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Claudio Arrau, el hombre que llenó de carne al esqueleto de Beethoven

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Claudio Arrau interpretaba las composiciones de Beethoven, Liszt o cualquier otro maestro mediante la adivinación; en lugar de utilizar alguna estratagema metafísica para llamar a los muertos, las partituras se convertían en los rastros de una atmósfera que él buscaba atrapar y, luego, liberar en su piano. También las comprendió como un esqueleto que debía llenar con su sangre.  Arrau nació en Chile y sus restos están en Chillán, sin embargo, toda su vida discurrió, desde los nueve años, entre Europa y Estados Unidos y, como siempre ocurre en nuestros países, hoy día se ha convertido en un producto del orgullo nacional (no faltarán las batallas en foros entre los que discuten la superioridad de Arrau con respecto a Baremboim y viceverza, como si se tratara de un partido de fútbol entre Chile y Argentina, reduciéndolos a figuras como el bambam Zamorano y Messi). Arrau tuvo el infortunio de que la última vez que pisó el país donde nació, estaba ejerciendo el sumo poder Augusto Pinochet; el dictador no tuvo ningún empacho en asistir a uno de los recitales que brindó el intérprete a pesar de que Arrau podía ser un «prospecto peligroso» pues hacía pública su admiración por Neruda. Les presentamos una entrevista que le hicieron a este músico y, además, la presentación que hizo en Santiago en mayo de 1984, a la que asistió el pontífice del ejército chileno de la época:

El tiempo que Chopin robó

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Como una ráfaga agridulce pasó la vida de Chopin en el siglo XIX. Le bastaron 39 años para construir un mito que lo ha hecho uno de los compositores clásicos más influyentes de la música popular del siglo XX. Su aparición, a los ocho años de edad, en su natal Polonia, marcó el comienzo de una carrera cuyo principal revés fue su visita a Viena. Su vida sentimental desembocó en una relación de casi una década con George Sand, la escritora con nombre de macho que no tuvo más remedio que dejar al compositor debido a su irritabilidad y  constante sensación de enfermedad. Todo terminó muy pronto pero comenzó una leyenda:

Cameron Carpenter. El organista de peinado raro.

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Por: Wanda Uribe Villa

Cameron Carpenter es un organista contemporáneo, con peinado punk, tacones y vestido siempre a la moda. Nacido en los Estados Unidos de América y de adopción alemana, Carpenter es un joven intérprete del órgano, al que ya le ha hecho algunas modificaciones, asegura, para su comodidad y para tenerlo a su medida. Sus piezas no sólo son fruto de su creación, también toca las composiciones de grandes maestros, como J. Sebastian Bach, Frederic Chopin, W.Amadeus Mozart, entre otros. A estas piezas les agrega algo de su singular estilo, convirtiéndolas en entretenidas y  de accesible apreciación, por lo que puede ser escuchado por un público educado musicalmente como por uno que no lo esté. Cameron Carpenter no sólo dedica su vida a la música, para ser intérprete de órgano hay que tener un físico especial, razón por la que es fisiculturista. Su cuidado corporal y su buen gusto también lo han llevado al modelaje. Sus prendas de vestir  son excéntricas, llenas de brillo y siempre a la moda.

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Juzguen ustedes su música.

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Yo besé a Glenn Gould

El pianista ideal (¡él nunca decía Pianist sino Klavierspieler!) es el que quiere ser piano, y la verdad es que todos los días me digo, al despertar, quiero ser el Steinway, no el ser humano que toca el Steinway, el Steinway mismo quiero ser. A veces nos acercamos a ese ideal, decía, nos acercamos mucho, cuando creemos estar ya locos, casi en la vía de la demencia, que tememos más que a nada. Glenn, durante toda su vida, quiso ser el Steinway mismo, odiaba la idea de estar entre Bach y Steinway sólo como mediador musical, y de ser triturado un día entre Bach y Steinway, un día, según él, quedaré triturado entre Bach, por un lado, y Steinway, por otro, decía, pensé. Toda mi vida he tenido miedo de quedar triturado entre Bach y Steinway, y me cuesta el mayor esfuerzo sustraerme a ese temor, decía. Lo ideal sería que yo fuera el Steinway, que no necesitara a Glenn Gould, decía, que pudiera, al ser el Steinway, hacer a Glenn Gould totalmente superfluo.

Thomas Bernhard, El malogrado. Ed. Alfaguara.

 Acá puedes leer las primeras páginas de la novela de Bernhard dedicada a Gould: primeras páginas de El malogrado.