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Los vaivenes de la mano. Por Daniel Maldonado

Es eso lo que soy. No fui a la universidad, no tengo título profesional que avale lo poco o mucho que sé sobre mi oficio. Desde luego que escribir es lo único que hago. Es mi trabajo o, para ser mucho más preciso, se trata de un acto —sí, es eso, un acto con el que busco que emerja algo, una cosa distinta de lo que es— que no me tributa mayores ganancias (en realidad no me tributa ninguna en términos monetarios) y que, encima, me consume, me obsesiona y me aísla de los otros.

 

Se trata de un trabajo; el único que sé hacer. Pero lo anterior es más bien falso porque para trabajar, uno necesita ser medianamente competente. No sé si yo lo sea. Así que corrijo: escribo porque es lo único que creo que sé hacer con cierta competencia. Lo decía Garibay: el hombre es, quiéralo o no, su oficio.

 

No sé si escribo bien. A estas alturas, viejo y cansado como estoy de darle vueltas a ese tema, poco importa. Poco me importa a mí.

 

No me toca, lo tengo claro, hacer balance crítico de mi propia obra. Aunque, a fuerza de ser sinceros, lo he venido haciendo desde el primer libro, el primer volumen de cuentos que escribí.

 

Escribo, entonces, porque es lo único que creo que sé hacer, a pesar de mis dudas, titubeos, inseguridades. Pero advierto ahora lo siguiente: quien escribe no pretende exhibir, al menos en principio, las inseguridades, las dudas y los titubeos que signan su derrotero existencial. El escritor no es (sólo) un traductor de sí mismo, de su vida. Escribir no supone desplazar de modo fiel al dominio de la página los andares diarios, las actividades realizadas a lo largo de una jornada. El signo no es prisión, no tendría que entenderse como cárcel.

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Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola

Jubilación prematura

3/6/2022. Domingo. Barcelona. Hoy doy por jubiladas mis rodillas. En adelante solo las usaré en paseos vespertinos, y a lo sumo, en eventuales recorridos turísticos. Las jubilo luego de haber llegado hasta la entrada del parque de diversiones en el monte Tibidado (512m). La semana anterior había subido al castillo de Montjuic (173m), exigiéndole a mi rodilla-matraca que me llevara, no solo hasta el fuerte, sino también a conocer sus recovecos. Las molestias en la rodilla izquierda eran tolerables, y en vista de que tres días después ya estaba recuperado —descontando el persistente sonido como de molinillo de pimienta— decidí que era buen momento para intentar subir al Tibidabo, reto que intenté fallidamente durante un invierno, hace casi 20 años.

Sobre el ascenso no hay mucho que decir, salvo que primero hubo cientos de escalones de piedra, seguido de cientos de metros por caminos de tierra aplanada, y unos cuantos metros a campo traviesa. Aunque la cima fue imposible de alcanzar porque los terrenos que ocupa el parque son propiedad privada, el hecho de llegar hasta la entrada del lugar se sintió como un pequeño triunfo ante la tediosa monotonía. Pero fue una emoción fugaz como un subidón de nicotina, ya que una vez alcanzado ese punto solo quedaba descender, lo que hice sin preámbulos para evitar el enfriamiento de las articulaciones. Desando extender la liberación de hormonas del bienestar decidí aventurarme por uno de los tantos senderos creados por la fauna del Parque Natural de Collserola; a eso de media hora de estar perdido en el monte la trocha súbitamente caía en picada tres metros y pasaba frente a la boca de lo que parecía una cueva cubierta por una ramada. Ahí entendí el terror que deben sentir quienes se extravían en el monte, sobre todo si van heridos, con hipotermia, o deshidratados. Pensé en que a esa hora era menos factible encontrarse a una fiera salvaje que a un psicópata, y por alguna razón eso me tranquilizó. La rodilla producía un dolor punzante, pero en ese momento la fricción de los meniscos era el menor de mis problemas.

De vuelta en el camino autorizado todo volvió a la sosa normalidad, el resto del descenso transcurrió sin novedades hasta que descubrí algo espantoso: la cruda escala de lajas verdes como escamas de dragón no tenía barandas. Y no tenía opción, esa era la ruta más rápida. El sol estaba cocinándome el cráneo y la nuca, el agua se había terminado, y la migraña por insolación avanzaba agresivamente ignorando el paracetamol de un gramo que me había tomado recién salido del foso.

Mientras tanto, a mis espaldas pasaban los fanáticos del trekking dando saltitos gráciles, casi levitando como al compás del concierto para clarinetes de Mozart que yo escuchaba.

Con la sonrisa resignada del que se sabe decrépito bajé los escalones, uno a uno, poniendo primero el pie derecho, el lado de la rodilla buena, pasito a pasito, como un bebé que aprende a bajar escaleras.

