Sé que se titula sufrimiento terrenal
El segundo congreso de literatura del Colegio Mayor de los Andes
El viejo emergió tras el mostrador con la mitad de la cara embadurnada de una crema blanca, con un ojo cerrado e hinchado y con el otro abierto y claro por una catarata: “Tiene que dar la vuelta hacia allá y después voltear hacia acá”, me contestó cuando le pregunté dónde queda el colegio. No entendí qué significaba acá o allá. “En ese colegio hay de todo, va a haber de todo, mejor dicho”. “¿De todo?”. “Sí, de todo: En unos años, muchos de esos niños serán adultos drogadictos, otros banqueros, oficinistas,algunos se matarán… hay algo mí me gusta hacer cuando veo a todos esos muchachitos: preguntarme cuántas veces se van a divorciar.”. En ese momento llegó por mí, en un renault, la persona que me llevaría hasta el colegio.
Antes de entrar en el auditorio una adolescente me entregó una escarapela y un bolso en el que había un esfero y una revista-catálogo con nombres y fotos de las novedades de una editorial. Un niño rubio peinado de lado, con anteojos de miope y de unos diez años, me dio la mano y me condujo, con la presteza y discreción de un mayordomo de motel, a un asiento vacío, muy cerca de la tarima; con seguridad ese muchacho va a casarse dos veces y tendrá tres hijos, ninguno de él, al menos en términos biológicos, aunque él jamás lo sabrá. O se enterará cuando ya estén tan grandes sus críos que el amor no se lo podrá arrancar por más que sepa que son hijos de la inmundicia proveniente de sus dos ex-esposas.
Hitchcock, los 113 años del maestro jupiteriano
– ¿A dónde vas, Alfred? ¿Por qué vas resoplando esos cacheticos? ¿Acaso vas tras una despampanante rubia de Hollywood? No tienes remedio, Alfred. Tienes que aprender que los gordos están hechos para comer comida, no rubias.
– Quiero a mi mami
– No repitas esa frase, no eres Dennis Hopper, gordo
– Pero es verdad, la quiero porque los pájaros me siguen picoteando las pesadillas
Porque más que amor es frenesí, Alfred.