NO ES UN ADIÓS SINO UN HASTA LUEGO, A UN GRANDE, DON SALVADOR FREIXEDO
“Cuando me acueste para morir, estaré a punto de nacer”.
Salvador Freixedo
Una señora sale de un barrio de ricos, estropeada como un robot al que se le da abuso y maltrato. La pregunta que nos dejó Freixedo, a lo largo de sus incontables conferencias, apariciones en la radio y la tele, y varios libros, como prolífico autor, fue ¿qué hace que los humanos nos comportemos de esa forma con otros humanos? Y la respuesta parece estar clara: desconfiemos de nuestros dioses.
El Dios a que se refiere Ignacio de Loyola es por supuesto el dios de la Biblia; el rencoroso y miserable dios del Pentateuco. Y a ese individuo yo me niego a darle ninguna adoración ni servicio.
No tenemos mucho qué decir, sino que se murió Don Salvador y ya todo se sigue yendo a la mierda.
Cada vez el mundo se vuelve más una granja y los Dioses son más Dioses.
La función continúa infortunadamente. Y somos los animales del circo, al que asisten criaturas para nosotros extraordinarias: a divertirse con nuestras monerías de filisteos.
Aún recordamos aquél día que don Antonio Ribera dijo que si los extraterrestres no existían, debíamos inventarlos para acallar jetas racionales de suficiencia.
Son esos mismos hijueputas extraterrestres los que nos hacen sentir racionales, los que nos aplauden las morisquetas circenses.
¿A quién queremos gustar, don Salvador?
En el cristianismo se nos dice que Dios es nuestro Padre. Pero cuando uno lee la Biblia llega a la conclusión de que el hombre, en esta etapa de su existencia es un pobre huérfano en el Cosmos.
Ahora que saldrán los frikis a hablar mucho de Don Salvador, no queda más que el mutismo. Nos gustaría temernos que esto ha sido una broma pesada, que uno después de muerto solo tiene tierra y putrefacción; pero los malparidos extraterrestres nos harán reencarnar para seguir con su oprobioso y ruin espectáculo, a costa de nuestra orfandad.
Un OVNI nos espera al final de la muerte y al inicio de otra nueva muerte, en otro rincón del cosmos. Tú comprendiste eso, y por eso nunca te atreviste como los rufianes a dar una definición de Dios, sino que te declarabas un agnóstico enamorado de la inmensidad del misterio, misterio al que ayer has penetrado en medio de la complejidad de tu sueño
Y, como en el amor, te habitó la reciedumbre del que sabe de la próxima desilusión, la cual se alimentará de un nuevo enamoramiento, hasta que alguna vez, quizás, aparezca algo semejante a todo.
Jueputa, estamos tristes y agradecidos con vuestra existencia, don Salvador.
Que algún día, un cohete psíquico, dispare tu nombre en el firmamento:
¡SALVADOR FREIXEDO ESTUVO AQUÍ Y NO COMIÓ CUENTO NI SE LA MAMÓ AL GRANJERO DE HUMANOS!