El borracho que inició la batalla entre los humanos y las máquinas
El escritor Daniel Salvo, autor de «El primer peruano en el espacio», se topó con una curva iluminada; en facebook subió el vídeo de un hombre borracho que, durante un concierto, atacó a un Drone. A partir de esto, Salvo hilvanó una historia a través de un título que colocó como comentario: » Y así fue que se registró uno de los primeros enfrentamientos entre máquinas y humanos.». También expresó su empatía para con la máquina pues podía sentir los chasquidos semejantes al dolor que salían de ella ante el ataque. Disfruten de este vídeo que nos corrobora que sólo quienes se apegan a un canon petrificado como las estatuas no hallan elementos para una ficción especulativa en los ataques infligidos a una máquina voladora por parte de un humano desorientado:
Claves del futuro en Synth Britannia
Si se pudiera marcar una fecha que dividió definitivamente dos de las grandes vertientes de la música pop británica, esta fecha sería 1975, cuando la gira de Kraftwerk en Liverpool coincidió con la gira «Wings Over England» de (los ex Beatles) The Wings. De las guitarras, el pelo largo, los jeans y flores; surgía otra propuesta desde el brazo germánico, con trajes de corbata, pelo corto y sintetizadores que podían reemplazar toda la parafernalia circense de una banda de rock.
Era el inicio de una nueva era del futuro.
La teología de Turing
Turing, en su ensayo Maquinaria, computadora e inteligencia, además de vislumbrar a las máquinas que piensan, hace una revisión de los argumentos que disienten de dicha posibilidad. La primera posición que toma es la de los teólogos, a quienes desdeña sin que ello implique que se haya abstenido de plantear una serie de argumentos que pueden ser la justificación, desde la propia teología cristiana, del pensamiento de las máquinas:
1. La objeción telológica. El pensamiento es una función del alma inmortal del hombre. Dios ha dado un alma inmortal a todos los hombres y mujeres, pero no a ningún animal ni máquina. Por lo tanto, ni los animales ni las máquinas pueden pensar (1).
Personalmente son ideas que rechazo totalmente, pero intentaré refutarlas en términos teológicos. La argumentación resultaría más convincente si se clasificara a los animales con el hombre, ya que existe mucha diferencia, para mí, entre lo genuinamente animado y lo inanimado que entre el hombre y los animales. El carácter arbitrario de la opinión ortodoxa se evidencia aún más si tenemos en cuenta la opinión de los creyentes de otras religiones. ¿Cómo ve el cristianismo el dogma musulmán según el cual la mujer no tiene alma? Pero dejemos esto y volvamos a la cuestión principal. Creo que el citado argumento implica una grave restricción de la omnipotencia del Todopoderoso. Se admite así que hay cosas de las que El es incapaz, como es hacer que uno sea igual a dos, pero ¿dudaremos de su libertad para insuflar alma a un elefante, si a bien lo tiene? Cabe esperar que únicamente ejerciese tal poder en conjunción con una mutación q2ue dotase al elefante de un cerebro mejorado que respondiera a las necesidades de esa alma. Podemos argüir exactamente lo mismo en el caso de las máquinas. Puede parecer distinto por ser más difícil de «tragar», pero esto únicamente significa que pensamos que es menos verosímil que El considere adecuadas las circunstancias para dotarlas de alma. Las circunstancias en cuestión se discuten en el resto de este trabajo. Al intentar construir este tipo de máquinas no estamos usurpando irreverentemente Su poder de crear almas, igual que no lo hacemos al procrear niños; en realidad, en ambos casos somos instrumentos de Su voluntad al procurar moradas para las almas que El crea.
¿Le temes a las máquinas? Científicos y filósofos de Cambridge lo hacen
Atrás quedaron los días de los buenos robots, sirvientes de los hombres, que obedecían al pie de la letra las tres leyes (bueno, cuatro) de la robótica que les dictó el profeta Isaac Asimov. Vuelven los terrores del hombre a sus productos más sofisticados, los mismos temores al castigo por robar el fuego de los dioses que paralizaron a los hombres en el mito de Prometeo, y que actualizó Mary Shelley en el Prometeo Moderno, como el elevado precio que paga el hombre por jugar a ser Dios.
A medida que avanza el conocimiento de lo limitado de nuestra propia inteligencia y presenciamos el vertiginoso ritmo con el que la Inteligencia Artificial evoluciona, parece inevitable el día en que las máquinas nos superen en inteligencia. Este escenario mental nos produce una sensación de desamparo ante nuestras creaciones, similar a la del idiota de la película I am Sam, cuando su hija le supera en madurez mental; o, una aniquilación, a la manera sádica de la muerte del padre que el Doctor Freud diagnosticó. Somos esos padres que apretaron el gatillo y cuyo único tiempo que poseen es el que tarda la bala en atravesar el cañón hasta el cerebro.
La superación en inteligencia de las máquinas a los hombres es una bomba de tiempo que empieza a concernir, no solo a los escritores de ciencia ficción, sino a científicos y filósofos de universidades prestigiosas, como la Universidad Británica de Cambrigde. Esta preocupación llevó a los académicos de esta academia a proponer el Centro para el Estudio del Riesgo Existencial. Este centro juntará expertos que analizarán los modos en que una tecnología superinteligente, entre ellas la Inteligencia Artificial, pueda amenazar la existencia de la raza humana.