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La manzana de las luces, por Mari Cris

Mari Cris es el pseudónimo de  Pallero María, estudiante de letras en la UNLZ, de ella hemos publicado el poema: Sogas y Moscaspatrick-hendry-6xeDIZgoPaw-unsplash

 

Corría el año 2030, una nueva pandemia azotaba al mundo, Fabián miraba las noticias durante su descanso mientras bebía una taza de sopa. Hace diez años que se encontraba encerrado en la fábrica de bebidas cola junto a sus compañeros, que habían sido reclutados a fines del 2020 como trabajadores sanos y esenciales.  Estos compañeros eran su nueva familia, ya que todos estaban privados del contacto con los suyos y hace más de cinco años no tenían siquiera noticias de nadie, debido a que las redes de comunicación habían sido totalmente destruidas por grupos de resistencia en contra de las nuevas antenas 5G.
La única comunicación que tenían con el mundo exterior era aquella pantalla gigante del comedor en planta dónde los noticieros no dejaban de arrojar cifras terroríficas sobre los muertos, enfermos y pocos recuperados. Cifras sin nombre ni caras que los hacían temblar y recordar a los suyos.
Pero cada vez pensaban menos  en el exterior y ya no tenían esperanza de la tan ansiada vacuna, que los científicos prometían hace años y que muchos activistas se negaron a recibir durante la primera cepa de la pandemia. Pasaban los días entre máquinas, botellas y jarabes, de vez en cuando hacían ejercicios y jugaban a las cartas con un mazo viejo, único objeto traído de afuera.
A las veintidós en punto las luces se apagaban, sumiendo a toda la fábrica en completa oscuridad y obligando a los obreros a meterse inmediatamente en sus camas. Una noche Fabián despertó y  atravesó el corredor que dirigía al baño completamente a ciegas. Cuando de pronto, un impacto seguido de ruido de cristales rotos detuvo su marcha. Para su sorpresa una paloma había entrado por una de las ventanas altas y polarizadas del corredor, que al igual que todas las ventanas de la fábrica no permitían el contacto con el exterior.
Fabián totalmente sorprendido no se preocupó por el ave, que yacía ya sin vida en aquel pasillo, sino, que su mirada se encontraba pérdida en aquel rayo de luz de luna que partía en dos la oscuridad del lugar.
Aquel hoyo en la ventana se convirtió en el nuevo espectáculo de atracción de Fabián, le costó mucho convencer a sus compañeros de que no denuncien el accidente para poder conservarlo y todas las noches, único momento en que las cámaras no captaban su actividad, se las pasaba sentado en aquel pasillo durante horas y horas observando las estrellas, si tenía suerte alguna que otra vez también podía avistar la luna.
Sus compañeros no comprendían su nueva obsesión pero tampoco lo reprobaban, algunos incluso hasta se burlaban de él y comenzaron a apodarlo, El lunático.
Fabián tomaba estás burlas como cariñosas y poco le importaban, aquel agujero en el techo había abierto en su mente un torrente de conocimientos y recuerdos olvidados en su psiquis por mucho tiempo. Los días le pasaban demasiados lentos, ya que solo ansiaba la llegada de la noche para sumergirse en esas viejas ideas olvidadas, pero también le resultaban agotadores debido a pasar tantas horas en vela. Su rendimiento comenzó a bajar muchísimo y su agotamiento se hizo visible ante los ojos de sus empleadores, que preocupados por su salud mandaron inmediatamente una unidad sanitaria a las puertas de la fábrica.
Tres hombres del personal de salud, entraron vestidos con trajes especiales y máscaras que cubrían sus rostros por completo, causando gran alarma a todos los empleados. Fabián agachó la cabeza y pensó que seguramente venían por él.
Ya en la ambulancia Fabián no paraba de pensar, una mezcla de miedo, excitación e incertidumbre recorría todo su cuerpo, de pronto las caras de su familia, olvidadas hace mucho tiempo,  se le aparecieron tan patentes como en una fotografía. Un deseo irrefrenable de lanzarse de aquel vehículo cruzo por su mente como un rayo, casi sin darse cuenta ya tenía un pie fuera de la ambulancia y al rodar por el asfalto cubrió su rostro cegado por el sol del mediodía.
Corrió sin rumbo fijo durante varias horas, hasta sentir que las piernas ya no le respondían, sólo ahí Fabián detuvo la marcha, agotado se dejó caer al suelo de rodillas y levanto la vista para observar por primera vez a su alrededor. El panorama que se presentó ante sus ojos era desolador, casas abandonadas, la carretera desierta, ni siquiera la presencia de un perro callejero se advertía y a lo lejos un conjunto de luces que parecían formar una única y enorme luz.

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