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El otro Luka. Por Leandro Alva

“see, beautiful losers 
lovely, lovely losers…” 

(Perdedores hermosos, Luca Prodan) 

 

 

No pudo ganar la copa. Lo eligieron el mejor jugador del torneo. Pero no creo que eso le importe ahora.
Él quería la copa, claro.
No pasará mucho tiempo para que le den el balón de oro. Y será justicia… ¿qué duda cabe?

Seguramente ya soñaba con todo esto en su pueblo natal, en Croacia, cuando pateaba una pelota incesante contra la pared y tenía que esconderse ante cada bombardeo enemigo. Parte de su familia no pudo sobrevivir a la guerra. Él mismo fue refugiado durante el conflicto, pero siguió jugando, jugándosela. Varios equipos lo rechazaron por su escasa corpulencia. Eso no lo amedrentó ni mucho menos. Un día se dio vuelta la tortilla y pudo alcanzar a ese fantasma escurridizo que habita los potreros de cualquier punto del globo. Hace algunas horas disputó la final más trascendente de su vida. Y perdió. Sin embargo, no deja de patear y patear contra la vieja pared de su aldea en ruinas, mientras los cazas escupen su carga de muerte y puntinazos a la marchanta. Él seguirá pateando contra esa misma pared hasta que se venga abajo como un vetusto zaguero alemán. Porque el tipo es un crack. Porque el fútbol no es una guerra santa. Es algo bastante más lindo. Y la escandalosa inocencia de aquel pibe sabe que en la final más importante triunfará la belleza o, al menos, arañará un empate agónico sobre la hora.
Se llama Luka. Usa la 10. El fútbol es muy poca cosa, dicen algunos. Pan y circo, responden otros, y miran de costado con desprecio. Luka no entiende. No hay nada que entender.

 

 

 

 

Lendro Alva

16 de julio de 2018, a propósito de la final del mundial de Rusia.

El fútbol y el silencio, historias de primera comunión

primera comunion

La primera comunión es un ritual central en la vida infantil en Colombia así como en los países de tradición Católico Romana. Por medio de este ritual los niños entre 7 y 11 años se comprometen –la mayoría sin ser conscientes de lo que hacen– a cumplir con los mandamientos y dogmas de la fe cristiana y de la religión católica, apostólica y romana. En Colombia la costumbre dicta que al terminar la ceremonia eclesiástica se debe proceder a una fiesta en la que se ofrece comida y se tolera el consumo moderado de alcohol. Hace un par de semanas asistí a una de estas celebraciones. En este post describo brevemente las características de esta extraña celebración y narro dos historias que escuché allí. La primera es la historia de un joven dark y la segunda es la historia de la confesión de un escritor adulto.

¿Y dónde está Jesús?

La primera comunión es un ritual sacramental de la iglesia católica, que se practica mayormente en los países con mayor incidencia de la religión católica en Europa, Centro y Sur América. En este ritual una persona recibe por primera vez recibe la comunión, es decir el cuerpo y la sangre de Jesucristo. En Colombia este ritual se realiza popularmente de manera colectiva cuando los niños tienen entre 7 y 11 años. A los niños se los junta en la iglesia del barrio o en los colegios que ofrecen una instrucción católica en cuarto o quinto de primaria para instruirlos y llevar a cabo el rito. En nuestro país después de la ceremonia eclesiástica la familia del niño ofrece una reunión en la que a los convidados se les ofrece comida y aunque no es la idea, los mayores pueden consumir bebidas alcohólicas con moderación. Read More…

Una animación de Brasil 2014

 

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Ya habíamos referenciado el trabajo de Richard Swarbrick hace casi dos años, cuando el artista inglés hizo un homenaje al gol que Maradona le convirtió a la selección inglesa en la copa mundial de fútbol de 1986. En esta ocasión presentamos el trabajo que hizo con el torneo de Brasil que recién termina; cuando uno se sienta a observar estos casi dos minutos puede darse por enterado de lo que ocurrió en ese evento y hasta se puede llegar a sentir algo de nostalgia por un espectáculo que, para muchos, no fue más que un mes de ignominia:

 

 

La caída en USA ´94. Crónica futbolera

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En  Colombia existió un noticiero con visos de un futuro en mundos lejanos. Se llamaba Criptón, como el planeta del que salió Clark Kent cuando aún no se llamaba así y no se lo consideraba un superhombre. El logo del telediario correspondía al modelo atómico de Rutherford  y era una promesa de un futuro que obviaba la mecánica cuántica y los destellos de los saltos sin trayectoria de los electrones.  Un día ese futuro se acabó  y todo volvió a ser presente.

