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La necrológica de Genesis P-Orridge

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Genesis P-Orridge (1959-2020) llega al cielo y allí lo recibe San Pedro transfigurado en William Burroughs; y el santo le pregunta al otrora músico industrial:

— oye, vamos y buscamos sirenas, pero con regalito.

Y Genesis contesta con una sonrisa:

— siempre te han gustado los regalos, pillín. Entonces se agarra su entrepierna enferma. San Pedro contesta:

— No sé si siempre, pero desde que me llamo William Burroughs no hay cosa que me guste más que un buen prepucio.

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«Listo el panocho» San Pedro cuando se llevó a Genesis

Genesis  agarra un cuerno de esos de los indios de Arizona, que se saca de las grandes tetas caídas que se operó para parecerse a Courtney Love y empieza a soplar y todos los muertos con regalito se enteran de que ha llegado el músico industrial más señorona de todas.

Es triste lo que queremos contar con nuestra alegría. Porque justo cuando uno se cura definitivamente de la depresión, como ya lo estamos, siguen sucediendo mierdas que lo entristecen a uno.

En nuestros últimos estudios filosóficos, hemos dado cuenta de la relación doble que hay entre Burroughs y Genesis y a la vez la relación de sombra que tiene San Pedro con William. Por eso nos hace daño que todos esos pillos se hagan daño entre sí y no nos conviden a sus torturas. Ya los opiácedos y analgésicos no nos hacen bien sino que nos pegan unas borracheras como las de estos dos en Tijuana.

La choza que construimos para resguardarnos la hemos encendido con nuestra propia tristeza. Y creímos que al quemar la choza quemábamos la tristeza pero tristemente, a medida de nuestras posibilidades nos mantenemos en pie, aunque tambaleando por el efecto tardío de los opiácedos.

Oh Genesis, mi Genesis, fuiste el comienzo de esta biblia del tormento postindustrial. Yo no tengo plata para hacerme implantes y debo confesarme que más de una vez me jalé la verga pensando en tu extraña sexualidad. A veces fuiste como una Britney Spears de la decepción, ¿por qué no fuiste mi esclava?  Te quería enjaular en mi corazón, y por eso me molestó mucho cuando se te diagnosticó Leucemia. Porque te envanecías luciendo esa temprana muerte.

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Fuiste una chiquilla joven y traviesa. Fuiste un chiquillo malo. Y al final, fuiste una señora como mi mamá a quien le profeso un gran edipo, con el aliciente que te creías una chamana de Arizona.

Fuiste Genesis y ahora Apocalipsis. Muy pronto nos veremos en el infierno con San Pedro y sus regalitos.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

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Antes regalar relojes era una costumbre bien afincada. Para celebrar ocasiones especiales o  conmemorar aniversarios le regalaban a uno un reloj. Mi papá me regaló uno cuando me gradué de la universidad y lo utilicé para el grado de la maestría porque es dorado, bonito y elegante. Pero bien lo dice el señor Cortázar, cuando te regalan un reloj te regalan un «pequeño infierno florido».

Podría ser uno dorado o plateado, de un material valioso y pesado o  uno de plástico negro, de los Casio que titilaban y venían en las piñatas. Aun así, cuando te regalan uno de esos pequeños adminículos, empacada te regalan una esclavitud, una pequeña maldición.

La gente regala con menor frecuencia relojes. Ahora es uno quien se otorga a uno mismo las desgracias haciendo carísimas inversiones en aparatos tecnológicos que pesan y molestan. Esos aparatos, que también sirven como reloj y calendario, están siempre vibrando, sonando o brillando. Si no brillan o vibran o suenan, es porque uno esta tremendamente solo. Esos aparatos son costosos y delicados y no se pueden abrir, ni desbaratar para engallarlos o refaccionarlos. También lo ponen a uno en una posición vulnerable: hay que estarlos protegiendo de cualquier facineroso de la calle que si se logra robárselo no le va a servir para nada por todas las claves y contraseñas que uno le pone. Además, hay que estar conectándolos porque si se quedan sin batería el usuario corre el riesgo de perderse de lo que de verdad está sucediendo en el planeta tierra.

Nos hemos convencido a nosotros  mismos de que los necesitamos, de que no podemos vivir sin ellos. Son una grilla atada al cuello que arrastramos porque queremos, porque nos gusta, porque nos hemos creído el cuento de que es mejor andar cargando con la quejadera de las redes sociales, las tragedias, las noticias, los chistes y los chismes a todas partes.

Por eso traigo para este mi primer post, montado probablemente desde mi celular, en la voz de su autor el Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj.