El viajero. Por Marga Cettra
En cada corcoveo el auto amenaza con enmudecer, plantándose en medio del camino, pero cuando parece que se queda, ronronea y sigue.
El calor es insoportable, el viejo trasto, lo único que le quedó después del divorcio, transita la ruta polvorienta y solitaria, bajo el sol de noviembre.
El cartel verde y doblado por el puñetazo de los fuertes vientos patagónicos, señala: VILLA ROVIRA y los dibujos marcan: Estación de servicio, Restaurante, Sala de Primeros Auxilios, Destacamento policial a 20 km.
Pegó un volantazo abandonando la ruta y continuó por el camino hacia Villa Rovira, rogando que el auto respondiera.
Traqueteando por las ondulaciones del camino, llegó a una plaza rodeada por cinco esquinas, un ronquido lasti-mero presagiaba lo peor, un suspiro final y el auto se plantó ahí.
En medio de la plaza, un farol desteñido y, al pie, unas provocativas matas de lavanda, las únicas capaces de so-brevivir a la intemperie. Los soles sostenidos y la falta de agua.
Las miró con respeto, era lo único vivo en ese mediodía agobiante. Caminó hacia una de las esquinas, la que tenía un toldo a la entrada, un árbol y bajo el árbol dos mesas y cuatro sillas.
Una chapa ovalada con óxido en los bordes, alardeaba: Restaurante. Entró.
Academia del insomnio. Por Leandro Alva
A Rolando Pérez
Hace años viví unos meses en un departamento que daba a la calle Combate de los pozos, justo detrás del Congreso. Era un dos ambientes de una amiga que trabajaba largos períodos en el exterior. Yo me encargaba de la limpieza y el mantenimiento, de pagar los impuestos y otras tareas propias de un amo de casa.
Siempre sufrí de insomnio. Y esa época no fue la excepción. Muy a menudo, aprovechando que estaba en pleno centro y que, sea la hora que sea, siempre hay algo para hacer, salía de vagancia por la ciudad. Llegaba del trabajo rondando la medianoche y a veces lo iba a escuchar a Dolina cuando transmitía su programa desde el auditorio del Hotel Bauen. Generalmente, al finalizar aquellas dos horas en el éter, me metía un rato en La Academia, ahí en Callao casi Corrientes, a tomar un café y a escribir o leer un poco hasta que sentía la lenta invasión del sueño.
Mientras me entregaba a mis “veleidades intelectuales nocturnas” por el bar desfilaban personajes de lo más variopinto. Desde vendedores y chicos que pedían monedas a cambio de estampitas hasta algún artista que recién terminaba su rutina en el teatro. No faltaban los consabidos jugadores de pool que se desafiaban para darle rosca a una partida en las mesas que están al fondo del local.
A mí me gustaba sentarme cerca de las ventanas para ver pasar a la gente. Mientras leía o escribía, el rabillo de mi ojo detectaba cualquier situación peculiar más allá del vidrio. Soy un fisgón. Lo confieso.
Tal vez por eso, la noche que entraron ellos me quedé atónito. Ciertamente conformaban una pareja inusual. Uno grandote, de impecable traje cruzado y abigarrada corbata de seda; el otro, un enano que vestía un equipo de gimnasia adidas y unos mocasines que de tan gastados ya estaban naranjas. Este último, el pequeñín, iba peinado a la gomina y portaba una especie de maletín celeste.
Indio. Un relato de Leandro Alva
Por Leandro Alva
A Edmund Valladares
30 de Julio de 1969
Décimo round; el Luna vocifera, la Luna come pochoclo. Suena la campana, se achican las distancias, se miden las fuerzas. Paladino se siente cómodo; en el rincón le dijeron que ya la tiene ganada por puntos, que salga del intercambio, que se mueva sin parar, que no se detenga nunca; pero en un descuido le embocan una seguidilla que le hace ver la vía láctea. Cuando se desploma, su cabeza golpea contra el borde del ring. Ya no se levanta. Ya no va a ganar.
Durante la noche, los vehículos acallan su párpado y se oscurecen hasta el otro extremo de la paleta. Llega la mañana, el cuadrilátero se hace mucho más angosto. La cuenta de protección no termina jamás.
