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Hombres naturales y artificiales ségún Eugenio Montale

Montale

Eugenio Montale fue uno de los poetas italianos más conocidos en el mundo. El suceso que lo encumbró a este status fue la adjudicación del premio Nobel de literatura de 1975. A diferencia de lo que puede pensarse de un escritor de este perfil, Montale siempre estuvo atento a las últimas manifestaciones artísticas, científicas y sociales; jamás ignoró el mundo que le rodeaba y por eso publicó un pequeño volumen llamado En nuestro tiempo, donde se refirió a muchos aspectos de ese orbe erigido durante el penúltimo cuarto del siglo XX. En el prólogo a dicho libro, Eugenio afirmó: «Acepto el tiempo que me ha tocado, no querría uno distinto, porque hoy, tal vez como nunca anteriormente, no se puede creer en una absoluta continuidad temporal. No creo en modo alguno que los días y los siglos tengan ojos para prefigurar el futuro y hacerlo mejor. Si ello ocurre, no será en modo alguno por mérito o culpa nuestra.»  Dada la naturaleza discontinua del tiempo, hoy vuelve a hablarnos y acá están sus palabras:

Es inmensa nuestra deuda hacia las máquinas. Nos damos cuenta de ello, sólo cuando falta, en todo o en parte. Si falta la corriente eléctrica durante algunos minutos; si los trenes llegan con retraso; si consideramos infame que una entidad pública nos propine continuamente las más odiosas cancioncillas de todo tiempo, no por eso pedimos en modo alguno la desaparición de la electricidad industrial, y tampoco la rehabilitación de las diligencias de caballos, y mucho menos aún la supresión de la rai-tv. No: el disgusto que nosotros, hombres de la calle, sentimos cuando falla algo en el mecanismo universal, demuestra que no queremos en modo alguno deshacernos de las máquinas, sino que pretendemos que sean cada vez más numerosas, más eficientes y más perfectas. En el límite se pide a la máquina que dispense al hombre de todo trabajo fatigoso y que le dé una libertad cada vez mayor. Un día – se dice- , el hombre podrá trabajar tres o cuatro horas, dedicando las horas libres a un número prácticamente infinito de ocio y de pasatiempos. Pero ya se perfila el problema de que una inmensa horda de hombres obligados a la distracción por deber social, llegue a convertirse en un inmenso semillero de nuevos enfurecidos y, tal vez, de nuevos delincuentes. Y así se vuelve a la eterna cuestión del hombre natural y el hombre artificial.

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