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Ciencia Ficción, por Josef Amón-Mitrani

For art to exist, for any sort of aesthetic activity to exist, a certain physiological precondition is indispensable: intoxication.

Fotografía por: Luciana Marti ©

 

CIENCIA FICCIÓN

Alexandra, Alex, ese lindo y emborrachado y (ya) viejo personaje que voy a narrar en la tercera persona del singular, recordó que antes, mucho antes, no había problema con eso de comprar una botellita de aguardiente, un par de jamones y llevarse el mercado para el cuarto y comer y tomar y escuchar las músicas de David Bowie en el discurrir de las comidas y las bebidas y la hamaca y las músicas de David Bowie. Recordó que antes, mucho antes, el mundo no era más feliz (siempre supo que “La Felicidad” no era más que una idea estúpida que regulaba el andar de lo cotidiano). Pero, eso sí, recordó que antes, mucho antes, la vida era más tranquila: había menos máquina, menos prosopopeya. “Cuando tenía mi banda de punk y mi libretica de apuntes –se decía a sí misma– lo dejaban a uno con su jamón y su aguardientico y su rock and roll. Lo dejaban a uno con la tranquilidad esa que produce el fracaso”.

Antes, mucho antes, Alexandra leía a Bradbury con risita. Con esa risita que saca la ciencia ficción: “Ja, qué locurita esa. Ja, ja”. Pasaba algo raro ahí: sentía esa angustia extraña de la ciencia, de la ficción, de lo futuro; pero siempre, casi siempre, sabía que era sólo ficción, que era sólo ciencia ficción. Y terminaba el libro y lo cerraba y lo dejaba en la mesita de noche y miraba pal techo y ahí venía el “Ja, qué locurita esa. Ja, ja”… Y Alex recuerda (hoy) esa risita y trata de meterse en ese cuerpo lejano (de niña linda del pasado) que leía a Bradbury con ese sarcasmo y esa risita y, como hablándole a un amigo imaginario, mira su cuarto lleno de cámaras y de pantallas y se dice a sí misma: “si yo hubiera sabido que hoy no puedo comprar mi aguardientico y mi jamón, y que no puedo escuchar mis músicas de David Bowie en esa hamaca que antes, mucho antes, colgaba en la esquina de mi cuarto, jamás…Óigase bien: JAMÁS me hubiera reído de la ciencia ficción”.

…Ese había sido un día malo para Alexandra. La verdad es que no siempre pensaba así.

JOSEF AMÓN-MITRANI

 

Norah Lange y Oliverio Girondo: Una aplanadora para Georgie

Norah Lange, la esposa de Girondo, el fracaso de Borges

Norah Lange, la esposa de Girondo y el fracaso de Borges

Edwin Williamson, autor de la biografía “Borges, una vida”, señala que una de las razones por las que Jorge Luis Borges abandonó el ultraísmo fue el rechazo amoroso de la poeta Norah Lange. En 1925 Georgie hizo el prólogo de “La calle de la tarde”, el  primer poemario de la peliroja, en un arranque de coquetería reforzado por visitas regulares a la casa de las señoritas Lange o cueva vinkinga, como él la llamó, con mucho espanto, años después.

La inocente estratagema del autor de “Otras inquisiciones” se derrumbó cuando apareció otro poeta llamado Oliverio Girondo: Norah se enamoró de él y, poco tiempo después, se hizo su esposa y formaron una de las parejas más conocidas del mundillo literario de Buenos Aires.

Entre los hombres las distancias fueron aún más grandes; mientras Borges era un tímido tipo a cuyo sentido del humor lo trasuntaba la amargura de los abatidos, Girondo hacía “locuras” equiparables a las de las más animosas estrellas del rock aparecidas tres décadas después.

Basta con escuchar la voz de Girondo para entender por Lange optó por irse con él. Su tono es un huracán comparado con el timbre asmático de Borges, siempre a punto de desmoronarse o de clamar por su mami. Cuando tuve la ocasión de escuchar en la voz de Girondo recitando sus poemas y confrontarlo con una conferencia de Georgie sobre Dante, un amigo me dijo que nunca había sentido a Borges tan pusilánime y pequeño. En el rostro de mi amigo se vislumbraba un rictus de revancha al saber que el urdidor de El Aleph era un hombre con imperfecciones que, al menos en su escaso atractivo para con las mujeres, se acercaba a nosotros:

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Cierre editorial de género española NGC

Empezó mal el año. O mejor dicho, empezó mal el final del mundo. O, como también podría creerse, empezó bien si tenemos en cuenta que es el año del apocalipsis para los optimistas. ¿Será que así empiezan todas las catástrofes? Lo cierto es que a través de un comunicado en su página de internet, y difundido a través de redes sociales, la editorial madrileña NGC,  dedicada a los géneros de la ciencia ficción, la fantasía, el terror y la novela negra de autores hipanoparlantes, ha anunciado su cierre definitivo, el remate de sus libros y su paso a la muerte editorial.

Quienes seguíamos el movimiento de esta quijotesca empresa editorial, nos vimos asaltados a una terrible ola de desconsuelo cuando a primeras horas de la mañanas, leíamos la nota informativa que, traducida en palabras coloquiales, expresaba «colgaban la toalla»:

A pesar de nuestras ganas, de todos los esfuerzos, de unos magníficos autores y del atractivo resultado (o eso creemos), no ha podido ser. Dadas las ventas, escasísimas -incluso habiendo recibido críticas, en su mayoría positivas, de numerosos y diversos medios-, sumado, por supuesto, a los tiempos que corren, que no han ayudado en absoluto, nos vemos obligados a retirarnos. Por esta razón, desde el uno de febrero y hasta el veintinueve del mismo (la tienda on-line no está operativa en este momento), nuestro catálogo, incluyendo nuestra última novedad, podrá ser adquirido a unos precios irrisorios.

Los tiempos que corren no ayudaron. Hoy, cuando todos presumen ser unos acalorados fanáticos de la ciencia ficción, cuando compiten por ser unos los más «geeks» otros los más «nerds», cuando todos creen que tener legos de starwars es su insignia de inteligencia, cuando «editoriales indies» se consideran lo máximo en novedad por publicar «prehistoria de ciencia ficción»; lo cierto es que hoy no es un buen día para la literatura de  ciencia ficción en hispanoamerica.