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Carta a un cretino de la farsándula literati

Pusilánime en su esplendor creativo frente a la mac comunista

Mientras tú eres pura soberbia e ineficacia, yo soy pura humildad y eficacia para masturbarme. Debe ser que vives muy pendiente de esas revistas culturales que dices despreciar pero que lees con ahínco y cierto tufillo de culpa, propio de todo mediocre que se peda en el transporte público y oculta su flatulencia. Estás goloso por ver qué te dicen qué es lo más marginal e irreverente establecido por los doctores de la mass media para enseguida adoptar esa pose que, consideras, te llevará al triunvirato de las letras transgresoras, irreverentes y marginales.

Recuerdo con ternura cómo, cuando te vi, se me derrumbó la imagen del monstruo burletero. Tu corporalidad es la de un pusilánime que ha decidido casarse para así sentir un poco de cariño seguro a costa del desprecio que su esposa le inflige cada día por no ser una vedette de esas revistas literarias que te gustan tanto.

Las telenovelas me gustan tanto como masturbarme. Las veo con sigilo y entera atención, tú me semejas la muchacha linda de rasgos mediocres que jamás pasará de ser un objeto del decorado donde la actriz central lucirá sus discretas dotes actorales y puteriles tetas. Es que si te digo, no te alcanza ni para ser una villana, eres mediocre, chiquita, y tus ironías solo sirven para pintorretear tu jeta de aspirante a promiscua.

Sueño con que algún día te den el papel de sirvienta vieja sometida por la villana; ¿sabes por qué? porque tus gestos con tu esposa y con lo que te circunda, se amoldan muy bien a este papel.

Entiendo, mi señor, porque debes regar toda tu bilis andrajosa e insípida en los comentarios de Facebook. A veces eres gracioso, pero tus chistes pasan muy rápido, como los pedos que niegas en el transporte público. Gracias a Dios morirás pronto y de ti no quedarán sino los gestos de tu hijo, que será un sometido y un mediocre como tú. Tal vez a él, quiera Dios, sí lo voltee a ver Vilis-Matas porque le dará pesar y lo volverá un artefacto literario de sus novelas que son también puestas en escena, es decir, es un artista conceptual de la literatura.

Pero, ¿sabes algo, cretino? Tú eres el artefacto conceptual de las divinidades: sirves para demostrar que todo este cosmos no es sino un respingo de medianía, intrascendencia e ignominia.

Yo me seguiré masturbando, no te preocupes por mí, no llores por mí, Argentina, mi prepucio se enrojecerá como turista yankee en playas caribeñas. El calor enfebrecido de este prepucio acompañará mis noches frías sin ti. Esperaré tus comentarios en Facebook y en los periódicos mass media en donde publicas tus vómitos mansos y amaestrados que sirven para hacer creer a los mafiosos dueños de esos pasquines que son demócratas que admiten a cretinos de tu talla.

 

Desde El Chochal (Caicedo), Antioquia,

Julián Andrés Marsella Mahecha.

Adiós a la librería Albert. Crónica

Fui a la librería Albert por la compulsión de comprar libros que se precipita cuando estoy solo y no tengo nada que hacer. Nunca me percato de los títulos que adquiero; el criterio de mis elecciones radica en las perspectivas fugaces de hacerme un especialista en las políticas contables de la expedición botánica o en los rudimentos de ciertos alquimistas que me servirán para la construcción de un cuento que se desvanece pocas horas después, cuando arrumo  los ejemplares en mi casa, entre todo ese compendio de volúmenes no leídos.

Así como hay libros que, según los bibliófilos, te esperan para que los leas, otros  aguardan a que los compres y los enjaules hasta que llegue un incendio o el final de los tiempos. Es como un matrimonio que se sabe aburrido de antemano, desde un segundo antes de ese primer beso carente del frenesí de las borracheras y sus insucesos.

La última vez que estuve en la librería Albert vi una antología de la ciencia ficción soviética. No lo compré porque en ese entonces no me inventaba a mí mismo como escritor de Ciencia Ficción. Después, cuando comprendí que mis textículos jamás serían publicados en diarios de amplia circulación o revistas con reputadas firmas de editores premiados como escritores, decidí hacerme uno más del club de los amantes de la Ci Fi y empecé a comprar cuanta cosa viera al respecto. Siempre desprecié a  Star Wars, me pareció una tontería Star Trek y, si algo de ciencia ficción vislumbré antes de mi decisión, fue en ciertas glosas literarias hechas por el egregio ex presidente de Colombia y ya muerto ilustre, Don Alfonso López Michelsen, o en las disertaciones latinistas del carnicero y también egregio ex presidente  de Colombia, Laureano Gómez.

Sí, en esos eructos vislumbré más fantasías y pretendí vincularlas con los textos de Ciencia Ficción que circulaban como alta literatura dentro de un género que marginalizaba en su consabido destierro de las más puras letras de la civilización. Por eso me llené de repudio cuando vi las jetas de desdén de algunos cuantos lectores asiduos al género  después mostrarles mi primer relato; eran como esos policías tan pobres y jodidos como los campesinos que golpeaban con sus cachiporras en los acostumbrados e inocuos paros.

Por esos días recordaba el libro; si algunos evocaban a Philip K. Dick o Burroughs o llevaban a Bogotá a un delirio superfluo como los de Douglas Coupland, yo podía valerme de los soviéticos. Siempre que pasaba por el autobús, Librería Albert tenía las puertas abiertas; estaba al lado de una cevichería y, hacia dentro, se levantaba la oscuridad. En cada trayecto me repetía que debía volver pero no lo hice sino hasta hoy,  cuando ya no me vislumbro como escritor de Ciencia Ficción ni de género alguno y  he retornado a la lectura de los Códigos que dejé, con la convicción de un digno sucesor de Kafka,  apenas salí de la facultad de Derecho.

A medida que atravesaba el umbral de la librería, se incrementaba el volumen  del tecleo furioso de una computadora; la jerga de una doctora que leía actas y artículos del Código de Procedimiento Civil asfixiaba a la oscuridad y al dueño de la librería. A don Albert, si es que es él mismo le puso el nombre al local para hacerse un monumento que ahora se incendiaba en las llamas de los recovecos judiciales. Ella, la doctora funcionaria,  le decía que los plazos estaban cumplidos y que, con su equipo de leguleyos, se aprestaba a realizar la “diligencia”.

Don Albert habló, por teléfono, con su abogado; pronunciaba la palabra doctor  como Dios  es proferida por los enfermos terminales en sus oraciones. Este, el doctor,  por lo que deduje de la charla, le dijo que no firmara nada.

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Una animación de Brasil 2014

 

swarbrick

Ya habíamos referenciado el trabajo de Richard Swarbrick hace casi dos años, cuando el artista inglés hizo un homenaje al gol que Maradona le convirtió a la selección inglesa en la copa mundial de fútbol de 1986. En esta ocasión presentamos el trabajo que hizo con el torneo de Brasil que recién termina; cuando uno se sienta a observar estos casi dos minutos puede darse por enterado de lo que ocurrió en ese evento y hasta se puede llegar a sentir algo de nostalgia por un espectáculo que, para muchos, no fue más que un mes de ignominia: