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Amor transhumano (Sobre El maravilloso Mago de Oz)

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Lyman Frank Baum, en el prólogo que hizo a su novela «El maravilloso Mago de Oz», en 1900, dijo que esta historia fue «aspira a ser un cuento de hadas modernizado, que conserva el prodigio y la alegría y abandona angustias y pesadillas». Pero como las angustias y las pesadillas rebalsan toda intencionalidad, la novela está llena de abandonos, llanto, desarraigo, fracasos, temores, decepciones y un deambular incesante trasuntado por las carencias.

Entre todas las exégesis que se han planteado a este libro, puede plantearse una lectura que  relacione la diseminación de la paja con la que estaba lleno el espantapájaros con la historia bíblica de Onán, o contrastar ese episodio con la gran presunción sobre la que nos fundamentamos para entender a nuestra identidad como algo íntimamente ligado a nuestro cuerpo. El leñador de hojalata que busca volver a tener un corazón: es un transhumano con hambre de amor.

Este leñador alguna vez estuvo hecho de carne y hueso pero terminó siendo una prótesis de sí mismo (gracias a unos implantes hechos por un hojalatero y no a causa de algún hechizo que lo convirtiera en una pieza de hojalata). Los materiales sintéticos que constituyen a su cuerpo no son simples herramientas supletorias sino que lo convierten en una entidad que desea retornar al amor y, para ello, confía en que todo habrá de remediarse con el implante de un corazón. En consecuencia, el amor para el leñador es una emanación anatómica, perdiendo así su status metafísico.

Quizá lo humano no ha sido más que una ilusión que nos ha obnubilado para así desconocer que en cada uno de nosotros habita un mundo radicalmente autista y lejano:

Así, mientras caminaban por el bosque, el Leñador de Hojalata contó la siguiente historia:

– Yo era hijo de un leñador que talaba árboles en el bosque y vendía la madera para ganarse la vida. Cuando fui mayor, también me hice leñador y, cuando mi padre murió, cuidé de mi anciana madre mientras vivió. Después pensé que en vez de vivir solo podía casarme para no convertirme en un solitario.

Había una joven Munchkin tan bella, que pronto me enamoré de ella con todo mi corazón. Por su parte, prometió casarse conmigo tan pronto como ganara lo suficiente para construirle una casa mejor. De modo que me puse a trabajar como nunca. Pero la muchacha vivía con una anciana, que no quería que se casara con nadie, pues era tan perezosa, que deseaba que la joven permaneciera con ella y le hiciera la comida y las faenas caseras. Por eso fue la anciana a ver a la Bruja Malvada del Este y le prometió dos ovejas y una vaca, si evitaba el matrimonio. Acto seguido, la Bruja Malvada encantó mi hacha y, cuando un día cortaba yo con todas mis fuerzas, porque estaba ansioso por tener mi nueva casa y a mi mujer tan pronto como fuera posible, el hacha resbaló de repente y me cortó la pierna izquierda.

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Blade Runner en acuarela

Ramsell

Las paráfrasis requieren que, quien las haga, tenga clara la imposibilidad de esa ilusión de originalidad aún tan pretendida por muchos bardos. Estos trabajos que visitan obras anteriores, las reinventan, como ocurre con  Anders Ramsell y su  «Blade Runner- The aquarelle edition». Debió hacer 12597 pinturas para dicha paráfrasis que dura más de media hora.  Esperamos que disfruten esta reinvención  de aquella película, dirigida por Ridley Scott, que presentó al mundo una ciudad cyberpunk, húmeda y sucia,  y una historia inspirada, con muchas desviaciones, en «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick:

Felisberto Hernández inventa una explicación

Hernández y su onda expansiva enrarece todo lo que le rodea. El llanto, las muñecas y el silencio toman unas sendas que, inevitablemente, desembocan en las comisuras de los labios, otorgándonos un salino sabor:

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Explicación falsa de mis cuentos

Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podrá tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.
Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.

El amor espacial de Laika

Laika tiene un lugar propio en la carrera espacial; se convirtió el primer ser vivo introducido en una aeronave que orbitaría fuera del planeta. La perrita fue una callejera antes de que la entrenaran para su salida el tres de Noviembre de 1957. Deambuló por las calles y entabló una relación con un perrito de casa que siempre soñó con volar en su casita. Laika, en lo que se denomina realidad, murió entre cuatro y siete horas después de estar en la aeronave. También fue el primer muerto terrestre en orbitar fuera del planeta. En el cortometraje que les presentamos hay una expedición  en los espacios interiores de Laika y su amigo donde los cementerios son luminosos, emocionales:

La máquina de provocar llanto

ANO- BOGOTÁ. Juan David es un niño que a simple vista no se distingue de los demás. Algo pasado de kilos, siempre es visto detrás de un balón o acariciando una mascota o corriendo sin sentido por el parque. Falta detenerse ante él y pedirle que piense en su hogar para que entender por qué es conocido entre los habitantes del barrio Marsella como “La máquina de hacer llorar”. Se debe concentrar la vista en la mirada fija de Juan David, hasta notar que los ojos del niño pronto comienzan a enrojecer y en cuestión de segundos, lo que puede durar un parpadeo, una reverberación se apodera de las órbitas y la danza de la retícula es tan vertiginosa que el observador, concentrado en el espectáculo, pronto empieza a lagrimear ante la exposición encandilante de este espectáculo del Multiverso. La duración de las lágrimas es relativa; puede durar el asalto de un fugaz lagrimeo, hasta un prologando llanto de horas ocasionado por una profunda introspección provocada por la vibración de los ojos de Juan David. El niño no se explica por qué la gente llora cuando mueve sus ojitos, como tampoco por qué logra moverlos de esta forma solo cuando piensa en su hipotético hogar primordial: “debe ser que todos lloramos cuando estamos lejos de Beta Eridani”, dice con una sonrisa y vuelve a correr en persecución de una mariposa que revolotea en el parque.

Fuente: ANO.