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La parte salvaje de Ferran Guallar

Por Francesco Vitola

Ferran Guallar ha escrito una novela trepidante en la que desnuda la divergente naturaleza humana, que pretendiendo ser civilizada es realmente gobernada por los bajos instintos.

La editorial barcelonesa Navona ofrece versiones de este relato cinematográfico tanto en catalán como en español, pensando sin duda en los lectores de novedades de Iberoamérica; pronto también circulará una traducción al francés, permitiendo así que La parte salvaje regrese a las colonias francesas donde se gestó el libro.

 

 

Leyendo tu libro no pude evitar sentir que estaba ante un título perdido de Bukowski, Henry Miller, o quizás ante una obra desconocida de un Kapuscinski dipsómano, ¿qué lecturas precedieron o influenciaron la escritura de esta historia?

 

Acertaste. Los tres autores que mencionas son referentes para mí. Kapuscinski, el que más, pese a que su obra es ensayística. Su recorrido vital y geográfico no podría dejarme indiferente en ningún escenario posible. Ryszard se aproxima literariamente a personajes reales y a sus (frecuentemente) terribles circunstancias con un estilo objetivo, no melodramático, pero escogiéndolos bien para generar imágenes y emociones poderosas en el lector. Bukowski, otro con apellido polaco, me escandalizó de joven, pero adoré su estilo desnudo (el estilo, no que yo lo leyera desnudo), nunca mejor dicho. Sin embargo, creo que mi estilo (si tengo uno) es más denso y, sin duda, no tan desinhibido como otro de mis favoritos, Miller.

Aparte de estos tres, mis lecturas siempre han sido variadas, abundando en la divulgación científica con autores como Jared Diamond, Desmond Morris, Richard Dawkins o Yuval Harari. Al leer La parte salvaje creo que queda claro mi interés en las grandes cuestiones: qué somos, quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, por qué, por qué y por qué. Fuera de este tipo de obras, mis novelas favoritas de todos los tiempos pasan por culebrones decimonónicos como Madame Bovary, y por una tetralogía moderna, El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. De los contemporáneos, nunca me canso de Palaniuk, Auster, Saunders, Foster Wallace, McEwan o, en otra onda, Sánchez-Piñol. Dicho esto, de los ausentes, Rodoreda y Woolf siguen alucinándome. Para terminar una lista sin fin, como novelas aisladas, adoro: Stoner, de John Williams, para mí la novela perfecta; Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque; y El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, ¡otro polaco!

Como te decía, ecléctico.

 

De dónde nace la idea de escribir haciendo un paralelo entre la animalidad humana y la humanidad” de los primates.

 

De la observación continuada de un grupo de chimpancés. Los objetivos del programa que fundé en África del Oeste eran la conservación, la investigación y la educación ambiental sobre esta especie en peligro de extinción. Para conservar el bosque, su hábitat, era necesario conocer a fondo las dinámicas ecológicas del territorio y las de sus habitantes, de ahí ese seguimiento diario. El líder, el alfa del grupo principal que investigábamos fue haciéndose mayor y, en un momento dado, un grupo vecino se vio con fuerzas para atacarlo y destronarlo. Quedó herido pero vivo, vagando en solitario durante meses, quizás años, por los bosques cercanos a la aldea donde residíamos, como si buscase nuestra protección. Esa imagen del líder en decadencia primero y luego destronado coincidió con una fase vital en la que empecé a sentir el cansancio de los años acumulados y sus consecuencias en la capacidad de liderar. Así, la observación también se giró hacia mi propio equipo y los habitantes de la aldea.

Esa fue la semilla que originó La parte salvaje y a partir de la cual desarrollé una estructura basada en paralelismos entre homínidos de diferentes especies, los chimpancés y los humanos. Cada capítulo arranca con una nota de campo pseudocientífica donde se acaban planteando cuestiones como: ¿se enamoran los chimpancés?

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