Debut y despedida. El primer y único concierto de una banda punk

Los espejos asesinos

 

Juan Gabriel es el Maradona de los maricas, dice. A unos dos o tres metros de él y de mí, Juan Gabriel flota en la pantalla de la rockola: disgrega su voz en la oscuridad del escenario, vestido de azul, como un abogado que, en los ochenta, defendió a una recién divorciada cuando el divorcio conservaba su misterio.

Al final de la canción, Luis se incorpora, introduce otra moneda en la ranura y canturrea que amaneció completico: una completud que se columpia en los estragos de las noches mal trajinadas, el insomnio, el deseo de soñar y el espanto de cada sueño.

Cada tanto entran jovencitos con chaquetas de cuero. Se parecen, en su vestimenta, al gordo que gerencia una librería autodenominada independiente y que queda a un par de cuadras. Compran dulces, o algo para distraer el hambre antes de entrar al Bbar, donde esta noche hay un concierto de bandas de punk.

En la promoción del evento se ha explicitado su insustancialidad y la perspectiva de un comienzo sincronizado con el final: debut y despedida. El Punk es olvidable, las emanaciones de sus guitarras son ventosidades en los transportes públicos: agrias y pasajeras.

Luis, después de quedar completico, pregunta por la hora.  Son las diez y es tiempo de entrar a Bbar. Mientras nos paramos, me confiesa que está nervioso. Nunca antes me lo dijo, ni siquiera en las presentaciones de nuestros libros, en algún cafetín-librería del centro de Bogotá, donde se sentaron lectores que jamás leyeron algo escrito por nosotros y nos increparon por los títulos de lo recién publicado: los hermanos lectores creyentes en el divino talento.

El talento sólo existe cuando se enferma y hay que extirparlo, como el apéndice.

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He estado pensando en… VåPORWAVE!

 

Uno de los últimos géneros artísticos, podríamos decir que uno de los primeros géneros genuinamente millenials, es el vaporwave: en Internet podrás encontrar varios significados de lo que consiste, pero para mí, que soy de otra generación, consiste básicamente en asimilar irónicamente los contenidos visuales y sonoros de principios de los años 90; es decir, lo que consumíamos los de la generación nacida en los ochenta en nuestra temprana adolescencia antes de que el grunge se empoderara y todo lo divertido que tuvo esta época se fuera al traste con el suicidio de Kurt.

La generación millenial se ha divertido de lo lindo al comprobar la poca sofisticación técnica de los visuales de esta época, producto de la experimentación y el poco desarrollo de equipos de edición de video y gráficos, no existían en ese entonces los altas estándares actuales que ahora hacen de cualquier niño de 4 años un gran creador visual (y como dice el chiste: no, señora, que tu hijo de 4 años maneje diestramente un iPhone no hace a tu chiquillo un genio, el crédito  para de los creadores de iPhone). Esta puede ser una de las muchas razones por las que actualmente, además del componente satírico de esa estética, exista una mayor valoración en el error, o el glitch. Los efectos visuales que en ese entonces nos hacían alucinar ahora hacen morir de la risa a cualquier persona que en la actualidad cuenta con todas las herramientas para crear una buena composición, aunque -se debe decir- sin la osadía de los pioneros en estas tecnologías.

Como yo también me encuentro en un estado de regresión, he vuelto a los primeros referentes  musicales de esos años prepúberes  y así me he reconciliado con el vaporwave. Por lo tanto, he vuelto a mi afición  hacia bandas tales como Ace of Base, KLF y Culture Beat. EN esta regresión, he vuelto a ver bajo los ojos del nuevo milenio algunas de sus producciones visuales, alcanzando un alto grado de iluminación y de disfrute de la precariedad técnica, con la  sospecha de que los mismos creadores conscientes de sus limitaciones disfrutaban de ellas.

Y así llego a uno de los videos más representativos de los 90 que tiene todos los elementos que hacen gozar como enanos a los del género vaporwave: I’ve been thinking about you, de Londonbeat.  Efectos de  western retro futurista;  programa de edición visual de las computadoras Commodore; un hombre montado sobre un caballito computacional, acaso una prospectiva de las relaciones zoofílicas con hologramas; croma keys con efectos de un desierto bañado por una lluvia de estrellas; y la constante amenaza de una tempestad de guitarras eléctricas de otra dimensión que intentan golpear a la cabeza a lo que se le cruce.