(Relato inspirado en hechos reales, narrados en el film “Nosotros los monos” del realizador Edmund Valladares)
Representación purgada
Por Luis Antonio Bolaños De La Cruz
Viñeta de la periferia del Imperio Decadente, donde convoco excentricidad y exotismo para que campeen por doquier, eso sí con consecuencias no siempre pertinentes; he tratado de pescar la nitidez de Sheckley pero condimentada con el erotismo que nos entregara Silverberg en memorables paginas, eso si en el marco de un ensueño de la época de mi primera adultez.
Atravesamos zonas de guerra, peligrosas y repletas de vericuetos, logramos camuflarnos y escondernos de las flotas en contienda, hasta arribar a este planetoide con cierta gravedad y atmósfera donde podemos repostar e inclusive holgar el cuerpo. Alcanzamos a visualizar que un par de continentes acribillados de lagos y cubiertos de selva se conectaban por media docena de archipiélagos ocupando un hemisferio, había un océano extendiéndose por el resto; la memoria de nave señalaba que “los nativos Kas no son ni hospitalarios ni hostiles, pero se caracterizan por un acendrado espíritu de limpieza e higiene, lo cual desencadena no pocas bromas hacia sus costumbres”. Aleccionaba sobre: “Entre los reflejos que destellan en su proceso civilizatorio concreto, y que van agudizando su afinamiento para relacionarse con otras especies y aligerando su sutileza para tornarlo ecuménica se encuentran aquellos procedimientos higiénicos que van moldeando de manera paulatina las sensaciones corporales referidas a la sanidad para no confundirlas con la sexualidad”.
Los Kas (denominación popular abreviada) eran policromos sobre fondo celeste o gris perla, redondeados (los delgados clasificarían como obesos) con nódulos dérmicos desparramados al azar y emplumados (plumas cortitas y suaves en paquetes de 3, 5 y 7 unidades), media docena de bracitos y dos piernas formidables para sostener un triple sistema excretor, uno renal delantero que culmina en el botón eréctil y dos posteriores para evacuar sólidos y semisóĺidos con tres nalgas, dos laterales y una central (lo cual significa columna vertebral muy larga y fuerte) complicada de figurársela hasta que captamos la funcionalidad de su diseño abombado que deja libres los pliegues interglúteos mediante arcos descendentes y confluyentes con solo cuatro hoyuelos sacros; compatibles sexualmente con los terráqueos con bioquímica similar (por lo tanto no son venenosas una para la otra) continuan atesorando misterios pero aceptan mezclarse en los puertos espaciales para actividades comerciales y de otro tipo.
β Σ |2 5 € ґ |< (Berzerker) encapsulado (relato)

«Alguna vez escuché que la Libertad es un desgarre. O sea que es una violencia, algo en rompimiento. Si la teoría de cuerdas tiene razón entonces la realidad está compuesta por branas. Traspasar una dimensión es divorciarse de otra. Cada vez que pasamos de una brana a otra pasamos de una cárcel a otra. ¿Estamos destinados a la pérdida de la libertad y la única libertad posible sería la de escoger la forma en que queremos perder nuestra libertad?»
β Σ |2 5 € ґ |< (Berzerker), escrito por Luis Cermeño, uno de los maestros de obra de esta casa invernal llena de goteras e inundada, ha sido publicado en la revista de ciencia-ficción Cosmocápsula. Los invitamos a que lean este escrito y demás trabajos que aparecen en el número 13, correspondiente al trimestre Abril-Junio de 2015; acá podrán ver el contenido. La marca interior que alude el texto se trastoca e una herida que formará parte de ese rictus inconsciente al que se lo denomina gesto.
Esperamos que disfruten de este bocatto: β Σ |2 5 € ґ |< (Berzerker)
Martín el zapatero, un relato de Tolstoi animado en los Estados Unidos
El Señor puede valerse de los ratones para enviar sus mensajes y llegar a los ancianos que quieren morirse; Martín Zapatero es un relato de Tolstoi, llevado a la pantalla por el director norteamericano Will Vinton, en donde la presencia divina se atisba en cada ser humano y saca al zapatero del océano de su amargura al punto de hacerlo creer un cachorro y aullar en medio del devastador invierno ruso. Este trabajo, además de la animación, cuenta con el testimonio de Alexandra, una de las hijas de Leon, que afirma que este relato fue considerado por su padre como una de sus obras cumbre, mostrándonos así una postura ante la escritura y literatura muy distante de las aspiraciones meramente estéticas de muchos de sus epígonos:
Desde el futuro se escribe
Por Fernando Suárez-Obando
Ayer caminaba por la tercera hacia la avenida de las Perlas, cuando vi que Yo mismo bajaba desde la avenida de las Perlas hacia la calle del Rosal, Yo subía por la tercera y Yo bajaba por la tercera.
