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El oficio de un escritor de Ciencia Ficción narrado por su viuda

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Cuando apareció el volumen de cuentos Paradoja perdida en 1973, su autor, Fredric Brown, llevaba un año de muerto. Su esposa Elizabeth C. Brown  hizo la introducción de este último libro; en su escrito, afirma que su marido no era prolífico pese a tener dos docenas de novelas y más de un centenar de cuentos, también ilustra cómo Fredric retrasaba el instante en que debía sentarse frente a su máquina de escribir:

Fred odiaba escribir. Pero adoraba haber escrito. Hacía todo lo que se le ocurría para postergar el momento de sentarse ante la máquina de escribir: le quitaba el polvo al escritorio, tocaba la flauta, leía un rato, tocaba un poco más la flauta. Si vivíamos en un pueblo en el que la correspondencia no se repartía, iba a buscarla al correo y después encontraba a alguien con quien jugar una – o dos o tres – partidas de ajedrez o de naipes. Cuando regresaba a casa, pensaba que era demasiado tarde para empezar. Después de hacer lo mismo durante varios días, empezaba a remorderle la conciencia y se sentaba realmente ante la máquina de escribir. Podía escribir una o dos líneas, o algunas páginas. Pero los libros acababan por escribirse.

No fue un escritor prolífico. Su promedio diario era de tres páginas. A veces, si un libro parecía escribirse a sí mismo, escribía seis o siete páginas diarias, pero eso era algo excepcional.

Fred caminaba de una habitación a otra cuando urdía el argumento. Puesto que los dos estábamos en casa buena parte del tiempo, tuvimos el problema de que yo le hablaba mientras caminaba, y así interrumpía el hilo de sus pensamientos. No le gustaba. Después de probas varias soluciones que no dieron resultado, le aconsejé que se pusiera su gorra de algodón rojo cuando no quería ser molestado. Poco después, le miraba automáticamente la cabeza antes de abrir la boca.

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Se abre la convocatoria del certamen Domingo Santos para relatos de CF, Fantasía y Terror

Tomado de la web de URANIK 

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El Colectivo Urânik, organizador de la XXXII Hispacon (MiRcon), abre la convocatoria del certamen Domingo Santos de Relato de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror.

El certamen se regirá de acuerdo a las siguientes bases.

BASES:

1.- Tendrán derecho a participar en el certamen todos aquellos relatos escritos en lengua castellana susceptibles de ser considerados dentro de los géneros de ciencia-ficción, fantasía o terror.

2.-  Los relatos deberán ser inéditos (no publicados previamente en medio impreso o digital alguno) y no deberán concurrir a ningún otro certamen o premio entre la fecha de publicación de las bases y el final del período de recepción de obras.

3.- Se considerarán relatos válidos para el certamen aquellos que tengan una extensión no superior a 7.500 palabras. Cada autor participante tendrá derecho a presentar un único relato.

4.- El plazo de recepción de relatos para la presente edición finalizará el domingo 9 de Noviembre de 2014 a las 23.59 h. (GMT +1).

5.- Los relatos deberán ser enviados a la siguiente cuenta de correo electrónico: convocatorias@uranik.com indicando claramente en el asunto “PARTICIPACIÓN DOMINGO SANTOS”

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La muerte según Fogwill

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Fogwill afirmó en el prólogo a la edición hecha por Alfaguara de «Cuentos completos» que todos sus relatos fueron escritos bajo el dictado de una voz. En el caso de «Restos diurnos», la muerte, la oscuridad, los fantasmas, los ruidos, la cocaína, el humo del cigarrillo, la paternidad, el divorcio y el desvelo se entrecruzan en una narración que es imposible de acceder por medio de una paráfrasis. A continuación, un extracto de este relato escrito en 1994:

La muerte es una prolongada suspensión. Cesa todo. Siente cómo se despega el cuerpo: es una  lámina invisible que se ha desadherido y ya no envuelve, y el cuerpo, vuelto ahora un objeto, doblado sobre sí junto al cuerpo de la otra, quebrado, ensangrentado, inútil. Son dos muñecos más fingiendo un gesto que a nadie habla: ni a él, ya fuera, ni a los hombres de blanco que auscultan, ni a los hombres uniformados que miden y marcan con pintura amarilla el recorrido de sus últimos pasos, ni a los vecinos que se agrupan en la vereda curioseando, ni a los muchachos de la fotografía que han llegado y disparan en el aire sus flashes y rondan todo. Pero él no oye. La muerte es comprender, prolongadamente comprender. No oye, ve sin mirar y no huele ni toca. Puede atravesar mil veces las paredes de madera de ese vestuario y junto a los cuerpos, bajo los cuerpos, entre los cuerpos y dentro de ellos, ese interior inútil,  sustancia inútil.

