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Nabokov y la literatura soviética

Vladimir

En Nabokov hay claroscuros: el filisteísmo con el que define «lo filisteo» lo ubican en esa recua de críticos que hoy día se ocupan de ser  «corrosivos» y cínicos, pero también cuenta con momentos en que defiende ese encuentro con lo irracional de lo que él entiende como buena literatura y da paso a perspectivas que rompen con los manifiestos gremiales y credos estéticos del «buen escribir». El extracto que a continuación les presentamos pertenece a los apuntes introductorios que hizo el escritor de su curso de literatura rusa, impartido a estudiantes de Estados Unidos:

Es difícil abstenerse de ese respiro que es la ironía, de ese lujo que es el desprecio, cuando se pasa la vista por la ruina a que unas manos sumisas, tentáculos obedientes guiados por el abotargado pulpo del Estado, han conseguido reducir cosa tan fiera, tan caprichosa y libre como es la literatura. Aún más: yo he aprendido a atesorar mi repugnancia, porque sé que reaccionando tan vivamente conservo lo que puedo del espíritu de la literatura rusa. Después del derecho a crear, es el derecho a criticar el don más valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede ofrecer. Ustedes, que viven en libertad, en ese campo abierto espiritual donde nacieron y se criaron, acaso tenderán a ver, en las historias de una vida carcelaria que les llegan de tierras lejanas, las noticias exageradas que va sembrando el fugitivo sin aliento. Un pueblo para el cual escribir libros y leerlos es sinónimo de tener y expresar opiniones personales, juzgará inverosímil que exista un país donde dese hace casi un cuarto de siglo la literatura no tiene otra función que la de ilustrar los anuncios de una empresa de tráfico de esclavos. Pero aunque no crean ustedes en la existencia de semejantes condiciones, podrán al menos imaginarlas, y una vez que las hayan imaginado apreciarán, con otra pureza y otro orgullo, el valor de los libros de verdad, escritos por hombres libres para que hombres libres los lean.

Tomado de «Curso de literatura rusa». P. 31-32, traducido por María Luisa Balseiro. Ediciones B

Filisteos y filisteísmo según Nabokov

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Nabokov- hombre que inspiró a García Márquez para construir  «Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles»- se caracterizó por la ternura de sus apuntes mordaces, siempre adheridos a la creencia en un absoluto estético que le llegaba de sus más variopintas lecturas; Sergéi Dovlatov refirió la ocasión en que el famoso académico Roman Jakobson dijo que, si el criterio para nombrar al autor de «Pnin» como profesor de literatura radicaba en su figura de gran escritor, un elefante debía ser el decano de la facultad de zoología por ser un gran animal. Las peleas de Vladimir, ese ruso aristócrata que despreció a Dostoyevski y Faulkner, han hecho tanta carrera como «Pálido Fuego» o «Lolita»; cuando uno lee apartes de sus cursos, no puede alejarse de la virtual conclusión de que Nabokov consideraba que el único «buen escritor» que existía era él y un puñado más.

En el volumen correspondiente al curso de literatura rusa está la dilucidación del filisteísmo. Ahora podríamos preguntarnos si ese texto no es un compendio de comentarios dignos de un filisteo; la presuposición de un buen gusto, la fe  en una noción implícita de «lo vulgar» y la mordacidad, se han convertido, hoy día, en la moneda corriente de quienes se consideran escritores «de raza» o enfermos de literatura, de sujetos que temen incurrir en el «lugar común» y de perpetuos buscadores de rarezas y fronteras:

 

Filisteo es la persona adulta de intereses materiales y vulgares, y de mentalidad formada en ideas corrientes y los ideales convencionales de su grupo y su época.He dicho «persona adulta» porque el niño o adolescente que puede parecer un filisteo en pequeño no es sino un lorito que remeda los usos de filisteos inveterados, y es más fácil ser loro que ser garza blanca. En inglés, vulgarian viene a ser sinónimo de filisteo: lo que se señala en el vulgarian no es tanto en convencionalismo del filisteo cuanto la vulgaridad de algunas de sus ideas adquiridas. También se puede hablar de lo cursi y lo burgués. Cursi implica esa vulgaridad refinada, de visillos de encaje, que es peor que la simple vulgaridad. Eructar en compañía será de mala educación, pero decir «perdón» después de un eructo es cursi, y por lo tanto peor que vulgar. El término «burgués» lo empleo siguiendo a Flaubert, no a Marx. Burgués en el sentido de Flaubert es un estado del ánimo, no un estado del bolsillo. Un burgués es un filisteo satisfecho, un vulgarian con pretensiones.

No es probable que exista el filisteo en una sociedad muy primitiva, aunque también en ella, qué duda cabe, se puedan encontrar rudimentos de filisteísmo. Podemos imaginarnos, por ejemplo, a un caníbal que, para comer, prefiere la cabeza humana pintada artísticamente, lo mismo que el filisteo norteamericano prefiere las naranjas pintadas de anaranjado, el salmón pintado de rosa y el whisky pintado de amarillo. Pero, hablando en términos generales, filisteísmo supone cierto estadio de la civilización, donde a lo largo del tiempo se han ido acumulando ciertas tradiciones en un montón y han empezado a oler mal.
El filisteísmo es internacional. Se encuentra en todas las naciones y en todas las clases. Un duque inglés puede ser tan filisteo como un Shriner estadounidense, un burócrata francés o un ciudadano soviético. La mentalidad de un Lenin, un Stalin o un Hitler con respecto a las artes y las ciencias era totalmente burguesa. Un jornalero o un minero del carbón puede ser tan burgués como un banquero, un ama de casa o una estrella de Hollywood.

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El caso Raúl Cuero

Raul

Hoy muchos se han solazado con un artículo aparecido en el diario colombiano El Espectador que pretende decir algunas verdades sobre el trabajo de Raúl Cuero.  Ya se habla de un desenmascaramiento del científico, comienza a crecer una alegría o alivio que consiste en saber que si te dan una buena noticia entras en alarma y con una mala te alivias.  Raúl Cuero ha tratado de contestar a ese escrito a sabiendas de que habrá de ser objeto de un linchamiento semejante al de Lance Armstrong (sí, el periodismo trata con la misma ligereza el deporte, la farándula y la ciencia). Cabe plantearnos por qué ni El Espectador o algún otro diario de amplia circulación de Colombia ha analizado o publicado ciertos aspectos de ese fenómeno llamado Mario Laserna (que lo único que patentó fue una universidad), puesto al descubierto por Rafael Gutiérrez Girardot: ¿el filisteismo también es racista y clasista?