Aguirre, la ira de Dios y de Kinski
Con el inicio de las fiestas navideñas comienzan las resacas más terroríficas; a medida que se acerca el final de año, se acrecienta el vacío. Las bocas secas y el dolor de cabeza se generalizan y hasta el discurrir de los automóviles es como el de los escarabajos vencidos por el espanto de haber nacido y tener que cargar estiércol. Es por ello que hoy, lunes feriado en algunos lugares de América Latina, hacemos un pequeño homenaje a este inicio de resacas machas con la furia de Klaus Kinski al encarnar a Aguirre y sus sueños de conquistador y buscador de maravillas:
Cuando Klaus Kinski fue Jesucristo
La furia y los azotes en la cara son el vehículo para imponer la misericordia y el amor en un mundo aterido de vulgaridad; Klaus Kinski lo sabía y por eso fue Jesucristo, a pesar de que cientos de sujetos, agazapados entre la muchedumbre, lo insultaran y le hicieran burlas dignas de doctorandos. En el monólogo que a continuación les presentamos, ademas de advertir los gestos de ira mística del actor alemán, se aprecia la facilidad que existe para la ironía y el insulto cuando el enunciador se encuentra sumergido en el anonimato y la aquiescencia de otros mediocres que aplaudirán a ese primer burletero devenido comediante de ocasión a costillas de alguien que se ha atrevido a hacer algo. Disfruten de esta pieza documental en donde Klaus Kinski aparece en todo su esplendor junto al odio y la maledicencia de sus detractores y el silencio de otros tantos que apenas se inmutaron de este mesías:
Un helado silencio del spaghetti western
Una de las creaciones del spaghetti western que más discusión generan es «El gran silencio» porque, para muchos, es una de las grandes obras maestras del género mientras que para otros no pasa de ser un trabajo mediano. Dirigida por Segio Corbucci y coprotagonizada por Klaus Kinski (un Brad Pitt recién salido del psiquiátrico), la historia se desarrolla en un helado paisaje de Utah; a diferencia de los que ven con desdén a este tipo de historias, la división entre buenos y malos no es clara y, al final queda el sinsabor de ignorar qué es bondadoso o malvado. El justiciero estelar es encarnado por el francés Jean-Louis Trintignant y tiene una particularidad: es mudo, por lo que el título de la película no es una metáfora sino que corresponde al apodo del pistolero: El gran silencio.
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