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Hereditas, diversitas et varatio. Aproximación a la historia de la genética humana en Colombia. Reseña.

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Libro escrito por Alberto Gómez Gutiérrez, PhD; Ignacio Briceño Balcázar, MD, PhD; Jaime E. Bernal Villegas, MD, PhD

Editado por el Instituto de Genética Humana de la Pontificia Universidad Javeriana y la Academia Nacional de Medicina.

2007, 231 páginas

Hubo una vez un señor muy moreno y de ojos negros que, cuando su hijo nació rubio y de ojos azules, se alegró al corroborar la fuerza de la imaginación y el deseo de su esposa: la realidad igualaba a los deseos y la imaginación.

Ella, tan morena como él, no ocultaba su admiración para con los ojos azules y el pelo dorado del vecino cuando se lo topaba. Solía referirle la belleza del hombre a su esposo, en la oscuridad de su cuarto, después de intentar concebir a su segundo hijo. Ambos figuraban el futuro de ese niño blanco que saldría de ellos y que habría de hacerlos tan famosos como a los padres de los actores de la televisión.

La alegría del padre, risible para muchos que vieron en él a un cornudo redomado, tiene raíces europeas, aunque él lo ignorara y no le interesara saberlo: en el capítulo IX de la obra del cirujano y barbero Paré, escrita en el siglo XVI, aparece que muchos monstruos nacen con ocasión de la “imaginación ardiente y obstinada que puede tener la mujer mientras concibe, por algún objeto o sueño fantástico, o por algunas visiones nocturnas que tienen el hombre o la mujer a la hora de concebir”.

No dista mucho esa forma de transmisión de caracteres por vía de la imaginación de la propuesta de los memes, hecha por el señor Richard Dawkins, en las postrimerías del siglo veinte, para explicar la dominancia y pervivencia de ciertas ideas en una sociedad humana. No es una casualidad que en El gen egoísta, uno de los libros más leídos por quienes no somos biólogos ni  genetistas en alguna de sus especialidades, tenga una relación directa con el trabajo de Paré; este último es considerado por Gomez-Briceño-Bernal como el primer rudimento de la genética humana, como se evidencia en el apartado Monstruos que se originan por enfermedades hereditarias donde se concluye que “nacen niños monstruosos y deformes debido a las malformaciones o complexiones hereditarias de sus padres y madres”.

La herencia y las maneras como opera es un asunto cuyas respuestas se han indagado desde mucho antes de la aparición de la genética como disciplina, es decir, como una “acumulación de conceptos y vocabulario específicos” (2007:1); los cálculos y mecanismos para discernirla se han parcelado a medida que surgen nuevos léxicos y conceptos: en el Derecho se manejan criterios inaplicables en la genética y la “angustia de la influencia”, puesta en evidencia por Bloom en el campo de la crítica literaria, no es permutable con los mecanismos planteados por antropólogos.

En este libro, por lo tanto, el espectro de estudio no se limita a los trabajos hechos por los genetistas colombianos sino que se abre un panorama que se remonta a periodos anteriores a la llegada de Colón a América, sin que se incurra en la creencia de que dichas comunidades eran colombianas (error frecuente cuando, por ejemplo, se anuncia la aparición de un dinosaurio “colombiano”, conjugando el chauvinismo de los partidos de fútbol y premios literarios obtenidos por connacionales con el anacronismo).

En el capítulo llamado La genética humana en Colombia: de sus orígenes al siglo XIX, Gómez-Briceño-Bernal toman a la comunidad Tumaco-La Tolita, que exaltó malformaciones del cuerpo humano por medio de la escultura o la pintura. Los autores se basan en la investigación hecha por el antropólogo Ronald Duncan:

“Dados los intereses chamánicos y curativos de Tumaco- La Tolita, se le dio gran importancia a la representación de enfermedades y estados genéticos inusuales. Las figuras están representadas con detalles que podrían haber sido usadas como modelos de entrenamiento de los chamanes jóvenes, ya sea consciente o inconscientemente, para reconocer estados patológicos importantes.” (2007:37)

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Un cuento de ciencia ficción de Richard Dawkins

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En una entrada anterior habíamos mostrado la afición por la ciencia ficción (de cierto tipo) del famoso biólogo Richard Dawkins:  sobre Ciencia Ficción y South Park, quien es de la opinión que este género debe apegarse a los postulados científicos de su época, puesto que para él, «La Ciencia Ficción no son princesas cabalgando unicornios». Este gusto de Dawkins por este género se percibe en su propia escritura, ya que una de las características de este tipo de literatura es permitir la especulación de la ciencia sopesando todas sus posibilidades.  Por esta razón, no es extraño encontrar en un ensayo sobre el ADN un breve relato de ciencia ficción enmascarado como un argumento. No olvidemos que la Ciencia Ficción es una literatura de ideas, y como tal son estas ideas las protagonistas de muchos relatos, más allá de un héroe o una épica.  Este breve relato de Dawkins, dentro del ensayo El río digital,  además de servirle como argumento sobre los genes como ríos de información digital, tiene un sabor inglés que lo acerca al tono de H.G Wells de una forma muy afortunada para la lectura:

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La Enciclopedia de la Vida

Por Ángela García

En el inicio Dios creó el cielo y la tierra y la luz y en algún momento el ADN, aquella molécula en la cuál los biólogos depositábamos nuestra esperanza, un poco arrogante sí, de lograr comprender el gran fenómeno de todos los tiempos: la vida.
Desde los albores de la humanidad, el hombre asociaba la vida con «algo» que se heredaba y a su vez dirigía la formación de un nuevo ser, sin embargo sólo hasta la década del 50 del siglo pasado se logró identificar plenamente a la molécula responsable de dirigir los eventos celulares y almacenar la información biológica: el ADN; en ese momento la sorpresa fue aún mayor al constatar que la información biológica se encontraba encriptada en un alfabeto de cuatro letras y que la estructura de aquella molécula tan importante impresionaba por su sencillez. Una vez identificada la responsable, era preciso ahondar en los mecanismos que le permitían administrar y revelar la información que portaba en un ambiente celular; para esa época el apacible trabajo del monje Gregor Mendel en el siglo XIX había permitido identificar los genes, aquellas unidades aparentemente responsables de crear un nuevo ser. Pero esto aún no era suficiente, preguntas como ¿cuál es el número de nuestros genes? ¿cuáles y cuántos genes nos diferencian de otras especies? y la relación entre la alteración de estas unidades de información y el desarrollo de enfermedades evidenciaban el grado de desconocimiento en el que aún nos encontrábamos.

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