De los primeros que supieron de la extinción del porvenir, mucho antes de la desaparición de Criptón, fue Alberto. Él no me lo dijo pero así lo asumo. Siempre preciso hallar algún mojón que me indique el comienzo de las catástrofes, sobretodo, esas tan mediocres que nos desgastan,  les adjudicamos un así es la vida y nos oxidan hasta que, mucho tiempo después, ya ni siquiera recordemos cuándo cruzamos la invisible línea que nos convirtió en pobres diablos.

 Alberto, por la época del informativo Criptón, aún gustaba de sentarse frente a la pantalla del televisor y ver fútbol. También veía los noticieros en donde empezaba a ganar terreno la sección de farándula y, en ella, emergían tetas operadas y traseros levantados a punta de máquinas de gimnasio. Ese era  el material alimenticio de sus primeros escarceos con la masturbación: aún no tenía el valor suficiente de acercarse a una droguería y comprar una revista sueca ni sabía con exactitud el mecanismo apropiado para culminar con el calor inyectado en su bajo vientre.

Era 1994 y aún existían las revistas pornográficas con mujeres que conservaban el pelo ensortijado de sus genitales, el país se figuraba la entrada triunfal al mundial de fútbol de la selección Colombia y en Alberto surgió la contemplación de la mujer como algo más que una potencial madre o un organismo similar a los extraterrestre que solía aguardar en las noches de su casa de campo, cuando salía al jardín y hacía hogueras esperando a que alguna nave espacial lo divisara y lo abdujera.

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Campo Ricardo Burgos López: Otra vez contra el fútbol

falcao

Otra vez contra el fútbol

Campo Ricardo Burgos López

En estos días, escribiendo acerca de que Falcao no irá con la Selección Colombia al Mundial de Fútbol, alguno de los “iIuminados” periodistas deportivos que tenemos y que es un ejemplo típico de cómo se aborda este asunto en nuestros medios, afirmaba que “vamos a la guerra sin nuestra mejor arma”. En sólo una oración, hay contenidas varias falacias. La primera –y yo sé que la sentencia del periodista es una metáfora- es que el Mundial de Fútbol no es una guerra, es un juego. La segunda, es que el 99% de los colombianos –como salta a la vista- no iremos a Brasil, ni estaremos jugando en las canchas brasileñas; allá durante unas semanas sólo estarán jugando 23 personas y si ganan, ganarán algo ellos, no nosotros; si pierden, pierden ellos, no nosotros. Ligada a la anterior, va la tercera falacia: si Colombia se gana el Mundial, al día siguiente de ese hipotético evento no me rebajarán un peso en Transmilenio, y si Colombia es eliminada rápidamente, de nuevo me cobrarán la misma cantidad por el mismo pasaje en Transmilenio. Es falaz asumir que todos los colombianos ganaremos o perderemos algo gracias a esos 23 chicos, pues nunca ocurre así. Ganen o pierdan estos muchachitos, la vida seguirá tan complicada como siempre. No es cierto que “ganaremos” o “perderemos”, como abusivamente nos incluyen a todos en esas conjugaciones verbales, la gran mayoría de colombianos somos sólo espectadores de esos partidos, nunca protagonistas.

Por otro lado, la inmensa publicidad que por estos días inunda los medios acerca del evento en cuestión, deja claro que para ciertas empresas es vital que la gente vea fútbol como un medio para alcanzar ciertos propósitos comerciales y mercadear ciertos productos. Las diversas empresas se esfuerzan porque su nombre quede asociado al de la Selección, como un modo de conseguir una eficaz ligazón inconsciente con ciertos sentimientos patrioteros que en estos días inundan a quienes se creen las falacias del tipo “vamos todos a una guerra a defender un terruño”. A mi modo de ver, la conducta no alienada sería negarse a ver ese desfile de productos comerciales que de modo directo o indirecto emplean el pretexto del fútbol.

