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El gólem, el autómata y el clon en la Biblia

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Arrigo Coen en el texto «¿Género científico o fictocientífico?» que abre la antología  de la ciencia ficción mexicana «Visiones periféricas», afirma que el gólem, en la tradición judía, es una suerte de estatua dotada con vida. El autor toma a esta figura para relacionarla con los robots y androides (autómatas con forma humana) y así establecer una clasificación posible de rastrear en la literatura de género. A continuación Coen alude el versículo 16 del Salmo 139 de la biblia en donde el gólem es una sustancia embrionaria e incompleta, de lo que se deduce que todos fuimos gólems o quizá lo seguimos siendo si nos asumimos como sujetos inacabados y destinados a una completud que aún no desciframos. Tomamos, a continuación, los versículos 13 al 16 del mismo salmo para hallar un discurso que puede ser emitido por un inercial, la creación de Víctor Frankenstein o un clon que mira fijo a los ojos de su clonador y le hace plegarias:

13 Tú creaste mis entrañas;
    me formaste en el vientre de mi madre.
14 ¡Te alabo porque soy una creación admirable!
    ¡Tus obras son maravillosas,
    y esto lo sé muy bien!
15 Mis huesos no te fueron desconocidos
    cuando en lo más recóndito era yo formado,
cuando en lo más profundo de la tierra
    era yo entretejido.
16 Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:
    todo estaba ya escrito en tu libro;
todos mis días se estaban diseñando,
    aunque no existía uno solo de ellos.

The weeping song, 22 años de una canción llorona

Hace 22 años, Blixa Bargeld tocaba la guitarra y cantaba en The Bad Seeds junto a Nick Cave. Hace 22 años sacaron la canción The Weeping Song, una melancólica melodía en la que el padre le explica a su hijo la terrible naturaleza de la tristeza humana. Hace 22 años, Blixa fue el papi de Nick Cave y ambos remaron su bote, tratando de alejarse de tanta lágrima y aún navegando en un océano de lágrimas, cantando una canción para llorar. La cara del papi de Nick Cave estaba mojada, aparentemente también estaba llorando, entonces el hijo se disculpa, nunca pensó que lo había herido tanto. Y, sin embargo, ambos en la lejanía del lago, alumbrados solo por la luz de la luna, parecían -como gustaban decir en sus entrevistas- un par de negociantes gays en una discoteca.

¡Feliz cumpleaños, lagrimitas!

Que los cumplas… llorando mucho.

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La máquina de provocar llanto

ANO- BOGOTÁ. Juan David es un niño que a simple vista no se distingue de los demás. Algo pasado de kilos, siempre es visto detrás de un balón o acariciando una mascota o corriendo sin sentido por el parque. Falta detenerse ante él y pedirle que piense en su hogar para que entender por qué es conocido entre los habitantes del barrio Marsella como “La máquina de hacer llorar”. Se debe concentrar la vista en la mirada fija de Juan David, hasta notar que los ojos del niño pronto comienzan a enrojecer y en cuestión de segundos, lo que puede durar un parpadeo, una reverberación se apodera de las órbitas y la danza de la retícula es tan vertiginosa que el observador, concentrado en el espectáculo, pronto empieza a lagrimear ante la exposición encandilante de este espectáculo del Multiverso. La duración de las lágrimas es relativa; puede durar el asalto de un fugaz lagrimeo, hasta un prologando llanto de horas ocasionado por una profunda introspección provocada por la vibración de los ojos de Juan David. El niño no se explica por qué la gente llora cuando mueve sus ojitos, como tampoco por qué logra moverlos de esta forma solo cuando piensa en su hipotético hogar primordial: “debe ser que todos lloramos cuando estamos lejos de Beta Eridani”, dice con una sonrisa y vuelve a correr en persecución de una mariposa que revolotea en el parque.

Fuente: ANO.

El día que Bradbury fue una morsa

La foto es tomada de éste blog de Kimberly Butler

Alguna vez en Thousand Oaks, el pueblo en el que viven las dos hijas de Ray Bradbury, una artista del lugar llamada Carol Heyer hizo un retrato del escritor y lo donó a la biblioteca. Cuando Bradbury lo vio, lloró.

El llanto de la pequeña maravilla

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Los robots no lloran cuando se activan sus sistemas o muere su constructor o se quedan solos, encerrados en un armario, mientras sus dueños van a hacer compras navideñas. Los robots no lloran ni mueren. Tampoco envejecen. El crecimiento fue uno de los desafíos de los creadores de la serie «Small wonder o «La pequeña maravilla» o «Supervicky»; a medida que pasaba cada una de las cuatro temporadas, la niña robot se convertía en una adolescente. Todo comenzó a solucionarse con el llanto. Solo llora el que nace, crece, se reproduce y muere. Con las lágrimas de Vicky, ella se acercaba  a un humano, a convertirse en la hermana de Jamie y a constituirse en un prospecto de mujer de clase media estadounidense.

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