 

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CUANDO LOS AÑOS… por: Antonio Mora Vélez

Poema de Antonio Mora Vélez (reconocido autor colombiano de ciencia ficción) que  generosamente nos permitió reproducir en Mil Inviernos. Todos los derechos reservados  © pertenecen a Antonio Mora Vélez.  

fotografía Camilo Arias

fotografía Camilo Arias

CUANDO LOS AÑOS…

Camino y siento que mi cuerpo no es el mismo
Que se inclina como caña de bambú hacia los lados
Y que piso con una dificultad desconocida
Con unos pies que se resisten
A seguir cargando con mis años
Duermo y siento que mi sueño no es el mismo
Que es tan ligero como una pluma de colibrí
Y que casi siempre se me acaba cuando los demás
Apenas contemplan sus hermosas fantasías
Hablo y siento que mi voz ya no es la misma
Que se me rebela y encuentra frenos que antes no encontraba
Y que trata de esconderse entre mis labios
Como si temiera descubrir un velo vergonzoso
Leo y siento que mis ojos no son los acuciosos
y penetrantes ojos de mis primeros libros
Se cansan rápido y pierden la fijeza de otros tiempos
Y se me llenan de lágrimas y de un poco de tristeza
Pero cuando pienso
Mi pensamiento vuela más alto y más veloz que antes
y no es menos que mi voz y que mi cuerpo
Camina Habla Lee Grita y Sueña
Y no se resigna a envejecer

Montería, julio 5 de 2015

Una historia verdadera de David Lynch

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«Una historia verdadera» fue un trabajo en el que se unió Disney con David Lynch. Pese a las sospechas que pueden nacer con el primer nombre, la huella de Lynch permite que la tragedia se palpite en cada movimiento y que la senectud del protagonista campee en medio del silencio y las grandes plantaciones, desparramadas a ambos costados de una ruta. Esta película es precisa para poder dormir con la franqueza de la desaparición que crece en nuestras venas y sueños. Es hora de cabecear como loros enjaulados:

 

 

Los suicidios que dejó Picasso

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Pablo Picasso ha pasado a ser una firma que suscribe el arte del siglo XX, otorgando una nueva visión de la que, al parecer, aún no nos podemos desembarazar por, aparte de ser un gran pintor, Pablo fue un embarazador de mujeres, ya fuera con la preñez o con traumas. No pasó mucho tiempo desde que el artista murió para que un nieto se intentara matar, su primer hijo muriera entregado a la bebida y sus compañeras cayeran en la depresión, suicidándose de a poco. Las etapas de exploración artística por las que pasó Picasso están directamente relacionadas con lo que ocurrió en el mundo del arte de la primera mitad del siglo pasado:

El cid, un documental

Uno de los personajes fronterizos de la literatura en nuestro idioma es el cid campeador, aún muchos no saben si pertenece al libro más viejo del que se tenga conocimiento o si fue alguien que pisó la península ibérica. A continuación, les presentamos un documental que hace un contraste entre el cid literario y el histórico:

Toma Cinco por Antonia Castillo

Toma Cinco
Por Antonia Castillo


De todas las celebraciones, la que menos me gustan son los cumpleaños, particularmente cuando el homenajeado soy yo. El historial de mis cumpleaños siempre ha estado cargado de patetismo; tal vez porque soy un personaje patético, o tal vez porque se guardan muchas expectativas para un día que es igual que todos los demás y cuya una diferencia es que en cada año uno agrega a la torta una nueva vela.

Al levantarme reviso el calendario con fecha del ocho y un post-it fucsia me recuerda que tengo debo asistir a un hombre ciego que encontré por los clasificados. Apunto la dirección y luego de prepararme como es debido, salgo de casa y tomo un tren con destino a la última parada de Queens. Read More…

La feria de un miserable (Memoria de una feria del libro)

Por Luis Cermeño
A mi lado dos muchachos hablan sobre Nietzsche. Al frente mío una mujer se mueve como una estúpida siguiendo la música invisible de sus audífonos. No soporto verla. No soporto oírlos.Tengo que hacerme de espalda a ella para no verla. Tengo que conectarme a mis propios audífonos para no oírlos. Espero a mi padre en un café de la Feria del Libro. No sé qué lo atrae de las ferias. Todo el mundo luce como recién despierto, entonces se ha despertado de súbito un repentino interés por lo que concierne al libro. La gente se esmera en lucir ridículamente intelectual y los intelectuales ridículos se esmeran en lucirse. Nada puede ser más odioso. Pero mi viejo es feliz, entre toda esta mierda se le puede ver apaciguado. Puedo ver la calle desde los cristales transparentes del café. Una madre pobre come apurada una sopa, sostiene en su pierna a un bebé medio inconsciente en su melancolía del infinito. A veces le pasa una cucharada al pequeño y él la recibe de mala gana, como se vive cuando se es recién nacido. Miro el reloj y reniego la demora del viejo.