Por lo demás, con todo lo que escribo aquí, sé que no estoy diciendo nada nuevo. Creo que cualquier persona con dos dedos de frente se da cuenta de los hechos que acabamos de describir. Entonces, surge más bien otra pregunta interesante ¿por qué tanta gente continúa viendo fútbol, si es claro que la están manoseando y le están mintiendo? ¿por qué razón la gente de modo voluntario conviene en ser engañada de este particular modo? Tal vez –y esta sólo es una respuesta tentativa-, la gente es más inteligente de lo que ella misma cree y sabe que el fútbol más que deporte es teatro y acepta eso. Parece que hoy en día la gente admite –consciente o inconscientemente- que el futbol es una ilusión que conmueve, una forma de arte contemporáneo donde los futbolistas son actores y los estadios los nuevos escenarios. Creo que en siglos futuros, en los libros de historia de ese entonces, el fútbol con toda la parafernalia que lo rodea, será estudiado en el capítulo de historia del teatro, al lado de géneros afines como la ópera, el ballet o la lucha libre. Por otra parte, cabe también la posibilidad de que la gente se coma todas las mentiras que aquí hemos señalado, y en ese caso, ya es hora de fundar un ”Frente de Liberación del Fútbol” o algo así.

Bogotá, Junio de 2014.

El «maracanazo» en la Ciencia Ficción brasileña. Cortometraje

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1950 es un número que, para los que se toman el fútbol demasiado en serio, fue signado por el  infortunio del país habitado por los aficionados más enfebrecidos en el mundo: Brasil. A mediados de ese año se celebró la copa mundial de la disciplina y, en la final, el seleccionado brasileño perdió 2 a 1 frente a Uruguay. A ese evento lo llamaron «El Maracanazo» porque ocurrió en el estadio Maracaná. Como si fuera una broma o la construcción de una ucronía (quizá son lo mismo: ambas con un dejo de sonrisa triste cuando resta el silencio posterior a las palabras más letales), las dos potencias que dirimieron el señorío del planeta estaban enclavadas en escasos kilómetros cuadrados del sur del planeta Tierra, justo cinco años después de que terminó la Segunda Guerra Mundial y sus protagonistas no fueron rubios y asiáticos sino negros y mestizos. El chivo expiatorio de esa final fue el portero de Brasil, Moacyr Barbosa, quien al no haber podido evitar que Uruguay convirtiera el segundo gol, fue condenado a un exilio interior que persistió por más de cuatro décadas. Si para la mayoría eso no pasa der ser un atentado al ego nacionalista, para el portero fue el final de una vida plácida, haciendo nacer un crepúsculo que ha causado libros, crónicas, exaltaciones y nostalgias. La perspectiva de la ciencia ficción también se ha valido de esta historia para narrar el viaje de un hombre al pasado, a ese día negro, para advertirle a Moacyr  ese gélido Gol y así evitar lo que parece inevitable, de modo que el suspenso de la narración se apoya en saber si se dará o no una ucronía que sólo se insinúa, como ocurre con muchos viajes temporales realizados con el objeto de cambiar el pasado y, por tanto, el presente y el futuro. Este cortometraje fue hecho en 1988, se llama «Barbosa» y es protagonizado por Antonio Fagundes:

Un futbolista suicida

AbdonPorte

Con el fútbol ocurren dos tendencias entre quienes se dedican a escribir dentro de un sistema literario: Aborrecerlo, como es el caso de Campo Ricardo Burgos que publicamos en milinviernos, o adorarlo como ocurre con escritores como Eduardo Galeano o Camus, por citar dos ejemplos. Entre estos dos extremos es muy difícil encontrar otra forma de narrarlo, pero hay momentos como el cuento escrito por Borges y Bioy Casares o como «Juan Polti, half-back» de Horacio Quiroga.