Yo, que caminaba hacia Rosal, lo hacía con frescura, pero algo rengo, un poco más lento que de costumbre, mientras Yo, que subía raudo hacia las Perlas, tenía prisa, ansioso por cumplir con el horario.
Yo-Rosal medía cada paso con parsimonia, tenía la mirada opaca y el pelo escaso, canoso y sin brillo. Yo-Perlas sentía la brisa en mi pelo largo y acariciaba con la mano mi barba negra y espesa. Yo-Rosal, también tenía barba, pero blanca y descuidada.
A la mitad de la cuadra nos encontramos, me reconocí de inmediato y Yo-Rosal me reconoció al instante, nos reconocimos, una mirada, unos segundos bastaron para saber que él es mi futuro y Yo soy su pasado, él es lo que seré y Yo soy lo que fui.
Yo desciendo hacia el Rosal, Yo asciendo hacia las Perlas. Tuve miedo, pensé que como materia y antimateria chocaríamos y desapareceríamos del universo, no me toque, no me toco, su línea de tiempo permaneció en paralelo, solo la mirada entre dos épocas.
Estuve tentado a preguntarle, a preguntarme, como sería el futuro y supe por su mirada, la de Yo-Rosal, que el Yo futuro quería saber, porque fui un joven tan miedoso.
Sostuvimos la mirada por un instante eterno, callamos, silencio, sin preguntas, es mejor no saber del mañana ni reprochar el pasado, seguí hacia Rosal, seguí hacia las Perlas.
Mil cazamientos
Por Rocío Sala Espiell
Se sentó detrás de un árbol a esperar. Según lo que le habían dicho faltaba poco para aquella persona saliera de la ducha y se vistiera delante de la ventana, como las últimas tardes alrededor de las cinco, o seis, después de ejercitarse en el sótano. Desde afuera podía escuchar el metal de las pesas chocando, el ruido a trabajo, las quejas por el esfuerzo, sentía hasta el sudor de su frente. Miraba a cada lado, tenía que asegurarse de que nadie la viera. Salió de la ducha sin ponerse la toalla: le colgaba algo del cuerpo. Se paró de un salto y se golpeó la cabeza contra una rama. Él no era él, tal como le habían avisado. Se acercó lo más que pudo a la ventana: tenía un cubo de seis centímetros por lado, colgando por medio de dos cables, del costado derecho, a la altura de las costillas. Cada vez era más difícil diferenciarlos, pero eso ya lo había visto en otros, no necesitó ver más. Empezó a correr en dirección a su casa, que quedaba a pocas cuadras, y al entrar la interceptó su madre:
-¿De dónde venís tan apurada? –Le preguntó al verla atravesar la entrada, con la respiración agitada.
Cerró la puerta y fue hasta la cocina a agarrar un vaso con agua. No podía hablar.
-¿Otra vez Angélica? –La siguió y le zamarreó el brazo, haciendo que volcase–. Dijimos que íbamos a dejar de hacerlo.
-Dijiste, mamá –refutó sin mirarla y tomó el agua de un sorbo.
Tenía el pecho agitado, sentía que el corazón estaba a punto de estallar. Volvió a llenar el vaso y a vaciarlo. Dio media vuelta y se dirigió a las escaleras; inhaló profundo y las subió a los saltos.
-¡Basta Angélica! –Gritó desde el primer escalón–. ¡Tenemos que parar!
Ernesto ¿Uno qué hace?
