LA CIVILIZACIÓN QUE SE VANAGLORIÓ… cuento de Luis Cermeño
Este texto fue rechazado por una editorial de garaje que ostenta un indigno título lovecraftiano. Al preguntársele por esta esperada reacción de indignación, el autor respondió:
«En una época de mediocridad editorial cosechar rechazos no constituye otra cosa que remecer malas consciencias y una evidencia de que escribir legítimamente aún sigue siendo una amenaza a los cabezadechorlitos que temen la autenticidad. Aún no renuncio a escribir, capullos. «
Es decir, que este rechazo sólo reafirmó su convicción de que escribir con legitimidad sigue siendo un acto peligroso si se estima que se escribe algo relativamente valedero. Por lo que se puede considerar que esta historia es a la vez una puñalada escrita en el ojo a esa gente que se precia de llamarse «friky» pero no puede tolerar las verdaderas distorsiones de la ficción.
LA CIVILIZACIÓN QUE SE VANAGLORIÓ DE TENER UN ÁNGEL
Por: Luis Cermeño.
Cuento inspirado en el artículo de Christopher Hitchens: por qué el cielo detesta el jamón.
El cerdo tira pedos, los peores pedos del campus, y come su propio excremento.
Levanto la mirada de las fotocopias ‹‹El Final del Arte, por Arthur Danto›› y veo unas estudiantes de primer semestre que, entre risas y muecas, demuestran su burla y desprecio hacia mí. Pan de cada día, en particular los primeros días, luego se acostumbran con rapidez a lo monstruoso y al final todos están tan ocupados en sus dramas amorosos que se olvidan de mí. Porque a la Universidad la gente viene más afanada en convertir su vida en un culebrón mexicano que en educarse; claro que allí están los aspiracionales, con el suéter rodeándoles el cuello, como si fuera una chalina.
- ¿Qué nos miras tanto, cerdo tira-pedos? ¿Por qué no vas y te revuelcas a tu porqueriza a comer tu propia mierda? Monstruo de mierda, que no te damos en la jeta para no empuercar nuestras manos.
Tiernos, eh. Tan acartonados como toda su puta vida, respondiendo a roles básicos, de ganancia y pérdida, de costumbre y tradición, de deseos y logros. Gente acartonada en una Universidad que busca un cartón para asumir un nuevo rol ganador, que se aferre a la costumbre, y termine satisfaciendo sus deseos mediocres a partir de unos logros irrisorios. No soy como ellos y ese es mi orgullo privado.
- ¿Qué haces, cerdito? ¿Por qué no te largas? ¿A que te crees mejor que nosotros, eh? Pero te vamos a decir algo: por más que estudies y te hagas el inteligente, no serás nada, porque eres un monstruo, y nadie quiere las bestias asquerosas que se tiran pedos.
Soy superior a ellos y no les demuestro miedo, pero tampoco puedo hablar ni agredirlos. La última vez tuve que irme. Aún recuerdo el lápiz enterrado sobre el ojo del muchacho. Me levanto y les doy la espalda, estoy acá para empezar de nuevo. La primera batalla que debo luchar es contra mí porque soy la persona más difícil de controlar. Siento el choque de un vaso desechable sobre mi dorso. Debo dejarlos ir. No. Debo dejarme ir. Ellos siempre han estado.
El arte ya no tiene que ver con la belleza, la estética se ha desplazado hacia el sentido. Más un gusto adquirido que un rapto conmovedor. Casimira insiste en que soy su gusto adquirido y me persigue por los pasillos. Es una amante de las cosas raras y lo “freak”: ella dice “freak”, y se dice “friki” junto a sus amigos. Sus amigos me tienen miedo a pesar de que me llaman “freak”. No son tan amantes de las cosas raras como Casimira, que al interno me escribe que sueña comiéndose mi verga de marrano. Debe ser como una longaniza, me escribe. Me aterra porque ella no sabe hasta dónde puedo ir y yo mismo desconozco los límites de mis acciones. El control es mi ilusión y prefiero masturbarme y eyacular tres veces seguidas todas las noches, que darme el lujo de responder a sus insinuaciones.
Se termina otro semestre en el que las cosas fluyeron por su propia cuenta. En esa madeja de intenciones mediocres me abstuve de protagonizar alguna escena. Un personaje marginado al que de vez en cuando se le hacía un poco de bullying para divertir a los actores principales. La teoría del arte me terminó sabiendo a mierda, lo mismo que las provocaciones de Casimira, que tan pronto como adquirió el gusto raro por mí lo abandonó, y ahora ella se sienta frente a mí para decirme:
- Usted es como marica. Yo quería que culeáramos pero usted siempre con sus huevonadas.
Lo que más le ofende a ella es que sabe que no soy marica, y que ella me gusta, pero mi cobardía la asquea y ahora se levanta de la mesa y se va a ver con sus amigos frikis y su pareja lesbiana freak. Yo debo dejarla ir. Debo quedarme y esperar hasta la noche para llegar a casa a masturbarme.
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