George Steiner habla de su infancia
George Steiner comparte con Harold Bloom un lugar visible en la crítica literaria pues sus trabajos han desbordado al gremio. Ambos son ampulosos señores que hablan con orgullo de su oficio como educadores. Esto último se debe a lo que Steiner afirma que persiste en la tradición judía: La mayor estima y respeto que se le tiene a un maestro que a un creador. Les presentamos una entrevista en donde este ensayista habla de su infancia, la triple maternidad de lenguas y la forma como llegó a Estados Unidos:
Tolstoi, el canon del boxeo: un circuito de influencias
Harold Bloom se ocupó, en gran parte de su carrera, de hablar sobre la angustia de las influencias, en hacer taxonomías y circuitos cuyo centro era Shakespeare. Sus trabajos fueron célebres tanto por las proclamaciones como por los olvidos. Puede que todo el entramado que el crítico norteamericano construyó pase más por un intento desbordado de abarcar a la literatura que por algo que sea tomado al pie de la letra, constituyéndose en uno de esos escritores que jamás se sabrá si hicieron ficción de forma intencional o entregados al fanatismo. Maria Popova junto a Michelle Legro y Wendy Macnaughton han hecho un dibujo con un circuito de influencias, homenajeando el intento de Bloom quien, a su vez, homenajeó con su «Anatomía de la influencia» la «Anatomía de la melancolía» de R.F Burton. A continuación podrán apreciar que leer a Stephen King es recibir resonancias de Tesla o ver una pelea de Muhammad Ali es observar a Leon Tolstoi en un cuadrilátero:
Faulkner, 50 años de muerto
La literatura del siglo pasado en Estados Unidos hubiese podido ser un cuadrilátero donde los dos boxeadores serían Faulkner y Hemingway; una lucha sin atisbos de piedad,en la que, además de sus fortalezas y talentos, surgen las autoficciones hechas por los luchadores de la manera en que querían aparecer frente al público: uno como un guerrero que cazaba cualquier clase de animal y, el otro, como un campesino que tuvo que vérselas en las peores situaciones de pobreza. Esa velada pugilística contaría con bebedores y apostadores compulsivos como Hank Bukowsky o F.S Fizgerald, cada uno ubicado en puestos distintos debido a su reconocimiento social. Estarían, incluso, los que pasaron el siglo XX jóvenes y vinieron a matarse en este, como D.F Wallace que miraría la batalla con distancia mientras se estremece con el grunge que sale de sus auriculares. Thomas Pynchon y J. D Salinger se quedarían en los camerinos, escuchando la narración radial hecha por un gordo llamado Harold Bloom que afirma haber visto mejores luchas y todo lo cuenta con desdén para después hablar de esas míticas batallas en las que sí hubo un gran William. Los más viejos, los del siglo XIX ,apostarían por algún ganador. Pero es una pelea sin fin. Cada uno con su estilo, con sus filigranas, da golpes al otro pero el nocaut jamás llega.
La voz de Walt Whitman y la carita de Harold Bloom
Harold Bloom sólo escuchó esa grabación antigua después de que el entrevistador le aclarara que quien recitaba esos versos, olvidables para el crítico norteamericano, era el propio Whitman. Abrió la boca y entrecerró los ojos como lo hacen los miopes que no alcanzan a leer los subtítulos de una película. En ese gesto Bloom reveló su férrea creencia en los genios; los versos ya no le resultaron tan repudiables y siguió hablando con la seguridad de un papa que bendice al viento desde un balcón del vaticano :