Tampoco habla. Ya nunca se atreverá a hablar para no sentir más el horror de las palabras que no salen, porque no tienen dónde ni hacia dónde salir. Ya no hay lugar; la muerte es una duración sin sitios, los lugares son simultaneidades fijas y ese horror a las palabras sin materia es lo que siempre le impedirá hablar; la muerte es suspender el riesgo de todas las palabras que nunca se podrán decir. Uno, despegado del cuerpo como la superficie inútil de un envoltorio cotidiano, se arroja en medio de lo que ya no sirve y queda ahí, donde ya no hay lugar ni tiempo, sólo la duración, estática, y la extensión, simultánea, como si todos los lugares reconocibles fuesen vistos de una sola vez por el ojo multiplicador de un insecto. Definitivamente, no es penoso morir: así, esto que ve o comprende no es sino la prolongación de lo que hubo antes y quedó ahora doblado, usufructuado por los hombres, desplazado, medido, cortado y observado por los hombres. Eso que ya no es él, ahí yace.

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Ese diamante adentro llamado África (reseña sobre Manual de esgrima para elefantes)

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A propósito de Manual de esgrima para elefantes, el libro de relatos escrito por el paraguayo Javier Viveros.

La ficción que invade a la realidad permite cifrar los combates entre elefantes como una batalla de esgrimistas apreciada por otros animales y convierte al paisaje africano en una pintura de Tingatinga:

“Una lenta pelea de elefantes proveyó a la cámara fotográfica sus primeras capturas del día. Dos machos adultos entrecruzaban trompas y venablos en una esgrima de alto tonelaje, entre la polvareda blandían sus colmillos como argumentos. Dialéctico marfil. A un costado, la escena era observada por un grupo de siete u ocho animales con forma similar a la de los contendientes; por su belleza resaltaba entre ellos un elefantito que parecía escapado de un tierno cuadro de Tingatinga. Imposible determinar a cuál de los combatientes daban su apoyo.” (Viveros:2012:104)

Además del elefantito, el relato, por sí mismo, se ha escapado del marco de una obra pictórica y, al ingresar al mundo “real”, surge la intersección de donde manan las narraciones de “Manual de esgrima para elefantes”. En “Déjavu[dú]”, el narrador de la historia lo deja en claro cuando se enfrenta ante la relativización la muerte, ese hecho inevitable y, aparentemente, definitivo que se ha convertido en nuestra única certeza:

“Yo siempre he creído en eso, que fabricamos nuestra realidad, somos verdaderamente los arquitectos de nuestro destino. Así como nos vemos a nosotros mismos nos verán los demás, y del mismo modo nuestro cerebro puede proyectarse futuros brillantes o presentes ruinosos. Aunque parece parte de esos horrorosos textos de autoayuda, me parecía factible. Todo está en la mente. Pero de ahí a creer en la efectividad de los brujos y hechizos había un gran trecho, Mawusi confiaba ciegamente en esas prácticas que para mí nunca fueron más que una enfermedad mental, una contagiosa enfermedad mental, como lo son todas las religiones.”(Viveros:2012:13)

Como consecuencia de esa inestabilidad, la vida y la enfermedad también son estadios relativos; el hombre recluido en un psiquiátrico sudamericano puede ser un lúcido sujeto que recorre las multitudinarias calles de Dar es Salaam o Kinshasa. Por eso, uno de los desafíos que tienen los enunciadores de los relatos de este volumen, en su mayoría sudamericanos, es adentrarse en un mundo donde los ojos no son suficientes para mirar, tal y como ocurre con los nativos de una población de las entrañas de la selva de Guyana en “El diamante blanco” de Werner Herzog cuando no divisan un dirigible que surca el cielo plomizo.

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806.4616.0110 por Jerson Lizarazo

Presentamos un relato de ciencia ficción, clásico en el mejor sentido, del joven escritor colombiano Jerson Lizarazo. En este, el universo de Isaac Asimov converge con el llamado a conservar este pálido punto azul de Carl Sagan para alcanzar, junto a las profundidades del Espacio, el futuro para la civilización humana.

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Por Jerson Lizarazo*

            Nigel Waldheim, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas y primer representante de la Humanidad ante el Congreso Galáctico, se puso en pie y corrió hacia la compuerta de una nave corriente, monoplaza, idéntica a unas mil más que dormían en la comodidad del espaciopuerto. Cualquier segundo perdido podría ser fatal.