El  escritor uruguayo se basó en la historia de Abdón Porte, jugador del medio campo del club Nacional de Fútbol de Montevideo. El 5 de marzo de 1918, el jugador, después de haber estado reunido con sus compañeros, salió a medianoche y retornó al estadio donde aquella tarde había jugado (el nombre del escenario es Gran Parque Central y aún hoy es la sede donde juega el equipo del sur del continente), entró al centro del campo, justo donde él jugaba y se pegó un tiro en el corazón. Su suicidio, según lo conjeturan los curiosos, fue a causa de que habían contratado a un jugador que lo iba a reemplazar y Abdón habría de ocupar un lugar en el banco de suplentes. Roberto Arlt decía que había momentos en que matarse era como quitarse una muela, en el caso de Abdón, matarse fue como dejar de jugar un partido de fútbol. Quiroga también se mató, aunque no se sabe si fue por un dolor de muelas o por no haber jugado un partido de fútbol. Les presentamos un documental sobre Porte y el relato de su compatriota y compañero de suicidio, Horacio Quiroga.

Juan Polti, half-back

Cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven corazón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de defunciones.

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Contra el fútbol. Una diatriba por Campo Ricardo Burgos López

CONTRA EL FÚTBOL

Campo Ricardo Burgos López

foco

Hay varias razones por las cuales el espectáculo del fútbol profesional (con sus campeonatos, sus equipos, sus hinchas y sus periodistas), me resulta muy desagradable. En primer lugar, porque cuando veo a los hinchas con las camisetas de un equipo A o B, experimento que la sociedad regresa al tribalismo. Es decir, con su camiseta, sus gritos desaforados por un equipo y sus actitudes segregatorias, el hincha está proclamando que juzga mejor a su “tribu” que a otras “tribus” de hinchas que usan un color diferente y entonan otros cánticos. Por supuesto, esto es absurdo, no hay tribus mejores que otras, lo que hay es tribus diferentes. El hinchismo futbolero (proclamar que “mi tribu” es mejor que la tuya), es todo lo contrario de ideas como las de humanidad o democracia, que se basan sobre el supuesto de que existen muchas creencias distintas en lo político, religioso, social o cultural, que todos somos iguales ante la ley, y que la convivencia es posible a pesar de la diferencia. El hinchismo futbolero (así sea de modo simbólico, y sin llegar a los extremos de violencia a los que a veces llega) refuerza la idea de que sólo una visión de mundo debe prevalecer sobre las demás, mientras las otras cosmovisiones deben ser aplastadas; es decir, por definición el hinchismo es antidemocrático. Que un hincha celebre el triunfo de su equipo, es festejar la exclusión  y eliminación de otros, y eso no me parece muy loable. Celebrar un triunfo en el fútbol es festejar el triunfo de una tribu y no de la humanidad, y eso siempre me ha parecido un retroceso histórico. El fútbol profesional, tal como se practica hoy, otra vez nos obliga a pensar en términos de clanes endogámicos y eso – a mi modo de ver- es culturalmente peligrosísimo.

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Swarbrick: El deporte convertido en arte

El nombre del inglés Richard Swarbrick ha aparecido en distintos medios de comunicación durante las últimas 24 horas. La razón es que rehizo el gol que Maradona le convirtió a Inglaterra en el mundial de fútbol de México en 1986, coincidiendo con el cumpleaños del jugador argentino. El efecto que genera ver a los deportistas corriendo sobre la nada, los hace más memorables que los de carne y hueso; la música, que evoca  una extraña soledad, acrecienta los movimientos limítrofes con el infinito; los relatos de los narradores deportivos son glosas equiparables a las  de un hipotético locutor que transmita el big-bang. Swarbrick está construyendo la leyenda del deporte contemporáneo y, en unos siglos, estas imágenes conducirán a cientos de investigadores a pensar y calcular los campos y los nombres de esos hombres que corrían y hacían acrobacias con esferas de distintos tamaños.

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El fútbol en un relato de Borges y Bioy

Borges y Bioy eran muy juguetones. Solían reunirse para escribir textos que incurrieran en muchos de los «vicios» que sus trabajos individuales no tenían. Así surgió la pomposidad de Bustos Domecq, un cronista que narra con adjetivos impensados tanto para el autor de «El Aleph»  como para el de «La invención de Morel». En el relato que viene a continuación, el fútbol es un personaje tan importante que, gracias a este deporte, se descubre la gran puesta en escena que es el mundo y, como lo que sí hicieron cada uno de estos dos escritores por separado,  la realidad se derrumba por advertirse un detalle, hasta ese momento, obviado.

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