Por Fernando Suárez-Obando
Cuando camino por la calle real y veo los bolardos, esas masitas de concreto adornados con un anillo de metal pintado de verde, siento una opresión incómoda en el pecho, tengo la sensación de caerme, resbalarme, irme de bruces, derrumbarme, escurrirme como un ser baboso y aterrizar sobre un bolardo y enterrarme el anillo de metal en el pecho. La sensación cesa cuando supero un bolardo, pero regresa con el que se aproxima, así que mi paseíto se vuelve problemático y muy diaforético. Preferiría que quitaran esas cosas y que el espacio público se viera invadido por renoletas rojas y tuviéramos que serpentear por el laberinto de carros en los andenes y así no tener que ver los bolardos y correr el riesgo de enterrarnos anillos en el tórax. Pero cuando me imagino a las renoletas solo veo camionetas rojas alineadas a lo largo de un andén infinito y eso también me incomoda porque avanzo y veo los bolardos y las renoletas y eso es muy incómodo y el paseíto ya se vuelve angustiante y toca ver si hay un taxi por ahí, irse y evitar esos pensamientos intrusivos.
Lo bueno es que la probabilidad de enterrarme un anillo de metal verde en la mitad del esternón es baja y ya no hay muchas renoletas como para hacer una fila infinita sobre el andén, el problema es que existiera un pensamiento intrusivo con mayor probabilidad de ocurrencia y entonces me tocara tomar una decisión, algo así como si yo fuera el Alcalde mayor y tuviera que decidir sí quitar los bolardos para evitar lesiones torácicas, es preferible al costo de permitir que las renoletas se subieran a los andenes. En últimas, como eso no va a pasar, pues me tranquilizo y al cabo de dos días de pensar en los bolardos y las renoletas se me olvida.
Eso le contaba a Ernesto que es psiquíatra, es mi amigo pero no es mi psiquiatra, es un amigo que simplemente estudio psiquiatría. Pero él no puede evitar ser psiquiatra cuando hablamos y cuando le cuento sobre esos pensamientos peregrinos pues hace un esfuerzo involuntario para ubicar mis quejas en algún eje diagnóstico. A veces me dice algo, a veces no me dice nada.
Simbiosis. Por Luís Antonio Bolaños de la Cruz
Algo que con frecuencia está ausente de la ciencia ficción es el erotismo, existen autores insignes: Farmer, Silverberg, Harrison, Effinger, Varley, cada cual en su estilo, que lo asumen, pero no remedian su abandono, como esa ha sido la tendencia histórica, a pesar de excelentes relatos eróticos de CF, recurro al refranero “Soldado advertido no muere en guerra” para que sepan con que se van a topar, me encanta abordar el tema, explícito o soterrado (para quienes siguieron a Velero25 los remito a su sección Bitimagen, que este mes de Enero 2014 retomamos en Agujero Negro gracias a la benevolencia de Isaac Robles), estoy convencido con firmeza que enriquece al género, y que repatear a la pacatería en las posaderas y expulsarla a las tristes regiones donde la aprecienhipócritas y pazguatos, es un deber que debemos cumplir quienes amamos la libertad y gozamos del placer. ¡¡Quedan avisados!!…
Luís Antonio Bolaños de la Cruz
Relato publicado previamente en Revista Literaria Papirando:
Simbiosis – Luís Antonio Bolaños de la Cruz
He querido mezclar en jolgorio agitándolos con un pelín de osadía, a los comics eróticos de Alfonso Azpiri y Frank Thorne, acaso filtrados por la estructura narrativa de Gallego & Sánchez, pero me ocurre con frecuencia que consciente del camino a recorrer llegó a un resultado que apunta hacia otra dimensión, y cuya intención es evidente, reposa en otros estímulos
Si alguien hubiese imaginado la alianza que se daría entre dos especies en apariencia lejanas y más tarde tan funcionales, que compartiríamos naves, habitats, canciones, música y sexo mientras nos expandíamos por la galaxia, lo considerarían un prospectivista insigne y si además anunciaba que los traductores universales biológicos (“Trubis”) -que a ambas especies nos proporcionan tanta ventaja al comerciar e intercambiar conocimientos con alienígenas y biomáquinas-, requerían un especial momento de ayuntamiento, de éxtasis particular, de comunión carnal, para convertirse en lo que son, habría encontrado resistencia, ya que el fluido funcionamiento entre humanos y “trubis” engaña a quien no conozca la historia.