Después de interminables meses de ser estudiado por psicólogos, lingüistas y anatomistas alienígenas; de desgastantes charlas con políticos de cientos de civilizaciones diferentes; de trabajosas lecciones de historia y de inseguras promesas de acuerdos comerciales con multitud de dignatarios, por fin se le permitiría volver a su hogar, la Tierra. El motivo del súbito regreso, según informó Waldheim, era un asunto de política interna que exigía presencia y dedicación exclusiva. Read More…

Revista Cosmocápsula número 5

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Despega hacia la estratósfera la revista colombiana de ciencia ficción Cosmocápsula en su número 5, abril – junio de 2013. Puede leer los textos publicados hasta ahora y seguir los venideros en http://cosmocapsula.com/2013/04/07/revista-cosmocapsula-numero-5-abril-junio-2013/

Se publicará nuevo material gradualmente hasta el mes de junio, de forma que está abierta la invitación a autores para que contribuyan con sus textos.

Prólogo de La gordita del Tropicana de Antonio Mora Vélez por Carlos Orlando Pardo

EL NUEVO LIBRO DEL PADRE DE LA CIENCIA FICCIÓN EN COLOMBIA: ANTONIO MORA VÉLEZ

Por: Carlos Orlando Pardo

Carlos Orlando Pardo, Cecilia Caicedo y Antonio Mora Vélez.

Antonio Mora Vélez se ha convertido desde hace ya no pocos años en el padre de los relatos de ciencia ficción en Colombia y en un autor del país con trascendencia internacional. Alcanzó la fama cuando ganara con Glitza el concurso nacional de cuento promovido por el magazín dominical de El Espectador. Después ha sido incesante la carrera de este autor nacido en Montería con una docena de libros publicados, uno de ellas publicado por Pijao Editores en su colección 50 novelas colombianas y una pintada. Ahora, la colección de Bocachico Letrado de su ciudad natal, un grupo literario que él dirige, publicó La gordita del Tropicana, volumen de cuentos donde por vez primera el clásico de la ciencia ficción deja transcurrir sus historias en la tierra. El también directivo de la Academia de Historia de Córdoba, me hizo la honrosa invitación para que prologara su libro.

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La cenicienta

Hubo un tiempo en que los niños eran considerados adultos en tamaño pequeño. Después de muchos siglos se convirtieron en infantes y, entre los cambios que eso generó, aparece la llamada literatura infantil. Se transformaron muchos relatos, casi todos considerados fantásticos, para que formaran parte de las imágenes de la infancia. Uno de los casos paradigmáticos  fue el de los cuentos de los hermanos Grimm; tanto Jacob como Wilhem, en pleno siglo XIX, decidieron hacer un acopio de las historias populares con una intención que apuntaba más a lo documental que a lo literario. El cambio comenzó  porque el volumen donde compendiaron las historias se llamaba «Cuentos de la infancia y el hogar» y muchos receptores creyeron que iban dirigidos a los niños en escenarios domésticos cuando lo que los hermanos planteaban era un material donde las historias se referían a hogares o a niños.

A continuación, «La cenicienta», una historia donde hay amputaciones y desprecio:

Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo: “Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado.” Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.

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Toma Cinco por Antonia Castillo

Toma Cinco
Por Antonia Castillo


De todas las celebraciones, la que menos me gustan son los cumpleaños, particularmente cuando el homenajeado soy yo. El historial de mis cumpleaños siempre ha estado cargado de patetismo; tal vez porque soy un personaje patético, o tal vez porque se guardan muchas expectativas para un día que es igual que todos los demás y cuya una diferencia es que en cada año uno agrega a la torta una nueva vela.

Al levantarme reviso el calendario con fecha del ocho y un post-it fucsia me recuerda que tengo debo asistir a un hombre ciego que encontré por los clasificados. Apunto la dirección y luego de prepararme como es debido, salgo de casa y tomo un tren con destino a la última parada de Queens. Read More…

Thomas Pynchon y su lento aprendizaje

Se ignora el rostro de Thomas Pynchon, cómo viste y si se muerde las uñas. Lo que sí sabemos, gracias a Los Simpson, es su tono de voz, también creemos que hoy cumple setenta y cinco años. Como pequeño homenaje, les traemos «Un lento aprendizaje», un volumen de relatos que el autor escribió entre 1959 y 1961. La introducción del libro es escrita por el propio Pynchon y en ella se alcanzan a ver algunas hilachas de lo que ha sido el tapiz de sus días ocultos. Habla de ese defecto de literarturizar ciertos eventos de sus relatos, de su relación con los beat y plantea un hipotético encuentro con él mismo cuando recién escribió los libros, preguntándose si se invitaría a tomar una cerveza y a charlar un rato.