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Cosas de poca importancia – Umberto Amaya Luzardo

Foto cortesía del autor

 

COSAS DE POCA IMPORTANCIA

 Umberto Amayaluzardo

 

Hace poco leí que si uno quiere ser héroe tiene  que ponerse los pantaloncillos por encima de los pantalones como lo hace  Batman o Supermán y me vino a la memoria la vez que me conseguí una novia tierna como una flor sin espinas y cuando estábamos  bien enamorados se dio cuenta que yo no usaba pantaloncillos, entonces se apresuró a decirme: “Sin pantaloncillos no.  ¿Qué tal que lo coja un carro y lo lleven grave al hospital y cuando le bajen los pantalones se den cuenta que usted  no usa calzoncillos? ¡No, no, qué pena!”  Cerró la puerta y no me dio ni el beso de despedida.

Al otro día   fui a visitarla y  de regalo me tenía dos pantaloncillos que de lo puro  saraviados yo no sabía si eran de las Farc o del gobierno;  y eran tantas las ganas de coronar,  que sin decir nada  me los puse  y a pesar de estar hechos de un material sintético  y anti-traspirante  me fui acostumbrando a ellos, acostumbrando pero no del todo porque a veces,  cuando  voy por la calle que sopla la brisa y  siento el frío en las taparas,  me digo: “Mierda, se me olvidó ponerme los pantaloncillos ¡Qué pena! ¿Qué tal que me coja un carro y me lleven grave p´al hospital?

A muchos amigos les ocurre lo mismo, unas  veces con la afeitada, que van por la calle, se pasan la mano por la cara diciéndose  para sus adentros: Con el afán que tenía, hoy no  me afeité. Otros se huelen el sobaco a todo momento pensado: Coño, se me olvidó echarme desodorante. Y llega a tanto la mariconería, que no falta el que te diga: ¡Ay amigo huéleme, que yo como que no me eché perfume esta mañana!

Son mis amigos, yo  los perdono,  porque ellos en su inocencia  creen que rasparse las sienes, echarle desayuno a la sobaquera,  untarse el perfumito,  hacerse tatuajes   y  todas las demás cosas que componen ese estiércol de la sociedad de consumo,  les sirve de abono diario para sentirse más bellos  y tienen razón,  porque sin abono no hay flores.

Existe otra boñiga que usan los humanos  para su confort que huele a feo como el fertilizante a base de gallinaza: “Los carros urbanos”. Las ambulancias no;  ni los camiones  que llevan los insumos al campo y de allá vienen repletos de comida, ni los vehículos   que trasladan personal médico  y medicinas a las zonas lejanas, sino los que usan en el pueblo,  no tanto para movilizarse de la casa al trabajo en que la mayoría de las veces son unas pocas cuadras, sino para mostrar su poder adquisitivo;  que el carro es como el premio por terminar  una carrera,  ¿Qué tal usted todo un profesional y sin carro?  Otras veces es el esfuerzo de muchos años de trabajo y otras muchas,  es la gente que hace pacto con el demonio de la corrupción,  y don Satanás les facilita vehículos bien lujosos, porque el amor y el dinero son pa´ lucirlos.

El carro urbano es un estiércol que huele a feo,  no solo a la nariz y a los oídos, sino a la conciencia;  que por culpa de los  carros es necesario la extracción de materiales fósiles: el petróleo, decano de la contaminación en  el mundo, con  un problema mayor: el calentamiento global. Pero usted, después de bañarse, afeitarse y perfumarse,  no piensa en los beneficios de la humanidad, sino en su confort y en su vanidad,   y entre más caro sea el vehículo en que se moviliza, más fuerte es el portazo al bajarse, no tanto  para  que la gente piense: llegó el mafioso de turno, sino para causar miradas, para cortejar, pa´que las mujeres piensen: si este man es capaz de conseguirse un carro como ese, es capaz también de “ponerme una cocinera que maneje la cocina, comprarme ropa bien fina y los zapatos que quiera”   

Eso, hace mucho rato lo entendí,  y como el que toma cerveza para no beber aguardiente, mi vehículo es una  bicicleta que  no causa trancones, no necesita combustible contaminante y  es silenciosa como el cariño de la palabra no dicha. Mi amiga y yo,  ya  estamos viejos, ella asegura que a la juventud le luce hasta comer,  y la bicicleta es una cuestión de jóvenes. ¿Qué tal que lo coja un carro y lo lleven grave p´al hospital? ¡Qué pena! ¿Qué dirá la gente, que usted tan viejo y montando en bicicleta? Y tiene razón, para lo que más sirven los carros urbanos es para atropellar y mandar al hospital gente de poca importancia, de esa gente  que pedalea el suelo, que el suelo es la bicicleta de los pobres.