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Juan José Manauta: Otro costado de la literatura argentina

Manauta

Hace más de una semana murió en Buenos Aires el escritor Juan José Manauta. Ayer en el suplemento Radar de Página 12 apareció un especial sobre este autor que fue directamente influido por Juan L. Ortiz (para muchos el más grande poeta argentino del siglo XX). En texto del diario aparece la siguiente presentación que hizo el autor de sí mismo: “Escribí sobre transportadores de almas, y de brujas contrabandistas; también velé a un niño dormido sobre un maloliente basural y soñando que remontaba su barrilete con auxilio de viento y aire puro; recordé a un hombre sin trabajo que hablaba con su perro y a otro que convertía en locomotora una carretilla. Por todo eso y algo más me llamaron realista.”. Les presentamos una entrevista hecha a este escritor poco conocido fuera de Argentina y los invitamos para que lean el trabajo de Manauta que nos brinda una perspectiva distinta del sistema literario argentino, tan proclive, al menos en su imagen impresa en  el exterior, a centrarlo todo en una metrópoli como Buenos Aires y a una propensión a lo urbano que se desmiente en tradiciones como a las que se adscribe este autor recién fallecido:

Catherine Necrassoff: Lucio V. Mansilla

Por Enrique Pagella

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Cuando se echa una mirada a la literatura argentina del siglo XIX nos topamos con Esteban Echeverría y El Matadero (1840), considerado el primer cuento de nuestra literatura, donde alegoriza la figura de Juan Manuel de Rosas – terrible dictador para muchos e insigne patriota para otros – y la primitiva y sanguinaria arquitectura política y policial que montó para sostenerse en el poder durante décadas; pero El Matadero ostenta otro mérito literario pues espeja maravillosamente el entramado social que sostuvo dicha arquitectura, señalando a la iglesia católica como uno de los engranajes más absurdos de una sociedad miserable y decadente. Es decir que en este cuento, ya se sientan las bases de la antinomia política que animará las mejores creaciones literarias del siglo, antinomia que en ese momento pasaba por el enfrentamiento entre federales y unitarios; los primeros nacionalistas, cultores de un falso federalismo horizontal y de una crueldad en exceso primitiva para zanjar las disputas políticas; y los segundos, liberales, afrancesados, cultos, muchos de ellos maquiavélicos, ya que no dudaron en aliarse a potencias extranjeras (Inglaterra y Francia) para socavar el poder de Rosas. Esta oposición sangrienta entre modelos políticos y (que no quepa la menor duda) de negocios, no consumó su entronización como núcleo cultural de la literatura del siglo con este cuento ya que fue publicado después de la muerte de Echeverría (1851). Dicha marca cultural le compete al inefable y determinante Domingo Faustino Sarmiento, quien la instituyó publicando en el exilio político su monstruoso Facundo (1845).

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El Vizconde Lascano Tegui: una gloria argentina

Por Enrique Pagella

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«Confieso que continúo escribiendo por pura voluptuosidad. Escribo para mí y mis amigos. No tengo público grueso, ni fama ni premio nacional. No me gusta el “Tongo”. Como periodista que soy sé “cómo se llega”. Conozco a fondo la estrategia literaria y la desprecio. Me da lástima la inocencia de mis contemporáneos y la respeto. Además tengo la pretensión de no repetirme nunca, ni pedir prestado glorias ajenas, de ser siempre virgen, y este narcisismo se paga muy caro. Con la indiferencia de los demás. Pero yo, he dicho que escribo por pura voluptuosidad. Y como una cortesana, en este sentido, he tirado la zapatilla.» (Vizconde Lascano Tegui)

Emilio Lascanotegui fue, ante todo, escritor (novelista, poeta, ensayista), y uno de los más originales que ha dado la Argentina, pero también ha sido periodista, artista plástico, viajero impenitente, político, traductor, dentista, vendedor ambulante, diplomático y maestro cocinero.
Nacido en 1887 en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, Argentina, su infancia transcurre en el barrio de San Telmo. Como casi todos los grandes escritores argentinos del siglo XIX y de comienzos del XX, su vínculo inicial con la literatura se da a través de la política.  El dirigente radical Juan José Frugoni lo inicia en la poesía, enseñándole el arte de la métrica y la rima en un viejo almacén. Poco después, entre 1905 y 1907, ya como político del partido radical, Lascano compone sus discursos públicos en octosílabos rimados, cosa que provoca sorprendidas risotadas a sus ocasionales oyentes en la plaza Lavalle o ante el monumento a los caídos de la Revolución del 90. Fue, sin embargo, durante un viaje – ¡A pie! – por África y Europa en compañía de Fernán Félix de Amador, emprendido en 1908, que Lascano afirma su vocación poética. Durante este extenso viaje decide modificar su apellido de origen vasco (Lascanotegui), transformándolo en uno doble (Lascano Tegui) y, hacia 1909, le antepone el apócrifo título de Vizconde con que firmará, ya de regreso en Argentina, su primer libro: La sombra de la Empusa.