando Suárez-Obando
Ayer caminaba por la tercera hacia la avenida de las Perlas, cuando vi que Yo mismo bajaba desde la avenida de las Perlas hacia la calle del Rosal, Yo subía por la tercera y Yo bajaba por la tercera.
Yo, que caminaba hacia Rosal, lo hacía con frescura, pero algo rengo, un poco más lento que de costumbre, mientras Yo, que subía raudo hacia las Perlas, tenía prisa, ansioso por cumplir con el horario.
Yo-Rosal medía cada paso con parsimonia, tenía la mirada opaca y el pelo escaso, canoso y sin brillo. Yo-Perlas sentía la brisa en mi pelo largo y acariciaba con la mano mi barba negra y espesa. Yo-Rosal, también tenía barba, pero blanca y descuidada.
A la mitad de la cuadra nos encontramos, me reconocí de inmediato y Yo-Rosal me reconoció al instante, nos reconocimos, una mirada, unos segundos bastaron para saber que él es mi futuro y Yo soy su pasado, él es lo que seré y Yo soy lo que fui.
Yo desciendo hacia el Rosal, Yo asciendo hacia las Perlas. Tuve miedo, pensé que como materia y antimateria chocaríamos y desapareceríamos del universo, no me toque, no me toco, su línea de tiempo permaneció en paralelo, solo la mirada entre dos épocas.
Estuve tentado a preguntarle, a preguntarme, como sería el futuro y supe por su mirada, la de Yo-Rosal, que el Yo futuro quería saber, porque fui un joven tan miedoso.
Sostuvimos la mirada por un instante eterno, callamos, silencio, sin preguntas, es mejor no saber del mañana ni reprochar el pasado, seguí hacia Rosal, seguí hacia las Perlas.
Yo, Ernesto Guevara, Che: un cuento que no acaba
Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
Para Valentina, eterna compañera de viaje.
Para Santiago, mi amigo por siempre.
Para Marthica & María del Rosario, guevaristas a su manera.
Casi todo el mundo cree saber, es más, asegura, cuándo nació. Yo, no. Según mi madre, nací el 14 de mayo de 1928, tauro, o sea, audaz y obstinado, y no el 14 de junio, géminis, es decir, sumiso y mediocre. En otras palabras, mi madre, mi querida Celia, había mentido… bueno, che, había tenido que mentir, porque el día de su boda con mi padre, llamado como yo y de apellidos Guevara Lynch (lo que nos emparenta con los irlandeses y más atrás con los celtas), estaba en el tercer mes de embarazo. Y por eso fue que inmediatamente después de su matrimonio ellos se alejaron de Buenos Aires a refugiarse en la remota selva de Misiones, el mismo lugar en el que vivió y se mató Horacio Quiroga. Allí, mientras mi padre se dedicaba al cultivo de la yerba mate, Celia vivió el embarazo lejos de los ojos escrutadores de la sociedad porteña.